SANTORINI, NOVIEMBRE 2039
Un viejo coche, ajado y sucio, llega exhausto a la plazoleta de Ia en el extremo norte de la isla. Es un C3 del año 2017, así que los más de 20 años que carga a sus espaldas no son de gran ayuda a la hora de ascender a la cima de la rocosa montaña en la que se asienta el pueblo. De él sale no sin esfuerzo un alto individuo de tez tostada, probablemente septuagenario, que exhibe una luenga y descuidada barba, coleta beatnik y florida túnica con lamparones que apenas oculta un marcado abdomen. Recuerda enormemente a aquel famoso icono camp que fuera Demis Roussos, el de Triki-Triki-Triki Mon Amour (escúchalo aquí y sumérgete en una demoledora nostalgia de la que acaso ya nunca regreses). Suda como un pollo, y es que aunque es pleno invierno y ya pronta está la anochecida, el termómetro marca 58º a la sombra. Son las cosas del Antropoceno. Se acerca, como todos los días en un ritual que no ha dejado de hacer en los ocho años que lleva en la isla, al emplazamiento donde se encuentra el famoso molino sobre el acantilado que congrega a turistas y locales en laica liturgia para observar la puesta de sol convenientemente protegidos con crema solar de factor 500. Se sienta en el bareto de siempre donde pide, como de costumbre, una botella de ouzo. Tras apurar hasta la última gota del abrasivo licor se acerca, entonado, al borde del vertiginoso acantilado sobre la caldera del antiguo volcán que, en brutal deflagración, destruyera la próspera isla que allí se asentaba (para algunos se trataba de la legendaria Atlántida) dejando en su lugar los despojos abrasados que hoy llamamos Santorini, Thirasia y Nea Kameni. Desde allí, como cada día, nuestro misterioso personaje declama a voz en grito y en griego el poema Ítaca de Cavafy (aquí recitado por Sean Connery con música de Vangelis). Nunca lo acaba, las lágrimas ahogan su voz. En alguna rara ocasión es capaz de rehacerse tras el impasse lacrimógeno y se pone a cantar, también con emoción apenas embridada, el Asturias patria querida.
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¿Y qué pasó con nuestros refractarios políticos? Toro Salvaje es el único que no se autoexilió. Se estableció en Cangas de Morrazo, devenido Condado Galaico Independiente, del que llegó a ser presidente. A imagen del Poundbury del Principe Carlos, contrató a Léon Krier para que levantara un poblado de arquitectura tradicional con toques paladianos. Allí sigue. Pantera Rosa se estableció en California, en Palm Springs en concreto, donde hasta no hace mucho enseñaba en un high school. Hizo una modesta fortuna gracias al éxito global que cosecharon varios libros suyos, en concreto No y mil veces no, y sus secuelas Qué parte de NO no entiendes y el profundamente filosófico La negativa que emana del NO no admite interpretación, ingresos con los que adquirió la casa Miller de Richard Neutra, una de las típicas "máquinas en el jardín" del arquitecto vienés (compatriota y contemporáneo por cierto de Kokoschka y su muñeca articulada), que allá por 1937 construyera para Grace Lewis Miller, una culta y atractiva viuda de mediana edad. Grace enseñaba el sistema Mensendieck de autoconocimiento mental y físico que se lograba ejercitando el cuerpo, desnudo, frente a un espejo. Quién sabe si se lo enseñó a Neutra. Lo que sí sabemos es que el arquitecto diseñó in situ la sencilla vivienda zen (inspirada por un reciente viaje a Japón) mientras su mujer Dione, consumada violonchelista, tocaba con brío su voluminoso instrumento. La enjundia que esconde esta casa. Sigo deprisita que este relato ya se me está haciendo cansino. El gato sobre el tejado de zinc caliente, curtido en negociaciones mil, amasó una pingüe fortuna en Wall Street y vive junto a la espectacular hija de Paris Hilton (46 años más joven que él) en el angosto rascacielos que Viñoly levantara en Nueva York (a 75.000 $ de 2016 el m2, esta cifra es verídica), donde posee las últimas siete plantas. Nacido Libre se hizo anacoreta y vive en una cueva en Meteora. Se alimenta de miel silvestre y saltamontes mutantes. Se le ha visto en varias ocasiones levitando.
De quien nada se sabe es de su Majestad el Rey. Luchó hasta el final para evitar el desmembramiento del reino, mas en vano. Hasta 29 veces llegó a llamar a consultas a los representantes de los partidos y otras tantas nombró inútilmente candidato, que una vez y otra se estrellaba en el Congreso. Las élites sonámbulas (según el célebre término acuñado por Fernández-Galiano) pasaban olímpicamente mientras, incautas, conducían el país a su acabamiento. El último discurso real, en el Congreso de los Diputados, cuando ya todo se veía perdido sin remedio, quedará registrado en nuestro imaginario colectivo por generaciones sin término. Dejó a los diputados clavados en sus escaños sin habla durante más de una hora. En un alarde genial de síntesis contenía solo una frase, como una suerte de haiku ibérico. Tras pronunciarla, el monarca marcharía para nunca más ser visto. Decía así: Iros todos a tomar por sa... La última sílaba quedó en suspenso porque su alteza desconectó justo en ese momento el micrófono. Durante seis meses 26 filólogos de las universidades más prestigiosas trataron de dilucidar cuál había sido la última palabra pronunciada por el rey. Tras mucho debate resolvieron que se trataba de sal, y es que tomar por sal está documentada como expresión idiomática del siglo XV en la zona de Alcañiz como fórmula para desear suerte a alguien. Es obvio dada la cultura de su majestad, que el rey la conocía y la usó como frase lapidaria en su postrera comparecencia pública.
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Es casi ya noche cerrada. Entra en la casa, decorada con sobriedad franciscana. Por todas partes hay libros desparramados y abiertos. En medio del desorden apenas alcanzo a distinguir La España mínima de Fusi, el tocho Carlos V, el César y el Hombre, de Fernández Álvarez y La España vacía de Sergio del Molino. Se sirve un whisky rebosante y se sienta en el porche de su refugio apocalíptico enfrentado al insondable vacío de la caldera volcánica. Se encaja unos cascos conectados a un voluminoso y desfasado sistema de sonido y escucha a la incierta luz de las estrellas el álbum Rosetta de Vangelis, estrenado allá por septiembre de 2016, en el que el maestro de los sintetizadores heleno, inspirado por una misión homónima de la agencia espacial europea, volvió al fin a sus orígenes electrónicos firmando un soberbio trabajo que vendió 260 millones de copias. A la par que da ávidos tientos al licor y escucha arrobado la música extraterrenal del griego, nuestro protagonista recuerda aquella famosa cita de Henry Miller sobre Santorini: "Todo habla en Santorini de fulgor. Aquí la luz penetra en el alma, abre las puertas, las ventanas del corazón, nos deja desnudos, expuestos y aislados en una alegría metafísica que aclara lo que nos es desconocido".
Cuando llega el minuto 1:10 del tema Starstuff, momento en que la cálida caricia sintética del músico griego se hace especialmente intensa, el hastiado caballero cae en un profundo sopor del que ya nunca despertará.