domingo, 24 de febrero de 2019

Los combates de la memoria

El monumento vende
"El patrimonio arquitectónico pertenece al arte y a la historia, pero pertenece aún más al sentimiento. (...) Más allá de los enfrentamientos políticos o jurídicos, en los escenarios pétreos del pasado se libran los combates de la memoria. Sus escaramuzas ásperas e incruentas no se refieren al pretérito documental, sino a nuestras infancias reconstruidas y borrosas. El daño al monumento es un herida al niño que fuimos. (...) Construir en los centros históricos es hacerlo en los centros sentimentales. Requiere algo más que ideas y energía; requiere sensibilidad, talento y paciencia; requiere, sobre todo, una mano prudente y un oído escrupulosamente atento al rumor de las emociones ciudadanas: las obras en los centros monumentales son siempre intervenciones a corazón abierto". Así hablaba, en 1993, Luis Fernández-Galiano al hilo de varias polémicas intervenciones en suelo patrio, como la violenta reconstrucción, acaso voladura controlada, del teatro romano de Sagunto de Giorgio Grassi y Manuel Portaceli (cuando Irene Papas representó en dicha ciudad su versión de Las Troyanas en 2001, con música de Vangelis y decorados móviles de Calatrava, prefirió hacerlo en unas naves industriales abandonadas que en el reluciente pero frígido teatro). Lo leo en el primer volumen de Años Alejandrinos, donde recopila sus artículos para El País de 1993 a 1999. Finalmente da don Luis como ejemplo de buenas intervenciones en entornos sensibles el edificio de oficinas de la Previsión Española que Moneo levantó justo detrás de la Torre del Oro en Sevilla. Por cierto que Moneo ha estado esta semana en la capital andaluza y ha aprovechado para expresar su desconcierto por la torre de Pelli, erigida, al contrario que su cuidadoso edificio, sin la más mínima consideración por su entorno (podría intercambiarse con la de Bilbao o la que se levanta en las Cuatro Torres en Madrid, ambas también del argentino, y nos quedaríamos igual): "menos mal que hay una distancia entre ella y la Giralda, porque no es posible establecer ningún paralelismo ni diálogo entre ambas" (desde luego no la verás en la postal que ilustra la campaña turística de la ciudad, la que tienes en la foto arriba de una parada de autobús en Madrid, aunque sí que, muy de soslayo, aparecen las setas de 100 millones de Mayer; por cierto que el slogan no puede ser más loosiano: "Sevilla es monumentos"). En el artículo Moneo aprovecha para dar un buen varapalo a la arquitectura de los últimos rascacielos, que según él, pasan de intentar reflejar el consabido Zeitgeist para ir cada una a su bola: "la expresión arquitectónica contemporánea, a pesar de la globalización, no es ni tan universal ni tan homogénea como lo fue la primera generación de los arquitectos modernos, aquellos que trataban de dar forma a la primera Era de la Máquina". Albricias, alguien que habla medianamente bien de la modernidadQuizá es que el espíritu de nuestro tiempo sea precisamente el de liarte la manta a la cabeza al grito de "miccionapilas moderno el último" y si te he visto no me acuerdo, que aquí lo que cuenta es que mi torre destaque sobre las demás. Es lo que Fernández-Galiano llamó en su día la metástasis de iconos

Por cierto que don Luis ha presentado esta semana en Ivorypress su nuevo libro (el ya comentado Años Alejandrinos) flanqueado por Foster y el propio Moneo nada menos. Tengo un  rebote cósmico porque en el último momento, yo que soy fan incondicional de don Luis, no pude asistir: mi evento premium del año, mi oportunidad de recibir algunas migajas de verticalidad, perdidas para siempre como lágrimas en la lluvia. Vivimos en una realidad de delirante complejidad en la que las demandas son tales a todos los niveles (como padre -no digamos como madre-, como hijo, como contrario, como profesional) que al final no llegas a nada y en todos los campos queda patente tu mediocre y lacerante horizontalidad. Esto sí que es el signo de los tiempos (ay esas pijillas quejas de primer mundo...). Tranquilo, retomo ya. Don Luis es el gran relator de nuestra memoria arquitectónica (e histórica, pues en sus artículos no pierde ocasión de referirse, como quien sí quiere la cosa, al momento político y social), imprescindible su papel ahora que se impone la desmemoria interesada y selectiva como muy bien sabía Tony Judt, que llamó a nuestro tiempo "la época del olvido" (otro paradigma): cito de la contraportada de su libro "Sobre el olvidado siglo XX": "Hoy el mundo es tan radicalmente distinto del de hace tan solo veinte años que hemos dejado de lado nuestro pasado inmediato incluso antes de haber podido entenderlo. No sabemos, literalmente, de dónde venimos, y el resultado de esta ignorancia creciente ha demostrado ser nefasto e incluso tiende a ir a peor [y eso que el libro es de 2008]. (....) Hemos olvidado el papel que jugaban los intelectuales a la hora de debatir, transmitir y defender las ideas que conformaron su tiempo". 

Un relato breve de Michael Morpurgo de nombre ¿Qué se siente?, situado, sin nombrarlo, en la guerra de Yugoslavia, narra cómo una niña logra salvarse de la total destrucción a la que se somete a su pueblo porque se esconde en unos baños públicos en la plaza principal. Cuando el comandante al mando de la división ordena destruir también dichos baños, único edificio que ya queda en pie, un soldado con conciencia, que sabe que la niña se esconde en ellos, le convence de que no lo haga para dejar dichos baños como único y humillante monumento del pueblo que quede en pie. Es una lectura que hago en mis clases de 3º de ESO, cuando pregunto a los alumnos qué guerra creen que es, nombran muchas, pero de la de Yugoslavia nadie (no lo dan hasta 4º, y eso con suerte, pero la de Vietnam tampoco y bien que la nombran). Uno de los artículos que se incluyen en Los años alejandrinos de Fernández-Galiano (de nombre Urbicidio balcánico), está dedicado a este conflicto: "La primera víctima de las guerras suele ser la verdad; en los Balcanes, la víctima inicial ha sido la memoria" (sigue leyéndolo aquí). Y por partida doble: en la guerra se quiso eliminar la memoria de un pueblo, y ahora la propia memoria de la guerra también parece haberse esfumado. Y es que hay memorias que a todos nos gustaría olvidar, especialmente si nosotros (Europa) hemos jugado un papel tan penoso en ellas; asi lo expresa, de nuevo, Fernández-Galiano: "Tiempo de tránsito y agonía, los años 90 son túrbidos y cenicientos, malos para el sosiego y la memoria, indignos del afecto y acaso del recuerdo". Y sin embargo debemos esforzarnos por hacer memoria. Ya en 1945 Popper (lo recordaban Marcos Peña y José Antonio Griñán en El País este sábado), decía: "He ahí pues, por qué el conflicto entre racionalismo e irracionalismo se ha convertido en el problema intelectual y quizá incluso moral, más importante de nuestro tiempo"



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