domingo, 24 de septiembre de 2017

Más Mies



A ver, querido lecteur, ¿tú qué harías si te tocara la lotería de Navidad? Esa pregunta, que tantas veces te habrás planteado, yo ya la tengo resuelta. Contactaría con una tal Lydia Xynogala de la universidad de Columbia y le diría que me hiciera una casa igual (quizá, ya puestos, algo más grande) a la que acaba de hacer en la isla griega de Sciathos (allí mismo me valdría). Puro Mies, pero con cemento. De ilusiones también se vive, qué pasa.

Hablando de Mies terminé a finales de agosto la biografía crítica de Schulze y Windhorst que he venido comentando en entradas anteriores. Te cuento cosillas de su etapa americana.

Hace poco hablábamos de Johnson, (el que para mi asombro había sido miembro del jurado que eligió el proyecto de Rogers y Piano para el Pompidou), introductor de Mies en América y gran admirador suyo hasta que se les rompió el amor. Pasó una noche de invierno a finales de 1954, durante una cena en New Canaan, la casa de cristal que Johnson había diseñado a imagen y semejanza de la Farnsworth de Mies. El arquitecto americano había invitado también a Phyllis Lambert, hija del director ejecutivo de la compañía Seagram, quien acababa de seleccionar a Mies (de entre un impresionante lista de arquitectos en la que se encontraban Le Corbusier, Rudolph, Saarinen, Breuer, Pei, Gropius o Wright nada menos) para levantar la famosa torre homónima de Nueva York. Como Mies andaba ya algo fastidiado con la artritis, se asoció con Johnson. Pues bien, estamos como te digo en plena velada regada generosamente con licores varios, que estamos en los 50. Mies, generalmente poco hablador, empieza a meterse con la casa (el alcohol es lo que tiene), que encuentra burda en los detalles. Johnson traga, pero más adelante suelta una observación que encabrita al alemán. Le dice que no entiende qué ve en Berlage. Mies mucho antes ya había comentado que "se hizo moderno" por influencia del arquitecto holandés, al que estudió con esmero: "Berlage era un hombre de gran seriedad que no aceptaba nada que fuese falso, y fue él quien dijo que no se debería edificar nada que no estuviese claramente construido. Y Berlage hizo exactamente eso. Y lo hizo en tal medida que su famoso edificio de Ámsterdam, la Bolsa, tiene cierto carácter medieval sin ser medieval". Cuando yo no tenía ni idea de que existía un arquitecto llamado Berlage reconozco que el edificio me llamó la atención la primera vez que lo vi, por esa misma contradicción que menciona Mies: parece antiguo pero te acercas y resulta que es moderno, pero de una modernidad extraña, como rancia, pero atractiva. Total, a lo que iba, que la velada acabó como el rosario de la aurora y el alemán se largó, a pesar que se supone que los invitados iban a pasar la noche allí. Nunca más volvió a New Canaan. Johnson poco después diría de él que era un quejica y un gruñón. Algo más de una década más tarde, cuando Venturi publicó su Complexity and contradiction in architecture en el que echaba pestes de la modernidad (ya sabes, lo de "prefiero lo elementos híbridos a los puros; los comprometidos a los limpios (...), los irregulares y equívocos a los limpios y claros"), dando la puntilla al Menos es más con el famoso Menos es un aburrimiento, Johnson se subiría al carro postmoderno con otra delicada perla: "No se puede no saber historia". Por supuesto, pero no para chotearse miserablemente de ella sino para replicarla con respeto, como el propio Berlage o Moneo sin ir más lejos.

Otra cosa que me ha llamado la atención tiene que ver con el complejo urbanístico que Mies desarrolló junto a Ludwig Hilbermeiser en Detroit, el Lafayette Park. Un experimento de ingeniería social muy influido por Corbusier en el que se diseñan enormes torres residenciales (junto a casas en hilera) desperdigadas al estilo Brasilia, un modelo que hoy está superado (y tras el fracaso de las torres brutalistas británicas incluso denigrado). Lo que no sabía es que el diseño de este complejo estuviera también condicionado nada menos que por los bombardeos atómicos de la II Guerra Mundial, que dejaron conmocionado a Hilbermeiser. En un artículo llamado Ciudades y defensa, Hilbs, como era conocido por sus alumnos del IIT (era colega por tanto de Mies), señalaba: "Con la llegada del avión y en relación con el desarrollo de las armas atómicas, la ciudad concentrada se torna obsoleta. Hoy en día la seguridad, en su momento lograda detrás de los muros, sólo puede encontrarse en la dispersión de las ciudades y la industria". Un debate muy parecido al que tenemos ahora con las amenazas terroristas (bolardos o no). Estos días lo están discutiendo arquitectos de renombre en el Hay de Segovia (el mismo Rogers entre ellos).

El extenso capítulo dedicado al culebrón Farnsworth (tras el descubrimiento de las actas del sonado juicio) tampoco tiene desperdicio. Schulze no nos aclara (lástima) si hubo acceso carnal entre el arquitecto y la doctora. Sí nos da pelos y señales sobre el juicio, que tras cinco años acabó en victoria pírrica para el alemán, que se conformó con 2.500 dólares de indemnización tras un juicio que costó diez veces más. Mies al final ya sólo quería que Farnsworth le dejara en paz, tras una campaña muy agresiva a nivel de prensa que hizo mella en la fama (enorme por entonces) del alemán al tocar la fibra sensible del anticomunismo de posguerra. Hasta el mismísimo Wright (que admiraba a Mies) se hizo eco de dicha corriente de opinión en esta demoledora crítica: "Estos arquitectos de la Bauhaus huyeron del totalitarismo político en Alemania para sembrar, con sus cuidadosas iniciativas, su propio totalitarismo en el arte aquí en los Estados Unidos. (...) ¿Por qué desconfío y me enfrento tanto a ese "internacionalismo" como el comunismo? Porque ambos deben hacer, por su propia naturaleza, esta misma nivelación en nombre de la civilización".  El debate de la Farnsworth es también otro ¿Debe una casa ser un manifiesto arquitectónico insufrible que convierta a sus moradores en héroes? ¿O un simple refugio placentero que se ponga al servicio de sus inquilinos? Sea como fuere Edith Farnsworth, tras poner a Mies y la casa a caldo, bien que defendió sus valores artísticos para tratar de evitar la construcción de una autopista cerca de la propiedad. Finalmente la vendería (a Lord Palumbo) por 120.000 dólares, casi el doble de lo que le había costado, para marcharse en los 70 a Italia, donde se dedicaría a la poesía. En 2006 Palumbo la vendería en subasta por 6,7 millones (la puja se había iniciado en 3,5 millones).

Pero con lo que me he partido el eje literalmente es con el dato de que la Nueva Galería Nacional de Berlín fuera un diseño original para las oficinas de Ron Bacardí en Santiago de Cuba (el proyecto fue cancelado a causa de la Revolución de Fidel y Mies, temprano ecologista, lo reutilizó).

Me da que ya te he castigado bastante por hoy. Buena semana.

Mies en los baños del Náutico donostiarra!

domingo, 17 de septiembre de 2017

El infierno de lo igual



"Edmund Burke libera lo bello de toda negatividad. Lo bello tiene que deparar "un disfrute completamente positivo". Por el contrario, de lo sublime es propia una negatividad. Lo bello es menudo y delicado, leve y tierno. Se caracteriza por la tersura y la lisura. Lo sublime es grande, macizo, tenebroso, agreste y rudo. Causa dolor y horror. Pero es sano en la medida en que conmueve enérgicamente al ánimo, mientras que lo bello lo aletarga. En vista de lo sublime, Burke hace que la negatividad del dolor y del horror vuelva a trocarse en positividad, resultando purificadora y vivificante (...).

La actual sociedad positiva elimina cada vez más la negatividad de la herida. (...) También la percepción evita cada vez más la negatividad. Lo que domina la percepción es el "me gusta". Pero ver, en un sentido enfático, siempre es ver de forma distinta, es decir, experimentar. No se puede ver de manera distinta sin exponerse a una vulneración. Ver presupone la vulnerabilidad. De lo contrario, solo se repite lo mismo. Sensibilidad es vulnerabilidad. La herida -así podría decirse también- es el momento de verdad que encierra el ser. Sin herida no hay verdad, es más, ni siquiera verdadera percepción. En el infierno de lo igual no hay verdad". (Byung-Chul Han, La salvación de lo bello).


sábado, 9 de septiembre de 2017

Los Beatles de la arquitectura

Bad boys a punto de liarla parda

Hoy te planteamos otro reto, pero este está tirado, que septiembre siempre es un mes muy chungo (mayormente este, preñado de marejadas ciclónicas, huracanes y terremotos de toda índole), y no está el horno para repostería. A ver, ¿quiénes son los jóvenes arquitectos de arriba y dónde se hallan encaramados? Vaya por delante que la foto es de 1974. El primero, que por aquel entonces tenía un aire a uno de los hermanos Calatrava (si tienes cierta edad sabrás que no me refiero precisamente al arquitecto valenciano) es hoy casi clavado a Antonio López, nuestro famoso pintor y escultor. A sus 84 le sigue gustando vestir con colores exacerbados. El segundo, el de la barba que hoy provocaría no poca alarma social, es "un arquitecto gótico y romántico, náutico y artesano, aquejado de unas insólitas preferencias cromáticas y de un populismo contracultural extrañamente superviviente (...) un arquitecto de catedrales aéreas, aves de metal y máquinas vivas", tal y como lo describía, allá por 1994, el one de la crítica arquitectónica en español. Lo de las "insólitas preferencias cromáticas" (como el otro), lo observamos ya en ese paraguas multicolor a juego con la bufanda del primero que, en pose Mary Poppins, enarbola en la foto. Paraguas multicolor y premonitorio. Y es que cuando acaben el edificio una tierna anciana en shock propinará un buen paraguazo al de la bufanda cuando se entere que es autor de semejante inmueble, descrito por el mismo arquitecto en una reciente entrevista como "un cruce entre el British Museum y Times Square" (más lo segundo que lo primero ciertamente).  En siete años sólo recibirá dos críticas positivas en prensa. De todas formas teniendo en cuenta lo bucaneros que ambos arquitectos eran, me da que disfrutarían lo suyo con el follón. Y es que, como el barbado decía recientemente en una entrevista, por aquel entonces ellos eran como los Beatles e iban de bad boys de pacotilla. Por cierto que esta máquina alegre (como la describe el one) que les haría famosos para siempre fue seleccionada por un jurado estrella compuesto nada menos que por Jean Prouvé, Oscar Niemeyer y, ojo al dato, Philip Johnson, sí, el mismo Johnson que comisarió la exposición sobre arquitectura moderna en el MoMa de 1932 como comentábamos en la entrada anterior y que sería principal valedor de Mies en América. Pues aquí le vemos, al muy judas, asestando el clavo final sobre el ataúd del alemán, su cadáver aún caliente por aquel entonces, dando la puntilla al movimiento moderno que él mismo había ayudado a encumbrar. El camaleónico Johnson, el David Bowie de la arquitectura (autor, por cierto, de las madrileñas Torres Kio), siempre arrimado al sol que más calienta.

Eso de nadar y guardar la ropa no iba con esta pareja, especialmente el primero, que se pasaría una noche en un calabozo en San Sebastián por bañarse en pelota picada en la Concha durante un viaje adolescente. Cualquiera que conozca el lugar entenderá al joven al recordar la primera vez que vio ese escenario irreal, operístico y gótico en el que el mar penetra impune la ciudad y subyuga al incauto viandante con telúrica furia. Nuestro protagonista, como el Stephen Dedalus de Retrato del artista adolescente, que quizá había leído (Joyce enseñó inglés a su madre) a lo mejor sufrió una epifanía ante la visión, sintiendo la urgencia de una fusión háptica con el mar sin intermediarios textiles. Pero claro, explícale eso a un guardia civil de 1950.

El segundo de abordo (el del paraguas) está ahora mismo en el candelabro en nuestro país por una obra cántabra que es descrita, de nuevo por el one, de esta certera, enjundiosa y hasta un punto tórrida guisa (no se puede pedir más a una crítica): "Lejos de percibirse como un obstáculo, el nuevo edificio se deja penetrar bajo su vientre cerámico, permite subir a sus espaldas de vidrio y autoriza a colocarse sobre él, disfrutando de las vistas y las brisas en sus cubiertas naúticas". Atención que va la última pista. En recientes entrevistas para diferentes medios ambos curiosamente describen su relación como de hermanos. Cuando el barbado visita Londres, siempre se aloja en la casa del primero. Y sin embargo tras finalizar el edificio parisino que nos ocupa ya no volverían a trabajar juntos. ¿Lo tienes?

Pues claro que es el Pompidou, y ellos son, por orden de aparición en la foto, Richard Rogers y Renzo Piano. El one, quién si no, es Luis Fernández-Galiano, que entrevista in person a Piano en su estudio en Génova para el último número de AV que se centra en la obra del italiano desde 2000. Para la entrevista ambos se sientan en las famosas Lounge Chairs de los Eames, los mismos sillones que don Luis utiliza para las entrevistas con arquitectos españoles editadas en DVD por Arquia ¿Será simple casualidad o es que Arquia ha iniciado la grabación de una serie de entrevistas del catedrático con arquitectos internacionales utilizando el mismo formato que los editados ya, y del que la charla publicada sería un anticipo... ?  La otra entrevista (en este caso a Rogers) que menciono es de The Guardian, y se realiza con ocasión de la publicación de un libro de memorias llamado A Place for All People lleno de curiosas anécdotas (el Pompidou protagoniza uno de los capítulos más extensos). Hasta el mismísimo Jonathan Meades se ha dignado hacer una reseña del libro, también en el periódico británico. A no ser que tengas un nivel C9 en inglés no te la recomiendo (tú mismo). Este hombre yo creo que escribe para él mismo y dos iluminados más.

En dicha entrevista Rogers dice que hoy en día no se le ocurriría hacer el Pompidou (es el titular del artículo), y que no deja de ser el trabajo de dos arquitectos jóvenes e ingenuos que no sabían lo que se les venía encima. ¿Está renegando de su obra? Habrá que leer el libro sin falta. Es un edificio difícil de digerir, la verdad. Hay que valorarlo, como ya todos sabemos, como una expresión arquitectónica de mayo del 68, una época de rebeldía contracultural en una ciudad en el que había, lo dice Piano en AV, un exceso de memoria: "París era una ciudad con mucha memoria y quisimos hacer saltar todo por los aires". Había que derribar las imposiciones imponiendo algo nuevo. Lo mismo que el Pompidou, un edificio que se impone con furia salvaje a un barrio profundamente tradicional que es incapaz de asimilarlo (qué distinto al Centro Botín). ¿Cómo lo valorará la crítica dentro de 100 años? ¿Como un logro arquitectónico que ofrece una nueva forma de entender un museo (y un edificio) dando protagonismo a la experiencia del visitante o como una máquina absurda y alienada que no construye ciudad, más bien la destruye con saña, broma pesada diseñada por unos Bobos (acrónimo inglés de burgueses y bohemios) idénticos por cierto a los que protagonizaron las algaradas, capaces de elaborar fantásticos castillos en el aire (al calor de un estado de bienestar que paradójicamente les había convertido en unos niñatos inmaduros, egoístas y malcriados) pero a la postre incapaces de dar solución a problemas reales (¿te suena?)? ¿Dónde están hoy esos jóvenes? ¿A qué se dedican? ¿Qué y cómo construyen ahora Piano y Rogers? Hoy no me gusta el Pompidou. Será que me estoy haciendo viejo, que sigo bajo la influencia de la biografía de Mies o que este septiembre viene muy chungo.