Efectivamente, era Fráncfort del Meno. ¿Y has descubierto el edificio de las fotos? Por si no, te pongo más y a ver si lo adivinas. Mientras tanto rellenaremos el espacio con comentarios y ocurrencias varias, qué remedio, despejando las otras incógnitas que te dejaba en suspenso en la anterior entrada. Empezábamos entonces, si lo recuerdas, con dos proyectos de diferentes estudios austriacos. El primero, la torre que no hace mucho erigió Coop Himmelb(l)au como sede del Banco Central Europeo. En su momento le dedicamos entrada así que si te parece bien te enlazo a la misma (si quieres más, aquí tienes otra donde con muy mala baba también hacemos alusión al estudio) y seguimos ruta. El segundo edificio de es un museo, el Museum für Moderne Kunst (MMK) de Hans Hollein, que desconocía por completo. La sorpresa, hilarante como te dije, fue de campeonato, pero una vez más es menester contextualizar. Se inauguró en 1991 aunque el proyecto data de casi diez años atrás, estamos por tanto en plena efervescencia posmoderna. Hoy, cuando se lleva, supuestamente, el ascetismo constructivo, la explosión formal del MMK nos resulta alienígena pero en aquellos momentos, recordemos, los arquitectos querían reaccionar con ímpetu ante un estilo internacional insípido que había traicionado los valores éticos del Movimiento Moderno para convertirse en la arquitectura del capitalismo, ya hemos hablado también de esto en recientes entradas (por cierto que el Pompidou estrena la próxima semana una exposición dedicada a Hollein). Pensemos que hasta arquitectos como Peña Ganchegui, que ya es decir, cayeron en la tentación posmoderna como descubrí con pasmo hace bien poco. El Hotel Amara Plaza, un potente bloque exento en el barrio donostiarra de Amara resulta que fue diseñado por Ganchegui (cuando lo descubrí en internet pensé que era un error) y estrenado casi a la par que el MMK. Luce en su fachada principal unos requiebros formales y un alarde de terminaciones que resultan especialmente extraños en el austero arquitecto de la plaza del Tenis o la torre Vista Alegre, así lo explica en la memoria del proyecto: "El Hotel es entendido como hito en la gran explanada abierta a la Plaza Pío XII y punto focal del futuro puente sobre el río Urumea. Dada su planta rectangular, el volumen resultante necesita en sus testeros un tratamiento volumétrico y arquitectónico acorde con aquella necesidad de hito y punto focal. La fachada a Pío XII debía responder a las solicitaciones de gran espacio dinámico y de escala monumental contenidas en la plaza, (...) y garantizar una percepción rica y diversa a través del juego perspectivo que permite la descomposición del testero (...)". Un reto complicado diseñar un edificio de tanta visibilidad y cuánta presión esa necesidad de convertirlo en hito. Sea como fuere me da que es un proyecto poco publicitado por el estudio frente a otros mucho más emblemáticos que suelen asociarse al arquitecto de Oñate. Un caso acaso similar, si puedo abusar de tu paciencia, lo tendríamos en el complejo Tríada de Sáenz de Oiza en Madrid. Apenas conocido y menos aún me temo valorado, Oiza levanta no uno sino tres prismas, exentos como el Amara Plaza, en la avenida de Pío XII (dedicada al mismo papa que la plaza donde se asienta el hotel donostiarra), que se estrenaron también en los primeros noventa. Al ser oficinas se decanta por fachadas de vidrio aunque en la base coloca un toque de color con franjas de piedra granate y, como toque posmo kitsch, emplaza seis columnas metálicas en un retranqueo de la fachada que exhiben una especie de capitel galáctico totalmente desproporcionado en línea con el delirio de Santander. En este canto de cisne (es una de sus últimas obras construidas si no la última) puede también aplicarse la frase que le dedicara Fernández-Galiano cuando ganó el Príncipe de Asturias de las Artes en 1993: "Monologuista genial, sus mejores edificios dan voz a la ciudad sin dialogar con ella" (será una laudatio pero me parece que don Luis se la está metiendo doblada). Por cierto que descubro con desazón que en una reciente rehabilitación a cargo de Ruiz Barbarín, el mismo estudio que rehabilitó la torre BBVA de la Castellana también del navarro, amén de mejorar las deterioradas fachadas y articular una conexión más racional entre las tres torres, se han cepillado dos de dichas columnas y todos los "capiteles". Nos reiremos del posmodernismo con fruición pero me parece que se deberían respetar sus desmanes como reflejo de una época que quiso, con impetuoso cachondeo, rebelarse contra la modernidad. Aún recuerdo la que se montó cuando Snøhetta presentaron el proyecto de rehabilitación de la AT&T de Johnson, por seguir con el palo posmoderno, Wainwright llegó a hablar de vandalismo. En fin, te enlazo a las Tríada (pero a la versión original), y nos volvemos a Fráncfort. Mencionábamos a continuación en nuestra anterior entrada tres rascacielos (la ciudad del río Meno -Main en alemán- tiene unos cuantos, no en vano se la conoce como Mainhattan): el primero de Helmut Jahn, el Messeturm, popularmente conocido como el lápiz, también estrenado a principios de los 90 y que con sus 257 metros fue durante cinco años el rascacielos más alto de Europa. Igual podríamos ver aquí también cierta influencia posmoderna al querer huir (o incluso mofarse) de las formas ortogonales: en su cima la torre descompone su estructura rectangular con un cilindro que culmina en un remate piramidal. Casi una década después se terminó el que nos parece el rascacielos más interesante de la ciudad, obra de Norman Foster, el Commerzbank, que también se convirtió durante un tiempo en el más alto de Europa y es acaso el mejor del de Mánchester tras el HSBC de Hong Kong. Con una planta triangular que quizá -nueva ocurrencia si me lo permites- influyera en el rediseño del logo del banco, que en 2009 adoptó un triángulo de aristas redondeadas como identidad corporativa, el edificio destaca por su atrio central, recordando al HSBC aunque su exterior es mucho más amable y tiene una vocación panóptica y ecologista al incorporar generosos jardines entre cada bloque de oficinas que aligeran la mole del edificio con una distribución quebrada que puede recordar a la torre Repsol (ya Moeve) en Madrid. El tercer rascacielos, el del profesor de Koolhaas (Owald M. Ungers), es la Messe Torhaus inaugurada también en 1991, otro amante del ángulo rectísimo, metafísico casi, que aquí vemos algo más juguetón de lo habitual, compárese con su tremendo Kunsthalle de Hamburgo.
Por no quedarnos anclados en los 90 podríamos destacar algún rascacielos de la última hornada (el más reciente un clúster de cuatro torres a cargo de UNStudio, los arquitectos de Chamartín, en plena construcción). El que nos ha resultado más interesante es el One, del estudio local Meurer, que incorpora en sus plantas inferiores un hotel cuyo vestíbulo y habitaciones han sido diseñados por Rafael de La-Hoz. Completado en 2022, su angulosa fachada está recubierta por una celosía en aluminio blanco que bien podría haber sido inspirada por el arquitecto cordobés teniendo en cuenta lo a menudo que las utiliza en sus edificios. Pero la aportación de Meurer Architektur a la ciudad ha sido especialmente relevante en dos proyectos relacionados con la conocida como Die Neue Alstadt, la "nueva ciudad vieja" en el centro histórico de Frankfurt, entre la catedral y el Römer, corazón de la urbe. La zona, que fue arrasada por los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial, fue suturada sin miramientos y se acabó ubicando en ella un enorme edificio municipal de estética brutalista, el Technisches Rathaus, un enorme complejo de cuatro bloques el mayor de los cuales se elevaba 11 plantas con diseño del estudio Bartsch, Thürwächter und Weber (quienes vencieron en el concurso a Scharoun o Gropius nada menos). Un señor pegote, vamos. Podríamos preguntarnos en qué cabeza cabe suplir un jugoso tejido urbano que se había ido formando de manera orgánica a través de los siglos por un cíclope gris, alienígena y anónimo, pero una vez más debemos recuperar el contexto. En el Historisches Museum de la ciudad, no muy lejos de allí, hay una impactante foto, todo un documento gráfico, en la que podemos ver a Walter Kolb, alcalde de la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial y destacado militante antinazi, blandiendo un martillo hidráulico en medio de la ciudad derruída y al lado una cita suya de 1947: "Nadie está pensando en la reconstrucción del viejo Frankfurt. Una nueva era tendrá que buscar y encontrar nuevas formas para una nueva ciudad" (tienes la foto aquí). La arquitectura moderna, amnésica, apátrida, uniforme, como bálsamo ante el horror nacionalista. Pero cuando la herida cicatrizó (estamos ya en 2009) y el edificio oficial necesitó una rehabilitación urgente los ciudadanos pidieron la demolición de la añeja mole sin alma. Ya lo decía Dimitris Pikionis, otro que transitó de la Bauhaus a lo vernáculo: "Debemos parecer lo que somos". Y tras casi una década de ingentes trabajos culminados en 2018, hoy podemos disfrutar de una peculiar réplica de la barriada existente antes de los bombardeos en la que 200 vecinos se han instalado en edificios totalmente nuevos pero basados en la arquitectura tradicional de la ciudad (20 en total) más 15 schöpferische Nachbauten ("réplicas creativas"). Los arquitectos de Meurer fueron los encargados de gestionar este sensible proyecto en el que participaron numerosos estudios (deja que te destaque la bella Goldene Waage, una de las 15 réplicas creativas, esta en concreto a cargo de Jourdan y Müller), un desarrollo urbano que debía ser "nuevo pero no demasiado moderno, inspirado en la historia pero no anticuado" y se reservaron la pieza más delicada, el ayuntamiento, que además debía incorporar en su seno un pequeño "jardín arqueológico" en el que conviven, juntos y revueltos, restos romanos, carolingios (recordemos que Carlomagno fundó Fráncfort) y de la alta Edad Media. Al exterior, acaso reaccionando con ímpetu romántico ante el antiguo "ayuntamiento técnico", coronaron el edificio con exacerbados tejados a doble vertiente. Tienes copiosa información sobre todo el proyecto aquí.
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