miércoles, 8 de agosto de 2018

Triaje



Superada con gran esfuerzo la pereza estival te traigo una selección de tres edificios últimos y sus correspondientes comentarios. La caló y el tener tanto tiempo para leer prensa me ha puesto de mala leche, aviso.


Tras tanto ascetismo minimalista, real o de pega, toca cambiar de palo con un edificio que parece sacado de El Mundo Today pero no, es una propuesta real como la vida misma de Coop Himmelb(l)au, el estudio austríaco que tanto juego nos ha dado en el pasado. Se trata de un rascacielos de 360 metros para Melbourne en su tradicional estilo deconstruido para la compañía Beulah internacional, una potente inmobiliaria australiana que se ve que quiere dar el cante para avisarnos con indisimulado regodeo de que ya se vislumbra en lontananza una nueva burbuja. La Wiener Blut, tan rebelde (Adolf Loos y Otto Wagner también eran vieneses), sigue vigente en un inmueble imposible que parecería sacado de una peli de terror futurista muy macarra (tipo Transformers) y sin embargo ahora que lo pienso refleja el dichoso Zeitgeist con una precisión quirúrgica (aquí más sobrecogedoras fotos). Fíjate en el tupé trumpiano que la remata, que aloja un descomunal penthouse en voladizo apto solo para los exorbitantemente ricos; siente su brutal presencia, puro exabrupto en una época en la que la diplomacia ya es historia; observa su potencia entrópica, la energía tan obscenamente gastada para componer sus caprichosas formas dislocadas, trasunto del concepto de expresionismo cinético de Peter Sloterdijk (supuestamente en retirada, aunque aún hay recalcitrantes negacionistas) según el cual hay que quemar energía como si no hubiera mañana, oye y el que venga detrás que arree. Se llevan los extremos más zafios, la polarización apocalíptica, el matonismo macho, y este eructo arquitectónico es buena muestra de ello. “Con estas indicaciones se hacen visibles los gigantes que chocarán entre sí durante el siglo XXI. Viviremos la lucha del expansionismo y minimalismo. Habremos de elegir entre la ética de los fuegos artificiales y la ética de la ascética” (Lo dice Sloterdijk en ¿Qué sucedió en el siglo XX?). Esperamos que el proyecto, que compite con cinco más también cantosos pero algo menos (a cargo entre otros de BIG, MVRDV u OMA), no gane.  



Este segundo edificio es de Jean Nouvel, y lo traemos como antítesis del de los austríacos. Es infinitamente más elegante, rozando casi lo metafísico, con esa vocación de muro transparente que querría desmaterializarse y volverse etéreo. Está en Rijsvijk, cerca de La Haya y acomoda la Oficina Europea de Patentes. Recuerda mucho a la famosa Fundación Cartier en París, también de Nouvel (con la que buscaba no sé qué de engañar a los sentidos en lo que denominaba un territorio de desestabilización donde jugaba con los límites sensoriales), y tiene la particularidad de que es más largo (156 metros) que alto (107) por lo que bien puede decirse que el arquitecto de Burdeos finalmente ha resuelto el gran dilema horizontalidad vs verticalidad: su edificio es tanto lo uno como lo otro, aunque lo que más llama la atención es que apenas llega a unos ridículos 25 metros de profundidad. De nuevo un inmueble que refleja nuestro tiempo, pero por favor este hombre es un genio: ahora que el conocimiento está a un golpe de tecla, lo horizontal parece poder al fin aspirar a la verticalidad, pero cuidado, todo es mera apariencia que esconde un conocimiento ersatz de superficialidad penosa. Aquí damos fe. 



Acabamos esta tríada con un documento gráfico demoledor. La modernidad hace aguas, o eso parece querer decir esta instalación del danés Asmund Havsteen-Mikkelsen en la que la canónica Villa Saboye de Le Corbusier se va literalmente a pique. Recuerda a aquel famoso montaje  del Royal Crown de Mies hundiéndose cual Titanic. Cómo mola cachondearse de Corbu y Mies. Pero ojo que según el artista lo que se hunde no es solo la arquitectura moderna sino y mayormente la racionalidad que esta representaba. Qué razón tienes Asmund (volvemos al inicio), lo de apelar a la razón es ya cosa de gilís, ahora se piensa con las tripas, que hay que sacar la raza, la tribu, la fuerza bruta, el animal de bellota que todos llevamos dentro (a flor de piel de hecho). Vamos a dejarlo que me caliento (aún más). La instalación está en el fiordo danés de Vejle, ¿te acuerdas? Sí, es donde Olafur Eliasson levantó ese peculiar edificio de formas blandas que parecía cimbrearse. Por cierto que en las fotos de la instalación se distinguen una serie de bloques de apartamentos de ondulantes formas (de hecho se llaman “The Wave”) del estudio local Henning Larsen, que mira tú por dónde son los mismos arquitectos con los que Eliasson trabajó en el Harpa de Reyjkiavik.

En fin, nada más por hoy. Mañana será otro día. 



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