Superada con gran esfuerzo la pereza estival te traigo una
selección de tres edificios últimos y sus correspondientes comentarios. La caló y el tener tanto tiempo para leer prensa me ha puesto de mala leche, aviso.
Tras tanto ascetismo minimalista, real o de pega, toca cambiar
de palo con un edificio que parece sacado de El Mundo Today pero no, es una propuesta real como la vida misma de
Coop Himmelb(l)au, el estudio austríaco que tanto juego nos ha dado en el
pasado. Se trata de un rascacielos de 360 metros para Melbourne en su
tradicional estilo deconstruido para la compañía Beulah internacional, una
potente inmobiliaria australiana que se ve que quiere dar el cante para
avisarnos con indisimulado regodeo de que ya se vislumbra en lontananza una
nueva burbuja. La Wiener Blut, tan rebelde
(Adolf Loos y Otto Wagner también eran vieneses), sigue vigente en un inmueble
imposible que parecería sacado de una peli de terror futurista muy macarra
(tipo Transformers) y sin embargo
ahora que lo pienso refleja el dichoso Zeitgeist
con una precisión quirúrgica (aquí más sobrecogedoras fotos). Fíjate en el tupé trumpiano que la remata, que
aloja un descomunal penthouse en
voladizo apto solo para los exorbitantemente ricos; siente su brutal presencia,
puro exabrupto en una época en la que la diplomacia ya es historia; observa su
potencia entrópica, la energía tan obscenamente gastada para componer sus
caprichosas formas dislocadas, trasunto del concepto de expresionismo cinético de Peter Sloterdijk (supuestamente en
retirada, aunque aún hay recalcitrantes negacionistas) según el cual hay que quemar
energía como si no hubiera mañana, oye y el que venga detrás que arree. Se
llevan los extremos más zafios, la polarización apocalíptica, el matonismo
macho, y este eructo arquitectónico es buena muestra de ello. “Con estas indicaciones se hacen visibles
los gigantes que chocarán entre sí durante el siglo XXI. Viviremos la lucha del
expansionismo y minimalismo. Habremos de elegir entre la ética de los fuegos
artificiales y la ética de la ascética” (Lo dice Sloterdijk en ¿Qué sucedió en el siglo XX?). Esperamos
que el proyecto, que compite con cinco más también cantosos pero algo menos (a
cargo entre otros de BIG, MVRDV u OMA), no gane.
Este segundo edificio es de Jean Nouvel, y lo traemos como
antítesis del de los austríacos. Es infinitamente más elegante, rozando casi lo
metafísico, con esa vocación de muro transparente que querría desmaterializarse
y volverse etéreo. Está en Rijsvijk, cerca de La Haya y acomoda la Oficina
Europea de Patentes. Recuerda mucho a la famosa Fundación Cartier en París,
también de Nouvel (con la que buscaba no sé qué de engañar a los sentidos en lo
que denominaba un territorio de
desestabilización donde jugaba con los límites sensoriales), y tiene la
particularidad de que es más largo (156 metros) que alto (107) por lo que bien
puede decirse que el arquitecto de Burdeos finalmente ha resuelto el gran
dilema horizontalidad vs verticalidad: su edificio es tanto lo uno como lo
otro, aunque lo que más llama la atención es que apenas llega a unos ridículos 25
metros de profundidad. De nuevo un inmueble que refleja nuestro tiempo, pero
por favor este hombre es un genio: ahora que el conocimiento está a un golpe de
tecla, lo horizontal parece poder al fin aspirar a la verticalidad, pero cuidado, todo
es mera apariencia que esconde un conocimiento ersatz de superficialidad penosa. Aquí damos fe.
Acabamos esta tríada con un documento gráfico demoledor. La
modernidad hace aguas, o eso parece querer decir esta instalación del danés Asmund
Havsteen-Mikkelsen en la que la canónica Villa Saboye de Le Corbusier se va literalmente
a pique. Recuerda a aquel famoso montaje del Royal Crown de Mies hundiéndose cual
Titanic. Cómo mola cachondearse de Corbu y Mies. Pero ojo que según el artista
lo que se hunde no es solo la arquitectura moderna sino y mayormente la
racionalidad que esta representaba. Qué razón tienes Asmund (volvemos al inicio),
lo de apelar a la razón es ya cosa de gilís, ahora se piensa con las tripas, que
hay que sacar la raza, la tribu, la fuerza bruta, el animal de bellota que todos
llevamos dentro (a flor de piel de hecho). Vamos a dejarlo que me caliento (aún más). La
instalación está en el fiordo danés de Vejle, ¿te acuerdas? Sí, es donde Olafur Eliasson levantó ese
peculiar edificio de formas blandas que parecía cimbrearse. Por cierto que en las fotos de la instalación se distinguen una serie de bloques de apartamentos
de ondulantes formas (de hecho se llaman “The Wave”) del estudio local Henning
Larsen, que mira tú por dónde son los mismos arquitectos con los que Eliasson
trabajó en el Harpa de Reyjkiavik.
En fin, nada más por hoy. Mañana será otro día.
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