lunes, 4 de julio de 2022

Raíces

 


Londres ha vuelto a hacerlo. Tras el fiasco protagonizado el verano pasado por el Marble Arch Mound de MVRDV, este año la ocurrencia ha sido el Tree of Trees de Thomas Heatherwick dedicado al Jubileo de platino de Isabel II (te lo explica el propio diseñador en este sentido vídeo). Que conste que la comparación entre el montículo de los holandeses y el Árbol de árboles no es cosa nuestra, lo dice el mismísimo Oliver Wainwright. Como ves, el árbol real es en realidad falso, un artefacto replicante sin raíces y con ramas de acero que soportan 350 arbolillos (estos de verdad) plantados en otros tantos maceteros: a Wainwright le recuerda a una antena de telefonía móvil. La obsesión resilvestradora del diseñador inglés por meter con calzador árboles en sus últimos proyectos (ahí está el 1,000 Trees, un centro comercial en Shanghai que cubrió con árboles enraizados en las columnas que soportan la estructura, por no hablar de su surreal propuesta de mesa basada en el mismo principio) llega en el árbol royal casi al paroxismo, y es que, como él mismo señala con vehemencia en Dezeen, necesitamos lugares que provoquen una respuesta, y los árboles ayudan no sólo al bienestar físico sino también al psíquico (postula incluso que los árboles reducen la tasa de criminalidad) ya que humanizan los edificios y los dotan de variación y movimiento. La caja moderna se lee en veinte segundos, continúa, al contrario que un edificio antiguo, que posee muchas capas y hace que detengamos la mirada más tiempo. Al añadir complejidad a las fachadas (gracias a los árboles y a un conjunto de balcones entreverados), se añaden diferentes capas de percepción y el centro comercial, habitualmente anodino se hace más intrigante, indicando, ufano, que 100.000 personas visitan el "1.000 Árboles" al día. Esperemos que el edificio de oficinas que va a levantar en Madrid tenga un éxito similar. Lo de los árboles coronando los edificios me ha recordado la intervención de Souto de Moura en el monasterio de Santa María de Bouro, cerca de Braga, para convertirlo en pousada: "Los muros tenían dos caras de piedra de cincuenta centímetros de espesor, y en medio otros cincuenta de tierra, y durante años habían crecido los árboles en el relleno de tierra, por lo que el edificio era como un animal con cabellos" (AV 208). ¿Habrá dejado algún árbol sobre los muros?

Dejaré a tu critero valorar si el furor renaturalizador de Heatherwick es real u otra muestra de greenwashing. No volveremos en todo caso sobre el tema que ya nos ocupó unas cuantas entradas. Lo cierto es con la que está cayendo parece que el futuro va por ahí. El arquitecto milanés Carlo Ratti ha proyectado la torre Jian Mu en Shenzhen que se presenta como el primer farmscraper (granja rascacielos) del mundo con 218 metros de altura. Sus inquilinos podrían cultivar verduras y frutas en la propia torre, que dedica 10.000 metros cuadrados a cultivos verticales siendo capaz de producir 270.000 kilos de comida al año, lo que podría cubrir las necesidades de 40.000 personas (más información aquí). A mí todo esto me recuerda a una añeja película de ciencia ficción de los primeros 70 (cuando se iniciaba una tímida concienciación sobre los problemas medioambientales), de nombre Silent Running, en la que una nave espacial-invernadero transporta los últimos restos de vida vegetal de la Tierra, donde ha desaparecido todo vestigio de su flora. El director, Douglas Trumbull, fue el supervisor de efectos especiales de películas de la talla de 2001: Una odisea en el espacio o Blade Runner

Pero no nos pongamos apocalípticos, aunque lo cierto es que el subgénero prospera últimamente. El propio Wainwright culmina su duro artículo sobre (contra más bien) el Árbol de árboles de Heatherwick con metáfora incendiaria, recordando el espectacular pebetero olímpico que diseñó para los Juegos de Londres de 2012: 204 pétalos replicados en metal, representando cada uno de los países participantes, que fueron prendidos uno a uno a ras de suelo tras lo cual se elevaron y al juntarse culminaron en una única gran llama: "Sería todo un clímax si la estructura de acero de Heatherwick se conviertiera en un lanzallamas, como el pebetero de los Juegos de 2012 y prendiera fuego a las almenaras reales [las royal beacons con las que habitualmente se celebran los jubileos reales]. Un esqueleto de árboles chamuscados colgando en el exterior del palacio sería un adecuado monumento a nuestro tiempo". Tremendo. 

El fuego, metáfora de la energía consumida con encono, es sin duda una imagen que define esta atribulada época. Por cierto que en esos mismos Juegos de Londres se rindió peculiar tributo a un tema tradicionalmente asociado al deporte que lleva el fuego por bandera. Te enlazo al momento a ver si lo reconoces. Sí, como comprenderás tenía que hacer referencia a Vangelis ahora que nos ha dejado hace poco más de un mes. Chariots of Fire es un anthem ya británico, coincidiendo con los Juegos se puso en escena una obra de teatro basada en la película para la que el músico griego dio nuevos arreglos a los temas presentes en el film y compuso otros enteramente nuevos. Es curioso, y triste, que en los Juegos de 2004 en Atenas no hubiera la más mínima referencia a Vangelis (en su lugar fue DJ Tiesto el encargado de poner la música al evento), a pesar de su contribución a la elección del país heleno como sede organizando por ejemplo los juegos de atletismo de la IAAF en Atenas a finales de los 90. Sin duda estaba muy próximo el soberbio concierto que dio en 2001 en el templo de Zeus Olímpico (Mythodea), evento que levantó ampollas por su coste y lo delicado de su emplazamiento y tuvo en su contra a popes del calibre de Theodorakis, acaso tocado en su ego. Vangelis murió y fue incinerado en París, la ciudad que le acogió en 1968 cuando, junto a su grupo Aphrodite´s Child, buscaba nuevos horizontes profesionales. En París fue donde inició su carrera en solitario con álbumes como Earth, donde daba muestras de una desarraigada desazón en temas como We were all uprooted: "Estábamos todos desarraigados, nos robaron la tierra de debajo de nuestros pies, nos convertimos en una diáspora, una nación anónima de bastardos, anclamos nuestras raíces al latido de la luz en lo más profundo de las galaxias de nuestra mente, nuestro aliento era el cielo, nuestros sueños eran agua, reclamamos la naturaleza, nos reconocíamos los unos a los otros". Es un tema hipnótico e inclasificable, entre pop psicodélico, que es lo que tocaba, y música tradicional griega, escúchalo aquí. Tras publicar Earth (1973), Vangelis se establecería en Londres, donde compondría sus más famosos éxitos, comenzando por el mítico Heaven and Hell (Cielo e infierno). Desde la tierra, el compositor que Carl Sagan eligió para poner la banda sonora de su serie Cosmos lograría al cabo alcanzar las estrellas ya desarraigado del todo, involucrándose con las agencias espaciales americana y europea en diferentes proyectos musicales. Con un certero Ad astra se despedía de él la NASA, para la que compuso precisamente Mythodea

La dolorosa ausencia de raíces está también presente en el deslumbrante editorial que Fernández-Galiano dedica a Tadao Ando en el último número doble de AV (241-242), centrado en el ascético arquitecto de Osaka: "Más convincente que la búsqueda plácida de fundamentos tradicionales es la interpretación de Ando en el marco escindido de la cultura japonesa posterior a Hiroshima, profundamente occidentalizada y dramáticamente desarraigada y desgarrada.(...) Los edificios de Ando son fábulas sagradas, pero que no evocan ya una trascendencia desvanecida, sino el dolor perturbado de su ausencia. Es esa insurrección introvertida contra la pérdida de sentido la que quizás ayuda a entender el estoicismo frugal y severo de Ando como un esfuerzo de perfeccionamiento espiritual, en un mundo que desdeña lo sagrado". Son curiosas las coincidencias entre Ando y Vangelis, si me permites la descarada ocurrencia (acaso, como dice Enric Bou en el prólogo del libro de Parra Bañón Pies de foto para arquitecturas descalzas, la arquitectura, como la literatura, será comparada o no será). Ambos nacieron, con apenas dos años de diferencia, en medio de la Segunda Guerra Mundial, fueron autodidactas, viajeros e innovadores hasta el desarraigo, y canalizaron sus inquietudes naturalistas a través de sus respectivos campos profesionales. Ando busca en su arquitectura la conexión con la naturaleza y la apertura al mundo natural, pero no esperes encontrar en sus áridas casas de hormigón arbolillos asomando por doquier al estilo Heatherwick o jardines zen, la naturaleza se reclama de forma cruda y directa, como luz, viento, lluvia y demás elementos penetrando inclementes en los espacios a la intemperie que introduce hasta en sus viviendas más pequeñas, como la casa en Sumiyoshi: para ir de las habitaciones al salón o al baño, hay que cruzar una pasarela o bajar unas escaleras al aire libre, así que si llueve pues te mojas. Una casa en la que notarás el cambio de las estaciones, en la que sus altos muros y ausencia de ventanas (está iluminada solo desde arriba) te obligará a una interiorización casi punitiva, en un proceso de contemplación metafísica no apto para todos los públicos. Volvamos con Fernández-Galiano: "La perfección de Ando es dolorosa. Sus construcciones de hormigón, austeras y desnudas como celdas luminosas, alcanzan tal precisión geométrica y material que hieren los sentidos con el filo frío de su exactitud inhumana, y sus ásperos muros arañan la mirada con su disciplina excesiva y especial". 

Sí, acaso el desarraigo tenga esa ventaja relativa: nos pone en una situación que nos permite mirar de otra manera, quizá más libre, desinhibida o profunda. Sigamos en Japón, solo que retrocediendo hasta 1661, cuando Asai Ryōi escribía esto en su Historia del mundo flotante: "(...) vivir tan solo para el instante presente, dirigir toda nuestra atención a los caprichos de la luna, a la nieve, al cerezo en flor, a las hojas del níspero, cantar, beber vino, sentir placer en el simple dejarse llevar, dejarse llevar sin preocuparse ni una pizca por la miseria que nos mira a la cara, evitando desanimarse, ser como una calabaza que flota en la corriente del río. Esto es lo que nosotros llamamos el mundo flotante". No parece un mal plan después de todo. 

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