domingo, 5 de abril de 2020

El tejido invisible



Me acabo de terminar Pasando a limpio de Óscar Tusquets, curiosamente editado por Acantilado y no por la editorial (Tusquets) que fundara su entonces pareja, Beatriz de Moura (aquí puedes verlos en añeja foto junto a Dalí).  En un reciente número de Arquitectura Viva Eduardo Prieto lo ponía por las nubes y como resulta que lo tenía en casa (soy de esos que hacen acopio de libros para una lectura futura), me dije, pues a ello. No sé si será un efecto colateral de estos días recios, pero a mí como que me ha dicho poco. Lo compré por una cuestión sentimental: tengo una obra de Tusquets al lado de casa, el polideportivo Daoiz y Velarde, un antiguo cuartel de bella factura que formaba parte de un complejo de edificios en su origen utilizados como almacenes aprovechando la cercana estación de Atocha por la empresa Docks y Aduana de Madrid, fundada en 1861. Lo de docks -muelles- no deja de tener su guasa en enclave tan poco marino: el nombre se le dio por los docks del Támesis, donde también existían almacenes en los que variopintas mercancías transportadas hasta allí por el río esperaban su venta. En 1990 el complejo madrileño fue abandonado por los militares y tras un largo proceso en el que se habló incluso de instalar en los añejos edificios la sede de Telemadrid, se decidió dedicarlos a equipamientos para el barrio atendiendo a las reclamaciones vecinales, mientras Rafael de la-Hoz (encargado también de rehabilitar otros pabellones) levantaba en el recinto un edificio de nueva planta como sede de la Junta de Distrito de Retiro. Tusquets respetó escrupulosamente el edificio por fuera (su bella fábrica de ladrillo bicolor) y por dentro (su no menos hermosa arquitectura férrea) en un rehabilitación brillante donde apenas se permitió algún toque personal, añadiendo por ejemplo una pincelada festivo-mediterránea al cubrir algunas de las antiguas ventanas con piezas cerámicas azules y crear una chimenea de ventilación enteramente cubierta por dichos azulejos añiles. Aquello del hedonismo castrense, enjundioso oxímoron con el que un crítico definió las casas para militares de Higueras también Madrid, podría igualmente aplicarse a esta magnífica rehabilitación de Tusquets. En Barcelona también tuve ocasión de alojarme -con toda intención- en un hotel suyo entonces recién inaugurado: el icónico Princess que corona (con perdón) la Diagonal, no por nada es el número 1 de la  emblemática arteria barcelonesa, justo sobre el complejo que se construyó para el Fórum de las Culturas que visité en 2004. Sus formas angulosas (que acaso repliquen las del edificio Fórum de Herzog y de Meuron), donde la arista alcanza niveles paroxísticos con dos imponentes torres de 25 plantas unidas por vertiginosas pasarelas, junto con una paleta de colores vivos y unas habitaciones de modernísimo diseño (no olvidemos que Tusquets es también un afamado diseñador), convierten tu estancia en el hotel en una experiencia cinematográfica. Recuerdo perfectamente un nutrido grupo de turistas británicos llegando al hotel al unísono, sus mandíbulas descolgadas en asombro infinito. Puro archporn, cierto, pero a nadie la amarga un dulce, por favor.

Por cierto que hablando del Fórum de las culturas, me he acercado a Años Alejandrinos (segundo volumen) porque he recordado que Fernández-Galiano dedicó un vitriólico artículo al evento. Con el título de Triángulos virtuosos, don Luis, que asocia la forma triangular del anguloso edificio de Herzog y de Meuron al complejo gobierno tripartito que por aquel entonces dirigía Cataluña en difícil equilibrio (don Luis no da puntada sin hilo), le mete un par de sus legendarios zascas al evento que lo deja mirando a Cuenca: "Las actividades del Fórum. organizadas a lo largo de tres ejes -paz, diversidad, sostenibilidad- que forman otro triángulo virtuoso, se proponen como una síntesis bienintencionada del Foro de Davos y el de Porto Alegre, pero se asemejan más a la fiesta permanente de una Disneylandia de oenegés. 'Toda la gente de buena fe'-afirma el alcalde Clos- 'está en el Fórum' y esa unanimidad biempensante (expresada en montajes de luz y sonido que muestran hegelianamente el deterioro de la convivencia por el conflicto, y la superación de éste mediante el diálogo) abruma un poco. (...) Francis Bacon llamaba 'ídolos del foro' a las representaciones equívocas que produce nuestra interrelación en la plaza o foro, y hay motivos para suponer que el Fórum barcelonés es pródigo en estos engañosos ídola fori, aquí abreviados en una confianza mítica en la mera buena voluntad para enfrentarse a un mundo crecientemente hobbesiano. Pero mientas Leviatán no dibuje su perfil en el horizonte, seguramente podemos recrearnos en esa ideología de dibujos animados que las élites políticas proponen como narcótico o consuelo (...). Enhorabuena, Barcelona". 

El término biempensante, tan peyorativo él, vuelve a aparecer en un artículo mucho más reciente de Fernández-Galiano (La democracia vírica), donde también hay zasca, y éste escuece más: "Se repite estos días el lema biempensante de que el virus se detiene con transparencia, porque sólo la información exacta permite abordar su control sin caer en el pánico; pero no se destacan las ventajas que en este esfuerzo pueden ofrecer las organizaciones autoritarias, capaces de mobilizar recursos sin debate social y liturgia política, porque su maquinaria administrativa puede responder sin demora a una jerarquía piramidal. Las democracias, en contraste, están sometidas a un régimen de opinión que puede ser distorsionado por las pulsiones sentimentales de unas poblaciones hedonistas, donde la extrema autonomía de las que Houellebecq llamó 'partículas elementales' dificulta su subordinación a objetivos compartidos. Sloterdijk reclamó en su día la necesidad de volver a domesticar una especie humana devenida silvestre, pero acaso su provocación era sólo una manera de expresar el conflicto entre el deseo de libertad y las servidumbres que exige la supervivencia de los que formamos la 'sociedad del riesgo'". Me recuerda a las reflexiones del desquiciado Wim Pijbes, exdirector del Rijksmuseum, sobre el proceloso proceso de rehabilitación del museo. El modelo de eficiencia chino es un tentador espejismo de orden orwelliano, pero su fascinación es comprensible en medio de nuestro marasmo cacofónico. Sea como fuere ya nos gustaría que don Luis aprovechara estos días insólitos (además se nos acaba de jubilar de su cátedra en la ETSAM) para pasar a limpio pensamientos, recuerdos y anécdotas variopintas como ha hecho Tusquets en su reciente libro, seguramente le saldría algo más enjundioso que al catalán. Entre tanto nos conformaremos con verle (de nuevo en mi caso) en la conferencia que dio en la Fundación Juan March sobre Viena y su vida cultural en plena belle epoque, con por cierto referencia a la terrible gripe española.

Al final acabamos, como no podía ser de otra manera, hablando de la pandemia. Como estoy calentito tras tanto zasca, pues que me voy a animar yo también a repartir. Convendrás conmigo que lo más lacerante de esta situación es ver a nuestro personal sanitario luchando sin medios. Y más aún que eso, la hipocresía inadvertida que nos rodea. Es fácil rasgarse las vestiduras, no sin razón, con caceroladas y críticas contra nuestros anonadados gobernantes y sentirnos muy héroes por quedarnos en nuestros cómodos hogares y lavarnos las manos con fruición, pero alguien debería decirnos que los heroísmos deberían continuar cuando ya no truene. ¿Cómo es posible que una Comunidad rica como Madrid carezca de medios de protección sanitarios tan básicos? Antes de que me eches balones fuera, querido lecteur, y aprovechando que no nos oye nadie, dime, ¿tú pagas el IVA de tus facturas? y si eres autónomo o empresario ¿sisas todo lo que puedes a Hacienda? y si estás en el paro, ¿no te pillas un trabajillo en negro y aquí paz y después gloria? (etc.).¿Cuántas mascarillas, cuántos respiradores, cuántas más UCIs se podrían tener con todo lo que todos defraudamos?

Acabo con otra epidemia: la que azotó México en 2009. "Nadie se había fijado en los ojos de Lorena hasta que se puso un cubrebocas. La frase es exagerada: nadie se había fijado tanto en ellos. La epidemia del virus porcino cambió los hábitos de la capital. La transformación más evidente fueron los rectángulos de tela en las caras de la población. Los que no eran guapos, al menos se volvieron misteriosos. 
Enfrentamos la catástrofe unificados por una prenda. No siempre es fácil decir nosotros. ¿Qué representa la palabra?, ¿qué clase de identidad convoca? Una tribu adicta a la compañía atravesaba el laberinto de la soledad. ¿Quiénes éramos? Los del rostro con una tela azul. (...)
Poco antes de la crisis, mi padre había decidido donar su biblioteca a la Universidad Michoacana. Ninguno de sus hijos se opuso a una decisión que preservaría la unidad de los libros que lo habían formado. En un gesto sentimental, poco común en él, mi padre pidió que cada uno de nosotros tomara algunos volúmenes "de recuerdo". Entre ellos, escogí una primera edición de La peste, de Albert Camus. En 1947 mi padre había subrayado un pasaje en esas páginas: "Se puede decir que la invasión brutal de la enfermedad ha tenido como primer efecto el de obligar a nuestros conciudadanos a actuar como si no tuvieran sentimientos individuales".
¿Quiénes éramos? Los del cubrebocas. Una prenda nos unificaba y sugería novedades: en verdad lo ojos de Lorena eran más hermosos. Y, cuando el cubrebocas reposaba en el cuello, recuperábamos el olvidado milagro de ver un rostro. ¿Seríamos capaces de mirar de esa manera con el retorno de los días normales? En su alegoría, Camus encuentra lazos positivos que sólo surgen por excepción, ante la necesidad de superar una tragedia. ¿Conservaríamos el invisible tejido con que nos ataba la epidemia?". (Juan Villoro, El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México)

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