domingo, 21 de abril de 2019

Varios



Desde la caja desnuda de Goya en Zaragoza hasta la remodelación de la monumental caja (de cerillas) a cargo de Lacaton y Vassal en Burdeos, donde por cierto moriría el pintor aragonés (intervención recién premiada en la última edición del premio Mies van der Rohe) han pasado 90 años. El espíritu de la modernidad sigue presente en los proyectos masivos de mejora de ajados inmuebles que han hecho famoso al estudio francés. En este último caso como decíamos 530 familias eran las beneficiadas de una reforma que ha traído más espacio, luz, aire y acaso felicidad a unas viviendas obsoletas, escuetas y exánimes. Frente al "horror en el Hudson" (en palabras de Wainwright) al que nos referíamos en la entrada anterior, los proyectos de Lacaton y Vassal y el reconocimiento europeo que han conseguido nos devuelven la esperanza: otra arquitectura es posible.


Me vas a perdonar que te siga dando la vara con la caja. Y es que acabamos de estrenar otra, más caja imposible, en Alemania, no de otra manera podía ser el edificio que aloja un museo a mayor gloria de la Bauhaus en Weimar, primer emplazamiento de la revolucionaria escuela de diseño que celebra este año su primer centenario. El gris paralelepípedo de la arquitecta Heike Hanada se eleva al lado del Gauforum, un complejo de edificios donde los nazis albergaron la sede administrativa del programa de trabajos forzados durante la guerra y que se encuentra, mira tú por dónde, en la Jorge-Semprún platz, dedicada a nuestro escritor y ministro de cultura, quien pasó dos años en el cercano campo de concentración de Buchenwald por su filiación comunista. La sobriedad moderna de Hanada contrasta vivamente con el fervor clasicista de los edificos nazis, no en vano la Bauhaus fue prohibida por el Tercer Reich en 1933. Es una caja que no encaja. Y a pesar de su aburrida sobriedad, trae una memoria alegre, de años de experimentación alocada y optimista, muy necesaria en una ciudad con tantas referencias a un pasado de horror. Desde una de las ventanas del contenedor anónimo, que por la noche se ilumina con 24 tiras de luces led incrustadas en la fachada, puede verse al parecer una torre en la distancia. Se trata del monumento que recuerda a Buchenwald, su puerta principal con el lema Jedem das Seine ("a cada uno lo suyo") diseñada por un antiguo alumno de la Bauhaus, preso en el campo de concentración. Volviendo a la caja, hay que decir que los germanos le tienen afición. En los primeros 90, con el despendole posmoderno aún en plena vigencia, los primeros en retornar a la sobriedad del ángulo recto fueron los suizos (en concreto Herzog y de Meuron, pero también Gigon y Guyer o Zumthor). "Atacan las cajas" decía don Luis Fernández-Galiano como frase inicial de un artículo publicado en El País en 1995 (y recogido en Años Alejandrinos), refiriéndose al fenómeno rectilíneo como una "floración geométrica" y una "resaca de sobriedad y abstracción", que resurge ante los excesos kitsch no solo del posmodernismo sino también del deconstructivismo de Gehry o Libeskind, que describe como "histérica neurosis tardopunk (...) más capaz de representar catástrofes que de cerrar heridas". Concluye don Luis el artículo con una de arena y otra de cal, cerrándolo con un guiño a Gertrude Stein: "Exasperados por la locuacidad incontinente de la última década, encontramos reposo en el mutismo o la salmodia. Pero cuando haya remitido su efecto sedante nos enfrentaremos de nuevo a la constatación narcótica y liviana de que una caja es una caja es una caja". Sea como fuere el poder balsámico de la caja sigue teniendo vigencia 24 años después en un mundo acelerado hasta el desquiciamiento por efecto de internet y las redes sociales, junto a una malsana necesidad acuciante, acaso sádica, de crear alarma-espectáculo (ver El Tiempo de La 1). Lo expresa mucho mejor la decana de la Yale School of Architecture, Deborah Berke, en un reciente AV dedicado a otro amante de la línea recta y la arquitectura sosegada, David Chipperfield: "En el mundo de hoy, donde las ansiedades se explotan con fines políticos y comerciales, de una manera quizá aún más intensa en las ciudades globalizadas, lo racional constituye una especie de bálsamo. En lo racional encontramos serenidad y, en la serenidad, una especie de libertad". La caja relaja. 


Desencajados nos hemos quedado ante la triste destrucción del tejado y la aguja de Notre Dame. Macron ha abierto la caja de Pandora arquitectónica al convocar un concurso de ideas para rehabilitar ambos. Fernández-Galiano en El Mundo desdramatizaba (no es la primera gran catedral pasto de las llamas ni será la última) y abogaba por una "reconstrucción mimética, casi filológica", aunque se realizara con materiales más modernos. A Foster, ayer en The Guardian, le salía su vena high-tech y pedía reemplazar los elementos destruidos utilizando la tecnología más puntera, sin "replicar" el original: "La catedral de Notre Dame es el monumento que refleja la tecnología más avanzada de su tiempo en términos de ingeniería gótica. Como tantas catedrales, su historia está asociada al cambio y la renovación. (...) El tejado que ha sido destruido tenía una estructura de madera, cada viga estaba hecha a partir de un solo roble hasta llegar a un total de 1.300, de ahí su apodo, "el Bosque". Apenas se visitaba por lo que nos encontramos ante una oportunidad de recrear una estructura de madera que se encontraba oculta y hoy ya no existe utilizando un tejado moderno, ignífugo y ligero. El resultado ideal sería una combinación respetuosa de lo antiguo con lo mejor de lo nuevo". En el mismo artículo Amanda Levete incide en la misma dirección: "La historia nunca permanece quieta. Llevó siglos construir Notre Dame (...). Con nuestra ampliación del Victoria and Albert Museum asumimos una propuesta radical. Teníamos la responsabilidad de proteger la herencia del edificio pero por otra parte insuflarle nueva vida y mantenerlo relevante. Ese poder de la diferencia no es una idea moderna. Necesitamos mostrar confianza en lo que somos y celebrar no solo el presente sino mirar hacia el futuro". Stephen Barrett, socio de Rogers (coautor del Pompidou parisino) va más allá: "Ver esas imágenes de la catedral sin tejado me recordaron a la catedral de Coventry [catedral cuya cubierta fue destruida en un bombardeo durante el Blitz y se mantuvo tal cual]: había algo extraordinario en el hecho de poder ver el cielo. Creo que hoy se podría hacer algo muy ligero y transparente con el tejado, que tendría su propio efecto (...), cualquier cosa que se construya debería tener una ligereza increíble, con una increíble economía de medios, hacer algo casi sin material, que es un reto propio de nuestro tiempo, incluso en un sentido más amplio de frugalidad y escasez de recursos, pero al mismo tiempo luminoso. Necesita ser una especie de faro". El debate está servido.

domingo, 7 de abril de 2019

Sucedió en Manhattan


Bueno pues vamos a dejarnos ya de tanta caja olvidada y rancia. Volvamos a la más rabiosa actualidad a ver qué se cuece. The Shed de Diller Scofidio+Renfro, recién estrenado, mismamente nos vale. El estudio responsable del High Line neoyorquino ha levantado, muy cerca de parque elevado que reutiliza las antiguas vías férreas, un enorme cobertizo de siete plantas que tiene la peculiaridad de que, gracias a unas descomunales ruedas como las que mueven las grúas pórtico para transportar contenedores, puede extender su cubierta de ETFE sobre el terreno anejo conformando una carpa sci-fi que amplía el volumen del edificio en casi 1.100 metros cuadrados (en total ofrece 18.500 m2). Una vez acabado el evento, la carpa retráctil vuelve a su sitio y si te he visto, no me acuerdo. Hasta en el Telediario ha sido noticia de portada. Oliver Wainwright, el maestro de las metáforas arquitectónicas, lo compara a un monumental bolso acolchado de Chanel. Sus defensores hablan de "una navaja suiza para la cultura" a un coste, todo sea dicho, de 500 millones de dólaresDiller quita hierro al asunto (difícil, la estructura emplea 4.000 toneladas de acero) diciendo que es una simple "pieza de infaestructura musculosa e industrial, carne y hueso". No te pierdas este video sobre su construcción y funcionamiento. La semana pasada hacía su debut otra no menos bizarra estructura justo al lado, The Vessel, de Thomas Heatherwick (200 millones), una suerte de enorme cesto vacío de 46 metros de altura entretejido por escaleras a ninguna parte que se entrecruzan en imposibles piruetas como inspiradas por Escher y cuya única función es la de ser mirador desde el que contemplar con mejor perspectiva la feria de vanidades aledaña. 

Y es que ambos monumentos instagrámicos se sitúan en un nuevo complejo de torres de nombre Hudson Yards en el West Side de Manhattan, zona tradicionalmente considerada la "entrada de servicio" de la isla. A horcajadas sobre una inmensa playa de vías se yerguen ya casi terminados varios rascacielos en apiñada gavilla. Los hay de KPF (3), los propios Diller Scofidio+Renfro, Foster y SOM en lo que se considera el proyecto urbanístico privado más importante en la historia de los Estados Unidos (ya está en capilla la segunda fase). Hay una plaza "pública" (sin bancos) a la que se accede a través de un exclusivo centro comercial, que, como señala Alan G Brake en Dezeen, hace de muro blando, casi invisible, de contención: sus fastuosas tiendas y restaurantes (uno de nuestro José Andrés) atraparán al visitante con su seductor embeleso (por no hablar de los seguratas), no vaya a ser que haya alguien que acabe penetrando en el sancta sanctorum del cluster neoliberal. Pero en el complejo no todo son oficinas y tiendas, hay también apartamentos desde 4,3 millones de dólares. Si lo tuyo son los penthouses los hay por 32. Si prefieres alquilar, por 9.000 dolares al mes tienes un apartamento de dos dormitorios. Por oferta no será. Hamilton Nolan, en The Guardian, lo llama "el equivalente ultracapitalista de la Ciudad Prohibida". Lo que sueltan estos periodistas para hacer un buen titular (también señala, con cruel sarcasmo, que uno de los rascacielos de KPF incorpora una espectacular cubierta de observación por si fuera necesario algún suicidio asociado a un bajón en el mercado inmobiliario). Justin Davidson concluye en la revista New York: "No puedo evitar sentirme como un alienígena aquí, (...) todo resulta demasiado limpio, demasiado plano, demasiado dirigido por el arte. Este para-Manhattan, elevado sobre una plataforma y atado al mundo real por una línea de metro, no tiene historia, ni viejos restaurantes de comida grasienta, ni bolsas de pobreza, ni residentes excéntricos: es un lugar sin memoria".

The Shed (¿en homenaje a Venturi?) y The Vessel son acaso las únicas obras verdaderamente públicas en la flamante ciudad prohibida y prohibitiva ideada en origen por Michael Bloomberg. Chuches arquitectónicas, sonajeros tecnológicos, mientras observamos cómo se desliza la primera por arte de magia, rememorando aquellas arquitecturas móviles de Archigram, o subimos alguno de los 154 tramos de escalera inútiles de la segunda nos olvidamos de que la arquitectura se ha vendido al mejor postor en Hudson Yards. Mira, casi que prefiero la caja.