sábado, 28 de noviembre de 2015

White Saturday


"El color blanco en la Arquitectura, más claramente aun que en la Pintura, es algo más, mucho más, que una mera abstracción. Es una base firme y segura, eficaz, para resolver problemas de Luz: para atraparla, para reflejarla, para hacerla incidir, para hacerla resbalar. Y controlada la Luz e iluminados los blancos planos que lo conforman, el espacio queda controlado. ¿Y cuál es la magia de la Arquitectura sino este poner en prodigiosa relación al hombre y al espacio a través de la Luz? (...) El color blanco es el símbolo de lo perenne, lo universal en el espacio y lo eterno en el tiempo. Y el tiempo, siempre acaba volviendo blancos los cabellos, y la Arquitectura. 
¿No es el blanco como la música callada frente al fragor de la superficialidad que nos acosa? Silencio ante tanto ruido atronador. Desnudez ante tanto ornamento sin sentido. Rectitud ante tanta oblicuidad inútil. Sencillez ante tanta complicación. Ausencia presente ante tanta presencia vacía". (Alberto Campo Baeza, La idea construída).

Fotos: Museo arqueológico de Praça Nova do Castelo de São Jorge en Lisboa, de Carrilho da Graça. Más aquí.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Enseñar el espacio


Así que lo del aula sin muros ya lo había inventado Gropius.


"La arquitectura es una parte muy importante de la sociedad, pero es la menos articulada de todas. Es muy extraño, todos vamos a la escuela, aprendemos a contar, aprendemos lengua, aprendemos geografía...y todos vivimos en edificios, pero apenas hay enseñanza sobre el espacio ni sobre cómo expresar nuestra experiencia dentro de ese espacio. Todo el mundo reacciona ante los edificios y se ve afectado por ellos, pero no son capaces de articular esas reacciones. Es una cuestión mucho mayor, en realidad. Creo que todas las personas deberían ser educadas en materia arquitectónica. Sería mucho mejor, habría mejores clientes, habría mejores alcaldes, todo el mundo sería mejor". (Entrevista a William J.R. Curtis en Jot Down).

sábado, 14 de noviembre de 2015

Malos humos

May the Force be with you, Manuela


"Muy en su papel de abuela entrañable, envuelta en un aroma a galleta recién horneada, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, se permite el lujo de cometer algunos deslices encantadores.(...) El protocolo anticontaminación no es perfecto, pero obedece a principios muy razonables. No es tanto el plan, básicamente una perogrullada (si los motores de combustión agravan la contaminación durante periodos climáticos específicos, lo lógico es reducir el tráfico), cuanto que cualquier solución de emergencia necesita ser probada en tiempo real y con actores de carne y hueso. Y este es el asunto de importancia que se está ventilando en Madrid.

Ninguna ciudad está preparada para pasar de un marco de libertad absoluta de circulación (defendida sañudamente por el PP, a pesar de que obliga a los madrileños a respirar un aire sucio y peligroso para la salud) a un escenario de tráfico limitado en función de la calidad del aire. (...) Sólo la práctica perfecciona las medidas de emergencia.

Desde esta perspectiva, la virulencia de quienes acusan al Ayuntamiento de imprevisión, falta de recursos y conducta atropellada carece de justificación. Los argumentos son defendibles, pero carecen de relevancia ante el hecho incontrovertible de que las situaciones excepcionales exigen respuestas políticas rápidas. Mientras Botella preparó un plan con la intención expresa de no aplicarlo (no se prestó atención a las mediciones de partículas y se cambiaron de sitio las estaciones cuando los resultados eran comprometedores), el concejo de Carmena ha entendido que la virtualidad del plan consiste en demostrar que puede aplicarse." (Jesús Mota, La perfección nace de la práctica, piensa Carmena en El País de hoy).

domingo, 8 de noviembre de 2015

Abogados del diablo


El New York Times ha pedido a varios arquitectos de prestigio que defiendan un edificio maldito. Te cuento lo que ha salido.



El edificio más odiado de París es sin duda la Torre Montparnasse. Finalizada en 1973 fue tan aborrecida por su absoluta desproporción y desconexión (con perdón) respecto al skyline parisino que generó una normativa urbanística específica impidiendo que se pudiera volver a levantar semejante cosa en la Ciudad de la Luz. Pues viene Daniel Libeskind, abogado de causas perdidas (ver NYC) y la defiende (Viñoly también lo podría haber hecho): "Los parisinos quedaron aterrorizados cuando la vieron, y cuando abandonaron la torre también abandonaron la idea de una ciudad sostenible de alta densidad.(...) Los parisinos reaccionaron estéticamente, como son tan proclives a hacer, pero no consideraron las consecuencias de lo que significa ser una ciudad vital y viva frente a una ciudad museo. (...) No es una coincidencia que la gente vaya a Londres no en busca de trabajo sino por el espacio disponible. Ninguna compañía joven se puede permitir París". Pues tiene su parte de razón. Y es que los rascacielos son necesarios, incluso allí, como prueba el hecho de que hayan tenido que llevarlos a esa especie de parque temático-arquitectónico que es La Défense (que administrativamente no pertenece a París), un agobiante zoo de cristal donde lucen en descomunal  freak parade.


Zaha Hadid ejerce su particular defensa de un inmueble que no te podrías esperar: el edificio de gobierno del condado de Orange en Goshen (Nueva York) de Paul Rudolph. La arquitecta de la curva y las formas fluidas se descuelga apoyando un edificio rectilíneo, entrecortado y seco que quizá debería haber encontrado un apoyo más lógico en Ando, Siza o Souto de Moura. Pero no, ahí tenemos a la anglo-iraquí defendiendo al autor de la no menos maldita Facultad de arquitectura de Yale (de la que era a la sazón decano cuando se autocontrató; el incendio que dejó al edificio muy tocado un par de años después de su inauguración habría sido provocado, según el obituario que del arquitecto hizo el propio NYT, por unos alumnos de la facultad...), veamos lo que dice Zaha: "Hoy en día la gente piensa que los edificios públicos deberían ser más floridos, pero estos eran tiempos [los 60] en los que la gente hacía proyectos duros. (...) El trabajo de Rudolph es puro, pero la belleza está en su austeridad. No hay añadidos para hacerlo educado o bonito. Es lo que es" (vaya, como Gloria Gaynor). A Zaha y Rudolph al final les une su divismo autista y su inquebrantable determinación. Fíjate en la siguiente perla del americano: "Puede que Gropius se equivocara al creer que la arquitectura es un arte cooperativo. Los arquitectos nunca estuvieron hechos para trabajar juntos. La obra es tuya o es de otro" (en Norman Foster de Deyan Sudjic).


Por cierto que Foster, alumno de Rudolph, también está presente en el artículo que nos convoca hoy. Su defendido, bastante desconocido, es el aeropuerto Tempelhof de Berlín. Fue levantado por el arquitecto Ernst Sagebiel, discípulo de Mendelsohn, que acabaría convirtiéndose en un arquitecto del régimen nazi. El aeropuerto, que fue clausurado en 2008 y reconvertido en parque y equipamiento cultural, lleva además el estigma de haber sido vecino de un campo de concentración. Foster habla de una arquitectura heroica, pero no en un sentido pomposo o vacuo sino como capaz de levantar el espíritu. "Los monumentos, si investigas su ascendencia, pueden revelar cosas inquietantes sobre el pasado. Sin embargo, tienen cualidades duraderas que, consideradas desde sus propios méritos, son quizá un ejemplo para nosotros". Una elección polémica la del Lord, pero no olvidemos que lidió con ese mismo fantasma para su reforma del Reichstag con notable éxito.



Vincent van Duysen, que he de reconocer que no conocía de nada, elige el Pompidou de Rogers y Piano. Hoy en día es una atracción turística de primer orden en París, pero en el momento de su inauguración (1977), su agresiva apariencia fabril supuso toda una conmoción para los parisinos. Como dice Duysen, "la arquitectura entonces necesitaba hacer cosas de manera diferente, como un shock. El shock libera muchas emociones y percepciones". Ya te digo. Vangelis, que por aquel entonces vivía en París, compuso un album dedicado al edificio (Beaubourg) que no hay por dónde cogerlo, a ver si lo aguantas más de un minuto. A un nivel más instinto básico, una vecina que reconoció a Rogers le soltó un paraguazo en toda la cabeza. Por cierto que Rogers, genio y figura (y también alumno de Rudolph), sigue hoy en día provocando parecidas emociones. Según cuenta Vladimir Belogolovsky en Conversations with Architects, una señora (igual era la misma) señalaba alarmada al Leadenhall (Rallador de queso para los amigos) de Londres, diciendo que era peligroso que la gente pasara cerca de un edificio en construcción, cuando la torre ya estaba acabada.

Apadrina un edificio maldito. Qué culpa tiene él. 

domingo, 1 de noviembre de 2015

El museo ciego


Volvemos a Lisboa

  Asistimos hoy en día a una fiebre por reconvertir antiguas fábricas en museos, aquí hemos recogido unos cuantos, pero no te pienses que es nada nuevo. Uno de los ejemplos más curiosos está en Lisboa, donde se inauguraba en 2008 el Museu y Fundação de Oriente fruto de la rehabilitación nada menos que de un almacén de bacalao a cargo del estudio de Carrilho da Graça, seguramente el más rectilíneo de los arquitectos portugueses, título que tiene especial valor si tenemos en cuenta lo que les va el paralelepípedo puro y duro a la mayoría de sus colegas y compatriotas (a veces pienso, ya lo he dicho alguna vez, si no será por reacción a la desmesurada artificiosidad del estilo manuelino).


Carrilho da Graça, que trabajó aquí junto al arquitecto Rui Francisco, tuvo que enfrentarse a no pocos problemas, empezando por el tufo a bacalao que, según reconoce el arquitecto al frente del proyecto (Francisco Freire), les hizo dudar seriamente sobre la viabilidad de la obra. Y eso que el edificio, que se construyó expresamente como almacén para pescado, llevaba cerrado desde 1992. Junto a ello, y a pesar de su poco glamuroso uso, resulta que se trataba de un edificio protegido, levantado por João Simões Antunes al inicio de los años 40 en la estela del Movimiento Moderno. Tenía hasta nombre, que ya es raro para un mero almacén, Edifício Pedro Álvares Cabral, y no uno cualquiera (aparte de premonitorio): Cabral fue un importante explorador luso que descubriría Brasil en un viaje allá por 1500 que tenía por destino la India (el edificio además se encuentra en la zona portuaria de Lisboa, así que todo encaja).



El caso es que convertir un almacén de pescado con pedigrí en museo no fue fácil. Los techos tenían poca altura y las fachadas eran ciegas (y no se podía modificar por tratarse como digo de un Monumento de Interesse Público), pero al cabo la modélica rehabilitación, haciendo de la necesidad virtud (no hay nada como las limitaciones para fomentar la creatividad, ya lo dice, entre otros, Aravena: Sin reglas no hay libertad) ha reconvertido el contenedor lecorbuseriano en recinto mágico donde se explota la oscuridad (en algunos momentos excesiva) para dar mayor realce a las magníficas obras expuestas. Se ubica a la vera de la Avenida de Brasilia, que comunica el centro de Lisboa con Belém, una vía rápida que está atrayendo variopintos e interesantes museos como el de carruajes, la electricidad o el que ocupó la entrada de hoy.