domingo, 17 de febrero de 2019
Mies 2019
Pues ya conocemos los finalistas del Premio Mies van der Rohe de 2019, cada uno, si me permites la expresión, de su padre y de su señora madre, vaya. Hagamos un recuento rápido. Tenemos un monumento a la modernidad líquida, una poética intervención en romántica ruina, una hermosa plaza en un país ignoto, una útil reforma a escala XXL y un experimento sobre el uso del espacio. ¿Quién ganará? Ni idea, pero vamos a escribir un algo.
El primero es el Palacio de Congresos de selgascano en Plasencia (en la foto). Está un poco fuera de onda con respecto las tendencias arquitectónicas actuales, y es que se trata un proyecto de 2006 cuya construcción fue pasto de la crisis. Con sus formas extraterrestres desprende un tufillo a arquitectura espectáculo que no le va a ayudar a conseguir el galardón. A su favor, la patente demostración de lo que es capaz de hacer la arquitectura con un edificio valiente que, frente a los lúgubres agoreros que nos agobian con un torvo porvenir, transmite optimismo en el futuro y fe en el progreso: un faro feliz. Solo por eso igual ya merecía el premio.
El siguiente es un bello edificio decimonónico salvado de la piqueta por los pelos (la demolición de hecho había comenzado cuando se decidió recuperarlo). Era el último de los pabellones que quedaba de un hospital psiquiátrico que se había ido reemplazando con edificios modernos en Melle (Bélgica). Los arquitectos Jan de Vylder, Inge Vinck y Jo Taillieu han respetado el exterior vaciando por completo el interior en una intervención consensuada con médicos y pacientes. Una ruina habitada. Nicholas Grimshaw estará contento, esta semana el recién galardonado con la medalla de oro del RIBA señalaba en Dezeen: "la cosa más destructiva que podemos hacer es demoler un edificio", para continuar defendiendo con pasión la reutilización de los mismos frente a lo que él llama "handbag architecture" (o arquitectura de las celebrities), edificios encorsetados tan pensados para epatar que solo pueden ser utilizados para lo que fueron diseñados. Todo esto también me ha recordado lo que decía Arturo Franco, uno de los autores de la modélica remodelación de Matadero Madrid, en el último programa de la serie Escala Humana que emite los miércoles La 2: su intervención quería ser de mínimos, que apenas se notara, lejos de una arquitectura engalanada, "vestida de domingo".
El tercero es una monumental plaza en Tirana, vestigio de su pasado comunista, que ha sido profundamente remodelada y reconvertida en un espacio urbano sin automóviles por una amalgama de arquitectos locales, alemanes y belgas en torno al estudio 51N4E. Se la ha rodeado de un cinturón verde que dicen baja hasta 6 grados la temperatura en la zona. Por cierto que aquí se alzaba una estatua a la memoria de Enver Hoxha, el dictador comunista que gobernó Albania desde 1944 hasta su muerte en 1985. Este monumento al parecer no cayó en el olvido como veíamos la semana pasada y fue necesario demolerlo. Y es que hay monumentos que dan mucha guerra. Esta semana también en Dezeen Sean Griffiths nos recordaba la muerte de un manifestante en Charlottesville (Virginia) en medio de una protesta antirracista que pretendía hacer desaparecer una estatua del general confederado Robert E. Lee. Encendido por la polémica ante la posible (ya improbable) demolición del edificio de Clerkenwell Close en Londres, Griffiths sostiene que ya puestos lo que habría que demoler son las casas georgianas de la capital del Támesis, muchas de ellas, según él, construídas con el dinero obtenido gracias al comercio de esclavos (le recomendamos que lea el artículo de Grimshaw). Pero no hay que irse tan lejos, en lo referente a monumentos aquí también tenemos lo nuestro. En fin, prosigamos, que nos salimos del tema. La plaza Skanderbeg, que así se llama la nominada, puede dar la campanada por el alto valor simbólico de la actuación (recuperación de un vacío urbano para los ciudadanos) y por su ubicación, en la periferia de de los habituales circuitos arquitectónicos.
El cuarto finalista es la reforma masiva de un potente bloque de 530 apartamentos en Burdeos a cargo de Lacaton y Vassal en la línea de previas y exitosas intervenciones. Los franceses amplían las ventanas de las fachadas y añaden una plataforma a cada vivienda de casi 4 metros de profundidad en forma de terraza cubierta que crea un "jardín de invierno", todo ello sin que los inquilinos tengan que abandonar sus casas y en dos semanas máximo. No se puede pedir más. Por eficacia y utilidad debería llevarse el premio de calle, el único problema es que una intervención similar en Ámsterdam ya ganó el premio en la anterior edición.
El último contendiente es un edificio alemán sin concesiones a la galería con forma de zigurat en el que se ha querido experimentar con la flexibilidad del espacio y la mezcla de programas. Está en Berlín y sus autores son los estudios Brandlhuber+Ende, Burlon y Muck Petzet. Su objetivo (cito de la página del propio premio Mies): "superar la separación entre vivienda y trabajo, el ámbito comercial y el residencial, cuestionando las normas existentes".
A finales de abril sabremos quién se lleva el gato al agua. Como verás se juzga más que cinco simples edificios o intervenciones, cinco formas de hacer y entender la arquitectura. ¿Cuál de ellas es la que exige nuestro tiempo?
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