viernes, 11 de enero de 2013

Cuestión de tamaño (y ruido)


El libro S, M, L, XL de Rem Koolhaas y Bruce Mau, publicado en 1995, tiene 1.344 páginas y pesa casi 3 kilos. Prometo que no lo sabía cuando lo encargué a mis padres como regalo navideño. Así que el recorrido que mis progenitores, de edad ya considerable, tuvieron que hacer desde la librería Naos hasta su casa en la otra punta de Madrid en metro acarreando el mamotreto devino periplo épico que ya forma parte de la mitología familiar. No olvidarán el nombre de Rem Koolhaas.

El libro es flipante. Había oído que era un libro de arquitectura poco ortodoxo, pero no esperaba tanto. Sabía de su espectacular diseño tipográfico, en el que Bruce Mau dejó su impronta (el diseñador canadiense sigue trabajando con arquitectos: acaba de colaborar en la creación de los espacios expositivos del museo panameño de Gehry recientemente inaugurado), y me llamaba la atención el título, que hace referencia al orden en que presenta sus proyectos (según su tamaño).  Lo que no me esperaba, por ejemplo, son las fotos de porno japonés que descubrí nada más empezar a hojearlo. Igual, escandalizado, te preguntarás qué pinta el porno japonés en un libro de arquitectura: mira, no me seas tan tiquis y abre tu mente pequeñoburguesa a la multidisciplinariedad. Te explico. Mientras nos cuenta un proyecto en Japón, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Murcia, Rem nos relata e ilustra cómo se solazan los nipones en plan travelogue iniciático. Tampoco esperaba los relatos (muy borgianos) de arquitectura-ficción que jalonan el texto, como el particularmente surrealista (ya publicado en Delirious New York) de la pisicina flotante diseñada por arquitectos rusos que podía moverse a través del mar gracias al impulso de los arquitectos al nadar al unísono y en la que, tras cuarenta y tres años de nado, que se dice pronto, consiguen llegar a Nueva York. Ahora me explico lo de la piscina de dimensiones olímpicas que exigió en el hotel cordobés donde se alojó cuando se presentaba al concurso del palacio de congresos de la ciudad. No era una patética boutade de estrella de cine pasada de vueltas, era en realidad un guiño, en plan private joke, a sus fans más entregados (digamos ya puestos que ganó precisamente su proyecto que aún está por hacerse, a pesar de que recientemente, visto que la cosa naufragaba, de talla L lo recortó a M). La pega de los relatos ficticios es que cuando nos cuenta los pormenores de sus proyectos reales no sabemos si va en serio o está de broma: ¿Es real o inventado que los dueños de la casa que construyó cerca de París litigaron durante años contra las normativas urbanísticas de la zona (llegando incluso al tribunal supremo francés) alegando que el cristal no contaba como pared? De lo que sí se cachondea Koolhaas con esta casa (lo dice Moneo) es del Movimiento Moderno y Le Corbusier en particular a base de caricaturizar los rasgos típicos de dicho lenguaje arquitectónico. Corría el año 1991 y estaba naciendo una estrella.

Sazona también el libro un esporádico glosario aleatorio en los márgenes (al estilo Douglas Coupland en Generación X, libro también muy peculiar publicado cuatro años antes que el de Rem), que roza a menudo el dadá pero nos deja también poéticas definiciones, como la de las nubes, vistas como cúpulas de mármol creadas a partir del incienso del mar. Una de mis favoritas por ahora es la definición para cumplido: "Si te odia la gente adecuada, es un cumplido". Otra cosa que llama la atención son las estadísticas absurdas, como por ejemplo que el año 1993 Koolhaas pasó 305 noches en hoteles (¿y a mí qué? ¿vendrá de ahí su interés por el porno?).

Volviendo a Moneo, diríamos que Koolhaas es el Anti-Moneo. El holandés agarra el cubo perfecto del navarro y lo desventra desde dentro cual furioso alien dejando una figura desnortada y absurda (como los tiempos que nos han tocado vivir), pero icónica al fin y al cabo (ver la CCTV, que hay que observar mejor de lejos en palabras de Fernández-Galiano, la verdad es que vista de cerca debe parecer angustiosa). Moneo es el silencio, Koolhaas es el escándalo al más puro estilo Raphael. Moneo no crea iconos, pero silenciosamente, casi sin darnos cuenta, hace ciudad. Koolhaas por contra la deshace, la revienta con sus edificios-bomba (también lo veíamos en Oporto) que nos hablan quizá de una megalomanía que debería hacerse mirar (¿acaso no está la arquitectura al servicio de la ciudad y no a la inversa?). En uno de los ensayos (Imaginar la nada) presentes en el libro el holandés habla con nostalgia de los arquitectos que se aventuraban hacia lo desconocido arriesgándolo todo, como aquellos"payasos patéticos pero valientes" que se lanzaban al vacío con frágiles alas en los primeros tiempos de la aviación: unos y otros disfrutaban al menos de la "caída libre de la especulación pura": Yo creo que aquí en el fondo está hablando también de sí mismo, se ve como una especie de héroe innovador. Quizá hasta sea cierto, pero a lo mejor en el proceso se ha pasado de rosca.

Nos pierden los iconos, a mí el primero (y no digamos a los políticos), y a veces pueden ser muy útiles como tales, pero por favor que sean menos tóxicos. Y en estos tiempos de arquitectura povera (según ahora Zabalbeascoa), en Europa al menos, convendría recordar que no hace falta grandeur para crear un icono. El 2CV, básicamente una bañera con ruedas, devino icono automovilístico e incluso sociológico al mismo nivel que el mítico DS Tiburón y mucho más que, siguiendo en la misma marca, el fastuoso y bello SM que Citroën desarrolló junto a Maserati. Y fíjate en el pedazo atrio que Wang Shu, alabado por tantos como el arquitecto artesano, ecológico y anti-high tech, ha realizado para el museo Ningbo: que no me vengan con historias, es icónico y punto, en el buen sentido al menos: hay un deseo de trascender, de emocionar, de hacer una arquitectura memorable aunque sea con materiales pobres, y es que como dice M.Fuksas "La arquitectura es algo que tiene que crear emociones. Es fácil construir edificios, hay tantos, cualquiera puede levantar un edificio por su cuenta, pero a nosotros los arquitectos se nos pide, se nos exige ofrecer emociones".

En fin, seguiremos con la alucinante lectura  de este monumental libro a mayor gloria del presunto genio. Ya sólo me quedan 1.128 páginas. Te pongo la última ocurrencia lisérgica que acabo de leer :"Si hay una conspiración, en cualquier colegio, es el eterno intento de cada generación -simple imperativo darwiniano, quizá-  de incapacitar a la siguiente bajo el disfraz del proceso educativo". Manda huevos.

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