domingo, 28 de enero de 2018

De vuelta a la realidad


"La arquitectura no debe significar nada. Tampoco la música [?!]. Cuando lo intenta es ridículo. La arquitectura es realidad; es un problema y una solución. La arquitectura puede llegar a ser un arte pero no lo es como punto de partida. Querer ser arte nos lleva al desastre". (Eduardo Souto de Moura entrevistado para El Mundo).



(Fotos: instituto en Dando, Burkina Faso, de Francis Kéré y crematorio Uitzicht en Cortrique, Bélgica, de Eduardo Souto de Moura).



domingo, 21 de enero de 2018

El palacio irreal (2)



Prosigamos ya con la historia del insólito palacio de Ayete, que también dará que hablar durante la pasada centuria en algunos casos por sucesos harto bizarros. Pero tiempo al tiempo, no adelantemos acontecimientos. Nos habíamos quedado a principios del siglo XX cuando fue adquirido por los condes de Casa Valencia, al año siguiente (1913), como también apuntábamos, encargaron su ampliación a Juan José Gurruchaga, quien añadió dos cuerpos laterales que le sientan como un guante, el edificio queda equilibrado y nadie diría que se trata de un añadido posterior. En fin, ya dijo Edwin Lutyens que no podía haber gran arquitectura sin grandes clientes (él lo sabía bien: diseñó Nueva Delhi -su estatua es la única de un europeo que se conservó en la India tras su independencia- y por iniciativa de una de las bisnietas de la reina Victoria como regalo para la reina María, esposa de Jorge V, construyó una impresionante casa de muñecas allá por los primeros años 20, verdadera obra de arte en la que intervinieron más de mil artesanos e incluye tuberías por las que circula el agua, ascensores que funcionan, luz eléctrica o una biblioteca que contiene 700 libros en miniatura para la que escritores como Kipling, Thomas Hardy, Somerset Maugham, J.M. Barrie o Conan Doyle contribuyeron con obras originales -Doyle por ejemplo, harto a esas alturas ya de Holmes, hizo un relato parodiando al famoso detective. Sí, ya se que todo esto está algo cogido por los pelos pero acabo de descubrir el dato en el delicioso blog Postales inventadas así que voy y lo planto, qué pasa. Por cierto Lutyens también trabajó en España: realizó reformas en el Palacio de Liria de los duques de Alba).

Pero volvamos a Aiete. Entre fiesta y fiesta, partidos de lawn-tennis, novedoso deporte practicado por aquel entonces solo por la aristocracia, y eventos en plan Gran Gatsby fueron pasando los años sin sentir. Y sin embargo el siglo XX había comenzado una poderosa revolución cultural y social que no dejaría títere sin cabeza. Al mismo tiempo que la pintura (mandando la figuración a tomar viento) y la literatura (experimentando como nunca antes con el lenguaje) se dedicaban sin tregua a descomponer la realidad reflejando la fragmentación del mundo decimonónico violentado por la brutal primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, los avances tecnológicos y las nuevas demandas de una clase trabajadora que no se dejará ya nunca más domeñar, la arquitectura en la misma línea dinamita los estilos en boga abogando por edificios desprovistos de todo ornato (fíjate la cara que se le quedó a Alfonso XIII cuando visitó el extraterrestre Pabellón alemán de Barcelona de 1929 a  cargo de Mies van der Rohe) en lo que se dio en llamar el Movimiento Moderno. En España estuvo representado por el GATEPAC o la generación de 1925 en Madrid (que Fernández-Galiano preferiría llamar del 27 para equipararla con la igualmente vanguardista generación literaria y porque además algunas de sus obras más señeras, como la recuperada Estación de servicio Porto Pi de Fernández-Shaw, se levantaron dicho año) sin olvidar a los donostiarras Aizpurua y Labayen, que en la ciudad del palacio de Ayete diseñan el Club Náutico, todo un monumento a la modernidad que visitó el propio Le Corbusier (y que posiblemente influyera en otros edificios de la ciudad). El Movimiento Moderno no solo va a modificar radicalmente el exterior de las viviendas sino también su interior reflejando la profunda revolución social que se está viviendo. Frente al jerarquizado mundo de Arriba y Abajo, la mítica serie británica (Downton Abbey bien podría considerarse su secuela), las nuevas viviendas racionalizan su distribución interior, siendo la principal innovación la cocina. Eliminada la servidumbre, y rescatada por tanto de los infiernos ignotos de la mansiones solariegas, la cocina es objeto de sesudo estudio de publicistas como la americana Christine Frederick, que aplicó los principios de Frederick W. Taylor sobre la organización científica del trabajo en el diseño de la cocina moderna o la arquitecta austriaca Margarete Schütte-Lihotzky, quien diseñaría la famosa Frankfurter Küche, ya completamente actual en 1926, lo que convertiría a la arquitecta vienesa en un "mito vivo" (en palabras de nuevo de Fernández-Galiano) gracias también a una tenaz trayectoria revolucionaria  en lo político que le llevaría hasta la militancia urbanística en la Unión Soviética de Stalin.

Regresemos al fin a Ayete (qué disperso estoy hoy).  El cuanto de hadas acaba con la Guerra Civil. Dos hijos de los Alcalá Galiano mueren ejecutados en las matanzas de Paracuellos del Jarama, y Ayete, en manos San Sebastián de las fuerzas golpistas desde muy pronto, se reforma para convertir el palacio en cuartel de mando militar (aunque nunca llegara a utilizarse). Acabada la guerra, en julio de 1939, el Conde Ciano, ministro de exteriores de Italia y yerno de Mussolini, acudió a San Sebastián camino de Santander (ya hablamos de él cuando descubrimos su rastro en el balneario de Corconte) para encontrarse con Franco. El dictador fue alojado por primera vez en el palacio, donde recibió al italiano. Observa esta foto de una revista italiana donde aparecen ambos en el interior del edificio (Franco, quién lo diría, parece no haber roto un plato en su vida). Y ahí empieza el idilio del dictador con Ayete, que se convertiría en su residencia oficial durante 35 veranos nada menos tras arrebatársela el ayuntamiento a los Alcalá Galiano por una cantidad ridícula (alegando que si no accedían a la venta debían pagar los gastos ocasionados por el acondicionamiento de la propiedad durante la Guerra Civil), según cuentan Lola Horcajo y Juan José Fernández en Villas de San Sebastián II. En o desde Ayete Franco reunía a su consejo de ministros, recibía embajadores, lucía su Guardia Mora, navegaba en el famoso yate Azor, partiría para su encuentro con Hitler en Hendayasufriría el atentado que más cerca estuvo de tener éxito y elegiría a los denominados Cuarenta de Ayete, consejeros del Movimiento con los que quería asegurar la permanencia del régimen (el famoso"atado y bien atado"). La elección fue (por fortuna) hecha con los pies, porque a poco de morir el dictador dicho Consejo se pasaría por el forro los principios franquistas dando paso a Adolfo Suárez (y pasando del Movimiento a la Movida)


En 1977, dos años después de la muerte de Franco, y tras más de un siglo desde su creación, el jardín de Ayete se abre al fin al público. Desconocemos si la población lo invadió jubilosa tras haber recuperado el bello espacio largo tiempo vedado o le dio la espalda por el hedor a fascismo que desprendía la finca, herencia de los 35 años de presencia continua del dictador. A su vez el palacio, que nunca se abrió al público, quedaría en pleno furor democrático abandonado a su suerte, absorto en lo alto de su mágica montaña, ensimismado en su lánguido declive. En los 80 se le realizó una cuidadosa restauración a cargo de Francisco Aranaz  y se intentó devolverle parte de su antigua gloria decimonónica dedicándolo a residencia ocasional de algún que otro actor de prestigio venido a la ciudad para el Festival de Cine. Villas de San Sebastián II menciona la visita de Gregory Peck, pero curiosamente omite la de otro actor no menos famoso, Anthony Quinn, que se alojó en el palacio en 1981. Algo extraño sucedió la noche que pasó en Aiete el protagonista de Zorba el griego. Según relatara más tarde, fue "la noche más terrorífica de su vida". Al parecer había escuchado durante toda la noche un "trasiego fantasmal" y extraños ruidos que le impidieron pegar el ojo y le hicieron huir despavorido a primera hora de la mañana. Encargados del mantenimiento del palacio y trabajadores en las obras de restauración mencionan fenómenos similares. Quién sabe si Franco, prendado de Ayete, quedara al cabo prendido en él. Y el 81 (el año del golpe fallido del 23-F) fue  un mal año para los nostálgicos, tanto reales como espectrales... Hasta el Diario Vasco, un medio serio, se ha hecho eco de la historia, llegando incluso a preguntar a los arquitectos del estudio Isuuru, que llevaron a cabo una reciente remodelación que en seguida relataremos, si fueron testigos de algún fenómeno poltergeist. Los arquitectos dieron la callada por respuesta, lo que es interpretado desde el periódico como un "no rotundo". Pero ¿no se dice que el que calla otorga?

O sea, que tenemos un edificio estigmatizado y olvidado, un icono maldito contaminado por la mala memoria que, para colmo, tiene fantasma chusco. ¿Qué hacer con semejante elefante blanco? Odón Elorza, alcalde donostiarra durante 20 años y ahora diputado en Madrid (aunque aún se le puede ver montando en bici por los bidegorris de Riberas de Loyola, su impoluta calva desafiando al viento) tuvo una gran idea: era necesario un exorcismo arquitectónico. Y en el palacio se implantó la Casa de la Paz y los Derechos Humanos, al objeto de acoger iniciativas dirigidas a extender la cultura de la convivencia (algo también muy necesario en una región tan castigada por el terrorismo), encargándose de la remodelación del edificio el estudio local Isuuru. El entonces lehendakari Patxi López lo inauguraría el 2 de septiembre de 2010 resaltando la intención de sugerir "una metáfora perfecta del triunfo de la democracia sobre la dictadura, de la libertad frente al totalitarismo de antes y de ahora, de la paz frente a la sinrazón". Los arquitectos también realizarían bajo tierra en la ladera norte (replicando acaso la gruta de Combaz en la ladera sur) una alegre biblioteca y casa de cultura cuyas fotos ilustran la entrada de hoy y que ha traído nueva vida a los pies del adusto palacio. La intervención (que cuesta 3,5 millones, 2 pagados por el Gobierno Vasco y el resto por el Gobierno central) es criticada por los autores de Villas de San Sebastián II, para los que "altera un preciado patrimonio de la ciudad". Isuuru, en su página web, se defienden citando nada menos que a Leonardo Benevolo, el gran crítico italiano (fallecido el pasado año): "conservar un edificio significa contener las transformaciones -potencialmente ilimitadas- en los límites a partir de los cuales perdería su naturaleza esencial" (más equilibristas...). Despedimos la entrada deseando que Ayete, desprendido al cabo de sus fantasmas, rodeado de pequeños (y grandes) pacíficos lectores, descanse al fin en paz.



domingo, 14 de enero de 2018

Equilibristas (2)


"La oficina de Foster + Partners, en la orilla sur del Támesis, entre los puentes de Albert y Battersea, resulta a la vez abigarrada y austera. Un hospital escandinavo, pienso al entrar, pero sólo quizá porque vivo en África y me he acostumbrado a la vegetación tropical y al desorden. (...) La oficina muestra la vena victoriana de Foster. Los fantasmas de los grandes ingenieros del siglo XIX se manifiestan en las amplias vistas sobre Londres y su ingeniería oculta. Foster posee una visión de rayos X que se adentra tanto en los ladrillos y en el mortero como en el flujo de la gente, vehículos, agua, residuos y energía que pasan a través de los edificios. El hecho de haber elegido para su título de lord el de Barón Foster de Thames Bank es un tributo al ingeniero victoriano sir Joseph Bazalgette, constructor del sistema de alcantarillado de Londres, el Embankment, así como los puentes de Albert y Battersea. 

Uno de los puntos fuertes de Foster es su capacidad para equilibrar sus intereses. En este sentido es como un arquitecto moderno que estuviese sobre la cuerda floja sujetando una pértiga. En un extremo estarían los victorianos: Bazalgette, Alfred Waterhouse (arquitecto del ayuntamiento de Mánchester) y todo tipo de pensadores sistemáticos con los pies en la tierra. En el otro, la era espacial representada por su amigo Buckminster Fuller. `Bucky´ fue el arquitecto estadounidense radical y el inventor de la cúpula geodésica que arrastró a Foster hacia la utopía". (J.M. Ledgard, El nuevo mundo de Foster, en AV 200. La foto de arriba es del Centro de ocio Fred Olsen de 1968 tomada en la exposición Norman Foster. Futuros comunes de la Fundación Telefónica de Madrid. Guía de la exposición aquí).


sábado, 6 de enero de 2018

El palacio irreal

Este  perro ha visto cosas que no creerías...
Hoy día de reyes procede discurrir un relato real. Volveremos a tal fin al siglo XIX, adonde nos lleva una villa singular que aquí queremos consignar (y también, por qué no decirlo, como viaje terapéutico a un tiempo pasado que en absoluto mejor fuere, que hay que ver lo movida que resultó la tal centuria). Ante todo quiero dejar claro, tan preñado de memoria está el palacio que centra nuestra entrada, que, aunque pueda no parecerlo, lo que a relatar paso (vaya, hoy me sale una sintaxis tan rancia como el relato que prosigue, o como la del galáctico Yoda) es rigurosamente real. Si no eres mucho de historia(s) encarecidamente te recomiendo que dejes aquí tu lectura y te dediques a otros menesteres, ve en paz, perdonado quedas.

Nuestro relato empieza en San Sebastián en en el último cuarto del siglo XIX, en una elevada finca conocida como Ayete (o Aiete), por el nombre de una de las familias de más abolengo de la localidad, los Fayet (o Hayet), saga de origen gascón que habría habitado esta portentosa colina desde la Edad Media. Su estratégica situación dominando la ciudad la había hecho protagonista de no pocos lances guerreros (como la primera Guerra Carlista, que dejó la zona arrasada). En 1865, Eduardo Carondelet y Donado, marqués de Portugalete y duque de Bailén, compró el muy preciado terreno. El duque, de familia palaciega y cortesana, se hallaba a la sazón casado con la donostiarra María Dolores Collado y Echagüe, hija del marqués de la Laguna, que fue ministro de Hacienda y Fomento con Isabel II. La propia Dolores, de una edad similar a la reina, se convertiría en fiel amiga de la monarca especialmente en los difíciles momentos en los que fue destronada y hubo de exiliarse. Los duques de Bailén apoyaron a su vez la restauración de su hijo Alfonso XII, con el que también entablaron estrecha relación. Tanto confiaba el rey en los duques que, cuando murió la famosa María de las Mercedes, su primera cónyuge seis meses tras su casamiento, le confió a Carondelet la tarea de desplazarse a Viena para pedir oficialmente la mano de María Cristina de Habsburgo, que se convertiría en su segunda esposa.

Pero volvamos a Ayete. Los duques, antes que preocuparse por levantar el casoplón veraniego de rigor (su residencia habitual se hallaba en Madrid), quisieron hacer de la finca fabuloso jardín romántico para disfrute y retiro propios y de sus selectas amistades (la primera vivienda que se construye es de hecho la del jardinero fiel, Pierre Ducasse, bayonés que acabaría afincándose en San Sebastián). No se escatiman medios: el jardín estará regado por bellos canales y estanques, y dada la extrema orografía de la finca, será menester instalar una potente bomba de vapor en una estilizada caseta adyacente al futuro palacio que eleve el leve agua a la parte más alta, desde donde se precipitará al profundo valle inferior en forma de bella y sonora cascada. La prensa madrileña se hace eco de tamaño obrón ya en 1867 con estas entusiastas descripciones: "el vasto y espacioso jardín ha recibido todos los adelantos modernos, no solo en la forma, sino en los accesorios. Allí se ven las flores más raras de Europa, los árboles y arbustos menos comunes, todos los prodigios del arte hábilmente combinados con los productos de la naturaleza", según recoge el libro Villas de San Sebastián II de Lola Horcajo y Juan J. Fernández que estoy utilizando como guía en esta singular singladura al pasado. Pero la pieza más sobrecogedora del conjunto será la gruta artificial diseñada por el arquitecto rocailleur Eugène Combaz. Ya había trabajado para entonces en el Bois de Boulogne parisino y poco después de acabar nuestra gruta lo volvería a hacer para el aquarium del Campo de Marte y el del Trocadero que realizó para las exposiciones universales de 1867 y 1878 de París. Su coste según la prensa de la época se elevó a 300.000 pesetas (más del doble de lo que había costado la finca), cifra que probablemente incluiría todo el sistema de alimentación de agua, depósitos, estanques y el diseño general de los jardines. Aún hoy llama la atención esta cueva impostada (tan a tono por cierto con la ciudad: la bahía de la Concha resulta de una belleza tan inverosímil que parece estar hecha por una legión de rocailleurs), donde es difícil no preguntarse cuántos secretos de estado y escandalosas confidencias habrán sido musitados al refugio de la canora cascada, cuántas doncellas en flor habrán deshojado aquí sus margaritas y cuántos enamorados acaso desflorados con desaforado y gozoso ímpetu.

Prosigo que esto se me va de las manos. Los duques de Bailén se deciden al fin a levantar el palacio, cuya construcción retrasaría la Segunda Guerra Carlista, que aunque centrada en Cataluña también alcanzará al País Vasco. En 1875 Ayete es, una vez más, bombardeado, pero al año siguiente la derrota de Carlos es ya completa. El 21 de febrero caen las últimas posiciones rebeldes del área de Donosti tras cinco meses de ataques y el mismo 22 subía Alfonso XII a la finca de sus amigos para contemplar la ciudad. Los duques encargan la construcción de la mansión al belga Adolphe Ombrecht (autor del palacete madrileño en el que vivían, muy cerca de la Puerta de Alcalá y hoy desaparecido, o del Palacio de Linares, la actual Casa de América, justo enfrente de Cibeles). La culmina en 1878 en estilo Segundo Imperio en lo más alto de la finca, con lo que su visión repentina tras ascender por el empinado camino que atraviesa el parque desde su entrada inferior tiene un efecto teatral, como de aparición irreal. El palacio va a tener visitantes ilustres, deviniendo una suerte de pequeño palacio real. Isabel II estaría exiliada, pero bien que visitó la finca donostiarra y se alojó en ella largas temporadas (no olvidemos su estrecha relación con los duques de Bailén). Por las mismas fechas Alfonso XII, que como veíamos había subido a lo alto de Ayete cuando aún no existía el Palacio para celebrar la victoria sobre los carlistas, volverá a la finca en 1883 acompañado por su esposa María Cristina (recordemos de nuevo que el propio duque había pedido su mano en representación del rey). La reina quedó tan prendada del lugar que se rumoreó que lo quería comprar. El rumor se haría realidad en la cercana finca sobre el Pico del Loro, donde la reina, ya viuda, construiría una (ahora sí) real residencia para el verano en 1893 (el Palacio de Miramar).

En 1889 otra personalidad real se pasaría por Ayete. La reina Victoria nada menos, soberana del Reino Unido y emperatriz de la India, a la sazón con 70 años y 52 de reinado. Veraneaba la reina en Biarritz y quiso pasarse por la vecina Donosti, por entonces en plena expansión. El ayuntamiento echó el resto con todo tipo de ornamentos, incluyendo "un millón de violetas venidas de Niza" según cuentan las imaginativas crónicas y la reina regente Maria Cristina de Habsburgo, ya viuda, vino a la ciudad a recibirla. Se preparó un frugal almuerzo en Ayete al que asistieron las dos reinas viudas y los príncipes de Battenberg (Beatriz, la menor de los nueve hijos de Victoria, y su marido Enrique). En un dibujo de la época representando el ágape (recogido en el mencionado libro Villas de San Sebastián II) aparecen ambas reinas, los príncipes, varios sirvientes con librea y, justo a la vera de Victoria (de riguroso luto tras la muerte casi 40 años atrás de su idolatrado esposo el príncipe Alberto), un mayordomo con turbante, que probablemente se trate de Abdul Karim (el Munshi, "maestro" en hindi). Por aquel entonces Victoria, subyugada por la India, tenía a su servicio a este asistente hindú al que tomó gran aprecio y no abandonaba ni a sol ni a sombra, para desmayo de su familia que debía soportar los frecuentes comentarios maliciosos en la prensa sobre dicha relación (los mismos que se habían originado por su también estrecha relación con otro sirviente ya fallecido para entonces, el escocés John Brown, para el que la propia reina escribió una extensa necrológica para el Times, hubo no pocos que apodaron a Victoria Mrs Brown, hay película con Judi Dench como reina). Pero volvamos raudos al almuerzo en Ayete. Correteaban por allí, quizá jugando entre las esculturas de sendos perros molosos (copias de un original griego del s. III a.C.) que guardan la entrada del palacio, los hijos de María Cristina (entre ellos el rey Alfonso XIII de tres tiernos años por aquel entonces) y de la princesa Beatriz (entre ellos Victoria Eugenia, de 2 añitos). Quiso el destino que diecisiete años más tarde ambos se casaran e iniciaran un incierto reinado marcado por atentados (el mismo día de su boda), guerras y exilios (doble en el caso de la desdichada Victoria Eugenia: hubo de huir de España cuando se proclamó la República y de su país natal también fue expulsada debido a sus orígenes alemanes cuando se declaró la Segunda Guerra Mundial). Regresaría a España tan solo en una ocasión (1968) para el bautizo de nuestro actual rey, Felipe VI.

Hasta bancos de Mansilla y Tuñón hay aquí. 
Sigamos un poco más con la historia de nuestro singular palacio. En 1912 sería adquirido por nuevos moradores, también de rancio abolengo como los duques de Bailén: los condes de Casa Valencia, Emilio Alcalá Galiano, embajador, ministro, senador y académico de la Lengua, y su esposa Ana de Osma, hija del embajador del Perú. Los condes residían en Madrid, en un palacio, cómo no, del Paseo de la Castellana que milagrosamente aún se conserva (es el actual Ministerio de Interior). Con ellos se amplió Ayete, al que se añaden dos cuerpos laterales según planos del arquitecto donostiarra Juan José Gurruchaga (en la fachada principal están pintados en blanco). Fueron famosas las fiestas que organizaban (tanto en Madrid como aquí), con asistencia por supuesto de la reina María Cristina. Emilio ya había tenido trato real ya que se marcó con Isabel II, cuando ambos contaban apenas 20 años, un schotisch (que no es otra cosa que el famoso chotis que entonces empezaba a popularizarse, con semejante nombre ¿tendrá origen escocés?) en el Palacio Real madrileño que registró la prensa rosa del momento.

Pero quedaba ya poco para que las díscolas fiestas de los Alcalá Galiano llegaran a abrupto término. El siglo XX será duro con Ayete. Pero casi que lo dejamos para una futura entrada, que te veo ya fatigado.

¿Otra gruta artificial?