domingo, 24 de julio de 2022

Rénderes (o no)

 


Voy a darte 15 segundos para que me respondas a la siguiente pregunta: ¿es esta foto un rénder o es real? Seguro te ha pasado como a mí, que te ha parecido una imagen de ordenador. Pues no, es un edificio de verdad. Se trata de un bloque de viviendas (el Sluishuis, la "casa esclusa") en Holanda a cargo de BIG y el estudio de Róterdam Barcode, quienes plantean el edificio como una puerta de entrada a un nuevo barrio cerca de Ámsterdam construido sobre una isla artificial. Más fotos y descripción aquí

Lo cierto es que la arquitectura digital es un campo de trabajo que ofrece interesantes posibilidades. Hay arquitectos que ya lo plantean como parte de su actividad. Así, acabamos de saber que el estudio PLP con base en Londres y a cargo de importantes encargos allí, como el rascacielos más alto de la City, el 22 Bishopgate, ha creado 5.000 NFTs (ya sabes, los Non-Fungible Tokens que están revolucionando el mundo artístico) de un rascacielos virtual para el traído y  llevado metaverso.Teniendo en cuenta que un tal Beeple vendió un collage fotográfico por 69 millones de dólares en una subasta de NFTs, no es de extrañar que los arquitectos quieran meter baza en un campo en el que tienen mucho que decir. Como dice Richard Woolsgrove, jefe del departamento digital de PLP (PLP Labs), "gran parte del trabajo de los arquitectos es digital, siempre tenemos un pie en el mundo virtual". BIG sin ir más lejos (los arquitectos de la Sluishuis que abre nuestra entrada hoy) han creado unas oficinas virtuales para el grupo Vice Media que servirán de "patio de juegos experimental" y están situadas en Decentraland, un barrio del metaverso que probablemente deba su nombre a las DAO (Decentralised Autonomous Organisations), organizaciones que sustituyen la jerarquías tradicionales por un sistema regido por algoritmos. Por cierto que BIG han tirado de archivo y para las oficinas virtuales que te digo han replicado un espectacular proyecto de 2009 nunca realizado (el TEK), una especie de centro comercial para Taiwan que ya se proponía como prioridad no tener en su distribución una "jerarquía obvia". 

En el mundo del entretenimiento la arquitectura virtual tiene también un futuro prometedor. Estoy viendo estos días la serie Altered Carbon, en plan binge-watching aprovechando que me están cambiando la cocina, experiencia también arquitectónica por cierto, y tengo la movilidad reducida: ir de una habitación a otra parece una prueba del Wipeout. Se trata, en breve, porque al cabo somos un blog de arquitectura (o no), de una versión low-cost de Blade Runner de la que han copiado la ética/estética cyberpunk y, a lo que iba, su skyline con atractivos rénderes. Si creciste como yo con la ciencia ficción, no puedo sino recomendártela, si no es el caso te la puedes saltar sin mayor problema (hay idas de pinza considerables, mi favorita es que aparece un renderizado Edgar A. Poe, no te digo más). Tiene hasta su puntillo metafísico: en un mundo futuro en el que los más pudientes pueden eternizarse gracias a una suerte de mini disco duro extraíble donde se conservan todos sus recuerdos y se encuentra alojado como una vértebra más en la columna (solo deben preocuparse de cambiar sus fundas cuando estas se deterioran o dejan de gustarles), un grupo de rebeldes trata de enfrentarse al sistema justificando su lucha contra la inmortalidad de los Meths (por Methuselah, nuestro Matusalén) con perlas como estas: "La muerte era la máxima protección contra nuestros ángeles más oscuros. No estamos hechos para la inmortalidad, corrompe hasta a los mejores", todo un alegato contra el transhumanismo (tráiler). Por cierto que estoy combinando su visonado con la lectura de Pies de foto para arquitecturas descalzas, de José J. Parra Bañón, un adictivo libro que comparte con Altered Carbon su tono surreal, hiperbólico, visceral y escatológico (en ambos sentidos del término: hablando de vértebras, no creo que necesite saber -o sí- que Le Corbusier llevaba siempre consigo una de su difunta esposa que recogió tras su deficiente incineración), así que como ves entre unas cosas y otras este julio voy de pasmo en pasmo. Recomiendo entreverar el "ensayo-álbum-relato" de Bayón con dos pequeños libros de Luis Fernández-Galiano (Los maestros modernos y Maestros singulares), sendas recopilaciones de añejos artículos publicados en El País y otros medios, textos por cierto bastante más fibrosos que los de Bañón pero con tanta enjundia o más: al hablar en muchos casos de los mismos arquitectos, ambos trabajos se complementan de forma muy curiosa. 

La ciencia ficción y la arquitectura hacen fantásticas migas. Y a veces te llevas verdaderas sorpresas. Aún recuerdo una serie hace ya unos cuantos años (Fringe se llamaba) que giraba también en torno a los mundos virtuales y las realidades paralelas. En uno de los capítulos la acción se desarrollaba en un Nueva York alternativo, que se había desarrollado al margen del Nueva York real. Pues bien, en su skyline habían renderizado nada menos que el hotel nunca realizado que Gaudí diseñó para la ciudad allá por 1908 y que se hubiera elevado 360 metros nada menos. Te enlazo a los bocetos del edificio que habría sido el más alto de Nueva York (y del mundo). Por cierto, la escena de la serie donde aparece está en You Tube. 

Pues mira, ya puestos te comento otra serie que también vi en plan atracón hace un par de meses (en este caso fue un invitado inesperado, el Covid, el que me tuvo confinado y febril), con atractivo arquitectónico incluido. Se llama Archivo 81 y podría ser una mezcla de El Resplandor, The Blair Witch Project, Tesis e incluso algunos toques de El exorcista. Sí, es de miedo, te enlazo al tráiler. En él se vislumbra la casa donde el protagonista se recluye para restaurar unas viejas cintas de video que esconden terribles secretos. La casa, solitaria y de brutal y bizarro diseño (podría recordar a Kahn), sienta como un guante al argumento, ayudando a crear ambientes de gran tensión. Tras trastear algo por aquí descubrí que la casa existe (aquí la tienes), la construyó en 1964 un tal Tasso Katselas, arquitecto americano de origen griego que tuvo como mentor a Wright nada menos (el arquitecto al que cantaran los mismísimos Simon y Garfunkel llegó a recomendar a Katselas cuando la dueña de Fallingwater le comentó que quería hacer una capilla en el entorno de la icónica casa, capilla que finalmente no llegó a realizarse). Aunque principalmente conocido por el innovador aeropuerto de Pittsburgh, de Katselas te destacaría un extraterrestre monumento en memoria de Roosevelt que tampoco llegó a ver la luz. Katselas sigue vivo, aunque obviamente a sus 95 años está jubilado, y de vez en cuando se pasa por su estudio (TKA) a ver qué se cuece. 

Cada vez hago las entradas más recargadas de adherencias parásitas, sorry. Termino ya con breve apunte de una última serie que tiene también su punto arquitectónico. La estoy viendo con mi santa contraria, así que nada de metaversos gore o terror gótico. Está de hecho basada en un personaje real pero lo virtual también hace acto de presencia. Se llama Inventing Anna / ¿Quién es Anna? (no, Netflix no me da comisión) y narra con excelente ritmo y actores que lo clavan la historia de una pipiola de origen alemán que logra embaucar a no sé cuántos VIPs para que le financien un megalómano proyecto: un club para la alta sociedad en un bellísimo edificio neoyorquino (el Park Avenue 281, de nuevo un inmueble que es real). Anna está a punto de conseguir tamaña hazaña a base de  determinación, falta de escrúpulos y dominio de los social media, gracias a los que crea un personaje ficiticio lleno de glamour y atractivo para los Meths, uy, quiero decir (que me lío), lo más granado de la sociedad neoyorquina.  Produce cierto morbo placentero el ver cómo se lo montan los ricos y famosos (especialmente ahora que, gracias a Santiago de Molina, hemos descubierto que somos pobres). En fin, es una interesante fábula de nuestra sociedad, esclava del like. Por cierto que el arquitecto que va a ayudar a Anna a reconvertir el Park Avenue 281 en sede de su fundación se apellida en la serie Calatrava, aunque de nombre le han puesto Gabriel...

Nos vamos no sin desearte un verano de lo más real. 

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