miércoles, 26 de febrero de 2025

Tormenta e ímpetu (2)

 


Efectivamente, era Fráncfort del Meno. ¿Y has descubierto el edificio de las fotos? Por si no, te pongo más y a ver si lo adivinas. Mientras tanto rellenaremos el espacio con comentarios y ocurrencias varias, qué remedio, despejando las otras incógnitas que te dejaba en suspenso en la anterior entrada. Empezábamos entonces, si lo recuerdas, con dos proyectos de diferentes estudios austriacos. El primero, la torre que no hace mucho erigió Coop Himmelb(l)au como sede del Banco Central Europeo. En su momento le dedicamos entrada así que si te parece bien te enlazo a la misma (si quieres más, aquí tienes otra donde con muy mala baba también hacemos alusión al estudio) y seguimos ruta. El segundo edificio de es un museo, el Museum für Moderne Kunst (MMK) de Hans Hollein, que desconocía por completo. La sorpresa, hilarante como te dije, fue de campeonato, pero una vez más es menester contextualizar. Se inauguró en 1991 aunque el proyecto data de casi diez años atrás, estamos por tanto en plena efervescencia posmoderna. Hoy, cuando se lleva, supuestamente, el ascetismo constructivo, la explosión formal del MMK nos resulta alienígena pero en aquellos momentos, recordemos, los arquitectos querían reaccionar con ímpetu ante un estilo internacional insípido que había traicionado los valores éticos del Movimiento Moderno para convertirse en la arquitectura del capitalismo, ya hemos hablado también de esto en recientes entradas (por cierto que el Pompidou estrena la próxima semana una exposición dedicada a Hollein). Pensemos que hasta arquitectos como Peña Ganchegui, que ya es decir, cayeron en la tentación posmoderna como descubrí con pasmo hace bien poco. El Hotel Amara Plaza, un potente bloque exento en el barrio donostiarra de Amara resulta que fue diseñado por Ganchegui (cuando lo descubrí en internet pensé que era un error) y estrenado casi a la par que el MMK. Luce en su fachada principal unos requiebros formales y un alarde de terminaciones que resultan especialmente extraños en el austero arquitecto de la plaza del Tenis o la torre Vista Alegre, así lo explica en la memoria del proyecto: "El Hotel es entendido como hito en la gran explanada abierta a la Plaza Pío XII y punto focal del futuro puente sobre el río Urumea. Dada su planta rectangular, el volumen resultante necesita en sus testeros un tratamiento volumétrico y arquitectónico acorde con aquella necesidad de hito y punto focal. La fachada a Pío XII debía responder a las solicitaciones de gran espacio dinámico y de escala monumental contenidas en la plaza, (...) y garantizar una percepción rica y diversa a través del juego perspectivo que permite la descomposición del testero (...)". Un reto complicado diseñar un edificio de tanta visibilidad y cuánta presión esa necesidad de convertirlo en hito. Sea como fuere me da que es un proyecto poco publicitado por el estudio frente a otros mucho más emblemáticos que suelen asociarse al arquitecto de Oñate. Un caso acaso similar, si puedo abusar de tu paciencia, lo tendríamos en el complejo Tríada de Sáenz de Oiza en Madrid. Apenas conocido y menos aún me temo valorado, Oiza levanta no uno sino tres prismas, exentos como el Amara Plaza, en la avenida de Pío XII (dedicada al mismo papa que la plaza donde se asienta el hotel donostiarra), que se estrenaron también en los primeros noventa. Al ser oficinas se decanta por fachadas de vidrio aunque en la base coloca un toque de color con franjas de piedra granate y, como toque posmo kitsch, emplaza seis columnas metálicas en un retranqueo de la fachada que exhiben una especie de capitel galáctico totalmente desproporcionado en línea con el delirio de Santander. En este canto de cisne (es una de sus últimas obras construidas si no la última) puede también aplicarse la frase que le dedicara Fernández-Galiano cuando ganó el Príncipe de Asturias de las Artes en 1993: "Monologuista genial, sus mejores edificios dan voz a la ciudad sin dialogar con ella" (será una laudatio pero me parece que don Luis se la está metiendo doblada)Por cierto que descubro con desazón que en una reciente rehabilitación a cargo de Ruiz Barbarín, el mismo estudio que rehabilitó la torre BBVA de la Castellana también del navarro, amén de mejorar las deterioradas fachadas y articular una conexión más racional entre las tres torres, se han cepillado dos de dichas columnas y todos los "capiteles". Nos reiremos del posmodernismo con fruición pero me parece que se deberían respetar sus desmanes como reflejo de una época que quiso, con impetuoso cachondeo, rebelarse contra la modernidad. Aún recuerdo la que se montó cuando Snøhetta presentaron el proyecto de rehabilitación de la AT&T de Johnson, por seguir con el palo posmoderno, Wainwright llegó a hablar de vandalismo. En fin, te enlazo a las Tríada (pero a la versión original), y nos volvemos a Fráncfort. Mencionábamos a continuación en nuestra anterior entrada tres rascacielos (la ciudad del río Meno -Main en alemán- tiene unos cuantos, no en vano se la conoce como Mainhattan): el primero de Helmut Jahn, el Messeturm, popularmente conocido como el lápiz, también estrenado a principios de los 90 y que con sus 257 metros fue durante cinco años el rascacielos más alto de Europa. Igual podríamos ver aquí también cierta influencia posmoderna al querer huir (o incluso mofarse) de las formas ortogonales: en su cima la torre descompone su estructura rectangular con un cilindro que culmina en un remate piramidal. Casi una década después se terminó el que nos parece el rascacielos más interesante de la ciudad, obra de Norman Foster, el Commerzbank, que también se convirtió durante un tiempo en el más alto de Europa y es acaso el mejor del de Mánchester tras el HSBC de Hong Kong. Con una planta triangular que quizá -nueva ocurrencia si me lo permites- influyera en el rediseño del logo del banco, que en 2009 adoptó un triángulo de aristas redondeadas como identidad corporativa, el edificio destaca por su atrio central, recordando al HSBC aunque su exterior es mucho más amable y tiene una vocación panóptica y ecologista al incorporar generosos jardines entre cada bloque de oficinas que aligeran la mole del edificio con una distribución quebrada que puede recordar a la torre Repsol (ya Moeve) en Madrid. El tercer rascacielos, el del profesor de Koolhaas (Owald M. Ungers), es la Messe Torhaus inaugurada también en 1991, otro amante del ángulo rectísimo, metafísico casi, que aquí vemos algo más juguetón de lo habitual, compárese con su tremendo Kunsthalle de Hamburgo. 

Por no quedarnos anclados en los 90 podríamos destacar algún rascacielos de la última hornada (el más reciente un clúster de cuatro torres a cargo de UNStudio, los arquitectos de Chamartín, en plena construcción). El que nos ha resultado más interesante es el One, del estudio local Meurer, que incorpora en sus plantas inferiores un hotel cuyo vestíbulo y habitaciones han sido diseñados por Rafael de La-Hoz. Completado en 2022, su angulosa fachada está recubierta por una celosía en aluminio blanco que bien podría haber sido inspirada por el arquitecto cordobés teniendo en cuenta lo a menudo que las utiliza en sus edificios. Pero la aportación de Meurer Architektur a la ciudad ha sido especialmente relevante en dos proyectos relacionados con la conocida como Die Neue Alstadt, la "nueva ciudad vieja" en el centro histórico de Frankfurt, entre la catedral y el Römer, corazón de la urbe. La zona, que fue arrasada por los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial, fue suturada sin miramientos y se acabó ubicando en ella un enorme edificio municipal de estética brutalista, el Technisches Rathaus, un enorme complejo de cuatro bloques el mayor de los cuales se elevaba 11 plantas con diseño del estudio Bartsch, Thürwächter und Weber (quienes vencieron en el concurso a Scharoun o Gropius nada menos). Un señor pegote, vamos. Podríamos preguntarnos en qué cabeza cabe suplir un jugoso tejido urbano que se había ido formando de manera orgánica a través de los siglos por un cíclope gris, alienígena y anónimo, pero una vez más debemos recuperar el contexto. En el Historisches Museum de la ciudad, no muy lejos de allí, hay una impactante foto, todo un documento gráfico, en la que podemos ver a Walter Kolb, alcalde de la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial y destacado militante antinazi, blandiendo un martillo hidráulico en medio de la ciudad derruída y al lado una cita suya de 1947: "Nadie está pensando en la reconstrucción del viejo Frankfurt. Una nueva era tendrá que buscar y encontrar nuevas formas para una nueva ciudad" (tienes la foto aquí). La arquitectura moderna, amnésica, apátrida, uniforme, como bálsamo ante el horror nacionalista. Pero cuando la herida cicatrizó (estamos ya en 2009) y el edificio oficial necesitó una rehabilitación urgente los ciudadanos pidieron la demolición de la añeja mole sin alma. Ya lo decía Dimitris Pikionis, otro que transitó de la Bauhaus a lo vernáculo: "Debemos parecer lo que somos". Y tras casi una década de ingentes trabajos culminados en 2018, hoy podemos disfrutar de una peculiar réplica de la barriada existente antes de los bombardeos en la que 200 vecinos se han instalado en edificios totalmente nuevos pero basados en la arquitectura tradicional de la ciudad (20 en total) más 15 schöpferische Nachbauten ("réplicas creativas"). Los arquitectos de Meurer fueron los encargados de gestionar este sensible proyecto en el que participaron numerosos estudios (deja que te destaque la bella Goldene Waage, una de las 15 réplicas creativas, esta en concreto a cargo de Jourdan y Müller), un desarrollo urbano que debía ser "nuevo pero no demasiado moderno, inspirado en la historia pero no anticuado" y se reservaron la pieza más delicada, el ayuntamiento, que además debía incorporar en su seno un pequeño "jardín arqueológico" en el que conviven, juntos y revueltos, restos romanos, carolingios (recordemos que Carlomagno fundó Fráncfort) y de la alta Edad Media. Al exterior, acaso reaccionando con ímpetu romántico ante el antiguo "ayuntamiento técnico", coronaron el edificio con exacerbados tejados a doble vertiente. Tienes copiosa información sobre todo el proyecto aquí

Agotado estoy tras relato tan apasionado. Con mis sentidas disculpas habremos de continuar en una próxima ocasión. ¿Cómo? ¿Que te desvele al menos el edificio de las fotos? Pero si te lo he dicho ya. Es que no me prestas atención. 




miércoles, 19 de febrero de 2025

Tormenta e ímpetu

 



Pues vuelve a tocar adivinanza. Y es que a fuerza de querer ser amenos acabamos resultando cansinos. Ojo que ya te he dado una pista, falta hacen hoy porque la cosa no pinta fácil. Estamos en una ciudad que forjó emperadores y que hasta hace bien pocos años sufrió en sus duras carnes los vaivenes de las modas arquitectónicas y urbanísticas, el zarpazo de la modernidad y los debates de la posmodernidad, siempre a vueltas con la forma. Entre sus edificios, aparte del que te traigo en foto, que a ver si logras descubrir, habría que destacar dos de sendos estudios austríacos con vocación entre icónica e irónica (uno de ellos de un arquitecto que dijo aquello de que todo es arquitectura, solo por lo cual deberíamos respetar su ocurrencia en esta sufrida ciudad, un edificio que incita a la risa floja con su forma como de porción de tarta de boda hortera, y sin embargo ganó este señor el Pritzker con el inaudito concurso de Johnson y Barragán, jurados a la sazón -los locos 80-). Hay un rascacielos de un alemán que hizo las Américas y otro de un inglés que es quizá el segundo mejor de entre los muchos que ha erigido; por poner tres, que somos maniáticos, destacaríamos el de un profesor de Koolhaas por su claridad constructiva y formal, por cierto que en esta misma ciudad rehabilitó un edificio del s.XVIII para reconvertirlo en museo de arquitectura que ahora anda cerrado por reforma. Un estudio holandés, el mismo que nos está remodelando Chamartín, está levantando más rascacielos. Y hay un americano que hizo aquí el mismo edificio blanco que hace siempre, qué pesadez, y un andaluz que ha contribuido a dar un toque algo disruptivo a un hotel de altos vuelos. Francamente, a estas alturas deberías saber ya la ciudad de la que estoy hablando. 

Pero todo esto no deja de ser atrezzo, necesario en su justa medida como reclamo para turistas como tu seguro servidor y para dotar de carisma a las ciudades (y, según Izaskun Chinchilla, ayudar a la orientación, que no es baladí cuando andas por lugares foráneos). No obstante, déjame que te dé ahora tres ejemplos de quizá mayor trascendencia cultural que justificarían por sí solos la visita a esta ciudad, gran amante de los libros por cierto. Primero tenemos un barrio de un arquitecto local levantado en aquellos lejanos tiempos en los que los arquitectos querían cambiar el mundo, qué cosas, con viviendas cuya distribución y organización se convirtieron en referente hasta nuestros días (especialmente la cocina, aunque algunos de dichos planteamientos estén ya superados). Después tendríamos la bellísima casa de un insigne hombre de letras oriundo de esta ciudad donde podrás ver el escritorio en el que compuso una de sus más famosas obras al calor del Sturm und Drang. Y en último lugar pero el más importante tenemos una iglesia de curiosa forma ovalada lo que permitió que en el tormentoso siglo XIX se convirtiera en parlamento informal donde se ensayó la unificación de este país y la elaboración de una constitución. El 25 de junio de 1963, unos meses antes de ser asesinado, John F. Kennedy la eligió para dar un discurso donde la llamó cuna de la democracia alemana. El día que la visité estaba vacía, sí, son malos tiempos para los valores democráticos. Te transcribo cita del discurso con dolorosa nostalgia ante nuestro distópico presente y cierro: "El futuro de Occidente se basa en la asociación atlántica, un sistema de cooperación, interdependencia y armonía con el que sus pueblos pueden enfrentar conjuntamente cargas y oportunidades en todo el mundo. Algunos dicen que esto es solo un sueño, pero no estoy de acuerdo (...). Habrá dificultades y retrasos. Habrá dudas y desánimo. Habrá diferencias de enfoque y opinión. Pero tenemos la voluntad y los medios para alcanzar tres objetivos relacionados: el patrimonio de nuestros países, la unidad de nuestros continentes y la interdependencia de la alianza occidental. (...) No nos interesa intentar dominar los consejos de decisión europeos. Si ese fuera nuestro objetivo, preferiríamos ver a Europa dividida y débil, y permitiríamos a Estados Unidos lidiar con cada fragmento individualmente. En cambio, tenemos y esperamos tener una Europa unida y fuerte, que hable con una voz común, que actúe con una voluntad común, una potencia mundial capaz de afrontar los problemas mundiales como un socio pleno e igualitario. (...) Otro gran desafío económico es la próxima ronda de negociaciones comerciales. Estas deliberaciones son mucho más importantes que una discusión técnica sobre comercio. Tienen la oportunidad de construir políticas industriales y agrícolas comunes a través del Atlántico. Son una oportunidad para abrir nuevas fuentes de demanda para dar nuevo impulso al crecimiento y crear más empleos y prosperidad para nuestras poblaciones en expansión. (...) Nuestra misión es crear un nuevo orden social, basado en la libertad y la justicia, en el que los hombres sean dueños de su destino, en el que los Estados sean servidores de sus ciudadanos y en el que todos los hombres y mujeres puedan compartir una vida mejor para sí mismos y sus hijos. Ése es el objeto de nuestra política común.(...) Así que todos somos idealistas. Todos somos visionarios. Que no se diga de esta generación atlántica que dejamos los ideales y las visiones en el pasado, o el propósito y la determinación a nuestros adversarios. Hemos llegado demasiado lejos, hemos sacrificado demasiado como para desdeñar ahora el futuro. Y siempre recordaremos lo que nos dijo Goethe: que 'la sabiduría más elevada, lo mejor que la humanidad haya conocido jamás'  fue la comprensión de que 'sólo gana su libertad y su existencia quien las conquista de nuevo cada día'".







viernes, 7 de febrero de 2025

Fatiga formal (3)

 


Pues ya he visto The Brutalist. Como no sabremos de arquitectura pero de cine tampoco, vamos a darle una vuelta a la película de moda en el gremio. Siempre desde un punto de vista personal, obvio, diré así a bote pronto que tras tantas críticas poniéndola por las nubes y más allá pensamos que no hay para tanto. La película tiene un interés innegable, una cinematografía excelsa, unas interpretaciones magníficas (más incluso Guy Pearce que Adrien Brody) y una banda sonora electrizante, que no es poco, pero ya. Su abultado metraje del que me sobra en la segunda parte más de media hora puede resultar cansino aunque más que el tiempo lo que me resulta cargante es esa necesidad continua, agotadora, de crear una obra de arte épica, de autor, ese formalismo recargado (las escenas en la cantera de Carrara, ¿qué aportan?), que al final generan una especie de barrera que me impide conectar con la dramática historia del arquitecto protagonista inspirada probablemente en Breuer. No me transmite sentimientos. Cuando, al término de la película, la sobrina de Tóth señala que el diseño del interior del complejo proyectado para el mecenas americano está basado en las terribles experiencias vividas por el arquitecto antes de huir de Hungría, un dato que se deja para el final en plan plot twist sorprendente, pues a mí me deja frío, me parece impostado, no me lo creo. Y ya puestos, podrían haberse currado un poco más el ramplón diseño del enorme edificio teniendo en cuenta que se presenta como una obra de arquitectura de máxima relevancia y es además el centro de la película. Películas o series muchísimo más modestas y anónimas (mainstream que se dice ahora con un punto despectivo) cuidan mejor sus entornos arquitectónicos especialmente cuando son relevantes en sus argumentos, te pongo tres ejemplos últimos: Separación (Lumon y sus desquiciantes pasillos), Silo (la escalera, metáfora de la lucha de clases en clave Metrópolis) o Maid  (la vivienda social y su acuciante problemática). 

Te voy a hablar ya que estamos de una película en las antípodas de The Brutalist que, al contrario que esta, me caló bien hondo. Es también de autor, pero en este caso su director ha querido escapar de todo formalismo para presentar un relato simple, mínimo, sin aspavientos ni grandilocuencias que esconde una historia triste apenas entrevista y que conmueve de verdad pero al mismo tiempo ofrece un mensaje profundamente positivo. Nunca la hubiera visto, sinceramente, pues las dos películas que conocía de este director me habían resultado plomizas, pero cambié raudo de opinión cuando leí un pequeño comentario de Fernández-Galiano en el AV proyectos 122 en un texto de significativo nombre La escasez abundante donde menciona por cierto a Yasujiro Ozu (el cineasta japonés que inspiró a Marta Peris para sus proyectos de vivienda) y es que la película, también con trasfondo arquitectónico, se ambienta en Tokio. Se llama Perfect Days y es de Wim Wenders. No te cuento más, solo decirte que tras convencer no sin esfuerzo a mi contraria, que aunque es mucho más selectiva que yo en temas cinematográficos tampoco tragaba a Wenders, quedó igualmente encantada. Una película que no se olvida (otra cosa más que debemos a don Luis). 

Seguramente no es casualidad que Wim Wenders aparezca en el libro de Fuses La fatiga de las formas que venimos comentando estos días y en el que se menciona esta cita de su libro La memoria de las imágenes (1995): "Lo pequeño desaparece. En nuestra época, solo lo que es grande parece poder sobrevivir. Las pequeñas cosas modestas desaparecen, como las pequeñas imágenes modestas, o las pequeñas películas modestas. Esta pérdida de todo lo que es pequeño y modesto es un triste proceso del que hoy somos testigos en la industria cinematográfica. Para las ciudades, esta misma pérdida de las pequeñas cosas modestas es mucho más notable y sin duda tiene un mayor alcance". 

Estoy leyendo Las paradojas de Sigurd Lewerentz de Linazasoro, un breve spin-off de La arquitectura del contexto. Linazasoro reconoce la influencia en su obra del arquitecto sueco (especialmente evidente en Valdemaqueda), quien se halla en las antípodas del mundo actual de la arquitectura ya que sus trabajos "carecen de la marca de autor" y su lenguaje, lejos de repetir siempre las mismas formas de firma, se acomoda a las condiciones peculiares de cada proyecto. Pero no es el único subyugado por el sueco, ante el interés que despierta entre los arquitectos más jóvenes, Linazasoro se pregunta la razón de su actualidad: "La respuesta tiene que ver con la presencia de la riqueza de valores que pocas veces se encuentra en los edificios contemporáneos (...). Las obras de Lewerentz son, por el contrario, silenciosas y carecen absolutamente de cualquier tipo de exhibicionismo. Provocan sensaciones que se dirigen a lo íntimo, a lo profundo del ser humano". Podría estar hablando de Perfect Days

En la entrada que dedican al término Autor Juan Deltell y José Manuel García Roig en su Diccionario analógico. Cine y arquitectura mencionan la conferencia Arquitectura, lengua muerta, que dio Giorgio Grassi en un simposio en el marco de la I.B.A. de Berlín. Muy en línea con las tesis de Linazasoro (el donostiarra es el primero al que veo defender la polémica intervención del milanés en el teatro romano de Sagunto, "ejemplar en  muchos aspectos" la llama en La arquitectura del contexto), Grassi defiende la idea del autor como creador anónimo inserto en un trabajo colectivo por encima del artista individual, de una arquitectura sin firma cuya esencia se basa en la continuidad de la tradición. Tras introducir varios ejemplos cinematográficos, donde la autoría -muy reivindicada por los cineastas franceses- es especialmente valorada, los autores se preguntan: "Tanto en el caso de la arquitectura como del cine, ¿por qué considerar a un artesano, que utiliza los materiales y herramientas apropiados para realizar una obra coherente con sus propósitos y fines, un creador de segunda fila respecto al, así considerado, autor?". 

Acabamos con Wenders, citado de nuevo en el libro de Fuses: "En mi trabajo, se corre el peligro de producir imágenes como un fin en sí mismo. Gracias a algunos errores, me di cuenta de que "una imagen bella" no representa un valor en sí; al contrario, una imagen bella puede destruir el flujo, el carácter y el funcionamiento de toda la estructura dramática. (...) Aprendí de mis errores: la única forma de protegerse del peligro o de la enfermedad que representa una imagen autosatisfecha es creer en la prioridad de la historia. He aprendido que cada imagen no posee verosimilitud sino en relación con un personaje en el interior de una historia. He descubierto que, si se toman las imágenes demasiado en serio, reducen y debilitan al personaje. Y una historia con personajes débiles no tiene ninguna energía". Hay muchas "imágenes bellas" en The Brutalist. Vi la película en un cine del barrio madrileño de Méndez Álvaro, muy cerca del edificio que rehabilitó Foster para oficinas (en la foto), admirándome de cómo el starchitect #1 supo esconder su firma en la magnífica nave decimonónica