domingo, 30 de junio de 2019

Ciudades azules


Pues vamos a seguir dando la brasa con las ciudades. Hoy toca una que devino foco de atracción allá por los 60 por su espíritu experimental, optimista y abierto. Dos son sus señas de identidad: la gasolinera y la piscina. La primera porque esta ciudad sin el automóvil no se entiende (de ahí su horizontalidad infinita) y la segunda porque su benévolo clima permite su uso buena parte del año. Reyner Banham quedó tan prendado del espíritu de esta urbe que decidió aprender a conducir cuando llegó a ella (no sabía, en Londres se movía en bici) para comprenderla mejor. De esta ciudad el crítico de arquitectura británico dijo (según señala Goldberger en su necrológica de 1988): "es el Medio Oeste americano llevado a su punto álgido, los dogmas autoritarios del Bible Belt y la perenne revuelta contra ellos colisionando en una masa crítica bajo las palmeras. De ahí surge una situación cultural donde solo lo extremo es normal". Banham le dedicó un libro en el que hablaba de sus "cuatro ecologías": la autopía (amalgama de "utopía" y "autopista"), la horizontalidad extrema, la playa y el surf (surfurbia), y la montaña. La ciudad, en muchos aspectos cruda, no arredró al crítico, que se sentía atraído por su fealdad a menudo intolerable, llegando a decir que las dos mejores horas de sus habitantes son las que pasaban conduciendo de casa al trabajo y vuelta por sus autopistas. Banham defiende también su urbanismo de "huevos revueltos", de mezcolanza heteróclita y policéntrica, frente a la organización clásica de "huevo frito" (la yema el casco histórico, la clara los suburbios). Y se mostraba displicente con la fascinación de Venturi y Scott Brown por Las Vegas (a la que tildaba de mera "anécdota"), de donde realmente se podía aprender es de la ciudad que hoy nos ocupa y cuyo nombre me resisto a decirte, aunque tú, avezado lecteur, seguramente ya habrás adivinado.

La modernidad, que todos asociamos con la frialdad germánica, arraigó aquí de manera insospechada gracias a no pocos apóstoles modernos que aquí se instalaron huyendo de la barbarie nazi, produciéndose el milagro patente de cómo unas casas de una desnudez formal tan extrema devinieran potentes objetos de seducción bajo las palmeras y al lado de la inevitable piscina (que tan bien representara en sus icónicos cuadros -como el de arriba- David Hockney, otro británico que quedó prendado de la luz y la libertad de estos lares). Pero esta sofisticación arquitectónica tenía también un trasunto tecnológico, y es que en esta ciudad estuvieron asentadas hasta los 90, cuando la Guerra Fría acabó, importantes industrias aeronáuticas. Ese empeño por la experimentación influirá en la ficción de otro creador deslumbrado por la ciudad (donde morirá en 2012), Ray Bradbury, el autor de Crónicas marcianas y Farenheit 451 y en el Tomorrowland de Disneylandia, donde se construyó el primer monorraíl de América (Bradbury propuso a Disney que fuera alcalde de la ciudad). Bucky Fuller, el señor de las cúpulas geodésicas, fue referente local también para una generación alternativa en su obsesión tempranamente ecológica por hacernos ver nuestra frágil condición de "habitantes de la nave espacial tierra", idea que varias décadas después está de plena vigencia. Fuller fue gurú de toda una generación que buscaba nuevos valores (los hippies del flower power) y aquí hallaron su tierra prometida. Filósofos como Herbert Marcuse, otro alemán asentado en la zona, también supieron conectar con esa new age defendiendo la emancipación de los afroamericanos y fusionando en lo teórico a Marx y Freud (como en Eros y civilización). Así llegamos al conocido como Summer of Love (1967), en el que se celebraron conciertos icónicos de Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janice Joplin...

En lo puramente arquitectónico dos movimientos se asentarían aquí tras quedar superada la modernidad: el posmodernismo de Robert Graves, con su clasicismo juguetón y amable asociado a la revolución conservadora de Reagan (y a Disney), y el deconstructivismo de Frank Gerhy, otro inmigrante feliz (desde Canadá en este caso), que hace una reforma en su casa que dará que hablar. De ahí a Bilbao hay solo un paso.

El cine ha elegido a menudo esta ciudad como marco, como no podría ser de otra manera teniendo en cuenta lo mucho que le debe. Paradójicamente a pesar de su poderosa luminosidad ha sido representada en sus aspectos más sombríos y noir, así en Chinatown de Polanski, Mulholland Drive de David Lynch o Blade Runner de Ridley Scott, donde la utopía de las autopistas deviene distopía catastrofista. Sí, claro, nuestra ciudad es Los Ángeles, y quien así nos la ha descrito no es otro que Luis Fernández-Galiano en una conferencia que dio en la Fundación Juan March en marzo dentro de un ciclo dedicado a cuatro urbes -las otras tres Viena, París y Nueva York- que fueron capaces de aglutinar importantes movimientos culturales y artísticos en diferentes momentos del pasado siglo (aquí tienes los enlaces a las distintas conferencias). Don Luis acaba la conferencia con una potente coda lírica, con el azul resplandeciente y optimista de la ciudad como bandera representado por dos imágenes: la primera, un cuadro del mejor pintor californiano, Richard Diebenkorn, de su serie Ocean Park, que toma el nombre del distrito de Santa Mónica en Los Ángeles donde tenía su estudio, serie a la que dedicó más de 130 lienzos de sutiles variantes, y a la que se entregaría desde 1967 hasta 1988 (resulta que en casa tenía un olvidado catálogo de una exposición que organizó precisamente la Juan March sobre Diebenkorn en 1992 donde se expusieron 17 de la serie). La imagen final de la conferencia es la pintura de un cielo azul que decora una fachada ciega del archivo de la Paramount utilizado como fondo para algunos rodajes. Un cielo replicado que le sirve a Galiano para cerrar con Machado nada menos y sus famosos últimos versos ("Estos días azules y este sol de la infancia"), para recordar que acaso la infancia es nuestra mejor ciudad y, rememorando ahora a Gramsci, que el pesimismo de la inteligencia debe ir acompañado del optimismo de la voluntad, frase que estoy pensando tatuarme. Señores, no se puede pedir más a una conferencia. 




domingo, 23 de junio de 2019

Ciudades en venta



"El fenómeno, nunca visto, destrozó parte del patrimonio artístico de la ciudad y dejó en la calle a muchos de sus habitantes. Exceptuando la peste de 1630, cuando el éxodo sanitario redujo en un tercio el número de vecinos, la inundación de 1966 fue la peor catástrofe poblacional. Hoy, con 100.000 residentes menos y un tejido social en extinción, Venecia afronta su tercera gran emergencia. Esta vez causada por la fuente de riqueza que le permitió sobrevivir entonces.
—¿Los riesgos? —responde incrédulo el arquitecto británico David Chipperfield, tras la presentación de su restauración de la Procuraduría Vieja en la plaza de San Marcos—. Es demasiado tarde, Venecia es ya una ciudad tomada por el turismo. Todas querían más visitantes porque era la manera más rápida de contribuir a la economía. Pero ahora, fíjese en Barcelona, hay un replanteamiento de la cuestión porque el turismo está matando la ciudad. Y creo que debemos hacerlo. Pero en algunos lugares como Venecia es difícil que se pueda revertir la situación.
Las crónicas periodísticas flirtean desde hace años con el título de la obra de Thomas Mann para subrayar la gravedad de la emergencia. ¿Muere Venecia?, se pregunta el periodista al comienzo del viaje mientras resuena en su cabeza el adagiet­to de la Quinta sinfonía de Mahler. La silenciosa realidad es que la idea de la ciudad como fuente de inspiración no supera hoy un macabro síntoma de expiración. La evocación exagerada de un mundo perdido que describió el escritor ­John Ruskin en Las piedras de Venecia cobra sentido, en todo caso, más de 150 años después. La restauración tras la gran inundación tuvo algunos efectos positivos. Pero un nuevo fenómeno avanzaba silenciosamente, una conquista del espacio público más devastadora numéricamente que el brote de peste. En términos turísticos se sustituyó definitivamente la legendaria guía Il forastiere illuminato (1740), que invitaba al “viajero culto” a descubrir los secretos de Venecia durante seis días, por una receta exprés para devorar las ocho horas en tierra que concede el régimen penitenciario del crucero. Llegaron 29 millones de visitantes al año y la ciudad pasó a otras manos.
La hipótesis del punto de no retorno de Chipperfield es ahora la de muchos de sus residentes. Incluidos gremios tan poco proclives a criticar el turismo como el de los 433 gondoleros que lidian a diario con la materia prima de esta industria y maldicen ahora a los grupos que exigen embutirse en su afilada barca para ahorrar unos euros. Giovanni, apoyado en uno de los 455 puentes por donde los visitantes arrastran fatigosamente sus maletas a diario, no lo oculta. “Soy gondolero, no estúpido. Hemos vendido la ciudad a los chinos. Fíjese en todas esas ventanas con el cartel de ‘Se alquila’. Esto ya no nos pertenece”. Unos pasos más allá, en el campo de San Bartolomeo, un contador instalado en la farmacia Morelli aporta el dato diario de la caída poblacional.
El problema no son los chinos (aunque tienen ya el 13% de los inmuebles), quizá tampoco solamente el turismo desaforado (600 turistas por cada residente). El historiador y arqueólogo Salvatore Settis glosó en 2014 en el profético Si Venecia muere los grandes males de la isla advirtiendo de un avance imparable hacia la disneylandización del territorio y la pérdida de identidad. “Está ligada al éxodo de ciudadanos. Se han marchado 100.000 habitantes en las últimas cuatro décadas, caen a un ritmo de 1.000 al año (hoy hay alrededor de 58.000). Pero aumentan las segundas residencias, casas preciosas y grandes, ricos que van a pasar una semana al año. Esa es la muerte de Venecia, y el riesgo es dejar de ser una verdadera ciudad hecha de habitantes y convertirse en un parque temático. No hay ninguna política pública: local, central o regional. Tampoco alguna idea para atraer jóvenes. El mercado inmobiliario está completamente adulterado. Incluso los gondoleros se marchan fuera de la isla”.(...)
La paradoja veneciana, tan útil como metáfora de estos tiempos autodestructivos, invoca también algunos de los gérmenes de la teoría de la posmodernidad ilustrados por Robert Venturi en el fundacional Aprendiendo de Las Vegas (1972). Si entonces fue la capital de los casinos de Nevada quien vació de contenido la ciudad véneta para edificar en la strip el mayor monumento a la ironía arquitectónica, hoy es la realidad quien se propone superar el efecto teatral de su réplica." (Daniel Verdú, Venecia, el turismo como problema, el arte como solución).
Podríamos dejar aquí la entrada, pero siempre preocupados por ofrecerte una óptima experiencia de usuario querríamos llegar un poco más allá de un cutre copiaypega. De las muchas obras artísticas que hacen referencia a Venecia te quiero traer una, con conexiones arquitectónicas por demás, que dudo que conozcas. Se trata de una oscura película de 1973 llamada Amore del director y crítico cinematográfico francorumano Henry Chapier. Tras su estreno y corta exhibición en cines durmió el sueño de los justos durante más de 40 años y solo ha visto la luz cuando el Ina, el archivo cinematográfico francés, la subió a su web en 2015. La película gira en torno a Venecia, y viendo los títulos de crédito, con un fondo de pinturas surrealistas que representan la ciudad en descomposición, poblada por edificios mutantes y animales monstruosos (todo ello acompañado de una inquietante música de Vangelis en su época más experimental, cuando acababa de romper con el grupo Aphrodite´s Child tras el álbum maldito 666 e inciaba una incierta carrera en solitario), me da que acaso la tal peli sea infumable tostón. El argumento es como te digo muy arquitectónico (no he visto la película, me fío de lo que he pillado por internet, es lo que Daniel Levitin llama el contraconocimiento en La mentira como arma, tú, mon semblable, me sabrás perdonar): tenemos a un arquitecto que llega a Venecia para evaluar un proyecto que se propone salvar la bella urbe de su desaparición bajo las aguas (a eso debe hacer referencia la última imagen de los créditos iniciales, en la que aparece la ciudad rodeada por un aparente dique de contención circular que bien podría estar sacada del Delirious New York de Koolhaas si no fuera porque el libro es de 1978). Nuestro protagonista no parece muy interesado por Venecia, pero hete aquí que descubre a una bella aristócrata (trasunto acaso de la ciudad) ante la que cae prendado. Tras flirtear con él la dama se queda con un noble italiano y nuestro arquitecto se va de Venecia contrito y ahíto. La banda sonora de Vangelis, que curiosamente fue publicada en LP (con vinilo rosado) a poco de salir Amore a flote en ina.fr (no pocos dicen que es un disco pirata extraído directamente de la película) incorpora varios temas que llevan como nombre lugares de la ciudad (así, Giudecca, el barrio donde se produjo el reciente accidente del crucero o Campo San Polo, la segunda plaza de Venecia). En la vida real, la urbe abandonó sus conexiones aristocráticas y se entregó con enjundia al turismo de masas. Morirá de éxito. Termino con otra cita del artículo de Daniel Verdú:
"La catástrofe llama a distintas puertas de la ciudad. La jibarización del espacio público y la guerra que los vecinos mantienen con el Ayuntamiento para alejar los grandes cruceros de la laguna (una manifestación recorrió el centro de la isla hace una semana exigiendo su inmediata prohibición) tiene también una vertiente evidente medioambiental. El 29 de octubre de 2018, la crecida del agua alcanzó los 156 centímetros, la cuarta más alta desde el desborde de 1966. Una situación derivada del cambio climático que fascina a los turistas asiáticos, dispuestos siempre a pagar más por visitar la ciudad cuando está inundada. Pero también un reflejo de la gestión a tres bandas (nacional, regional y local) que ha convertido la ciudad en la más inclinada a desaparecer bajo el agua de todo el catálogo de la Unesco.
Venecia lleva 40 años esperando la puesta en marcha de un sistema de seis diques conocido como MOSE. Los cinco primeros ya están construidos, pero después de tantos años esperando el último, su diseño podría haber quedado obsoleto. El proyecto se llevó por delante al anterior alcalde, Giorgio Orsoni, por corrupción y puso de manifiesto mejor que nada una parálisis administrativa que rema enérgicamente hacia el desastre".

domingo, 16 de junio de 2019

Ciudades que no creeríais

Perdida en Tokio

"He pasado cuatro noches en Japón. Si hubiese pasado un año no podría escribir esta columna: habría llegado a la conclusión de que solo sé que no sé nada. Pero cinco días me alientan a la temeridad. He visto muchas cosas y he creído ver muchas otras. Me han contado historias. Comparto lo que siento. Es un derecho. Al llegar a Japón me advierten: nunca debo dejar propina ni fumar en la calle ni hablar por el móvil en el metro. En los restaurantes la gente disfruta de sus cigarrillos mientras come sopitas, sashimi y sushi. En Japón no hay anisakis porque evisceran y limpian los pescados tan primorosamente que en la carne no quedan larvas ni excrecencias. En Japón hay casi pleno empleo y Tokio es una ciudad donde no me piden limosna ni veo perros abandonados. Los japoneses trabajan mucho; me cuentan que algunos mueren frente a sus ordenadores. Cortocircuito total. El suicidio se practica en los andenes del metro. Los suicidas dejan preparada la suma necesaria para limpiar su sangre de la estación; unas son más caras que otras: suicidios de centro y periferia, de primera y segunda. Me dicen que casi todas las mujeres aspiran a contraer matrimonio antes de los treinta. Ellas administran el dinero de sus infatigables esposos y les dan una cantidad semanal para sus gastos. Las mujeres tienen amantes, van al teatro y abarrotan las cafeterías donde degustan repostería europea. Los hombres que pierden el último tren pernoctan en karaokes y hoteles cápsula. Expresar sentimientos o mostrar afecto físico no es habitual. Pero hay sex shops de ocho pisos, graduados por la dureza de lo que se vende, que no llegan a culminar los más avezados pornógrafos occidentales. Nadie asiste a esas chicas borrachas que se acurrucan en pasadizos: prestarles ayuda sería humillante para ellas. Las japonesas se emborrachan con facilidad porque carecen de una enzima para metabolizar el alcohol. En el barrio de Shinjuku adivino a Godzilla entre dos rascacielos. Hay restaurantes de robots. Los neones son tan potentes que casi me producen ataques epilépticos. Si pierdes el ordenador, lo recuperarás. Nadie roba: hay quien da una razón animista —el alma impregna los objetos— y hay quien apela al budismo —lo que hagas en esta vida te será devuelto en la otra—. No entiendo de religiones. Por Takeshita pasean lolitas góticas y muchachas con peluches anudados a la cintura. Chicas que visten a sus novios a juego con su indumentaria. Los cazadores de tendencias paran a algunas y apuntan sus nombres en un papelito. Hay cafeterías de erizos y búhos. Muchas personas van enmascaradas para no contagiar o no contagiarse: en el avión una japonesa se quita la máscara, se maquilla, no se la vuelve a poner. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais si es que aún los seres humanos conservamos la capacidad de asombro. He pasado por uno de los callejones donde se rodó Blade Runner y he atravesado diagonalmente el cruce de Shibuya. He estado cuatro noches en Japón e impugno la idea prepotente de ser habitante del futuro. Ahora me cuesta más distinguir el original de la copia, la tradición de la globalización, la realidad de los relatos, la libertad de las esclavitudes, lo honorable de lo cruel, la soledad del hikikomori del gregarismo, el ombliguismo occidental del exotismo papanatas. Y ya no sé qué puede ser el infierno y qué el paraíso". (Marta Sanz, Japonesada)

domingo, 9 de junio de 2019

Ciudades muertas y vivas



"-¿Pensar a gran escala no es uno de los problemas principales del planeamiento urbano?
-Sí, ese afán de grandiosidad es inherente a la ortodoxia del dogma del urbanismo, y es algo bastante simplista. No se puede crear tejido en una ciudad viva así como así, de un plumazo, sino que las cosas tienen que ir creciendo. El tipo de planeamiento urbano que funcionaría de verdad sería una especie de improvisación inteligente y documentada, que es, al fin y al cabo, en lo que consiste en gran medida nuestra planificación vital (...). La idea de estimular de golpe toda una zona no tiene nada que ver ni con la vida real ni con el crecimiento. También existe ese ideal de hacer las cosas perfectas de entrada y dejarlas así para siempre, y esto es una especie de muerte. (...)

Las zonas suburbanas son lugares perfectamente válidos para quien quiera vivir en ellas, pero, desde el punto de vista económico y social, son espacios inherentemente parasitarios, pues viven de soluciones halladas en las ciudades. Sin embargo, no le echo la culpa solo a los urbanistas, sino que implícitamente culpo a quienes saben que las cosas se están haciendo mal y no tienen la suficiente confianza en sí mismos como para actuar en calidad de ciudadanos de un país con capacidad de autogobierno. Es terrible cómo hemos abdicado de la responsabilidad de ser ciudadanos. 

-Y si la gente crece con tal sentimiento de impotencia hacia el uso de su propia mente, ¿no será porque algo falla en las escuelas? 
-Si fuera directora de un colegio, pondría unos deberes permanentes desde el primer hasta el último curso: todas las semanas, cada niño tendría que traer una cosa dicha por una figura de autoridad -podría ser el profesor, o alguna cosa que haya visto en el periódico, pero algo con lo que no estén de acuerdo- y refutarlo. (...)

Hoy la arquitectura está en bastante mala forma. Está siendo objeto de críticas contradictorias y su rechazo no es solo cosa de gente inculta. (....) [Los arquitectos] han perdido la cabeza por la novedad y las cosas despampanantes, vulgares y terriblemente ególatras, en gran parte porque tampoco saben qué otra cosa hacer.

-¿Qué quiere decir?
-Si su estética se basara en la función, en cómo funcionan las cosas, no tendrían necesidad de recurrir al efectismo, la novedad o la exageración grotesca. El edificio del Chase Manhattan Bank ha arruinado la silueta urbana del sur de Manhattan. Esto es algo increíblemente egoísta e insensible para un edificio, y quienes están haciendo estas cosas no son solo arquitectos de tres al cuarto. (...)

Sin embargo, esta actual falta de atención a la función no es un mal exclusivo de la arquitectura o el urbanismo. Parece que la gente ha dejado de saber cómo funcionan las cosas. Hay todo tipo de diseños idealizados que ignoran para qué sirven los objetos, o que ocultan lo que hacen y cómo lo hacen. Es como lo de aquellas locomotoras que se veían antes, que tenían ruedas y todos sus mecanismos a la vista. Se las cubrió con un faldón que ocultara lo más posible. Gran parte de lo que hoy llamamos diseño en realidad es ocultación". (Jane Jacobs, perturbadora de la paz, entrevista realizada en 1962 por Eve Auchincloss y Nancy Lynch, en Jane Jacobs, cuatro entrevistas).


domingo, 2 de junio de 2019

Ciudades gozosas



Con 80.000 británicos en Madrid para el partido de marras, convendrás conmigo que toca tirar de artículo inglés (oye, así entre nosotros, ¿a ti te gusta el nuevo estadio Wanda Metropolitano? Porque a mí me da que Cruz y Ortiz se lo han cargado -un tótem atávico, "ruina magnífica e impasible" en palabras de Fernández-Galiano, revestido de estrafalarios faralaes... ahí lo dejo). Y muy oportunamente Oliver Wainwright publicaba esta semana uno dedicado a las ciudades y su diseño que conecta por demás con el tema que venimos tratando en pasadas semanas así que miel sobre hojuelas.

Nos habla el crítico de The Guardian de una empresa mixta que se sustenta con capital privado y público de nombre Public Practice que está haciendo volver a no pocos arquitectos al sector público (el crítico señala que en 1979 casi la mitad de los arquitectos ingleses trabajaban directamente para ayuntamientos y gobiernos locales, mientras que en la actualidad solo un demoledor 0,7 lo hace, lo que ha tenido terribles consecuencias en el diseño urbano de numerosas localidades, muchas de las cuales se han dado cuenta del error de dejar dichas decisiones a acomodados funcionarios). Public Practice contrata arquitectos con inquietudes y ganas y los manda a diferentes corporaciones locales donde hacen las preguntas adecuadas a tecnócratas apolillados. Ione Braddick, una de estas intrusas, no dejaba de preguntar en el ayuntamiento donde entró a trabajar si un determinado desarrollo que se estaba planificando "iba a traer la felicidad a sus inquilinos", para pasmo del experto oficial. Su trabajo finalmente ha cuajado y el ayuntamiento la ha contratado de manera permanente junto con otros tres arquitectos expertos en paisajismo o sostenibilidad. Otra paracaidista narra su experiencia en un distrito de Londres: "Me llevó tres meses averiguar lo que se supone que tenía que hacer y quién era todo el mundo". Un tercer arquitecto narra situaciones surrealistas similares: "El cambio mayor fue ir a un lugar donde la palabra design no se entendía como un verbo sino como un sustantivo. Ha sido muy difícil persuadir a la gente de que es un proceso, y que el diseño puede utilizarse para crear valor", apostillando que ante un problema el objetivo es más testar diferentes ideas que aportar de inmediato soluciones perfectas, abriendo el camino a un trabajo más colaborativo e innovador. Te dejo aquí el enlace al artículo. En este punto cabe hacer breve inciso para mencionar un desarrollo urbanístico en Hackney, un distrito de Londres, que fue noticia (en este caso el artículo lo firma Rowan Moore) precisamente por el carácter visionario de su alcalde, Philip Glanville, quien buscaba una planificación urbanística que trajera como primer objetivo la felicidad a sus vecinos, exactamente como planteaba Ione Braddick. Se construyeron dos potentes torres de planta hexagonal de 16 y 20 plantas, ciertamente excesivas, pero diseñadas con tiento nada menos que por David Chipperfield y el estudio Karakusevic Carson, cuyos lujosos apartamentos se pusieron a la venta (desde 600.000 hasta 3 millones de libras) para recaudar fondos con los que levantar una barriada aledaña más popular con bloques de unas cinco alturas de media y espacios públicos diseñados con esmero y siempre teniendo en cuenta la opinión de los usuarios. Los vecinos fueron consultados hasta sobre la distribución de sus viviendas (así, las cocinas, que en un principio estaban planteadas abiertas al salón, se dejaron cerradas porque así lo quiseron los futuros inquilinos, algo que por cierto horrorizaría a los gemelos de las reformas, siempre empeñados en cargarse toda pared que se les pone por delante). Acabamos este párrafo dedicado al urbanismo gozoso con Elizabeth Diller, la autora de la High Line y The Shed neoyorquinos. Su parque en Moscú, justo al lado del Kremlin (en la foto de arriba), ha levantado polémica entre determinados círculos que señalan, escandalizados, que la gente va allí a practicar sexo. Ella por el contrario opina que eso es buena señal.

¿Existirá algo parecido a Public Practice en España? Pues la verdad es que ni idea. En Estepona creo que no. Reiremos por no llorar. Hace unos días leía también una entrevista a la paisajista María Medina, en la que se llegaba a una conclusión similar a la que podemos extraer de los artículos que hoy te he traído y que nos viene que ni pintada para concluir la entrada: "El paisaje mejoraría sustancialmente si los políticos dejaran intervenir activamente a profesionales relacionados con la materia y sensibles al paisaje, como geógrafos, arquitectos paisajistas, arquitectos, urbanistas, ingenieros de montes, historiadores del arte y, por supuesto, vecinos. Personas que, por sus conocimientos, sepan unir la cultura, las ciencias naturales, la técnica y el diseño, lo que implica respetar y conocer las leyes de la naturaleza y la condición humana. Y, finalmente, les pediría que abandonaran la tendencia imperante, donde todo tiende a ser feo, caro y grande, con un diseño urbano antifuncional, antinatural y lleno de pretensiones".