domingo, 26 de febrero de 2017

Megaformas



Sorprende que este masivo bloque de 400 metros de largo, 500 apartamentos y casi cincuenta años a sus espaldas sea uno de los cinco finalistas de los premios Mies van der Rohe de 2017. Está en el llamado Bijlmermeer (Bijlmer para los amigos), una barriada en el extrarradio de Ámsterdam donde se construyeron edificios de viviendas de 11 plantas con un diseño deudor de los principios del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) y que, vistos a ojo de dron, recuerdan a un inmenso panal. Este bloque en concreto, si se me permite el juego de palabras (Kleiburg de nombre), es el único que queda de aquel brutal desarrollo urbanístico caído en desgracia (como casi todas las utopías modernas). ¿Y qué pinta, repito, semejante ninot indultat en los seleccionados para el premio de este año, en el que competían dos OMAs, un Siza y un Mansilla y Tuñón (el Museo de Colecciones Reales), y a los que ha desbancado fuera de toda lógica? Veamos lo que dice Stephen Bates, presidente del jurado: "Nuestros instintos podrían resumirse en las palabras de Peter Smithson [uno de los creadores, mira tú por dónde, del brutalismo inglés heredero de Le Corbusier, sus proyectos, como los Robin Hood Gardens, están también en el disparadero]: 'las cosas necesitan ser normales y heroicas a la vez'. Buscamos una normalidad cuyo sutil lirismo esté lleno de potencial". A este señor le daba yo el Nobel de lo que fuera. El reconocimiento de la Fundación Mies van der Rohe no es en realidad para el bloque en sí, sino para una iniciativa de rehabilitación a cargo de los arquitectos locales NL Architects y XVW Architectuur que, de abajo a arriba (a través de una cooperativa que mantiene su carácter social), proponen adecentar el "único hombre en pie en medio de la guerra contra la modernidad arquitectónica", como señalan los propios arquitectos. Y lo más curioso es que no lo quieren hacer, como en tantos otros casos, desde una estrategia de ocultación sino al contrario, reafirmando los valores de obsesiva repetición y abstracción formal tan queridos por el Movimiento Moderno. Más sobre el proyecto aquí.

El caso es que se me ha encendido la bombilla y me he acercado al S,M,L,XL porque todo esto me sonaba de algo. Efectivamente, en el capítulo XL, obviamente, se habla de Bijlmermeer, bajo el epígrafe Las Vegas del Estado de Bienestar. Nuestro siempre incendiario Koolhaas le dedica sus afilados comentarios, enfatizando su anacronismo (pensemos que los edificios se acabaron cuando el CIAM llevaba doce años criando malvas): "Si el debate arquitectónico es una representación del hijo matando al padre, Bijlmer presenta una inversión potencial de la fórmula edípica, según la cual el padre amenaza al hijo" (en este caso al posmodernismo). Y añade: "El hecho de que -especialmente bajo la dramática luz del clima holandés- el Bijlmer tenga una cierta grandeur monumental que, a pesar de su monotonía, acritud y torpeza sea también un espectáculo arquitectónico, demuestra que la ideología y la estética de la modernidad son, tras todos estos años, aún más proporcionales y relevantes a los fenómenos de la ocupación territorial inspirados por el estado. Bijlmer ofrece aburrimiento a escala heroica [la misma que pide Smithson]. En su monotonía, dureza e incluso brutalidad es, irónicamente, refrescante, (...) no ha eliminado, a través del exceso de sensiblería o la sobredosis de buenas intenciones, el componente de aventura. Incluso comunica, en su aridez, algo de la sensación del asentamiento, la euforia por lo nuevo, hoy ya pasada de moda, el secreto entusiasmo de la modernización". Sobrecoge la potencia descriptiva y la capacidad de abstracción teórica de este hombre. Y no te pierdas las fotos, en las que se realzan (con notable ironía) todas estas ideas. Así, se refleja el fetichismo por la repetición en Bijlmer: la forma de los bloques es semihexagonal, pero es que el lago que rodea precisamente al Kleiburg también lo es, como el islote artificial al que conduce una pasarela, y hasta el parque infantil incorpora estructuras hexagonales: la estética de la tautología en palabras de Rem. Pues bien, tras este chispeante texto (de 1976), toda una "declaración de fe" en Bijlmer, pasa a explicarnos el proyecto de rehabilitación del complejo que se le encargaría al estudio diez años después, cuando ya ha devenido escenario de una pesadilla distópica: es un gueto para inmigrantes sin recursos abandonado a su suerte. Tocaba desmantelar su aura apocalíptica, de nuevo en palabras de Rem. El diagnóstico es claro y la solución aparentemente sencilla: es necesario crear tejido urbano en una inmensa zona únicamente residencial (y por tanto mortalmente aburrida): los aparcamientos cubiertos se liberarían para dotarles de locales comerciales, y los espacios entre los hexágonos se dedicarían a usos múltiples especializados: zonas deportivas, "playa", etc, permitiendo a su vez que la zona recibiera un "bombardeo tipológico" de otros tipos de vivienda (baja, unifamiliar, etc.) que llenara los deprimentes vacíos. Finalmente nada del proyecto se llevaría a cabo, restando ya solo la muerte de Bijlmer por inanición y piqueta (muerte por cierto salvajemente iniciada cuando en 1992 un Jumbo de carga se precipitó contra una de las torres matando a 43 personas).

Y aquí retomamos el proyecto de rehabilitación de Kleiburg por NL y XVW, ese lugar tan cuajado de memoria. Le deseamos lo mejor, el Movimiento Moderno se lo merece: a pesar de todas sus imperfecciones y torpezas al menos tenía el objetivo claro y quizá ingenuo de mejorar las condiciones de vida de las personas a escala masiva. Bastante más quizá de lo que puede decir buena parte de la arquitectura perpetrada desde finales del siglo pasado hasta hace bien poco. Nos despedimos con el discurso de aceptación del doctorado honoris causa por la UPM de Kenneth Frampton, teórico británico buen conocedor de nuestra arquitectura y de la modernidad arquitectónica (Solà-Morales le daría un trozo de una de las columnas de acero encontrado, como la que fotografiamos aquí, en el solar del Pabellón de Mies en Barcelona durante su reconstrucción, lo comenta en el propio discurso). Lo concluye haciendo referencia a L´illa Diagonal del propio Solà-Morales y Moneo en Barcelona, otro edificio masivo con guiños a la modernidad, ejemplo de "la estrategia catalítica de la megaforma con la que contrarrestar el vacío patológico de la megalópolis universal". 

sábado, 18 de febrero de 2017

Menos es nada


Así podría estar ahora la City de Londres si Mies hubiera levantado ahí semejante torre. Me entero, con pasmo (qué poquito sé de arquitectura, y cuanto más aprendo, más me percato de lo mucho que desconozco), en The Guardian. Mies, en el que iba a ser su último proyecto (moriría semanas después de presentarlo, en 1969), no hizo como puedes observar el más mínimo esfuerzo para adecuarse al entorno, y el edificio, al menos en apariencia, es copia y pega descarada de su torre Seagram en Nueva York. Para qué vamos a cambiar nada, si la modernidad es ya ferpecta, además ya para entonces el Movimiento Moderno había devenido Estilo Internacional, así que punto en bocaNo debe sorprender que el proyecto de este cuerpo extraño en el mismísimo hard core del más rancio tradicionalismo británico (al lado mismo de este solar hay egregios edificios como el Banco de Inglaterra de Seoane, una iglesia de Wren, un banco de Lutyens y la residencia oficial del alcalde) durmiera durante una década larga el sueño de los justos para finalmente ser apuntillado a pesar del entusiasmo de su promotor, Lord Palumbo, fan del alemán que en 1972 se quedaría con la Farnsworth cuando su dueña, harta de la falta de privacidad de la casa de cristal y tras un farragoso juicio contra Mies -Less is Nothing alegaba la pobre- que perdió, se largó con viento fresco (mucho se ha hablado de esta relación tortuosa entre la doctora y el arquitecto que según dicen le prohibía instalar cortinas para que no rompiera la extrema transparencia del paralelepípedo (?!): vivir en un manifiesto arquitectónico -Mies no hacía edificios- es lo que tiene: ahora parece que hasta Hollywood va a llevar la historia de amor-odio arquitectónico a la gran pantalla), por cierto que Palumbo hizo un buen negocio con la dichosa casa: la compró por 120.000 dólares y la vendería en 2006 por 7,6 millones... Tranquilo, cierro ya el denso párrafo para que cojas aire.

Pero volvamos a los últimos 70 y primeros 80 cuando al parecer Palumbo, tras luchar contra viento y marea más de diez años y tocar todos los palos habidos y por haber (jugaba en el mismo equipo de polo que el mismísimo Príncipe Carlos, aunque ahí, claro, pinchara en hueso), tiene posibilidades reales de colocar la torre de Mies. El proyecto no es únicamente la torre, también incluye una plaza que es quizá lo más interesante (y sorprendente) del mismo. Estamos en una zona densamente construida de la City, esa ciudad dentro de la ciudad, en la que Mies quiere liberar espacio para el esparcimiento de los ciudadanos. Esta idea en los 60, ya se sabe, la época del flower power, quedaba muy bien, pero ahora ya en los 80 las cosas se han torcido. Son los tiempos de la Naranja Mecánica de Kubrick, las manifestaciones salvajes, el terrorismo del IRA y Margaret Thatcher, la dama de hierro. Vamos, lo que le faltaba al proyecto para que lo tumbaran del todo. El Príncipe Carlos, en su mítico discurso del carbuncle contra la ampliación de la National Gallery (1984) aprovechó para darle la puntilla final, tildando la torre de muñón de cristal más apropiada para Chicago que para Londres. Palumbo, finalmente vencido, respondería con una frase histórica casi a la altura del "No mandé a mis barcos a luchar contra los elementos" de Felipe II tras la derrota de la Armada Invencible: "Solo puedo decir que Dios bendiga al Príncipe de Gales, pero que el mismo Dios nos salve de su juicio arquitectónico". Quién sabe si su incondicional apoyo a Lady Di, de quien devino amigo y confidente (observa en esta foto su evidente complicidad con la Princesa del Pueblo) no fue sino una velada revancha, epílogo a este culebrón miesiano.

Pero Lord Palumbo no se iba a quedar quieto. Quería dejar huella en la City, y vaya si la dejó. Puso entonces su vista en James Stirling nada menos, el que hoy da nombre al más prestigioso premio arquitectónico en la Gran Bretaña (por cierto que había defendido el proyecto de Mies), y le dio el encargo de construir un edificio que colmatara su solar, sin plaza ni historias. Y así surgió, otro shock morrocotudo que me llevo (conocía el edificio, pero no sabía que era de Stirling), el conocido como Poultry nº1 (por la calle donde se encuentra), un bloque de un postmodernismo kitsch que echa para atrás, aún más ajeno a su entorno que la torre de Mies, y que parece diseñado por los Monty Python (que Kahn me perdone, yo es que el posmodernismo no lo llevo bien).

El artículo de The Guardian culmina con una interesante paradoja: tanto aspaviento por un edificio de 19 plantas cuando hoy en la ciudad se están levantando torres mucho más altas (y bastante más horrendas). ¿Dónde estaba el Príncipe Carlos cuando se aprobó el Walkie Talkie?

(Coda final: ¿Y si Koolhaas -siempre acabamos volviendo a él- hubiera querido recordar el proyecto de Mies al culminar su torre para Rothschild, justo al lado de la escena del crimen, con un paralelepípedo miesiano, y al dejar en su base un vacío que permite ver precisamente la iglesia de Wren que mencionábamos arriba?)

domingo, 12 de febrero de 2017

Wonderwalls


Pues vamos a seguir con más ficción, pero no de un servidor en este caso. Descubro en Metalocus un curioso concurso de relatos de nombre Fairy Tales, cuentos de hadas (arquitectónicos, claro está), que va por su cuarta edición. En la de este año, un jurado compuesto por escritores y arquitectos de los que sólo conozco a Michel Rojkind y Stefano Boeri han seleccionado tres ganadores y diez accésits de entre concursantes de más de 60 países. Te paso el enlace (aquí) para que te des una vuelta y leas alguno, merece la pena. Las ilustraciones que los acompañan son casi lo mejor.

Yo en concreto me quedo con uno de los accésits. El relato se llama Call for Submissions: The Great Wall of America, sus autores son Carly Dean y Richard Nelson-Chow y parte, como es obvio, del muro de Trump, que aquí nuestros altos representantes rápido han puesto a bajar de un burro olvidando que tenemos un pedazo muro triple a la última, con sus concertinas y todo, en Ceuta y Melilla. Los muros pretenden la desaceleración de un mundo cuya globalización acongoja. Lo del paren el mundo que me bajo. Al igual que, como señala Paul Virilio (sigo leyendo su Amanecer crepuscular), el inmueble, la morada, supuso la ralentización de la historia (la ciudad, señala el filósofo y urbanista francés, desaceleró a los nómadas reconvirtiéndoles en sedentarios), el muro quiere parar los flujos migratorios poniendo puertas al campo en un vano intento en el que, al final, las mafias son las únicas grandes beneficiadas. Igual Trump (va a ser que no) ha leido a Virilio y ha quedado prendado con su revolución dromológica y la teoría del accidente integral (los populismos se alimentan del miedo al apocalipsis que paradójicamente ellos mismos acaban generando), pero entonces habría que dirigirle a otro de los libros del francés (Bunker Archéologie) donde señala que la línea defensiva alemana que salpicó de búnkeres las costas del atlántico (como antes había sucedido con la Línea Maginot), finalmente nada pudo hacer para desacelerar el avance imparable de los aliados. Es tal la fijación de Virilio con los búnkeres que hasta señala que inspiraron a Le Corbusier (y de paso, claro está, a todo el Movimiento Moderno: el hormigón a destajo y las líneas puras vendrían de ahí). Ronchamp para el filósofo no sería sino un inmenso búnker...

En fin, dejemos el espinoso tema, tan apto para demagogias de todos los colores, y volvamos al relato que comentábamos. Se trata de un cuento de hadas distópico, que es lo que se lleva, y en él se nos presenta un futuro muy cercano tan inquietante como probable. Estamos en 2019 (cómo no) y tras los primeros aspavientos contra Trump hemos hecho de tripas corazón y oye, pelillos a la mar. El caso es que, en el Antrumpoceno (esto es mío, para una cosa que no corto y pego que conste), un mundo en el que pintan bastos, el muro es ya una medida aceptada y al concurso para su construcción se presentan arquitectos de prestigio que en el cuento aparecen apenas enmascarados con nombres falsos: NASAA es SANAA, GODMA es OMA (God+OMA), Björk Engels Group (BEG), no hace falta ni que te lo diga, Piotr Zoomtar es Peter Zumthor y Oola Fürelisson, me parto, no es otro que Olafur Eliasson. Si obviamos el hecho harto improbable de que arquitectos tan cool como Ingels fueran a meterse en semejante proyecto (pero ojo, que grandes estudios trabajan ya hoy para el gobierno chino, que muy democrático no parece, y aquí paz y después gloria), el reto es fascinante: ¿Cómo endulzar semejante píldora? ¿y quién si no un arquitecto para lograrlo? Las ideas que presentan los autores de la singular narración por supuesto reflejan el estilo (y el lenguaje) típico de cada arquitecto: BEG (BIG) presenta su propuesta (Wonderwall), lúdicofestiva, cómo no, en forma de cómic que imita el Yes Is MoreGODMA, único nombre ficticio que te hace dudar, reproduce la hipnótica verborrea metafisicocínica de Koolhaas con lo que en seguida sales de dudas ("Hoy existe un consenso para construir una materialización física de la frontera estadounidense. Mientras que al político le interesa su país y lo que lo define, al arquitecto le interesa la forma y la creación de condiciones espaciales. Las dos profesiones han sido históricamente simbioticas desde un punto de vista institucional. La arquitectura, aunque apolítica como disciplina, tiene tendencia a producir cosas altamente políticas. Incluso la forma arquitectónica más banal crea límites, define territorios, implica ideología"). Rem y Trump. Tremendo. Por su parte el avatar de Eliasson presenta un muro acuático, una etérea cascada que caería incesante desde una enorme tubería perforada. Y así todos. ¿Te interesa? Los relatos de anteriores años han sido publicados y los puedes conseguir aquí.


Que GODMA nos pille confesados.

domingo, 5 de febrero de 2017

Un cuento holandés



Flipo con Rem. Es descubrir una obra suya y oye, automático. Aquí te traigo la Dutch House levantada, como apunta irónicamente el propio arquitecto en S, M, X, XL, en una zona "montañosa" de su natal Holanda (50 metros sobre el nivel del mar) allá por 1995, y que he hallado en el magnífico blog rumano Ofhouses. Lo que más me sorprende no es tanto la casa en sí, sino cómo fue capaz el hombre de vender la moto a sus clientes ante determinadas decisiones arquitectónicas que, en mi siempre modesta opinión, no hay por dónde cogerlas. Te pongo más fotos y después monto una ficción -ya toca- que recoja uno de los encuentros que bien podrían haber mantenido el arquitecto y el sufrido matrimonio que le encargó la casa, a los que llamaremos -son nombres inventados- Dennis y Famke.


1993 estrena verano. Las calles de Ámsterdam rebosan de esforzados ciclistas y alegres turistas que disfrutan de una soleada tarde. En un recoleto velador al borde de un canal aguardan, expectantes, una pareja ya entrada en años (frisan acaso los 60), que sorben con delicadeza infusiones ya frías. Llevan casi tres cuartos de hora esperando al arquitecto que va a proyectarles una casa en el campo, y al fin van a conocer los primeros planos. Una moto de gran cilindrada pero añeja (son años duros para el estudio del holandés) encara de pronto la estrecha calleja y frena melodramáticamente  justo al borde del canal. Desmonta con urgencia un espigado hombre con desbaratada pelambrera, nariz aguileña y mirada perdida, como si acabara de llegar de otra dimensión y aún no hubiera encontrado su ser. Se dirige, brioso, a donde se encuentra la pareja, pide a gritos un café doble con tres cucharadas de azúcar, deposita una de esas típicas carpetas azul marino de cartón con gomas sobre la mesa y se deja caer sobre un asiento con ensayada sobreactuación.
-"Famke, Dennis, vaya tráfico, llego tarde, estoy agotado".
-"Buenas tardes señor Koolhaas", responde Famke, "tranquilo, estábamos disfrutando de un té de roiboos y esperando impacientes sus noticias".
-"¿Tenemos ya planos?", espeta Dennis
-"Tengo un primer boceto muy aproximado". Abre la carpeta y saca un fajo desordenado de papeles. "Aquí tenéis".
La pareja, ansiosa, se abalanza sobre ellos. Estudian el plano y varios dibujos de la casa desde distintos ángulos durante un buen rato mientras Rem aprovecha para beberse el café casi de un trago.
-"Esto es la Farnsworth con pilotis", sentencia, decepcionado, Dennis. "Es una copia".
-"Vaya Dennis, te veo muy puesto", contesta, con estudiada afectación, el arquitecto. "Me alegro mucho que hagas esa observación. Te cuento. Mi punto de partida son Le Corbusier, Mies y demás modernos, ciertamente, para luego pasármelos por el mismísimo forro. Porque para moderno, yo. ¿Tiene la Farnsworth dos casas en una? Te has dado cuenta de la segunda vivienda que que hundo en el terreno cual búnker?"
-"¿Me estás diciendo que has superado a Le Corbusier y Mies?", le responde con sorna.
-"Mira, Dennis, ¿sabes cuál es el problema de Corbu? Que se enfrentó al vacío en el corazón mismo del maelstrom, y PARPADEÓ. Ese fue el encuentro con el destino de la modernización. Ese fue el verdadero fracaso (1). Yo no parpadeo. Nunca".
-"¿Y se puede saber qué es esa especie de protuberancia que surge en la fachada que da al patio?", tercia Famke, que ha estado mientras tanto mirando atentamente dicha extraña elevación.
-"Esa es la clave de todo, Famke. Buen ojo. Ahí es donde le clavo la puntilla a Corbu y Mies. Ahí es donde supero la deprimente austeridad moderna dando un tajo, con saña, a la horizontalidad obsesiva de esa panda y creo como una ola. ¿Conoces la película Un chien andalou de Buñuel y Dalí? Pues eso es lo que he hecho yo aquí con los modernos. Esta es una casa edípica. Me estoy cargando al padre. Con un par". Se ha venido arriba.
-"Y justo debajo de la "ola" sitúas una rampa que comunica ambos niveles", señala Famke, algo alarmada. "Un poco forzado, ¿no crees?"
-"Eso remite a la función oblicua de Paul Virilio".
-"¿Quién?", dicen ambos al unísono.
-"Es un filósofo y urbanista francés que me ha inspirado especialmente para vuestra casa. Virilio busca una arquitectura que juega al desequilibrio mediante el plano inclinado. El modelo a seguir para él es el bailarín, siempre en danza. Pura arquitectura coreográfica. Lo llama también topología: Las paredes se inclinan, se hacen accesibles, se recuperan para la vida. Acabemos con la ortogonalidad, ya no hay más afuera y adentro, sino "superficie y subficie". (2) Por eso también me interesa mucho un arquitecto español, de nombre Alejandro Zaera, que he contratado para mi estudio y  tiene ideas muy interesantes sobre este mismo tema. Seguro que va a hacer cosas destacables (3). Volviendo a Virilio, os diré que participó activamente en las revueltas de Mayo del 68, para mí que la función oblicua no es sino un homenaje, acaso inconsciente, a las barricadas. Y vio el gran peligro del hombre moderno apalancado frente a la televisión y demás pantallas: quiso que no cayera en una adocenada inactividad, retomando las tronadas ideas de futuristas como Vincenzo Fani (alias Volt), que defendía un "alpinismo doméstico", por ejemplo situando la cama suspendida dos metros del suelo, y disponiendo para subir y bajar cuerdas y pértigas, en sus casas las escaleras dejarían de existir, y en su lugar habría toboganes y montañas rusas" (4).
-"Muy curioso", señala Dennis nada entusiasta, "pero ¿me puedes explicar por qué no pones una barandilla en el salón para evitar caídas sobre la rampa? Mira que de vez en cuando organizamos fiestas y la gente puede acabar perjudicada".
-"Y nosotros mismos", apunta, bajando la voz Famke y mirando de soslayo, "alguna vez nos fumamos un canutillo, qué le vamos a hacer".
-"No creo en las limitaciones. El espacio perdería carácter. ¿Os imagináis el efecto de una persona emergiendo paulatinamente por la rampa visto desde la planta de arriba? Algo así como la trampilla en el escenario por la que hacían aparición los personajes que se suponía venían del más allá, el Hades o los infiernos en el teatro The Globe de Shakespeare. Ahora parece que lo quieren reconstruir en Londres".

Rem da un repentino respingo y mira su reloj. "Lo siento, me tengo que ir pero ya, tengo otra cita en Utrecht esta misma tarde, voy a levantar ahí un edificio para la universidad. También va a llevar un pliegue que va a traer cola. Seguimos en contacto". Pone unos florines sobre la mesa y se va raudo dando grandes zancadas hacia la moto, con la que desaparece tras un rastro de humo blanco.

La pareja se queda en el velador mirando todavía incrédulos los planos. Les ha convencido, claro, aunque aún no lo saben.


(Aunque el relato es pura ficción, lo he adobado con datos verídicos. Como somos posmodernos, pero dentro de un orden, te he indicado con números los que podrían parecer inventados pero no lo son:
(1) Esta cita es real,  del propio Rem tal cual (mayúsculas en parpadear inclusive). La puedes encontrar en S,M,L,XL.
(2) Lo de la "función oblicua" tampoco es inventado, si quieres saber más te recomiendo el libro Amanecer crepuscular de Virilio. Lo que sí es cuento chino es que inspirara a Rem para esta casa.
(3) Zaera trabajó en el estudio de Koolhaas de 1990 a 1993, aquí lo relata él mismo.
(4) Esto, aunque no lo parezca, también es rigurosamente cierto. Compruébalo en La ley del reloj de Eduardo Prieto).