jueves, 25 de julio de 2019

Nubes y lágrimas


Hoy toca hablar de Foster, que al fin recibe una buena noticia. Tras quedar tumbado su proyecto en  Londres (el Tulip), por no hablar del culebrón mexicano, acaba de ganar el concurso para la ampliación del Museo de Bellas Artes en Bilbao al que concurrían dos potentes pesos pesados, Pritzkers como él (Moneo y SANAA), dos jóvenes y rutilantes estrellas nórdicas (BIG y Snøhetta) y Nieto y Sobejano, el estudio madrileño curtido en ampliaciones. Sorprende semejante concurrencia (en total hubo 57 propuestas) para un proyecto modesto presupuestado en poco más de 18 millones de euros (7 veces más ha costado la galería James Simon de Chipperfield en Berlín de la que hablábamos hace poco), y es que Bilbao, será por lo del efecto, es mucho Bilbao. Todos los contrincantes menos SANAA y BIG ya trabajan o habían trabajado en suelo vasco y algunos incluso en la ciudad (así Foster, que diseñó su metro o Moneo, autor de la biblioteca de la universidad de Deusto). Moneo es el más reincidente en el País Vasco, ya que en Donostia tiene su premiado Kursaal, la iglesia de Iesu y uno de sus primeros edificios de calado, el Urumea, un imponente bloque de viviendas levantado en los 70 a la vera del homónimo río y que aún hoy sorprende por su apabullante modernidad. A su vez Snøhetta trabajan ya en el polémico metro donostiarra y también en la capital guipuzcoana tienen Nieto y Sobejano su brillante ampliación del Museo San Telmo. Decir por último que tanto Foster como Moneo son viejos conocidos del museo que hoy nos ocupa, ya que en 1996 fueron jurados de otra ampliación que finalmente acometería el equipo de Luis Uriarte, arquitecto con el que Foster se ha unido para el diseño de la presente remodelación. Más coincidencias: el presente director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, Miguel Zugaza, lo fue previamente del Prado, donde pilotó también sendas ampliaciones del museo madrileño: la de Moneo y la aún pendiente de acometer, el Salón de Reinos, a cargo precisamente de Foster. Antes de dirigir el Prado durante 15 años, Zugaza ya había sido director del de Bellas Artes de Bilbao, donde lideró la mencionada ampliación del 96. 

Foster, como el resto de contendientes, tenía que arreglárselas para ampliar al triple nada menos la superficie del museo bilbaíno, que dormitaba hasta la fecha un plácido sueño a la sombra asombrada del Guggenheim. Para ello, el de Manchester se ha inventado una nube alienígena que, flotando sobre el edificio original apenas se sujeta al suelo con esbeltas columnas formando triángulos, santo y seña del estudio (no por nada el proyecto lleva el lema de Agravitas), ala aleve que incorporará en su interior un impresionante espacio diáfano de 2.000 metros cuidados y alojará también, en una mezzanine, cafetería, oficinas, espacios de usos múltiples y, a los lados, sendas terrazas sobre el parque de doña Casilda de Iturrizar, donde por ahora se esconde el tímido museo. Otra significativa aportación del arquitecto que cerró el atrio del British Museum ha sido, precisamente, cubrir la pequeña plaza del museo donde se encuentra el monumento a Arriaga (el "Mozart vasco" muerto a los 19 años de edad), concluido en 1933 veintisiete años después de que fuera diseñado por Francisco Durrio, escultor que fuera amigo de Picasso y Gauguin. Merece la pena que nos detengamos mínimamente en este bello conjunto escultórico protagonizado por Melpómene, musa de la tragedia, que porta una lira y mira en forzada pose al cielo, acaso culpándole de la muerte prematura del compositor mientras se alza sobre un soberbio pedestal que recoge su chorro de lágrimas. A las habituales polémicas sobre diseño, emplazamiento y demás, hubo que sumar, cuando se inauguró, otra sobre la desnudez de la escultura. Xabier Sáenz de Gorbea, en un interesante artículo en Arte y Parte (nº 105), cita a un tal Juan de Eresalde, que la defendía con este florido verbo que no puedo sino incluir aquí:"Ningún rigorista podrá alarmarse ante el desnudo que corona el monumento. No es un desnudo sensual en el sentido estricto que se da a entender con el vocablo, el desnudo de la Musa del Arte; ni provoca en lo más mínimo los instintos carnales, pues es un desnudo de traza egipcia, un efebo, un desnudo ideal, casto, castísimo, ante el cual el temperamento hedonista no conseguirá estimular sus soterraños lascivos. El dorado del desnudo aleja aún más tales temores". Y, sin embargo, Franco ordenará retirar la escultura en 1948 y sustituirla por otra Melpómene, esta recatada y vestida, por supuesto. Por favor te lo digo. Solo en 1975, casi treinta años después, se repondrá la obra original. Fotos aquí.

Volvamos a Foster. Estábamos con el atrio, que quedará cubierto por la nube por arriba y de frente por el vidrio enmarcado por las doradas columnas, dorado que quizá remita al color de la escultura de Durrio. Melpómene seguirá llorando, mas ya nunca serán lágrimas en la lluvia. Pero justo encima de la cabeza de la musa, alzada al cielo con ira contenida, un oportuno óculo perfora la nube para que nuestra desconsolada musa pueda seguir mirando al infinito. Desde el óculo los visitantes que se encuentren tanto en la gran sala exposiciones como en la entreplanta podrán también mirar hacia el nuevo atrio, que Foster considera el corazón del edificio. Por último, pero no menos importante, la tercera intervención del arquitecto será modificar la entrada, ahora como escondida, que se hallará en la deslabazada plaza Euskadi, de la que ya hablamos en alguna ocasión aquí glosando la mezcla imposible entre la desproporcionada torre del recién fallecido Pelli, un bloque neomodernista al que hay que echar de comer aparte, otros de factura ultramoderna y varios bloques rimbombantes probablemente de los años 50; todo un zoo arquitectónico de difícil digestión. El nuevo museo añadirá aún más ruido, pero teniendo en cuenta que la plaza ya era infumable igual la acaba arreglando de rebote.

Foster lo ha vuelto a hacer: tras, como señalábamos, su victoriosa propuesta de ampliación y reforma del Salón de Reinos del museo del Prado con un diseño similar en concepto al que vemos aquí, en Bilbao el británico arriesga a fondo con un proyecto que responde a su exigente programa sin esconderse, poniendo en el mapa al eterno y retraído segundón con un lenguaje rabiosamente moderno representado por esa nube despeinada (quién sabe si guiño a los vascos Vaumm y su Basque Culinary Center, aunque Foster dice haberse inspirado en las estrías de las columnas clásicas, que así potenciaban su esbeltez), al mismo tiempo que respeta el museo existente, inaugurado en 1945 con diseño de Fernando Urrutia y Gonzalo Cárdenas. Compárese con el horror perpetrado por Steven Holl en la reciente propuesta de ampliación de otro museo en la República Checa, tan feroz es el ayuntamiento de lo nuevo y lo viejo que parecen enzarzados en descarnada lucha a dentellada limpia, te enlazo a imágenes, pero aviso de que pueden herir gravemente tu sensibilidad. Foster juega fuerte, sí, pero sabe que el cielo solo se puede asaltar nube a nube. A falta de ver el resto de las propuestas para el museo bilbaíno, nos parece -habló el experto- un fallo acertado.

domingo, 21 de julio de 2019

domingo, 14 de julio de 2019

Tecnócratas (ciudades y museos)


Ayer se inauguraba la galería James Simon de David Chipperfield, un nuevo edificio de 135 millones de euros sito en la isla de los museos berlinesa que servirá como acceso principal al complejo museístico de la capital alemana, una "acrópolis cultural" en palabras del visionario rey que la ideó, Guillermo IV de Prusia. Ha sido complejo para Chipperfield trabajar en contexto tan delicado, donde cinco imponentes museos de estilo neoclásico aguardaban, hoscos, a la nueva galería. De hecho el primer boceto del inglés fue duramente criticado por la prensa alemana, y hubo quien lo tildó de "aseos públicos glorificados". Chipperfield, acostumbrado a trabajar en la exigente Alemania (ya había diseñado el masterplan de la isla allá por 1999, y ahora mismo está rehabilitando la Neue Nationalgalerie, la última obra de Mies, por no hablar del Neues Museum), lejos de arredrarse volvió a sentarse al tablero para diseñar lo que hoy podemos ver: un apocado edificio, especialmente si lo comparamos con el mastodóntico Pergamon que se eleva justo al lado y donde se aloja, de ahí su nombre, el grandioso altar de Pérgamo (Chipperfield dice del museo vecino que es el "bully" -matón- de la Museuminseln, así que, con evidente mala baba, ha diseñado la puerta que comunica con él particularmente angosta, casi ridícula de tamaño -"es justo lo que se merece", apostilla, travieso, el británico al que tanto gusta Galicia). Algo parecido podría decirse de las columnas que incorpora el nuevo edificio, inevitables en semejante contexto neoclásico, y que tan malos recuerdos traen a los alemanes (Speer, el arquitecto de Hitler, las usó con paroxística profusión, así en el Campo Zeppelin, que no es sino un remake XXL del altar de Pérgamo). Chipperfield echa mano de ellas, pero las dota de una esbeltez anoréxica que de nuevo las hace casi risibles (tienen 9 metros de altura pero solo 30 centímetros de grosor, y hay 70), Wainwright, en reciente artículo para The Guardian las tacha de "surreales cerillas de cemento". Tomando referentes de aquí y allá (la rotunda angulosidad, aunque es santo y seña del inglés, puede también hacer referencia al que será último añadido del Pergamon, el cubo que cerrará su fachada hacia el canal Kupfergraben allá por 2023, diseño póstumo de O.M. Ungers, un arquitecto tan amante del ángulo recto como el autor del Veles e Vents valenciano), Chipperfield compone un edificio clásico y moderno a la vez, sobrio pero lujoso, tímido a la par que prominente.

Por si el exterior no fuera reto suficiente, en el interior de la James-Simon-Galerie Chipperfield tenía que cumplir con un exigente programa. Aparte de dar acceso al recinto con la inevitable grandeur, algo que se cumple con el exquisito uso de opulentos materiales, tenía que tener una sala de exposiciones, un auditorio, un guardarropa, una cafetería y la inevitable tienda, a lo que el inglés que remodeló el centro de Teruel añade una terraza "purposely purposeless" -algo así como a propósito sin propósito, inútil aposta, vaya- y unas escaleras que bajan, románticas (nadie más romántico que los alemanes), al pie del agua, aunque no se permite navegación alguna por el canal -"it´s an affectation", dice, díscolo de nuevo, el arquitecto. El edificio anfitrión también da acceso al Archäeologische Promenade, ambicioso túnel subterráneo que en un futuro conducirá a todos los museos de la isla menos a la Alte Nationalgalerie. ¿Y, por cierto, quién es el tal James Simon que da nombre a la galería? Pues fue uno de los mecenas que financiaron las expediciones arqueológicas cuyo fruto se exhibe hoy pujante en esta soberbia gavilla de museos. En concreto es gracias a Simon (judío, por cierto, pertenecía al influyente grupo peyorativamente conocido como Kaiserjuden que se reunía con Guillermo II a debatir temas de estado) que Alemania puede hoy exhibir el famoso busto de Nefertiti pues financió los trabajos de excavación de Ludwig Borchardt en la ciudad de Akenatón, donde fue hallada la bella escultura en 1911.

Envidiamos esa actitud humilde y distendida (al menos en apariencia) con la que Chipperfield ha encarado un proyecto tan difícil. Rebajándose a un mero arquitecto tecnócrata (como lo fue el propio Ungers, que echaba pestes de la arquitectura espectáculo que le tocó presenciar o como lo es nuestro Moneo), lejos del divismo de prima donna que tanto daño ha hecho a la arquitectura (y en tantos otros ámbitos sigue haciendo), ignoró crueles chanzas y se puso manos a la obra. Sin traicionar su estilo, con los espinosos mimbres de un cargado entorno que desdramatiza con sutil ironía, ha sido capaz de levantar un edificio que no pasa desapercibido por mucho que (supuestamente) lo intente.

domingo, 7 de julio de 2019

Ciudades rotas (y brutales)







"Rotterdam fue una ciudad rota. De alguna forma lo sigue siendo. Su arquitectura última, ultramoderna e impactante oculta histéricamente su penoso pasado reciente: fue arrasada en la Segunda Guerra Mundial cuando, el 14 de mayo de 1940, 90 bombarderos alemanes arrojaron sobre ella 97 toneladas de bombas. Frente a la típica arquitectura holandesa de pequeñas casas como de juguete, estrechas y de formas amables en ciudades con calles igualmente mínimas, Rotterdam exhibe unas calles exageradamente amplias, una arquitectura cuajada de hirientes aristas y unos rascacielos no menos desaforados y desafortunados. Rotterdam es la menos holandesa de las ciudades del país, y te deja un poso amargo. Da la sensación de que sus raíces han sido brutalmente extirpadas y sobre el doloroso vacío se ha querido construir una arquitectura alienígena que conduzca a una catarsis colectiva de olvido y redención. Me da que no se ha conseguido.

Paseando por la enorme avenida Westzeedijk en busca del Kunsthal de Koolhaas (qué decepción, encima era lunes y estaba cerrado, si hubiera podido entrar seguro que me habría gustado más) la sensación es de estar en una ciudad alienada y alienante, percepción que aún se acentuó más al acercarme al Het Nieuwe Instituut de Jo Coenen, otra decepción, qué edificio más inhóspito y cortante. La ciudad de las cicatrices invisibles, el tercer puerto más grande del mundo, siempre depara sorpresas arquitectónicas, aunque haya que tener estómago para asimilarlas. Su tendencia a las tallas XXL viene de lejos, ya en 1898 la Witte Huis, muy cerca de las Casas Cubo (otra famosa follie de la ciudad) fue el edificio de oficinas más alto de Europa (con 43 metros...), y uno de los pocos en sobrevivir a los bombardeos nazis. La última adquisición de la ciudad en este terreno es el De Rotterdam, de Rem Koolhaas, arquitecto que nació aquí y aquí tiene su estudio. De casta le viene al galgo. Por cierto que el masivo rascacielos (tiene unos modestos 150 metros de altura pero se extiende 100 metros) acaba de ser declarado el mejor edificio alto de Europa (el año pasado obtuvo el mismo galardón a nivel mundial otra torre de OMA, la  sede de la CCTV china). La torre holandesa no fue muy bien recibida por la crítica especializada, sea como fuere el edificio, junto al resto de las delicatessen arquitectónicas que se van levantado en el muelle Wilhelmina (a cargo de Foster, Piano, Siza, etc), y el puntiagudo puente de Erasmo (otro ilustre oriundo de la ciudad), se han convertido ya por derecho propio en la postal oficial de la ciudad.

La arista es bella podría perfectamente ser el lema de Rotterdam, aquí ya has visto granados ejemplos, pero las de la recientemente inaugurada Estación Central se llevan la palma. Pasaría perfectamente por un diseño de Libeskind, pero es de una UTE local formada entre otros por Benthem Crouwel, antes muertos que sencillos (autores también de la ampliación del museo Stedelijk de Amsterdam) y West 8, expertos en paisajismo (participaron en el  proyecto Madrid Río).

En fin, Rotterdam no es país para espíritus sensibles, como te habrás dado cuenta. Le deseamos a la ciudad que encuentre la paz consigo misma y que la arquitectura (una quizás algo más amable) le ayude a exorcizar sus fantasmas más profundos".

Esto lo escribía aquí hace cinco años (desde entonces la arquitectura más amable que le deseábamos ha llegado ya). Teniendo en cuenta que estamos a vueltas con las ciudades me ha parecido bien autocitarme. Eso y que estoy vaguzo. Pero en fin, por añadir algo te enlazo a un fantástico videoclip de los Chemical Brothers que acabo de descubrir en el que aparece una ciudad que bien podría ser Rotterdam pero es Londres, aparece el aparcamiento de la calle Welbeck, con su bella fachada brutalista en forma de cota de malla, que ya están demoliendo para construir un hotel de postín (a los hermanos químicos les debe ir el brutalismo, en el video para su famoso tema Go se nos muestra profusamente el barrio parisino de Front-de-Seine de Raymond Lopez y Henry Pottier mientras una curiosa formación de bailarinas retro, que me traen a la memoria Metropolis, desfilan en una coreografía como constructivista enfundadas en grises outfits, que lo mismo remiten al abundante hormigón de las más de veinte torres allí proyectadas). Ya puestos, oye, vamos a dar una vuelta por unos cuantos videos musicales que hacen referencia a la arquitectura brutalista, observa por ejemplo este de Metronomy (Month of Sundays) donde aparece el complejo londinense de Barbican. Por allí se pasó también el artista americano Doug Atkien, que congregó a más de 100 artistas y músicos para que compusieran algo inspirado por las torres de Chamberlin, Power y Bon, aquí explican el proyecto. En este otro, The Clock de 8:58, con Paul Hartnoll -integrante de Orbital- a los mandos, aparecen los Robin Hood Gardens, ya desaparecidos. En Giants, Chicane descoyunta unos cuantos edificios brutalistas a ritmo de Trance. A su vez The Libertines sitúan su video musical del tema What became of the Likely Lads en el complejo de Thamesmead (que ya había aparecido en La naranja mecánica de Kubrick) y Omi Palone, en Architecture, usa de fondo las torres Trellick y Balfron de Ernö Goldfinger y la urbanización Alexandra Road de Neave Brown. Pero mi favorito es este elegante y surrealista video de Leonard Cohen (In My Secret Life) donde el cantante canadiense se pasea por el espectacular edificio Habitat 67 de Moshe Safdie en Montreal (un Citroën DS Tiburón contrastando con las rectilíneas formas del complejo también reclama protagonismo). ¿Y algo patrio? me preguntas displicente. ¿Es La Muralla Roja brutalista? Pues si no lo es se le parece mucho. Martin Solveig le dedicó un festivo videoclip para su tema Do It RightPero si te parece más brutal el Walden-7, también de Bofill (que, recordémoslo, vive en una antigua fábrica de cemento), tranquilo que también tenemos videoclip ambientado en él, en este caso del grupo madrileño Hinds. Y así podríamos acaso seguir ad nauseam (solo decir que esperamos con fruición que Rosalía, esa Koolhaas del flamenco, esa coplera brutalista, descubra el hormigón para sus alucinantes videos musicales).

Creo que me he ido de tema completamente. Es que no tengo arreglo. Debería hacerme mirar esta pulsión cada vez más frecuente por lo non-linear (y por el pedantismo de paso)Hablábamos de Rotterdam. Para acabar con más nivel te traigo el par de citas de altura de rigor. Son todas ellas de Fernández-Galiano, extraídas de varios artículos de los 90 recogidos en Años Alejandrinos (me he terminado el primer volumen, ahora la duda es empezar el segundo o atacar Delirio en Nueva York de Koolhaas precisamente, que no pude evitar comprarme en la Feria del Libro...). Don Luis habla de Rotterdam como un "páramo simbólico, ayuno de monumentos o referencias cívicas", pero resalta que "el futuro de Europa se ensaya en el país de los pólders. Su territorio, fabricado más bien que colonizado, es hoy el escenario de un extraordinario experimento urbano: con el espíritu innovador que caracteriza a los habitantes de esta tierra artificial, los arquitectos holandeses proyectan edificios y barrios cuya fresca radicalidad no tiene equivalente en ningún otro país del continente. La prosperidad económica y el hábito de considerar sus paisajes horizontales como una tabula rasa sobre la que puede imaginarse cualquier futuro han alumbrado una generación joven que se atreve a pensar su entorno como un extenso laboratorio de geografías voluntarias". Y Rotterdam es pieza clave en esa innovación incesante e insomne. En el artículo Tú a Rotterdam, yo a Basilea de 1999, el director de Arquitectura Viva y demás señala que la Rotterdam de Koolhaas (cuyos "hallazgos surreales se han convertido en el mito de referencia para la arquitectura europea de vocación experimental") es uno de "los polos entre los que late el corazón partido de la arquitectura" siendo el otro la Basilea de los rigurosos y ordenados Herzog y de Meuron, en realidad una reedición del debate Le Corbusier vs Mies van der Rohe: "Hoy, Rem Koolhaas ha llevado la ambición demiúrgica y la inventiva plástica de Le Corbusier hasta extremos superreales en su desmesura futurista; mientras que Herzog & de Meuron han trasladado la elegancia material y el rigor geométrico de Mies van der Rohe hasta el terreno insólito de lo convencional, lo trivial y lo cotidiano; y entre esa Holanda audaz y esa Suiza refinada vacilan las miradas de los arquitectos del continente".