jueves, 28 de julio de 2011

El Hans Brinker español




Paso a diario por esta curiosa esquina madrileña entre la calle Velázquez y Joaquín Costa. Y desde el primer día me llamó la atención esa fachada cóncava de sobrio ladrillo y pequeños ventanucos, como de ayuntamiento escandinavo, coronada por un balcón unipersonal (y por tanto fascistoide) que parece colocado ahí para arengar a las masas (me recuerda al que Bofill también colocó en una de las frías fachadas laterales del Palacio Municipal de Congresos, en el Campo de las Naciones de la capital). Pero lo que más me llama la atención es una misteriosa escultura al pie de la fachada, que parece querer sostenerla con heroico ahínco. Pensé que podría ser de Oteiza por su estilo. Pronto, por un cartel en la fachada principal del edificio, descubrí que era el Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC, de Miguel Fisac nada menos, versión castiza de Philip Johnson por su enorme versatilidad estilística (desde el clasicismo más puro a la ciencia ficción), aquí en un punto intermedio. Pero a mí lo que me intrigaba de verdad era la escultura. Y como soy algo socrático busqué alegorías próximas. ¿Representará (por la parte que me toca) un profesor de secundaria intentando taponar el brutal tajo que, aprovechando el sopor veraniego, la Comunidad de Madrid ha infligido a la enseñanza pública no universitaria, dejando en la calle el próximo curso a la friolera de 3.000 profesores interinos sólo en secundaria (la vuelta al cole va a ser caliente)? ¿Será un político intentando cerrar la copiosa hemorragia de la prima de riesgo de la deuda soberana española? Pero lo más misterioso de todo es que desde lo más profundo de mi memoria de pronto me vino el recuerdo de esta escultura (o una imagen similar) asociada a una historia que de pequeño me habían contado, la de un hombre que había conseguido frenar una inundación taponando con sus manos la incipiente grieta de una presa.

Como el verano es tiempo de relativa inactividad y yo cada vez estaba más picado por la curiosidad, una calurosa y aburrida tarde puse a trabajar a Google a ver qué descubría. Pero tras mucho cibertrasteo poco pude averiguar sobre la inquietante figura, apenas que no era de Oteiza sino de un tal Carlos Ferreira, autor del monumento a Calvo Sotelo en la plaza de Castilla y varias figuras del Valle de los Caídos. Aparentemente el conjunto escultórico no tiene título ni explicación.... La función de la torre cóncava en la que se apoya (que servía para la estabulación de animales de laboratorio), la verdad, tampoco ayuda mucho a resolver el enigma. Pero en mi larga búsqueda sobre este objeto escultórico no identificado y mis brumosas memorias de la infancia me topé con un curioso relato ideado por una tal Mary Mapes Dodge, escritora neoyorquina del siglo XIX. Cuenta la historia ficticia de un tal Hans Brinker, muchacho holandés que una tarde descubrió una grieta en una esclusa de los muchos canales que cruzan la campiña holandesa y, sabiendo lo peligroso que para su plano país podía ser una inundación, pasó la noche entera taponando el agujero con un dedo hasta que por fin fue visto por alguien. La escritora no pierde la ocasión de concluir el relato con una moraleja vigorizante y muy actual: "Ese pequeño niño representa el espíritu de todo su país. A poco que cualquier grieta surja ya sea en la política, el honor o la seguridad pública, un millón de dedos se aprestan a detenerla, a cualquier precio". Utilizando un típico recurso literario, señala que la historia es cierta, así que muchos americanos se la creyeron a pies juntillas hasta tal punto que cuando visitaban Holanda incluso preguntaban dónde se encontraba la famosa esclusa, lo que dejaba a los holandeses boquiabiertos ya que ni siquiera conocían el relato. Finalmente, para dar gusto a los decepcionados turistas la secretaría holandesa de turismo encargó una escultura del pseudohéroe a una tal Grada Rueb en Sparndaam. Una escritora local hasta rehizo la historia, situándola lógicamente en esa localidad. ¿Cuándo se colocó la estatua holandesa? En 1950. ¿Y la española? El edificio de Fisac se terminó en 1951... (relato y foto de la escultura aquí).

¿Hay una posible conexión? te preguntarás a estas alturas, querido lector, si es que aún sigues ahí. Parece poco probable ya que en nuestro país el agua no causa problemas precisamente por su exceso sino por su defecto (aunque no olvidemos la fijación de Franco por los embalses, el del Atazar, no muy lejos de Madrid, dio no pocos quebraderos de cabeza por sus defectos de construcción), pero quién sabe.... No me preguntes cómo conocía yo la historia del holandés.

Como premio a tu paciencia aguantando esta extralarga (y dispersa) entrada de hoy, te voy a dar el enlace a un artículo que encontré en mi búsqueda por la red. Se llama Fisac, finalmente, es de Fernández-Galiano, y en él encontrarás otra paradójica coincidencia, obviamente mucho más enjundiosa que la nuestra. Aquí lo tienes.

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