domingo, 23 de febrero de 2020

Postresilvestración (2)


Seguimos repasando los ecos de la exposición de Rem Koolhaas en el Guggenheim, ya sabes, la del campo y su futuro. Esta vez ha sido Michael Kimmelman nada menos, el crítico de arquitectura del New York Times, el que le dedica un artículo tras encontrarse en persona con el holandés en Rotterdam. Kimmelman no tiene la retranca de Wainwright pero aporta unos cuantos datos interesantes sobre la exposición y la figura del arquitecto que aquí nos aprestamos a mostrarte sin mayor demora.

Quizá la más curiosa aportación del crítico americano sea que Koolhaas ya había expuesto en el museo neoyorquino a poco de publicarse el Delirious New York (en 1978). En aquella ocasión en lugar de ocupar todo el museo, la exhibición se limitaba al, digamos, gallinero del edificio (el tramo de rampa más elevado justo bajo el óculo), y mostraba las imágenes de la ciudad (reales e imaginadas) que el equipo de Rem, el recién formado estudio OMA, incluía en el libro, siendo las más probables los flácidos rascacielos de inspiración daliniana de Madelon Vriesendorp o las ilustraciones que aparecen en el capítulo "ficticio" final. Allí se nos presentan edificaciones imaginadas para la ciudad como el hotel Esfinge o la Welfare Island (junto a la que se propone una reproducción gigante de La balsa de la Medusa de Géricault) así como la piscina flotante, un cuento surreal en el que unos arquitectos-socorristas huyen de la Unión Soviética en los años 30 nadando al unísono en una enorme piscina que gracias a sus evoluciones hacen avanzar para, brazada a brazada,  alcanzar Nueva York cuarenta años después. Los anonadados nadadores se encuentran a unos neoyorquinos posmodernos (estamos ya en 1976) que rechazan las formas angulosas y modernas de la piscina errante ("en su implacable sencillez, la piscina era para ellos una amenaza: como un termómetro que pudiese insertarse en sus proyectos para tomar la temperatura de su decadencia") y deciden huir East River arriba en su piscina-navío para acabar colisionando con la balsa de la Medusa: "el optimismo contra el pesimismo. El acero de la piscina se hunde en el plástico de la escultura como un cuchillo en la mantequilla". Así es Rem: absurdo y nadador compulsivo (en Córdoba, cuando presentó su proyecto para el auditorio finalmente no construido, exigió un hotel con piscina de dimensiones casi olímpicas). En el artículo de Kimmelman se ven añejas fotos de dicha exposición, llamada The Sparkling Metropolis, en la que puede verse a una joven Zaha Hadid que trabajó en OMA en sus inicios. Pues bien, según el crítico del NYT la presente exposición de Koolhaas (Countryside, the future) no sería sino una suerte de epílogo de Delirious New York (si lo piensas, el campo high-tech no es sino un parque temático tecnológico como aquel delirante Coney Island) y epílogo quizá también, aventura aún más el crítico, de su carrera. En los mismos cuarenta años que tardaron los arquitectos nadadores de la fábula en alcanzar Nueva York, el Rem camp, en un periplo no menos épico, ha devenido campero.

Para la exposición que nos ocupa el diseño gráfico ha corrido a cargo de Irma Boom, la diseñadora de libros ampliamente reconocida en Holanda. Hace unos años se encargó de la imagen corporativa y el nuevo logo del Rijksmuseum cuando fue reabierto tras su extensa rehabilitación, según dijo se inspiró en la modernidad sin estridencias de Cruz y Ortiz. Ha diseñado igualmente el catálogo de la exposición, que según nos cuenta Kimelmman es sorpresivamente mínimo, del tamaño de la palma de una mano (Rem como sabemos es adicto a los volúmenes desorbitadamente grandes).

Si el artículo de Wainwright se centraba en el megapolígono de almacenes anónimos de Reno que había sublimado al holandés, Kimmelman nos habla de Koppert Cress, una empresa high-tech productora de micro-verduras de una extensión de 23 campos de fútbol (en la foto de arriba) situada a las afueras de La Haya adonde Rem lleva al crítico norteamericano. No por nada Holanda es la segunda productora de alimentos del mundo. Como curiosidad decir que fue precisamente en La Haya donde Koolhaas, que como todos sabemos fue periodista antes que arquitecto, comenzó a escribir, en concreto para para un semanario local. Todos sabemos también que hizo sus pinitos como guionista cinematográfico (como su padre), lo que no sabía es que a punto estuvo de saltar el charco pues escribió un guión para una película de Russ Meyer, el productor americano de softporn, que al final no salió adelante (Rem está en IMDb!). Ambas facetas son obvias en Delirious New York. Ya que estamos en La Haya diremos también que Rem probablemente disfrutara visitando el museo municipal, obra póstuma de Berlage, un edificio casi ya moderno que en su despojamiento zakelijke (el sachlich holandés), sus innovaciones técnicas para regular la luz mediante lamas accionadas mecánicamente y su obsesivo patrón reticular recuerda al sobrio almacén tecnológico que tanto obnubila hoy al autor de S, M, L, XL.

Kimelmman nos da, como hacía Wainwright, un paseo por algunos de los temas y personajes de la exposición, presentándonos algunos nuevos como el arquitecto alemán Herman Sörgel que en los 20 elaboró una peregrina idea para unir África y Europa en un nuevo continente de nombre Atlantropa. Pretendía crear una enorme presa en el estrecho de Gibraltar que bajaría el nivel del Mediterráneo unos 100 metros, con consecuencias impredecibles. Parece uno de los relatos de Delirious (más info aquí). Más realista pero casi tan espectacular, la exposición también presenta un proyecto en curso de nombre the Great Green Wall financiado por la Unión Africana que busca convertir una extensión de 4.700 millas de desierto en tierra cultivable.

El crítico americano ofrece un par de pinceladas sobre el carácter extremo, inquieto y alienígena de Koolhaas. Y da una de cal y una de arena. Le gusta su aproximación marciana a los problemas, una recomendación que le dieron en su etapa periodística: hay que enfrentarse a los problemas como si fueras un marciano, "con una inocencia que puede parecer despistada pero que también te permite darte cuenta de lo que otros ya no son capaces de percibir porque se ha convertido en demasiado familiar", y deja claro que su exposición es un trabajo impresionante (son 5 años de investigación de su equipo y una legión de investigadores de distintas universidades) que pone el foco en un campo olvidado y resentido (el mismo que puso a Trump en el poder), pero también incide en el carácter  demasiado equidistante del arquitecto. Rem no se moja: "No toma una posición política sobre muchos de los temas candentes que la muestra presenta, retratándose como un reportero, no un crítico, realista pero no cínico, igualmente fascinado y horrorizado, negándose a hacer juicios morales o llamamientos a la virtud. Una pose familiar en él, que puede confundir a unos y frustrar a otros". La moralina no es cool.

Pero la verdad es que necesitamos referentes, acaso más que nunca. No quiero ponerme katastrophal, pero la realidad se torna a veces algo acongojante. Lo post-human campa por sus fueros, con los algoritmos como nueva religión y los big data como su sumo pontífice. Europa, ajada, hace aguas atacada desde dentro por un Reino Unido que nos deja malheridos, empeñados en su splendid isolation (ahora se llama cakeism: me quedo con el pastel y me lo zampo entero ¿no se habrá quedado este país anclado en el siglo XIX?) y desde fuera: es evidente que el futuro es chino, y su filosofía anonada: armonía frente a libertad, jerarquía frente a democracia, colectividad frente a individuo... (pero claro, levantan un hospital en diez días). Y de Trump o Putin mejor no hablamos. El Renacimiento, la Ilustración, a tomar viento.

Acabamos citando el final del artículo de Kimmelman: "Romper la conexión entre humanismo y arquitectura es por supuesto extremadamente aterrador", me dice Mr. Koolhaas cuando abandonamos Koppert Cress. "Pero es también estimulante". "

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