domingo, 25 de junio de 2017

Varios (2)

 Si Mies levantara la cabeza...
Pues que me ha gustado el concepto de soltar planteamientos inconexos, allá van unos cuantos más.

Paseaba la otra tórrida tarde por la calle, y de pronto me sentí impregnado de un frescor inaudito que emanaba de un cortinglés aledaño. Arrastrado sin remedio por mis abotargados sentidos, entré en el gran almacén aunque nada tenía que comprar. No hay experiencia fenomenológica comparable a sentir cómo la temperatura baja diez grados en un santiamén. Sin saber muy bien qué hacer me encaminé a la sección de discos guiado por un atávico impulso (hace ya lustros que, gracias a internet, no tiene sentido), mas mira tú por dónde esta vez iba a hallar una preciada joya que no me esperaba. Ni más ni menos que el vídeo de la gira de conciertos 3D que Kraftwerk hiciera hace un par de años y para los que eligió venues arquitectónicos de primer orden, entre otros el MoMA, el Tate Modern londinense, la Opera de Sídney y la de Oslo, el auditorio Walt Disney de Los Ángeles, la fundación Louis Vuitton de París, el Guggenheim de Bilbao (y con este van tres gehrys), y por supuesto, la Neue Nationalgalerie de Berlín de Mies. Ya comentábamos en su momento sobre este mismo concierto la conexión entre el arquitecto de Aquisgrán y el grupo de Düsseldorf: "sobriedad germánica, mundos artificiales, pureza formal..." (no olvidemos además la coincidencia de fechas: Mies acabaría su obra en 1968, justo el año en el que se conocerían Ralf Hütter y Florian Schneider, fundadores dos años más tarde de Kraftwerk). De hecho la única foto que ilustra la carátula del video es de dicho edificio. Esperaba encontrarme en el vídeo referencias a dichos lugares pero lo cierto es que sólo incluye cuidados videoclips con los cuatro componentes del grupo en su tradicional pose maquinista, cual robots ya ligeramente geriátricos (Hütter, único de los fundadores que sigue en la brecha, tiene ya 71 años), eso sí, los temas han recibido al menos nuevos arreglos que los han actualizado acertadamente e incluso se han introducido cambios en la letra (por ejemplo menciones a Fukushima, Chernóbil o Harrisburg en su mítico tema Radioactivity). 

El sueño de la razón produce monstruos, y el de la modernidad también. Oliver Wainwright nos traía esta semana un curioso edificio que acaba de recibir protección patrimonial en Inglaterra, y que no es otro que el que ilustra la entrada de hoy. Es una estación de bombeo en Londres que parece sacada de Bob Esponja. Perpetrada por un tal John Outram en los 80, el crítico de The Guardian le reivindica como el arquitecto que trajo la diversión de vuelta a la arquitectura. Yo con el posmodernismo es que no puedo, pero hay que reconocer que tras 40 largos años de austeridad formal, blanco nuclear y ángulos rectos impuestos dogmáticamente a sangre y fuego, la verdad es que es lógico que la arquitectura explosionara en violenta deflagración cromática y formal. Wainwright añade también una intencionalidad política en Outram: sería también una puya, en plan tongue-in-cheek que se dice allí, al gobierno de Thatcher, que había decretado que todos los desarrollos urbanísticos en la zona de los docklands fueran llevados a cabo por empresas privadas (más serias se supone) con una excepción: los edificios de servicios públicos. Pues taza y media entonces. Me pregunto por qué en España, salvo una par de ocurrencias de Oiza, no se ha prodigado el posmodernismo.  Quizá porque para ese desfogue formal ya teníamos las Fallas.

Seguimos con el surrealismo, que tantos buenos ratos nos reporta. He flipado en colores con el artículo que cierra el último número de Arquitectura Viva (196) con el título La ingeniería humana. Lo firma Luis Fernández-Galiano nada menos, director de la revista, y en él hace referencia a un libro editado por el BBVA (El próximo paso: la vida exponencial) en el que una veintena de eminencias en el campo de la biocencia lanzan peregrinas teorías sobre el futuro de la humanidad. Cito: "Si algunos autores transitan por territorios familiares (...), otros exploran campos más insólitos: los viajes posthumanos, la hiperhistoria y los sistemas multiagente (que organizan el mundo postwesfaliano donde los humanos ya no ocupan el centro de la infoesfera), y last but not least, el uso de la ingeniería humana para frenar el cambio climático". Hombre, ya puestos, hubiéramos agradecido a don Luis que se hubiera demorado en algunos de los conceptos que menciona, y que nos mantendrán insomnes sin remedio: ¿qué será la hiperhistoria? Conocíamos la historia virtual de Ferguson, pero semejante prefijo aplicado a la historia ¿tendrá que ver con una historia enriquecida, mutante, revertida quizá gracias a los viajes en el tiempo como postula la no menos surrealista El Ministerio del Tiempo? ¿Y qué será lo de los viajes posthumanos? Conocíamos lo de la postverdad, repetido ad nauseam por cualquier columnista que se precie, pero lo de la posthumanidad nos supera. ¿Y lo de los sistemas multiagente?  El colmo es la teoría de un tal S. Matthew Liao, director del Centro de Bioética de la universidad de Nueva York, que propone mejorar al ser humano chutándole drogas de diseño que lo conviertan en vegetariano, altruista o empático (por lo visto el tal Matthew da por hecho que padres y educadores somos unos inútiles), "limitando la natalidad con potenciadores de inteligencia" (o sea que tener hijos es de gilipuertas) e incluso "reduciendo el tamaño de los seres humanos" con tratamientos de choque genéticos (era cuestión de tiempo que el concepto flatpack de Ikea llegara a la genética)No sé si reír o llorar. A este señor le mandaba yo una copia de Los Viajes de Gulliver para que se centrara en el tercer viaje, el que lleva al protagonista a Laputa (el nombre no es casual), esa isla flotante en la que académicos y científicos, completamente aislados del mundo real, desarrollan teorías a cual más absurda, como esos profesores de lenguas que tratan de eliminar el lenguaje hablado para no desgastar los pulmones (en lugar de designar las cosas con palabras, la comunicación se establecería mediante muestrarios de objetos que se enseñarían en silencio unos a otros, muy práctico), o un profesor de matemáticas que hace comer a sus alumnos barquillos con fórmulas escritas con una tinta especial que el cerebro supuestamente absorbería, consiguiendo así que los estudiantes resolvieran problemas sin estudiar (también hay betún para los arquitectos: en Laputa las casas se construyen empezando por el tejado siguiendo el ejemplo de la araña y la abeja, por cierto como Lamela en las Torres de Colón, y se huye del ángulo recto porque se desprecia la geometría). Tengo yo que conseguir el libro del BBVA (anda, si se puede descargar).

En fin, ya hemos desbarrado bastante por hoy. Te dejo con el tema The Robots de Kraftwerk (versión 2016), con unos seres posthumanos que parecen bailar una hipersevillana. Buena semana.

domingo, 18 de junio de 2017

Varios



No esperarás que con esta caló hile algo fino. Ahí van pensamientos varios:

La noticia arquitectónica de la semana ha sido sin duda el incendio de la torre Grenfell en Londres, que ya va por 58 muertos. De los muchos comentarios que he leído (aún hay gente que echa pestes de las torres de viviendas, cuando es obvio que, con sus pegas, el verdadero problema es el mantenimiento), me quedo con el de una vecina hablando sobre el recubrimiento de la torre, una de las causas de que la simple explosión de una nevera haya acabado destruyéndola por completo: "Eligieron ese material para que luciera más bonita para los ricos, y ahora ese material ha matado a los pobres" (en El País de hoy). Notting Hill, donde se ubicaba la torre, sufre una galopante gentrificación. El verano pasado la torre había sido restaurada (en una operación que costó 8,6 millones de libras), pero al parecer la empresa decidió ahorrarse un miserable pico (poco más de 6.000 libras) en el revestimiento, que eso sí, daba el pego. Es el signo de los tiempos: eliminar todo lo feo para crear ciudades bonitas, museificadas, puro atrezzo, para que no cese el maná del sacrosanto turista. Ornamento y delito... Un junio chungo para May.

Hemos hablado a menudo de la conexión entre automóvil y arquitectura, especialmente obvia en la publicidad. El penúltimo ejemplo lo protagoniza este video del nuevo C3 Aircross (a la venta a finales de año) ambientado en Tenerife en el que aparecen cameos arquitectónicos del auditorio de Calatrava (un fijo en los anuncios de coches) y, menos conocida (he tenido que navegar un buen rato para descubrirlo), la facultad de Bellas Artes de la universidad de la Laguna a cargo del estudio local GPY; cuánto me recuerda, por cierto, a Fernando Higueras.

Traigo ahora dos casas que me han llamado la atención esta semana, la primera, en Chile, en la que Felipe Assadi y Francisca Pulido juegan con Mies (no te pierdas las fantásticas fotos de Fernando Alda) y otra en la campiña de Kent (de James Macdonald Wright y Niall Maxwell), que Rowan Moore comenta en The Guardian, una casa rabiosamente moderna que en realidad imita a los típicos secaderos de lúpulo de la zona (hace bastantes años pasé una noche en uno, toda una experiencia, la dueña pagaba la rehabilitación ofreciendo alojamiento en plan Bed and Breakfast), de todas formas la angulosa vivienda casi recuerda más a la Casa das Histórias Paula Rego de Souto de Moura en Cascais o a Rossi.

Y hablando de Mies (estoy atacando la reedición de la biografía de Schulze, mucho arroz...), te dejo con este artículo de Manuel Vicent. Buena semana.




domingo, 11 de junio de 2017

Mirar de otra manera

Momento premium
Siempre pensé que Cosentino era una marca italiana. La fonética del nombre y esa persistente voluntad de excelencia no parecían pertenecernos. Y resulta que no, que es completamente española. Empezó a darse a conocer por sus encimeras de cocina, de las que Arguiñano hacía gala en sus programas televisivos, pero ha ido a más, saltando primero a suelos y finalmente a las fachadas gracias a un trabajo de experimentación que ha permitido a la empresa crear bellos materiales sintéticos con apariencia de naturales pero más resistentes. Es por tanto lógico que la firma, radicada en Almería y activa ya en 28 países, haya buscado complicidades en el mundo arquitectónico. Años ha descubríamos con asombro cómo habían echado los tejos a Libeskind nada menos, quien crearía para ellos una escultura recubierta de uno de sus materiales (Dekton), y cuya esforzada explicación en la propia web de la compañía nos dejaba exhaustos tal y como reflejábamos en una entrada surreal que, tras releerla, me dan ganas de eliminar (como tantas otras). De todas formas, tras pensarlo un ratico, llego a la conclusión de que esa retranca pachanguero-cross curricular es nuestra gran aportación a la blogosfera arquitectónica, nuestro, podríamos decir, valor añadido, así que ahí se queda (si además no me lee ni el tato, que más da), y lo que es más, te voy a dar el enlace para que la disfrutes en su plenitud toda.

Pues en estas estábamos cuando, hace unas semanas, resulta que por Arquitectura Viva.com me entero de que Cosentino iba a inaugurar una flagship store en La Castellana madrileña con la asistencia de Luis Fernández-Galiano, Emilio Tuñón y Patxi Mangado nada menos, así que, ni corto ni perezoso, aun a riesgo de sentirme cual cefalópodo en garaje, allí que me fui a ver qué se cocía. Aparte de la presentación del cuidado local el evento también buscaba dar a conocer la revista corporativa de la firma que, de nombre C / Magaceen, se centra en el mundo arquitectónico y está realizada por la escudería de Arquitectura Viva, con José Yuste como director adjunto y Miguel Fernández-Galiano, hijo de don Luis, como director de arte (estuvo también presente en el acto). Aunque no la conocía, trasteando por internet ya me había topado con alguna de sus entrevistas -seguramente el apartado más interesante- en las que se emparejan con tino entrevistadores y entrevistados de potente calado (Ingersoll y Koolhaas, Nieto-Sobejano y Libeskind, Tuñón y Herzog, Fernández-Galiano y Foster, Mangado y Perrault, Curtis y Navarro-Baldeweg, Verdú y Siza o Souto de Moura y Pallasmaa), las tienes en la versión digital, tan cuidada como la revista en papel, y donde destacan las fotografías (como la de la página de inicio ¿del taller de Assemble?), muchas de Fernández-Galiano hijo.

Tras la mini-presentación (lo mejor del acto), en la que los arquitectos presentes, en animado trío, desgranaron amenos detalles sobre las entrevistas realizadas para la revista (ojalá hubiera durado más), fuimos invitados a la degustación de los exquisitos bocados que nos habían preparado. Es de agradecer que nuestras anodinas vidas sean sazonadas de vez en cuando con estos momentos premium. El cóctel me permitió descubrir (aunque ya la conocía) de primera mano la otra cara de la profesión, mucho menos glamurosa que la que acababa de presenciar. Entablé conversación con una desencantada pareja, calculo que bien entrada en la treintena. Él, tras estudiar la carrera y empezar a trabajar en un despacho haciendo anónimos proyectos de viviendas había decidido colgar los hábitos y trabajaba en un concesionario de automóviles, y ella, tras una experiencia similar, se dedicaba al paisajismo. A poco de empezar a hablar me espetaba ella (la más crítica), que apostaba a que la gran mayoría de los presentes allí (había un buen número de jóvenes de su edad), no llegaba ni a los mil euros de sueldo, lo cual es especialmente triste teniendo en cuenta los largos y duros años de una carrera particularmente dura. Todos sabemos que la crisis se ha cebado especialmente con los arquitectos y otros profesionales asociados a la construcción, que no solo han perdido poder adquisitivo como ninguna otra profesión liberal sino que encima se les ha culpabilizado injustamente por todo este sindiós. Para qué tanto estudiar, apuntaban, si al final lo único que importa a la constructora de rigor es abaratar costes. Abrumado, apenas era capaz de reaccionar ante la triste visión de dos chavales frustrados que en plena juventud parecían haber tirado ya la toalla en cuanto a sus expectativas laborales. Intenté hacerles ver que en todas partes cuecen habas, y que para todos es duro el ajuste tras salir de la universidad en la que idealizas sin remedio un trabajo que poco tiene que ver con la cruda realidad. Que la vocación no dura para siempre, que llega un momento en el que hay que asumir que lo que haces es ya solo un trabajo que paga facturas, y toca reinventarse o fingir. Que no podemos esperar a que los demás nos valoren (algo muy inusual por cierto) para sentirnos satisfechos con lo que hacemos, que dicha satisfacción solo puede partir de nuestro propio convencimiento de que hacemos lo correcto. Alabé su valentía al haber reconducido sus vidas (aunque en mi fuero interno pensaba que yo habría perseverado quizá un poco más), y les dije que eran muy afortunados por haber tenido la oportunidad de haber estudiado una carrera tan bella. Ahí debí tocar la fibra de la arquitecta, porque por primera y última vez dijo algo positivo: la carrera me ha ayudado a aprender a mirar de otra manera. Con eso me quedo.

A veces los árboles no nos dejan ver el bosque

viernes, 2 de junio de 2017

Genio y figura

El Lautner español
El arquitecto de la entrada anterior no es otro que Fernando Higueras, el de la Corona de Espinas (Centro de Restauraciones Artísticas en la Ciudad Universitaria de Madrid). El edificio de la foto que encabeza dicha entrada, con esas celosías como de película de ciencia ficción de los 70 (qué nostalgia de pronto), está en La Castellana madrileña, muy cerca de las Cuatro Torres (aunque su obra más conocida en la capital son las casas para militares que realizara en la Glorieta de San Bernardo). Nuestro más destacado brutalista, fue Higueras un artista integral, maldito, outsider y anárquico que demostró unas apabullantes dotes para la disciplina que hoy nadie duda tras duros años de ostracismo que arreciaron desde la segunda mitad de los 80 hasta los primeros 90. Iñaki Ábalos, que trabajó con él cuando se iniciaba como arquitecto, destaca su genio, capaz en un santiamén de corregir y mejorar el proyecto que a él le había costado los higadillos sacar adelante (recordemos que Ábalos no es un cualquiera que digamos: hasta hace nada era chair de la GSD de Harvard). Licenciado en el 59, cuando todo era Mies, se descolgó con arriesgados proyectos que rasgaban furiosamente la caja moderna con punzantes aristas. Menos es menos y más es más, decía, mofándose del famoso menos es más. Fue candidato en la primera edición de los Pritzker  en 1979 (la que ganara Philip Johnson nada menos). Y cuando casi nadie (Foster y para de contar) se preocupaba por la sostenibilidad, allá por 1972, se construyó a la vera del chalet familiar en el barrio madrileño de Chamartín un refugio subterráneo, sin tabiques y horadado a base de pico y pala (no cabían las máquinas en la exigua parcela) que prácticamente no necesitaba calefacción.  Es el mítico rascainfiernos, cuya única conexión con el exterior es un lucernario que arroja una bella luz cenital (seña de identidad de muchas de sus obras) y que, lejos de parecerse a un refugio nuclear, resulta un recinto cálido y amable según los muchos que lo han visitado (el propio arquitecto y su pareja, Lola Boitia, acabarían habitando en él hasta la muerte de Higueras, en 2008).


El rascainfiernos fue al parecer inspirado por Francisco Nieva, uno de sus muchos amigos artistas, como Lucio Muñoz o Nuria Espert, a los que les hizo casa, o Antonio López (que hiciera un bello dibujo del Centro de Restauraciones durante sus interminables obras y le ayudaría a pintar alguna de sus maquetas). Tras leerle el tarot varias veces, Nieva le vaticinó que le veía bajo tierra. No era su muerte lo que veía el dramaturgo valdepeñero, sino su nuevo hogar subterráneo. Óscar Tusquets señala también que estuvieron pensando en presentarse, Higueras y él, al concurso para reconstruir la zona cero tras el 11-S con un idea similar a su casa cavernaria, enterrando sendos rascacielos bajo tierra. Para evitar la sensación de claustrofobia, dispondrían de pantallas en lugar de ventanas que reprodujeran mediante cámaras lo que pasaba en el exterior...


Pero quizá su proyecto más espectacular (realizado) sea el hotel Las Salinas de Lanzarote, donde es capaz de levantar un brutal exoesqueleto de hormigón que milagrosamente encaja a la perfección con su entorno. Visto en fotos, uno no sabe si le recuerda a un ignoto palacio maya o a una construcción futurista imaginada por Syd Mead. Higueras y César Manrique se unieron en fructífera colaboración en la isla, de la que surgió la genial casa del canario (también bajo tierra), hoy sede de su fundación, del mismo modo, por cierto, que el rascainfiernos aloja la fundación de Higueras. De entre los proyectos no realizados sin duda el más destacado es el de un edificio para Montecarlo, un volcán de hormigón en plena erupción de belleza sobrecogedora. Nace este hombre en un país de la órbita anglosajona y es hoy un koolhaas.

Circula por la red un amarillento artículo en el que el arquitecto ofrece una entrevista surrealista con penosas boutades, y lo que es peor, pone a caldo a varios grandes arquitectos (uno de ellos trabajó con él fugazmente en la elaboración del proyecto de la Corona de Espinas, que fue por cierto premio nacional de arquitectura). Enterrado en vida en su búnker blanco, no es difícil imaginarse al genio incomprendido y olvidado lamiéndose las heridas quizá envidioso de arquitectos que alcanzaron el éxito y reconocimiento que él nunca tuvo. Serían acaso menos brillantes que él, pero supieron ser más flexibles, más empáticos con su entorno, entendiendo la arquitectura como una disciplina al servicio de la ciudad y no a la inversa. Basta con ver su horrendo ayuntamiento de Ciudad Real, que no es otra cosa que el Centro de Restauraciones con sus mismas aristas punzantes (trasunto quizá del carácter de este arquitecto que no hacía prisioneros) pero embutido en el tejido urbano en lugar de estar situado en un espléndido aislamiento, para darse cuenta de las paradójicas limitaciones de Higueras como arquitecto.

El COAM, en su obituario, habla de su arquitectura como "fiel a un organicismo exuberante y barroco". Efectivamente, fiel a sí misma y a nada más. Higueras, desde lo más bajo a  lo más alto, genio y figura. "Te doy la enhorabuena por haberme conocido en vida", le espetó a Manuel Ocaña. Faltaría menos.