domingo, 24 de noviembre de 2019

Delirios (3)




"Un hotel es ya una trama: un universo cibernético con sus propias leyes, que genera unos enfrentamientos fortuitos entre seres humanos que nunca se habrían conocido en otro sitio. El hotel ofrece una fecunda sección transversal de la población, una interrelación ricamente tejida entre las castas sociales, un campo para la comedia de costumbres en conflicto y un fondo neutro de operaciones rutinarias para dar relieve dramático a todos los incidentes.

Con el Waldorf, el propio hotel se convierte en una película, en la que se presenta a los huéspedes como estrellas y al personal como un discreto coro de extras con frac.

Al ocupar una habitación del hotel, el huésped compra su pase para un guión en continua expansión, adquiriendo así el derecho a usar todos los decorados y a aprovechar todas las oportunidades prefabricadas de interactuar con todas las demás "estrellas".

La película comienza en la puerta giratoria, símbolo de las ilimitadas sorpresas de la casualidad; luego se provocan tramas secundarias en los oscuros recovecos de las plantas inferiores, que se consuman -tras un episodio en el ascensor- en las zonas altas del edificio. (...)

Conjuntamente, el reparto interpreta una epopeya abstracta titulada Oportunidad, emancipación y aceleración. Una trama secundaria (sociológica) describe cómo un arribista ataja hasta lo más alto gracias a su estancia en el hotel. "Invertí mis ahorros en vivir en el Waldorf y en hacer todo lo posible por codearme con los grandes de las fianzas y los negocios [...]. Esa fue la mejor inversión que he hecho en toda mi vida", confiesa Forbes, el futuro magnate.

En otra parte de la intriga, las mujeres que allí se hospedan quedan libres para hacer carrera gracias a que el hotel se hace cargo de todas las molestias y responsabilidades que supone llevar una casa, lo que conduce a una liberación acelerada que desconcierta a los varones, repentinamente rodeados de "criaturas hiperemancipadas".(...)

En una historia más romántica, el muchacho de al lado se convierte en el hombre del piso de arriba, siendo su claqué medio de comunicación indispensable en el rascacielos: un código morse del corazón interpretado con los pies. (...)

Hasta 1800, en el terreno del primer Waldorf pastaban vacas de verdad. (...) Otros 35 años más tarde, el Waldorf presencia la (re)aparición final del concepto "vaca" en una de las tramas secundarias más ambiciosas del hotel. 

La cronista de sociedad Elsa Maxwell -que se define a sí misma como "peregrina de hoteles"- ha vivido en las torres Waldorf desde su inauguración. Para cultivar sus contactos, organiza una fiesta anual en algún lugar del edificio. 

Como le gusta poner a prueba a la dirección del hotel, el tema de cada uno de estos acontecimientos se escoge para que sea lo más incompatible posible con los interiores existentes. De hecho, "el vano y enloquecido empeño de sacar de sus casillas al capitán Willy" (que es el encargado del departamento de banquetes del Waldorf), llega a ser, al poco tiempo, "la única razón de la continua y siempre creciente extravagancia de mis bailes de disfraces". (...)

"-Capitán Willy, en este salón de baile de Jade voy a dar una fiesta campesina, un baile popular. Voy a poner árboles con manzanas de verdad, aunque las manzanas tengan que estar sujetas con pinzas.(...) Voy a poner tendederos de un lado a otro del techo, de los que colgará la colada familiar. Voy a poner un manantial de cerveza. Voy a poner establos con ovejas, vacas de verdad, burros, ocas, pollos y cerdos, y una banda de música country
-Sí, señora Maxwell -dijo el capitán Willy-, cómo no.
Para mi sorpresa, le espeté:
-Imposible. ¿Cómo va a llevar animales vivos a la tercera planta del Waldorf?
-Podemos encargar unas zapatillas de fieltro para los animales -dijo el capitán Willy con convicción. Un Mefistófeles con frac". 

El centro de la fiesta de Maxwell es Molly, la vaca Moët, una vaca que da champán por un lado y whisky con soda por el otro. 

La granja de Maxwell completa un ciclo: la superrefinada infraestructura del hotel, su ingenio arquitectónico y todas sus tecnologías acumuladas aseguran conjuntamente que en Manhattan el último grito es lo mismo que el primero". (Rem Koolhaas, Delirio de Nueva York. Cita Hotel Pilgrim de Elsa Maxwell).




domingo, 17 de noviembre de 2019

La belleza de las cosas inconexas (2)



Te traigo hoy el proyecto ganador para una terminal ferroviaria en Tallin a cargo de Zaha Hadid Architects. Impresionante cómo el nodo de comunicaciones enlaza con elegante fluidez y sin aparente esfuerzo tal maraña de líneas de ferrocarril, tranvía y autobús, sirviendo a su vez como puente que conecta los barrios separados por los raíles. Hub, puente e icono por el mismo precio.

La estación estonia viene a cuento, e incluso a colación, porque yo quiero una cosa igual. No solo para mi ciudad o España, sino para mi vida. Un puente elegante, sin un solo remache, sin el más mínimo aspaviento, que cruce aguas turbulentas como si nada. Ya lo decía Roland Barthes en su libro Mitologias de 1957 hablando del también fluido diseño del Citroën DS (el Tiburón): "Es bien sabido que la tersura es siempre un atributo de la perfección porque su contrario revela una operación técnica y típicamente humana de ensamblaje. La túnica de Cristo no tenía costuras, igual que las naves de la ciencia-ficción están hechas de metal continuo.(...) En el DS encontramos los inicios de una nueva fenomenología del ensamblaje, como si progresáramos desde un mundo donde los elementos están soldados a un mundo donde están yuxtapuestos y unidos por la sola virtud de su maravillosa forma, que por supuesto nos conduce a la idea de una naturaleza más benigna". 

Esta estación-puente, que puede remitir al pabellón-puente de Zaragoza también de Hadid, es toda una revelación y hasta acaso un signo de los tiempos. La arista ya no se lleva, la arruga dejó de ser bella y hasta el colegial más disruptivo ha oído hablar de la modernidad líquida de Bauman. En su lugar se impone el alabeo lábil, la costura invisible, la flexibilidad. Byung-Chul Han habla de la "sacralización de lo pulido" (y pone como ejemplo las esculturas de Koons) en La salvación de lo bello, aunque no está muy de acuerdo con una belleza despojada de toda contradicción que al cabo es la que logra conmovernos y conducirnos a la reflexión.

En estos tiempos de fragmentación extrema, donde todos reivindicamos, y mejor con gran alharaca, una determinada especificidad que nos distinga de la masa, el gregarismo conciliador es cosa del pasado. Es como aquella posmoderna Strada Novissima de la primera Bienal veneciana, todo un freak parade arquitectónico levantándose en armas contra la uniformidad moderna. Difícil, eso sí, encontrar un camino vertebrador en medio de esta imposible sinfonía unas veces apasionante, cansina otras, de voces disonantes. Algo parecido venía a decir Hannah Arendt en The Human Condition (cita que encuentro en una reciente conferencia de Kenneth Frampton): "Pero si no fuera relatado por los hombres y sin darles cobijo, el mundo no sería un artificio humano, sino un cúmulo de cosas inconexas al que cada individuo aislado podría arrojar un nuevo objeto. Sin el artificio humano para alojarlos, los asuntos humanos serían tan fluctuantes, fútiles y vanos como el deambular errante de las tribus nómadas".  

En este contexto inconexo la arista parece poco apropiada para lograr un mínimo común denominador, el artificio humano de Arendt, imprescindible para avanzar. Andrea Rizzi, en un interesante artículo de nombre Claves históricas, institucionales y culturales de por qué Italia ya tiene gobierno y España no, publicado en El País hace un par de meses, decía: "Ambos países son muy diversos y albergan diferentes matices culturales y sociales en su interior. Pero hay denominadores comunes. La dulzura del escenario natural italiano es el punto de partida de una línea que abarca Rafael y Botticelli, la elegancia del design italiano, plazas principales de forma redonda u oval y una actitud vital que busca soluciones no a través del choque, sino más bien a través de la maniobra. Los serios paisajes de la meseta castellana conducen a una austeridad plasmada en ciertos cuadros de Goya o Velázquez, en tantas plazas cuadradas en tantas ciudades, en una actitud humana a menudo directa y valiente, pero a veces ineficazmente obstinada". 

En nuestra realidad coral y a menudo disfuncional parecen ser más necesarios que nunca muñidores de extremos, capaces de convencer más que de vencer y de crear dúctiles artificios que puedan alojarnos a cuantos más mejor. Habrá con todo quien piense que el eclecticismo es refugio de indecisos y débiles y reclame nostálgicas aristas. No son mayoría. Sea como fuere mucho sería ya pedir que el artificio en cuestión quedara tan falsamente fluido como la estación estonia de Hadid. Será inevitable, y bastante más honesto, que costurones y cicatrices queden a la vista. 

domingo, 10 de noviembre de 2019

Moneo, siempre




"La primera labor de un arquitecto consiste en construirse a sí mismo por dentro. Nada le puede salir bien si el equilibrio y la resistencia de los materiales no empieza por el propio espíritu, un trabajo inicial que Rafael Moneo (Tudela, 82 años) ha realizado como una obra maestra. A mi juicio, este personaje tiene tres características singulares: la forma de hablar, la de moverse y la de vestir. Moneo habla a la manera de los profesores anglosajones, con un aparente esfuerzo dubitativo, balbuciente, como si las cosas, aunque las conoce a fondo, se le ocurrieran en el momento de pronunciarlas. Parece como si su pensamiento tuviera varias opciones para cada problema y él tratara de elegir la más atinada a su voluntad de convicción. Por eso al hablar aprieta los puños y cierra los ojos con un impulso hacia dentro y a veces se cubre el cráneo con la mano para que las ideas no escapen. Usa mucho la palabra coraje, sin duda muy adecuada a su personalidad, ya que él se mueve siempre entre la polémica y el proselitismo. En ambas batallas se crece.

Moneo es un ser agónico de aeropuerto. En una semana puede habitar en Chicago, Estocolmo, Berlín o Milán, adonde quiera que le lleve la obra que esté construyendo simultáneamente. Dice que si uno cambia de sitio parece que no se repite y lo hace con la misma naturalidad con que en su estudio de Madrid se traslada de una a otra habitación y se asoma sobre la cabeza de cualquier ayudante para inspirar o vigilar el proyecto que está naciendo en el tablero o en la pantalla del ordenador.

Rafael Moneo presume de haber lucido un abrigo de cachemir, que en sus tiempos de Harvard sacó de un gancho por cinco dólares de las grandes cestas del ejército de salvación en Nueva York donde se encuentran las prendas exquisitamente ajadas que donan los multimillonarios. Jugar a vestirse así lo eleva a la máxima categoría estática, aunque solo fuera para divertir a Belén, su mujer. Los años de profesor de Harvard, aparte del premio Pritzker, el nobel de los arquitectos, le han dado un aire de elegante despistado que se fija en todo.

Bajo la luz de esta mañana de otoño, durante nuestro breve paseo desde su estudio de la calle Cinca hasta su casa de la calle Miño, en la colonia del Viso, recuerda los tiempos en Barcelona, cuando en 1970 ganó la cátedra en la Escuela de Arquitectura. Eran como hoy, días muy convulsos con la ciudad llena de barricadas, con la policía a caballo cargando contra los estudiantes. Pese a esta adversidad, en medio de los estertores del franquismo, fue un tiempo feliz compartido con sus amigos catalanes Bohigas, Correa y Rosa Regàs como en Madrid lo fue con los escritores Martín Santos y Juan Benet, sus contertulios del Gambrinus.

Si al terminar el bachillerato en los jesuitas de Tudela quiso estudiar filosofía para dedicarse al pensamiento honesto, desde su primer trabajo, una fábrica de transformadores en Zaragoza en 1963 hasta la creación del museo romano de Mérida, la reforma de la estación de Atocha, el cubo del Kursaal, el Museo del Prado, la honestidad la ha llevado a la arquitectura, al desafío y a la polémica. Moneo ha convertido el hangar de la vieja estación de Atocha en una sala de estar donde no es obligatorio ser viajero y ha despejado la plaza para que el sol entre desde el campo a la ciudad como un pasajero más. Con el edificio de Bankinter, realizado en colaboración con Ramón Bescós Domínguez, ha dado un ejemplo paradigmático de cómo pudo haberse salvado el Paseo de la Castellana de Madrid ya que ha asumido el palacio decimonónico del marqués de Mudela, sin dejar de ser una obra moderna adaptada a su función. En la Fundación Miró, una vez más, Moneo ha tenido que luchar contra un medio adverso, un barrio de Palma de Mallorca que ha ido creciendo convulsivamente hasta ahogar el estudio del pintor que levantó el arquitecto catalán Josep Lluís Sert en Son Abrines a mitad de los años 50. La creación de Moneo ha consistido en olvidarse del mar con un muro, convertir el espacio Miró en una isla interior para devolverle la primitiva inocencia y defenderla frente a la agresiva compulsión de alrededor.

Después de admirar la proporción racionalista con que el cubo del Kursaal se inmiscuye en la atmósfera de la ciudad de San Sebastián hay que reconocer el genio de Moneo para dialogar siempre con el paisaje y su poder para someterlo a su pensamiento. Moneo, maestro de arquitectos, ha hecho del eclecticismo una filosofía y de su forma de construir una dedicación al ingenio honesto. Tiene una huella digital muy personal por eso siempre se reconoce como un moneo cualquier obra que realiza. Su acción nunca grita, solo se limita a ejercer su espíritu didáctico y polémico, pero al final siempre conciliador. Conviene recordar que en medio del pesimismo agónico español existen todavía valores muy sólidos a los que agarrarse. Uno de ellos es Rafael Moneo". (Manuel Vicent, Rafael Moneo, un valor sólido donde agarrarse en El País de ayer). 


domingo, 3 de noviembre de 2019

Vente a Marte, Pepe


Hasta el 23 de febrero puedes ver en el Museo del Diseño de Londres una exposición de nombre Mudarse a Marte. Para la muestra se han diseñado habitáculos y mobiliario (creados por impresoras 3D), se expone un Mars Rover, el pequeño vehículo todo terreno que se mandó a Marte para recoger muestras de la superficie y hacer fotografías, se ha creado una fragancia marciana que acompaña al visitante con un olor según cuentan como a mosto seco y diferentes artistas y diseñadores han planteado propuestas ad hoc. Así, la empresa Hassell explica cómo se construirían las viviendas: en primer lugar una legión de robots levantarían las cáscaras protectoras (impresas en 3D in situ) y más tarde los habitáculos inflables que acogerían a los astronautas se insertarían en su interior (este video te lo explica mejor). Que conste que Foster ya tuvo esta idea. Alexandra Daisy Ginsberg propone a su vez colonizar Marte con plantas y bacterias resistentes que vayan dando una fisonomía menos agresiva al planeta (The Wilding of Mars lo llama). Un tal Christopher Raeburn ha diseñado incluso una línea de ropa y accesorios apta para lucir estilismo en el planeta rojo. Sin embargo parece que el comisario de la muestra no ha tenido a bien incluir algunas de las imaginativas ideas de Ridley Scott para Marte, la película que mucho nos tememos ha puesto el planeta de moda llevando al futuro la investigación que empezara la NASA en 2001 con la misión Odyssey (a la que puso música Vangelis). Por cierto que Rowan Moore reseña la exposición londinense en The Guardian sin demasiado entusiasmo, para finalizar citando el Contra natura de Huysmans: en dicho novelón crepuscular su protagonista se dispone a viajar a Londres desde París. Como preparación cena la noche anterior en un restaurante inglés en el que comen no pocos británicos, su tez de un rojo intenso al calor de los chuletones y el alcohol con el que generosamente los riegan. Al salir, una densa niebla y una pertinaz llovizna cubren la capital gala. El protagonista se percata entonces de que ya ha experimentado de manera suficiente a las gentes y el clima inglés así que decide ahorrarse el viaje, tal y como, señala Moore, deberíamos hacer nosotros con Marte.

Lo del planeta rojo será contra natura, pero lo está petando. Ahora resulta que en Madrid, un espectáculo de nombre Desafío total. Mueve tu culo a Marte, así mismo como lo oyes (digno heredero de los de Coney Island), te propone una experiencia de cine inmersivo, algo así como una mezcla de película y performance teatral con participación activa de los espectadores, que reproduce la conocida película de Paul Verhoeven. En la añeja (y hoy ya petarda) cinta, basada en un relato de Philip K. Dick, Schwarzenegger recibía implantes falsos de memoria que le permitían viajar virtualmente a los destinos más exóticos. Recordamos también, entre otros enloquecidos momentos que son santo y seña del director de Showgirls o Starship Troopers a una tremenda Sharon Stone pre-Instinto Básico repartiendo mandobles a mansalva y dejando al mismísimo Arnold postrado con certeros golpes, y todo ello mucho antes del Me Too y (algo menos) de aquello de que Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Tienes más información del evento marciano-madrileño aquí.

Todas estas crónicas marcianas, que diría Bradbury, te parecerán algo freak, pero que sepas que hay gente que se lo está tomando muy en serio. En Los Emiratos Árabes Unidos se está desarrollando el proyecto Mars 2117 que se plantea como objetivo construir en un plazo de cien años una colonia humana en el planeta rojo. A tal fin se ha ideado la Mars Space City a las afueras de Dubái, una ciudad que incorporará una gavilla de cúpulas interconectadas con diseño de BIG (quién si no) que reproducirán las condiciones de vida marcianas.

Marte se está convirtiendo en la nueva frontera, esperanza acaso para tantos oprimidos de opereta que se sienten incomprendidos en estados que juzgan represores. Quizá en el planeta rojo encontrarían acomodo todos esos descontentos de cuento que podrían fundar al fin la famosa república independiente de su casa en la que hacer lo que te venga en gana sin depender de nadie (el sueño burgués); la pena es que incómodo iba a ser un rato. Y es que no se puede tenerlo todo. O sí. Antonio Muñoz Molina dice que hay un lugar en el mundo donde se puede. No te lo pierdas.