sábado, 26 de noviembre de 2016

Juego de tronos

Foster se llevó el gato al agua

Pues sí, ha sido Foster junto al estudio Rubio arquitectura (los autores de la torre PwC en Madrid) los que han ganado el concurso para la ampliación del Salón de Reinos del Prado. Por ahora es el único proyecto conocido, pero a partir del 1 de diciembre habrá una exposición en el propio museo donde podrán verse las otras siete propuestas preseleccionadas (allí estaremos como un clavo). El proyecto ganador, de nombre Traza Oculta, propone abrir la fachada sur (la que da al Casón del Buen Retiro) con grandes ventanales que darán luz a un amplio atrio, nuevo corazón del edificio, que servirá de antesala al propiamente dicho salón de reinos (una enorme sala de 35 metros de largo, diez de ancho y ocho de alto diseñado para saraos reales) y los nuevos espacios expositivos. El atrio es sin duda el espacio más atractivo que quedará tras la intervención, que además replica la vocación teatral que tenía el Salón (también conocido como palco real), y estará rodeado, como lo estaba aquel, por una galería abalconada que permitirá al visitante ver y ser visto desde todos los ángulos posibles.

El atrio muy teatral de Foster y Rubio
Para la fachada interior que da paso al meollo del edificio Foster propone una recreación en el estilo de la época en la que el edificio original fuera construido (siglo XVII), con más balcones aún por encima de la galería, mientras los enrejados de ventanas y balcones imitan igualmente los típicos de aquellos tiempos en los que el Conde-Duque de Olivares campaba a sus anchas por la Villa y Corte. En las plantas superiores es donde Foster hace de las suyas, y cómo. Elimina los tejados originales, tanto el del edificio principal como del que sirve de antesala (aquí en realidad una terraza), y tras igualarlos en altura monta sobre ellos una planta que servirá de espaciosa sala de exposiciones que se quiere a la última.

En esto que iba yo a hacer unas consideraciones finales y dar finiquito la entrada, y resulta que me acabo de encontrar en Metalocus rénders de la propuesta de OMA (asociado a Linazasoro nada menos, el de las Escuelas Pías), así que aquí me quedo. Koolhaas curiosamente plantea un atrio muy similar al de Foster, permeable como el del de Manchester gracias a generosos ventanales que en su propuesta incorporan unos enormes toldos high-tech frente al implacable sol madrileño, una buena idea. Eso sí, al contrario que Foster, OMA y Linazasoro plantean un lenguaje moderno sin concesiones para el interior de dicho espacio. Aquí no hay balconcillos ni rancias rejas en la fachada interior, sino una sobria fábrica de ladrillo con aperturas que pueden remitir a Kahn o a Ando (si construyera en ladrillo) y encima -el toque OMA- me le han colocado en un extremo una espectacular escalera zigzagueante en negro (a juego con el techo del atrio) que como digo da un toque rabiosamente contemporáneo (fotos). En fin, para gustos los colores, yo hubiera preferido el atrio de Koolhaas, aunque sinceramente, si tuviera que elegir uno de los dos espacios para relajarme con café y periódico, casi que me quedo en el de Foster.

El Salón, abierto en canal por Foster
Pero es en la terminación superior (ambos estudios alojan allí las salas de exposiciones principales) donde los proyectos marcan las mayores diferencias. Koolhaas, mucho más respetuoso aquí (quién lo iba a decir) que Foster, mantiene la estructura original del edificio y coloca el espacio expositivo en el ala principal del palacio, el que se sitúa justo detrás del edificio que hace de entrada al recinto (donde va el atrio en ambos proyectos), que en su caso no es modificado ya que mantiene la terraza que lo corona. Foster como veíamos amplía la superficie de esa sala de exposiciones al incluir en ella la superficie de la terraza original, que desaparece en su proyecto. Foster gana metros para exposiciones, Koolhaas respeta más el diseño original (que en realidad no lo es, se trata de un edificio remozado en varias ocasiones desde su construcción). Obviamente el aspecto exterior sufre mucho más en el proyecto de Foster.

En fin, dos proyectos muy interesantes, estoy deseando ver el resto. Acabo no sin antes comentar brevemente lo sorprendido que me han dejado ciertos comentarios al poco de conocerse el proyecto ganador (cuando aún ni se habían filtrado los rénders de Koolhaas). Según los mismos, el proyecto se habría dado a dedo a Foster por la conocida amistad que Luis Fernández-Galiano, miembro del jurado, tiene con el inglés. Vaya por Dios. Uno se pregunta si los otros 13 miembros del jurado también son amigos de Foster, o si es que Fernández-Galiano no tiene más amigos entre la profesión. Se dice también que Galiano habría convencido al jurado por su carisma y capacidad de liderar al resto. Uno se pregunta ahora si ser carismático y tener dotes de liderazgo debería estar penado por ley, o si es que los otros 13 miembros del jurado (entre ellos la plana mayor de mandamases del Prado) son una panda de panolis que iban a aceptar gato por liebre por muy bien que se lo vendiera Galiano. El colmo viene cuando meten a Moneo (otro miembro del jurado) in the mix y llegan a decir que el Pritzker no quería elegir a Cruz y Ortiz o a Chipperfield (ambos entre los seleccionados finales) porque habrían hecho sombra a su controvertida rehabilitación del Prado (como si el Rijksmuseum y el Neues no hubieran generado polémicas, como si Moneo aún tuviera que demostrar algo). De nuevo me pregunto si determinadas publicaciones digitales que se pretenden serias y rigurosas (y desde luego son de una gran calidad) no deberían tratar de ser más objetivas y en este caso concreto esperar al menos a que se hagan públicos el resto de los proyectos para poder así juzgar con fundamento si el proyecto ganador realmente desmerece en relación con el resto (en cuyo caso habrá por supuesto que repartir estopa) o no. De lo contrario darán la sensación de faltar a la objetividad tanto o más que aquellos a los acusan de eso mismo. Consejos vendo (y para mí no tengo).


sábado, 19 de noviembre de 2016

La parábola del paraboloide

Un paraboloide hiperbólico en todo su esplendor
El próximo 24 abre en Londres el nuevo Museo del Diseño que dirige Deyan Sudjic. La antigua sede (que se había construido como almacén de plátanos, las vueltas que da la vida) fue vendida a Zaha Hadid y para la nueva se ha buscado un edificio singular en pleno corazón de la ciudad del Támesis (Kensington), el Commonwealth Institute, un edificio protegido levantado allá por los swinging 60´s que vivía de sus recuerdos imperiales (se cerró al público hace más de una década) hasta que fue resucitado para su nueva y mucho más cool misión nada menos que por OMA en su exterior (se ha restaurado la fachada aunque se ha mantenido el original techo de cobre en forma de paraboloide hiperbólico al que al fin le han solucionado las pertinaces goteras que arrastraba desde su construcción, el paraboloide es lo que tiene, máxime si es hiperbólico) y por John Pawson, el autor de Minimum, quien se encargó de remozar su interior. OMA también ha contribuido con el diseño urbanístico de los alrededores, donde ha añadido tres bloques de pisos de lujo (a 23 milloncejos de euros la pieza: con cuatro de ellos se financiaría el coste total de la remodelación del museo) caracterizados por unas formas rectilíneas que buscan el contraste con el ondulante tejado del ninot indultat según cuenta Reinier de Graaf, el arquitecto al cargo del proyecto (también responsable por cierto del fallido Timmerhuis de Rotterdam con el que comparte esa misma cualidad).

Los extremos se tocan en Kensington
Llaman la atención no pocas cosas de este curiosísimo ménage à trois entre arquitectos y proyectos tan dispares. Para empezar (lo dice Rowan Moore, que conste) no se entiende que al arquitecto minimalista por antonomasia se le encargue la remodelación interior de un edificio que casa poco con su ideario arquitectónico. Imaginamos a Pawson (el asceta de las formas, el arquitecto que por no quebrar el ethos minimalista de su casa en Notting Hill se niega a poner ninguna pegatina precautoria sobre el casi imperceptible cristal que separa la cocina del jardín que evite, como al parecer ya ha pasado, que alguno de sus invitados se deje los piños contra el vidrio), sufriendo vértigos al contemplar el paraboloide de marras. ¿No hubiera sido más apropiado que fuera OMA, mucho más ducho en arquitecturas parlantes el estudio que acabara lo que empezó en el exterior (y que a su vez Pawson diseñara los bloques de viviendas)? El resultado, según el crítico de The Guardian, es una desconexión entre el interior y el exterior, como si Pawson hubiera querido minimizar las extravagancias del añejo edificio a base de cantidades industriales de roble con los que ha forrado el museo y líneas rectas perfectamente simétricas (aunque es cierto que se da protagonismo al techo y sus portentosas formas en el atrio). Moore también se cuestiona si la sobria y elegante madera del interior casará bien con un museo que tendrá que plantear exposiciones rompedoras por su propia razón de ser o expondrá objetos como una Vespa o un kaláshnikov.

De Chirico en Londres
Por fuera la combinación de edificios no deja de resultar también algo chirriante. Las fotos me recuerdan a los cuadros de Giorgio de Chirico, con ese ambiente gélido entre absurdo y surreal. ¿Un museo público (y de diseño) al lado de viviendas de gran lujo donde se busca la máxima privacidad? Al final todo cuadra gracias al encomiable pragmatismo inglés, del que esta actuación es interesante parábola: los pisazos pagan la rehabilitación del edificio protegido (principalmente a causa del paraboloide, otras partes del mismo han sido demolidas sin miramientos para dejar sitio a los bloques de apartamentos), Sudjic hace la ola, los promotores ponen pica en Flandes y se lo llevan crudo, y aquí paz y después gloria. Rubricando el acuerdo, en 2012 se enterró aquí una cápsula del tiempo en la que se invitó a varias celebridades británicas y arquitectos implicados (Terence Conran, el fundador del primer Museo de Diseño londinense, Pawson, Hadid, de Graaf, Foster y Cecil Balmond) a aportar algún objeto. Lo que daría por saber lo que puso cada uno...

Pawson, en trance








domingo, 13 de noviembre de 2016

Maximum

¿Quién vive ahí?
Nos vienen nuevas formas y nuevos paradigmas. Conviene vayámonos haciendo a la idea. En la foto, una de las 53 habitaciones del tríplex neoyorquino de Donald J. Trump (más aquí). Por si no has tenido suficiente, te pongo otro enlace aún más impactante si cabe a su resort floridano de nombre Mar-a-Lago.

"Desde los conceptos japoneses del zen hasta la búsqueda de la sencillez por parte de Thoreau, el mundo de lo mínimo siempre ha ofrecido una sensación de libertad, una oportunidad de estar en contacto con lo esencial de la existencia sin verse estorbado por trivialidades. La sencillez tiene dimensiones que van más allá de lo puramente estético; de hecho, puede verse como el reflejo de algo innato, una cualidad interior, o un intento por comprender filosófica o literariamente la naturaleza de la armonía, la razón y la verdad. La sencillez tiene una dimensión moral, e implica desinterés e idealismo". (John Pawson, Minimum).


domingo, 6 de noviembre de 2016

Monumentos inmediatos

Un Rolex de 789 millones en Hamburgo


Herzog y de Meuron lo han vuelto a hacer. Han cogido un edificio industrial que dormía el sueño de los justos y me le han puesto una suerte de monumental peineta que lo deja con el aspecto que puedes ver en las fotos (que son reales aunque parezcan infografías).
El "galeón de cristal" navega por el Elba
Lo hicieron en Madrid con el Caixaforum formolizando, que diría Nouvel, una antigua central eléctrica para mutarla en centro cultural, y han repetido la idea en Hamburgo para levantar la sede de la Filarmónica del Elba (nombre del río que discurre por la segunda ciudad de Alemania), a estrenarse en enero. Aquí el inmueble preexistente, de nombre Kaispeicher, era un almacén de granos de cacao (así de serio y circunspecto era el pobre, un monumento mudo, en palabras de los arquitectos), sobre el que los suizos han puesto el cristalino auditorio que parece flotar sobre el mencionado almacén al igual que el Caixafórum parece flotar sobre el suelo. Justo en la juntura de ambos volúmenes tan opuestos, sobre el techo del Kaispeicher, se sitúa la que se denomina la Plaza (una "bisagra entre lo nuevo y lo viejo" según H&dM), espacio ya abierto al público y a la que se accede por una ceremonial escalera mecánica que atraviesa el interior del violentado almacén. El auditorio, de 2.100 asientos, tiene una disposición similar (orquesta y escenario en el centro) a la Filarmónica de Berlín a cargo de Scharoun (también como dicho edificio recuerda a un buque varado, no en vano el arquitecto alemán era originario de la marinera Bremen), distribución que Hd&M comparan igualmente a un estadio de fútbol y al teatro Globe de Shakespeare nada menos. Además, el flamante edificio aloja 45 apartamentos de lujo y un hotel de 250 habitaciones (ya puedes reservar , se estrenó ayer) con los que los ilusos promotores pretendían pagar la ampliación. De los 77 millones presupuestados inicialmente la cosa acabó en 789, o sea, diez veces más. No llega a las 14 más que supuso la Ópera de Sidney pero ahí le anda. El aluvión de críticas por semejante calatravada, más aún en la muy luterana Alemania, ha sido brutal, hasta tal punto que los suizos admiten que este proyecto ha estado a punto de acabar con su carrera profesional, como recoge el artículo que le dedica Oliver Wainwright en The Guardian. De hecho, el tema llegó incluso al parlamento germano, que encargó un informe de 800 páginas en el que se critica, por ejemplo, el coste de las escobillas de inodoro en los servicios públicos del edificio (a 291,97 eurillos de nada la unidad). Lo que me recuerda que en esta misma ciudad hará no más de dos o tres años, una  escobilla de baño devino icono ideológico cuando, en medio de unas duras protestas anticapitalistas (la versión alemana de nuestro 15-M), la policía detuvo a un hombre que escondía una, quién sabe si por haberla afanado (al precio de las que hoy adornan las Toiletten de la Filarmónica no me extraña) o por tratarse de un objeto potencialmente peligroso, y es que donde esté una buena escobilla que se quite una porra o un táser. En fin, igual el objetivo de dotar los baños del flamante edificio con tan lujoso instrumental era que los usuarios, generalmente reticentes a utilizarlas, se vieran tan atraídos por su diseño que acabasen dejando el inodoro niquelado. Pero dejemos tema tan escatológico (no sería la primera vez) y prosigamos.

Igual H&dM se han pasado aquí de frenada
Al siempre perspicaz Wainwright, que califica al nuevo edificio como el milagro de Hamburgo o una catedral de nuestro tiempo, la ampliación le recuerda a una descomunal y cristalina tienda de campaña que sobresale por encima del romo skyline hamburgués con una silueta de olas marinas, "como un pedazo de mar que hubiera sido congelado, cincelado fuera del agua y elevado con grúa a su actual posición". A mí, ya puestos, me recuerda a Calvin, ese popular personaje de cómic, pero es que uno no pasa de aficionado dominguero. Nos guste o no, nadie puede negar su espectacularidad y el soberbio alarde arquitectónico que supone. Y el interior no es menos reseñable. El crítico inglés destaca en el auditorio (entre otros detalles) una suerte de enorme seta mágica invertida que pende del techo, que aparte de mejorar la acústica hace las veces de galáctica araña de techo.

Curioso es cómo han anunciado la finalización de las interminables obras (más de una década) en el nuevo icono hamburgués: iluminando la cristalina fachada estratégicamente para que apareciera la palabra Fertig (acabado). ¿Se refiere a la Filarmónica o a la arquitectura espectáculo? No me seas iluso. Acabamos nosotros también con la cita de rigor:
"Mucho menos aún importa la cuestión de la falta de funcionalidad, el inflado a posteriori de los costes o los graves defectos constructivos que presentan muchos de estos monumentos inmediatos. Una proporción desmesurada de los edificios-espectáculo son museos sin colección o galerías de arte fingidas, salas de exposición extravagantes en las que el continente es la auténtica atracción.(...) El público no está realmente interesado en ver edificios que funcionen; quieren ver construcciones raras, expresivas, melodramáticas, llenas de poesía estridente, y, puestos a elegir, si es posible, que sean también violentas, catastróficas, grotescas y espeluznantes. Pero esta actitud no es exclusiva de la "era del espectáculo". Se remonta al panem et circenses del Imperio Romano, a la afición medieval y moderna a contemplar ejecuciones en plazas, a los monstruos mal labrados y las grutas con sorpresa de los jardines manieristas a la moda, a las menageries barrocas con sus extraños animales orientales y los carnavales venecianos del siglo XVIII, al auge de la novela popular gótica y romántica, al entusiasmo por la guerra de los futuristas italianos, y también, y de forma muy especial, al éxito seguro, en el cine, de las historias de catástrofes o invasiones. Es nuestro lado decadente, la atracción del abismo que nos fascina en las prisiones de Piranesi. La muerte, la abyección, la destrucción y lo grotesco han sido siempre objeto de deleite, y nuestra época, en este sentido, tiene sus propias obsesiones: el fin de todas las cosas, lo inhumano y la ausencia de forma, lo inestable y lo desarticulado". (David Rivera, El monumento que cayó del cielo. Arquitectura-espectáculo y colisiones urbanas a principios del siglo XXI, en Teatro Marittimo n.4).