jueves, 8 de julio de 2021

Ingleses

 



Madrid no para. Ya decía Fernández-Galiano hace 30 años que "de todos y de nadie, esta ciudad pública tiene el destino tierno y desgarrado de los cuerpos en tránsito". Hablábamos recién del proyecto de renovación de Azca (Renazca) y acabamos de saber que Thomas Heatherwick ha sido elegido por El Corte Inglés para construir un edificio de oficinas (en la foto) también en la supermanzana que siempre se quiso neoyorquina. En concreto se levantará en Castellana 69, justo sobre el aparcamiento en superficie que languidece frente al que fuera orgulloso flagship store de la cadena en Nuevos Ministerios y hoy no pasa de almacén ajado y abstraído. El estudio inglés, que se estrena en España, ha tenido que competir con estudios tan potentes como el de Foster o Bjarke Ingels, con los que curiosamente ha trabajado o está trabajando en otros proyectos (un edificio de oficinas en Shanghai con su compatriota o la sede californiana de Google con el danés); por desgracia no hay forma de descubrir cómo eran sus propuestas. Heatherwick suele caracterizarse por diseños orgánicos y dinámicos de una espectacularidad a veces vacua, su última obra estrenada, un muelle en Nueva York que alberga un parque y varios anfiteatros, parece cimbrearse sobre el Hudson no muy lejos de su obra más mediática, The Vessel, un mirador a mayor gloria de los Hudson Yards. En Londres trajo cola su proyecto para levantar un puente peatonal con jardines (el Garden Bridge) auspiciado por Boris Johnson, alcalde por aquel entonces, que fue finalmente descartado debido a los elevados sobrecostes del proyecto, no menos polémico fue su diseño para renovar la flota de doubledeckers, los típicos autobuses rojos de dos plantas, que lucen fantásticos a primera vista (Heatherwick estudió diseño, no arquitectura) pero resultaron ser un horno con ruedas alcanzando su interior los 30 grados con facilidad, al final tuvieron que dotarlos de ventanas tradicionales. En Madrid no ha arriesgado demasiado, quizá conocedor del cansino conservadurismo arquitectónico del patrón y/o acogotado ante la icónica torre de Oíza que se levanta justo a su vera. Pródigos en narrativas como somos, vemos el nuevo edificio, modesto en sus cinco plantas, cual hijo arquitectónico de la portentosa torre del navarro ("encarnación del rascacielos artístico" en palabras de nuevo de Fernández-Galiano en Fracturas y Ficciones), que en los rénderes parece mirar al retoño con ternura no exenta de recelo. Y aunque sus formas no dejan de recordar a otros diseños del estudio, sus aristas redondeadas y los voladizos que rodean cada planta bien podrían querer dialogar en buenos términos con su voluminoso compañero. Pero juzga tú mismo

Seguimos en Madrid. La capital, resiliente, chulesca y pujante, merece otro párrafo cuando menos. Vaya rebote se ha debido de pillar Rem cuando ha visto que OMA no pasaba el corte de los 10 finalistas para la construcción de la nueva estación de Chamartín, especialmente si entre los elegidos sí estaba Benthem Crouwel, compatriotas de mucho menor calado (aunque su cortante estación de Róterdam debió impresionar al jurado). Tras la -imaginamos- airada protesta Adif, que ciertamente no anduvo muy fina, ha incorporado en su nueva lista a Koolhaas y dejado fuera precisamente a Benthem Crouwel. El resto de los equipos rezuma glamour por los cuatros costados: Rogers con Luis Vidal, UNStudio con b720, Mangado junto a Souto Moura y Ezquiaga, Grimshaw con Rubio, Rafael de-la-Hoz con SOM, Foster y BIG.

Sin dejar aún Madrid, me pregunto qué pasa con la rehabilitación de las exánimes torres de Colón, ya no solo desmochadas (desapareció el enchufe: ¿lo echas en falta?), sino despellejadas y en cueros vivos desde hace semanas, la obra parece detenida. Igual es que Lamela está dando guerra: pueden verse mordidas en la estructura de hormigón (protegida) seguramente producidas al desprender la fachada. Luce el edificio tétrico y fantasmático, como alma en pena. Pardiez, es lo que le faltaba a esta fatigada plaza, donde conviven en muestrario inconexo estatuas de toda índole y condición formando parejas imposibles: la carnosa señora de Botero y el héroe Blas de Lezo, sus mutilaciones reflejadas con crudo realismo, o Julia, epítome de blanca modernidad, y Colón, que con los tiempos iconoclastas y justicieros que corren quién sabe si cualquier día es descabalgado de su columna por las bravas. Ya en el quinto centenario del descubrimiento don Luis (vuelvo a Fracturas y ficciones) relata unos fastos "deshuesados de cualquier núcleo castizo": "el centenario, pasteurizado y euromaquillado, nos evitaba el enfrentamiento con nuestra historia y de paso reducía el papel que en él habían de jugar los países americanos, incómodos parientes pobres del nuevo rico europeo en que España se había convertido" para rematar el argumento en metáfora salvaje: "los enemigos ideológicos del V Centenario fustigan a un caballo muerto".  Hay que ver cómo repartía estopa el bilbilitano en los 90. Ya puestos, proponemos aún otra estatua para la plaza: la de Darwin, que encargaríamos a Gormley (por seguir con el palo inglés), blandiendo en su mano derecha un bocatacalamares libertario. La colocaríamos en la esquina con Génova, haciendo pareja con la rana mutante, justo delante del edificio Axis de Foster (ya terminado pero aún rodeado de una cutrona valla), no en vano el eje ideólógico de esta ciudad tan vital tiene un punto darwinista: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. 

Sí, he percibido en remoto que echas en falta el remate-chirimbolo de las torres de Colón. No te preocupes, siempre atento a que goces de una óptima experiencia de usuario, te he encontrado otro parecido (y casi del mismo tono verde hortera) con el que acaban de coronar un rancio edificio neoyorquino. Se trata de la biblioteca de la Fundación Stavros Niarchos, muy cerca del parque Bryant, en el Midtown. Su autora, Francine Houben de Mecanoo, lo llama el sombrero del brujo (obviamente Harry Potter). Deja que amplíe someramente el foco y te sitúe en su contexto la historia que se esconde detrás del anguloso sombrero de marras. La tal biblioteca es en realidad una sucursal de la que se sitúa justo a la vera del parque, un bello edificio Beaux Arts erigido en 1906 donde en tiempos se ubicara un embalse por cuyos bordes gustaba de pasear Edgar A. Poe, especialmente de noche (no podía ser de otra manera) pues disfrutaba viendo el reflejo de la luna sobre el agua. Dicho edificio pronto se quedó pequeño y necesitó del bloque hoy rehabilitado, que nació allá por 1915 como grandes almacenes. Decir que en un primer momento se pensó en rehabilitar este edificio principal, no el subalterno, y se encargó la intervención nada menos que a Foster, quien se lió la manta a la cabeza sin miramientos. Partiendo de la base de que la era digital demandaba otro tipo de biblioteca, y que buena parte del espacio del centenario edificio lo ocupaban los 53 millones de volúmenes almacenados en anaqueles obsoletos, cortó el inglés por lo sano, abriendo uno de sus típicos atrios a varias alturas y mandando los polvorientos libros a un almacén subterráneo. El edificio se abría al exterior, que ya decía Kahn que "el hombre con el libro va hacia la luz". Pues bien, la que se montó. Nada menos que Ada Louise Huxtable, en el que sería, para más inri, su último artículo (fallecería poco después a los 91 años), se levantó en armas contra la rehabilitación sosteniendo que un icono de ese calibre no necesitaba de actualización (ni que la biblioteca fuera un templo maya). Pocos días más tarde sería Kimmelman, otro crítico estrella, quien fustigaría el proyecto desde el NYT, afirmando que el atrio era más propio de un centro comercial y las escénicas escaleras que lo recorrían parecían sacadas de un hotel de Las Vegas. El cambio de alcalde (De Blasio sustituyó a Bloomberg, con el que Foster tenía una excelente relación, de hecho acabaría haciendo la sede londinense de su emporio financiero) fue la puntilla que remataría el proyecto. Ni Kimmelman ni Huxtable criticaban directamente a Foster, sino que proponían que la reforma fuera acometida en la cercana sucursal, no en el buque insignia. Finalmente así ha sido, no con el de Mánchester, que aunque reaccionó a las críticas con impecable flema británica hizo un comprensible mutis por el foro, sino con Mecanoo. De la reforma comentar que el estudio de Delft (autor también de la principal biblioteca de Birmingham) ha hecho algo parecido a lo que planteaba Foster, abriendo a la luz el obsoleto edificio diseñado, recordemos, como un gran almacén, gracias a un hermoso atrio. En su tejado montan el peculiar sombrero que decíamos y una sugerente terraza con vistas, que la biblioteca vende como la única gratis de todo el Midtown. Como curiosidad decir que Foster acaba de añadir también una terraza para su proyecto de la ampliación del museo de Bellas Artes de Bilbao, cuyas obras empiezan en septiembre. Cosas que trae la pandemia. Un apunte más y acabo: con vistas también al parque Bryant, otro inglés (Chipperfield) terminó hace unos pocos años una sobria torre de apartamentos cuya fachada reproduce una retícula exacta, acaso homenaje al grid manhattánico. 

Damos ya fin al atrabiliario batiburrillo que ha sido la entrada hoy, tan cargada de contenidos (con perdón). Cambio y corto. 

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