domingo, 31 de mayo de 2015

Muñoz Molina sobre el Whitney

Piano, en pose balderunneriana


"En las calles del Meatpacking District que llevan al nuevo Museo Whitney el pavimiento sigue siendo el de hace veinte o treinta años, el mismo que pisaba uno cuando este barrio, todavía a finales de los noventa, olía intensamente a carne picada y a carne podrida, a sangre y a sebo, a los residuos últimos y a las carcasas peladas de los animales sacrificados en los mataderos.... (sigue leyendo este brillante artículo de Antonio Muñoz Molina, publicado ayer en Babelia, aquí).

domingo, 24 de mayo de 2015

El tiempo entre costuras

"Tratamos de crear una situación en la que lo viejo y lo nuevo pudieran trabajar suavemente juntos"
El diablo, el papa (el anterior) y Koolhaas visten de Prada. El  holandés, que ha trabajado a menudo con la empresa italiana creando sus tiendas insignia en Los Ángeles y Nueva York, un pabellón temporal en Seúl que podía rotar e incluso varias pasarelas para desfiles (diseñadas por AMO, el think tank de OMA), acaba de estrenar en Milán la Fondazione Prada, un museo a mayor gloria de la centenaria firma. Puedes ver al holandés aquí posando junto a los Prada y Matteo Renzi en la fiesta de inauguración del museo a la que asistieron glamurosas celebrities del mundo del arte como Damien Hirst, Steve MacQueen, Obrist, Kapoor o Dasha Zhukova (con quien Rem ha trabajado en el museo de arte contemporáneo Garage de Moscú). Me tienta, y mucho, hablar de algunos de sus alucinantes estilismos, pero eso sería demasiado off-topic.

Centrémonos en el museo. OMA ha cogido una antigua destilería desperdigada en varios edificios a las afueras de Milán y  le ha dado una vuelta renovando los antiguos pabellones y creando tres nuevos: el llamado edificio Podium, que albergará exposiciones temporales, un cine envuelto en espejos (donde estos días se proyecta un documental sobre Prada a cargo de Polanski) y una torre de hormigón, aún no finalizada, que será una especie de silo donde se almacenen obras de arte. Teniendo en cuenta la gran extensión del campus (el doble de grande que el nuevo Whitney), sorprende la necesidad de construir en altura, pero por supuesto Koolhaas lo explica: "Por alguna razón el arte se siente diferente a ras de suelo que en un piso 10". Pues claro. Los sobrios almacenes preexistentes son tratados por Koolhaas, como él mismo recalca, con el máximo respeto. Buena muestra de ello es la piel dorada (es una lámina de oro de verdad) con la que ha envuelto uno de ellos, el que el propio arquitecto denomina "Casa encantada" por el estado calamitoso en que se encontraba. Gracias a esta respetuosa intervención el adusto edificio tiene ahora un cierto aire a nightclub de carretera.

El objetivo del proyecto, volvemos a citar al autor de S, M, X, XL, es la interacción entre lo nuevo y lo viejo: "Aquí lo nuevo y lo viejo se enfrentan entre sí en un estado de permanente interacción. No están pensados para ser vistos como una unidad. No trabajamos con el contraste sino con lo contrario, tratamos de crear una situación donde lo viejo y lo nuevo puedan trabajar suavemente juntos, y de hecho aparecen a veces fusionados de tal manera que no puedas distinguir en ningún momento si estás en una situación nueva o vieja. Esa fue exactamente nuestra ambición" (parece un consejo para los futuros gobiernos, previsiblemente fragmentarios, que salgan de las elecciones de hoy: ¿Sabrán nuestros políticos hilar tan fino?). Lo de trabajar suavemente juntos (seamlessly es la palabra que usa el arquitecto, esto es, sin costuras -seam-, de manera fluida, sin interrupción), no acabamos de entenderlo viendo algunas de las fotos, que muestran unos tremendos costurones que recuerdan a la desdichada criatura ensamblada por Victor Frankenstein. Y por cierto, más sorpresas: la cafetería está diseñada nada menos que por Wes Anderson, el director de El gran hotel Budapest, en su inigualable estilo.

Aunque haya dado la impresión contraria me gusta el proyecto, me encantaría verlo. Koolhaas, de nuevo como Frankenstein, ha dado vida a un conglomerado de edificios muertos y sin valor que eran carne de piqueta. Lo único que nos gustaría es que, de una santa vez, hubiera coherencia entre lo que dice y lo que hace. A veces tengo la sensación de que se cachondea vilmente de nosotros. En fin, asumiremos que nunca le acabaremos de comprender, y a lo mejor es por eso precisamente por lo que, en el fondo, nos gusta. Al fin y al cabo, como recordaba Enrique Vila-Matas en un soberbio artículo ayer en El País, Einstein decía que lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible.







domingo, 17 de mayo de 2015

domingo, 10 de mayo de 2015

Conecta como puedas

Y la nave va...

Entramos en campaña, y en una que se adivina complicada. Se ve a nuestros políticos más atacados que la nave de Star Trek. Y en este caldo de cultivo sin igual, surge con fuerza el surrealismo, Marca España en momentos de particular tensión. Los partidos se lanzan en tromba a buscar el voto en plan Mad Max, como si no hubiera mañana (para alguno de ellos no lo va a haber), y la ciudadanía contempla atónita prodigios sin cuento. Tenemos por ejemplo a uno que ha sido defenestrado porque no era lo bastante orgánico y de tan etéreo necesitaba volar liberado del aparato. Tenemos a otra que propone que como los pobres dan mala imagen a los turistas, pues se les quita de la calle (¿para llevarlos adónde?) y aquí paz y después gloria (recomendamos a la alcaldable en cuestión la lectura del relato Soapy´s Choice de O. Henry, aquí en inglés). Y tenemos a un tercero que ha propuesto nada más y nada menos que recuperar las naumaquias en el estanque de El Retiro madrileño. De nuevo, parece un titular de El Mundo Today, pero es real. Las naumaquias eran unos combates navales representados en enormes piscinas construidas ex profeso ya desde la época romana, algo así como la versión acuática de las luchas de gladiadores. Con las terribles escenas que vemos en el Mediterráneo casi a diario, suena a broma pesada.

Llegados a este punto convendría recordarme que esto es un blog de arquitectura, así que a ver cómo conecto. Pienso en el nuevo Whitney, y a ver qué me sale. Con mucha imaginación, podríamos decir que el recién estrenado museo, destacando con su extraño envoltorio cristalino sobre las fachadas de ladrillo del meatpacking district neoyorquino, barrio en tiempos industrial y sin glamour pero ahora devenido en pijo destino turístico gracias a intervenciones tan interesantes como el High Line (una antigua línea ferrea elevada para trenes de mercancías en los años 30 reconvertida en parque elevado) o edificios icónicos de Nouvel o Gehry, parecería un carguero conradiano que marcha solo, etéreo, en singular naumaquia al encuentro de su rival. Que conste que lo del símil naval lo usan también Jonathan Glancey y Oliver Wainwright (este último habla de rompehielos) en respectivas críticas sobre el museo. Pues eso, puro romanticismo industrial (el oxímoron es de Christina Rosenvinge). ¿Qué, he salido de esta? Va a ser que no, pero con lo que me ha costado el primer párrafo ahí se queda.

La crítica británica ha sido bastante más benévola que la americana con el edificio. Según recoge un interesante artículo de Kosme de Barañano para El Mundo, Justin Davidson dice del nuevo Whitney que "la cosa podría haber llegado en un paquete plano de Ikea y luego haber sido prodigiosamente mal montada". Y es que, visto en fotos, el museo es que no hay por dónde cogerlo. Cada fachada parece pertenecer a un edificio diferente, a cuál más feo. A lo mejor lo que le ha pasado a Piano es que  ha querido conectar en vano referencias demasiado dispersas (como yo aquí hoy): el antiguo Whitney de Breuer y su fachada brutalista con una aparente voluntad de disgustar; el duro pasado fabril del barrio; la High Line, verdadero icono del distrito (Wainwright dice que el museo es un High Line vertical con sus pasarelas voladas como continuando el parque elevado) y el probable deseo del arquitecto, tras los elegantes diseños corporativos como el Shard o el centro Botín, de reivindicar su lado bad boy (a Wainwright le dice con cierto orgullo que aún lo es), ese que en los 70 hizo aterrizar una refinería (el Pompidou) en pleno Marais parisino... ¿Resultado? Pues como esta entrada, un lío inconexo.

En lo que todos los críticos coinciden es en señalar su prodigioso interior. El museo ofrece unas salas realmente magníficas, amplias, iluminadas, conectadas de manera fluida, lo que permite disfrutar de las obras mucho más que en museos más convencionales. Es sin duda un edificio diseñado de dentro afuera teniendo muy en cuenta su función. Con todo, Davidson aún le pone una pega: en su afán por abrir el museo al barrio con espectaculares vistas (Piano habría seguido ahí una estrategia opuesta a Breuer, cuyo museo estaba cerrado a cal y canto al exterior), consigue que el visitante acabe por distraerse con el fabuloso skyline sobre Manhattan (es en ese sentido "un museo en conflicto consigo mismo") y sentencia, en su interesante crítica, que "es tan sensible a su localización, tan entregado a su misión y tan generoso en su suministro de vistas, luz y comodidad, que confunde virtud con personalidad". Pues yo prefiero un edificio eficiente a uno efectista. No te pierdas lo que dice Zabalbeascoa en El País de ayer sobre el inesperado ganador del Mies: "Valorar más la imagen de un edificio que sus consecuencias y los valores que transmite es una manera anticuada de entender el potencial transformador de la arquitectura".

Finalmente decir que Piano triunfa donde otros fracasaron: el recientemente fallecido Graves, que diseñó un proyecto que embutía al edificio de Breuer en un asfixiante decorado posmoderno, y Koolhaas, que le colocaba encima una amenzante excrecencia robótica. Ambos proyectos fueron tumbados, seguramente porque no servían al Whitney sino que se servían de él. El de Piano triunfa precisamente porque es lo contrario a ellos. Jonathan Glancey lo deja muy claro: "El nuevo Whitney es evidentemente un servidor del arte, una fábrica para el arte". Acabará, también, por gustarnos.