sábado, 1 de noviembre de 2025

Elogio de la sombra


 Últimos al fin. Esta es la cristalina torre de oficinas Triangle, del estudio suizo Herzog & de Meuron, los autores del CaixaForum madrileño o del edificio Forum en Barcelona, en avanzado estado de construcción en París. Llamada a ser un nuevo icono a las afueras de la capital gala, se trata de una pirámide irregular con base trapezoidal y una altura de 178 metros, algo así como si los suizos hubieran levantado el triángulo acostado que conforma el edificio Forum. También puede recordar por su pulsión vertical al fino discoide de la sede del BBVA en Madrid, otro hito urbano a las afueras de la urbe. La forma piramidal -leo en AV 191-192- potencia las vistas al cielo en cada planta y reduce la sombra proyectada por el potente volumen sobre los edificios aledaños al irse desplazando como si fuera un reloj de sol. Alojará comercios en las plantas inferiores, un hotel, un restaurante y un magnífico mirador que se convertirá en otro de los múltiples musts de la ciudad de la luz. Quizá lo más interesante del edificio sea su forma irregular, que cambiará totalmente según el punto de vista. Planteada como un fragmento de ciudad dispuesto en vertical (el lema de la promoción es La Ville Créative) su forma posiblemente quiera dialogar con la Torre Eiffel, como puedes ver en este entusiasta video promocional, y con la no menos cristalina Pirámide del Louvre de Pei por no hablar de la grandeur francesa, hoy en horas bajas: recordemos la victoriosa batalla de las Pirámides que permitió a Napoleón tomar El Cairo en 1798 y pasar una noche en absoluta soledad en la de Keops. Aunque la obra de Herzog & de Meuron es increíblemente variada en cuanto a formas, no es la primera vez que los arquitectos suizos visitan las formas más o menos piramidales, fíjate en las dos torres para Roche en Basilea, de nuevo potentes hitos urbanos de sobria elegancia o la Switch House del Tate Modern londinense, ni tampoco es obviamente la primera vez que utilizan el vidrio como piel (véase la soberbia biblioteca de Cottbus). 

París es faraónica. En su escala a menudo inhumana (véase el desproporcionado Arco del Triunfo que ahora Trump, claro, quiere replicar) ha sido amada con pasión desmedida por arquitectos, urbanistas y políticos. Todos recordamos la obsesión de Mitterrand por levantar una arquitectura a menudo cristalina que representara los mejores valores franceses (la transparencia el más importante), en sus Grands Projects. Saint-Gobain, la fábrica puntera de vidrio en el país vecino, sudó la camiseta para crear unos productos que no convirtieran la famosa Biblioteca Nacional de Perrault (1995) en un horno diseñando un sofisticado sistema que hace respirar al vidrio mediante una estación de bombeo que introduce aire deshidratado y filtrado en la cámara que separa la hoja exterior de la interior. Y para otro proyecto de la era Mitterrand, la famosa Pirámide del Louvre (1989), la empresa gala diseñó un cristal especialmente transparente que evitara que la construcción de Pei compitiera con los edificios del museo, que se disolviera en ellos. No olvidar ya puestos que Saint-Gobain fue una de las primeras industrias en fabricar el muro pavés de forma masiva, Pierre Chareau será el primero que dará uso arquitectónico al pavés de verre de la marca para levantar la fachada de la famosa Maison de Verre (1932). Tras Mitterrand fue Nicolás Sarkozy, hoy en prisión, quien promovió en 2007 un ambicioso proyecto metropolitano (Le Grand Paris) y se rodeó de lo más granado de la profesión arquitectónica para tratar de vertebrar la fragmentada región parisina (ya de Gaulle había encargado algo similar a Paul Delouvrier, considerado el padre de la ordenación territorial de la región parisiense, quien, en el país del Citroën DS, soliviantó a no pocos adquiriendo para su trabajo de campo un Studebaker descapotable color marfil importado de los Estados Unidos). Si te interesa el tema, te recomiendo el artículo El Gran París, entre la iniciativa y las palabras de Javier Mozas que se publicó en El País y está recopilado en su libro Rashomon, la triple verdad de la arquitectura

Desconocemos si Saint-Gobain ha proporcionado el vidrio a Herzog & de Meuron para el edificio Triangle, pero lo cierto es que la empresa que se haya llevado el contrato ha hecho su agosto. La superficie de las fachadas a cubrir es de 54.600 metros cuadrados nada menos. Es un dato por cierto que llama la atención teniendo en cuenta que los socios suizos son los autores de Engañosas transparencias (en inglés el título es más contundente: Treacherous Transparencies, transparencias traicioneras), el libro que Herzog escribió y De Meuron ilustró con fotografías tras la visita de la pareja a la transparente casa Edith Farnsworth de Mies, mítica obra de la modernidad que les decepcionó profundamente ante la actitud del arquitecto de Aquisgrán, quien prefirió levantar un manifiesto radical de la modernidad antes que crear un refugio acogedor para su clienta. Aunque -cito a Fernández-Galiano, que comenta el libro en el AV mencionado- los suizos "ocultan su incendio crítico con un ropaje de fría precisión y nítida claridad", lo cierto es que se valen de duras citas que ponen a caldo sin tapujos la casa de la sufrida doctora Farnsworth, así esta de Maritz Vandenberg: "Era completamente previsible que una caja de vidrio mal ventilada, sin protección solar más allá de unos árboles cercanos, se convirtiera en un hornodurante los calurosos veranos de Illinois y que las carpinterías de acero con vidrio sencillo (...) se empañara por la condensación en invierno. La indiferencia de Mies frente a verdades tan elementales pone de manifiesto sus mayores debilidades como arquitecto; es decir, su terca obsesión por las formas perfectas, y su despreocupación altiva por los problemas más complicados". La visita de los suizos a la casa fue en 2014 mientras que el proyecto de Triangle data de 2006. Pasándonos seguramente de frenada, nada nuevo, nos preguntamos si habrían mantenido el vidrio para su pirámide parisina en el caso de que la hubieran proyectado tras la visita. En la mencionada Switch House cambiaron el vidrio que inicialmente iba a cubrir la estructura por ladrillo, una decisión que se tomó poco después de la visita a la casa, ahí lo dejo. Paso párrafo dando una de cal y otra de arena: Richard Rogers, el coautor del Pompidou parisino y la T4 madrileña, pasó una noche en la casa Farnsworth junto a su hijo Roo invitado por Peter Palumbo, a quien la doctora le vendió la casa en 1972 con un pingüe beneficio (que le permitió marcharse a vivir a Italia), y salió encantado de la experiencia según relata en A place for all people: "Nunca olvidaré la magia de dormir al lado de Roo en esta joya perfectamente realizada, apenas capaz de cerrar los ojos de la emoción, ambos maravillados ante el equilibrio y precisión del edificio, y el diálogo que establece con los campos a su alrededor". 


Lo de la transparencia ha dado un juego caudaloso en arquitectura. Ha sido símbolo de integridad y valores democráticos muy utilizado por gobernantes de todo pelaje (ya hemos hablado de Mitterrand), tanto se ha abusado de la metáfora que hoy ni el más tierno párvulo se lo cree. Y, como también es bien sabido, ha sido divisa de la modernidad, recordemos aquí a Quetglas en El horror cristalizado (1991) dedicado al Pabellón alemán de Mies en Barcelona: "El trabajo inglés, subterráneo, sucio de carbón, ha acabado: ahora empieza el trabajo alemán: adecuado, transparente, cristalino, eléctrico. (...) El Pabellón representará una casa. La casa del alma alemana. La casa moderna". El cristal es "el material emblemático de la producción industrial moderna, que no admite huellas individuales, que es resultado directo del espíritu, sin los titubeos e inercias de la Handwerk (trabajo manual). (...) El cristal es, para Paul Scheerbart, Bruno Taut y el resto de jóvenes arquitectos alemanes formados a principios de siglo, metáfora del nuevo mundo. No solo metáfora, sino factor de constitución de la nueva sociedad". Las sensaciones en el Pabellón son muy parecidas a las que sufría la doctora Farnsworth, es obvio el diálogo que se establece entre Quetglas y Herzog: "Quien pasea por el interior de la casa experimenta el mismo empobrecimiento que el resto de presencias: sus valores quedan incorporados a los cristales, a las paredes, se funden en los reflejos (...) del otro lado del cristal". El habitante, tan radicalmente expuesto, perdido en un laberinto de reflejos engañosos, pierde su identidad, se vacía. En el libro de los suizos se habla también del Pabellón, resaltando el singular contrapunto que supone la figura orgánica de la estatua Amanecer de Kolbe, que intenta protegerse de los primeros rayos del sol y es el único elemento natural, humano, en medio del geométrico y gélido Pabellón. Quetglas hace también referencia a la solitaria estatua, haciendo hincapié en su condición ilusoria para el visitante, cegado ante los reflejos de los múltiples vidrios que le rodean: "¿Estaba encerrada entre cristales o sólo entre reflejos de cristales? Lo que se veía era la estatua o la imagen reflejada de la estatua? No hay respuesta. Esa ansiedad constantemente incitada y continuamente aplazada, nunca resuelta, es lo que constituirá, también, la experiencia del visitante en el Pabellón".  Y sin embargo, para Colin Rowe y su Phenomenal Transparency, esta misma cualidad de la transparencia tiene un valor claramente positivo: "Como una organización transparente invita y fomenta la fluctuación de lecturas múltiples y sugiere interpretaciones individuales, activa e implica [al espectador]. El espectador no se queda en mero observador "en el exterior", se convierte en parte de la composición a través de su participación. Entra en un diálogo"¿En qué quedamos entonces, es la transparencia engañosa o creativa? (qué difícil es todo). Sí que sería fácil pensar en la escultura "desamparada" de Kolbe en el Pabellón germano como trasunto de la no menos desvalida doctora Farnsworth intentando en vano protegerse del sol y del exterior en su casa transparente. Engañosas transparencias incluye un angustioso poema suyo, de nombre Artifact, que sin duda hace referencia a su experiencia en la casa, habla de una "criatura voladora" que no cesa de golpearse contra los cristales: "¿Por qué no retrocede o muere? / ¿Por qué intenta / atravesar  el frío y liso artefacto / ¿Por qué se golpea contra el cristal?". Y termina: "Las alas inadvertidas se deslizan por el cristal / Las plumas astilladas agonizan en vano. / Los momentos pasan / y en la hierba / Abajo, allí yace / mi esperanza, y muere". Justo al lado del poema Herzog incluye una implacable cita de la propia doctora: "La verdad es que en esta casa, con sus cuatro paredes de vidrio, me siento como un animal al acecho, siempre alerta. Estoy siempre inquieta, incluso por la tarde. Me siento como un centinela de guardia, día y noche. (...) No tengo un cubo de basura debajo del fregadero. ¿Sabe por qué? Porque toda la "cocina" puede verse desde la carretera, de camino a la casa, y el cubo estropea la imagen de toda la casa. Así que guardo el cubo en un armario lejos del fregadero". Nunca iremos a Illinois a ver la casa Farnsworth, pero en Madrid he podido a menudo experimentar algo quizá parecido en la Biblioteca Eugenio Trías en el parque del Retiro, donde Jaime Nadal y Sebastián Araujo reconviertieron las antiguas jaulas de la Casa de Fieras en prismas totalmente acristalados que sobresalen del edificio principal. A mí me encanta estar ahí, es una delicia estar inmerso en el parque y a al mismo tiempo disfrutar cómodamente guarecido de una buena lectura, pero imagino que vivir allí de continuo acabaría siendo agobiante. 

Por seguir enredando podríamos meter in the mix a uno de los mayores domadores de transparencias, Jean Nouvel, quien precisamente en París tiene una de sus obras más cristalinas y etéreas, la Fundación Cartier (1994), no confundir con la nueva sede que acaba de inaugurarse, también obra del francés, en la plaza del Palais-Royal. En Los objetos singulares (2000) Nouvel dialoga con el filósofo Jean Baudrillard, y tercia en la supuesta conversación entre Quetglas, Herzog y Rowe: "En un edificio como el de la Fundación Cartier -donde mezclo voluntariamente imagen real e imagen virtual-, eso significa que en el mismo plano no sé nunca si veo la imagen virtual o la imagen real. Si observo la fachada, (...) no sé si veo el reflejo del cielo o el cielo en transparencia. Si luego observo un árbol a través de los tres planos vidriados, nunca sé si veo el árbol en transparencia, delante, detrás o el reflejo del árbol". Lo llama un territorio de desestabilización pero desde un punto de vista más bien positivo, cercano al de Rowe. Baudrillard, más crítico, apostilla: "La regla del juego es realmente el secreto, y el secreto se vuelve sin duda cada vez más difícil en un mundo como el nuestro,donde todas las cosas se brindan en una promiscuidad total, de tal manera que no existe intersticio, no existe vacío..." . El filósofo sigue pinchando al arquitecto y dice, críptico, que la transparencia es "una forma sutil de censura. Esta búsqueda de la "transparencia" por la que nuestra época parece fascinarse es por lo menos ambivalente en el vínculo que establece con el poder". Dicha ambivalencia haga quizá referencia a esa contradicción tan nuestra según la cual queremos proteger nuestros datos en el ciberespacio pero al mismo tiempo exigimos a las autoridades una total transparencia y buscamos con ahínco detalles de la vida de los otros. Siempre lúcido y certero, explica dicho "oxímoron cultural" Fernández-Galiano en un texto de nombre Contra el cristal, como muestra te pongo soberbio botón que lo clava: "Nuestro ideal de felicidad doméstica es el recinto introvertido, el ‘hortus conclusus’ de los clásicos o ‘mi casa es mi castillo’ de los anglosajones, pero de hecho vivimos en la vitrina de Google, expuestos a la abrasión del tráfico de las redes y sin otra ‘habitación del pánico’ que la desconexión. De parecida forma, soñamos con Parlamentos transparentes, y cuando ha habido que albergarlos en edificios históricos —como el Reichstag berlinés— el gran debate arquitectónico ha sido el de su apertura a la mirada vigilante de los ciudadanos, pero lo cierto es que los legisladores, al igual que el gobierno o los tribunales, son tan opacos tras un vidrio como tras un muro". Y si aún me lo permites (estoy desatado), podríamos dar una nueva vuelta de tuerca introduciendo en este ya multitudinario diálogo al recién premiado con el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, el prolífico Byung-Chul Han, quien en 2013 publicara La sociedad de la transparencia dando de nuevo claras muestras de lo enjundioso del tema.  Han, tildado por alguno de nuestros excelsos intelectuales de mero autor de libros de autoayuda (a no pocos debe escocer su implacable crítica de las sociedades neoliberales, por supuesto lo ha vuelto a hacer en su crudo discurso en Oviedo) argumenta que la transparencia en la sociedad actual, lejos de ser una virtud, se ha convertido en un problema señalando que la presión por la exposición total y la eliminación de lo oculto lleva a una sociedad del control y la vigilancia, descrita como un "infierno de lo igual", frase fetiche del coreano. Esta obsesión, impulsada por la economía y la tecnología, despersonaliza al individuo, convierte todo lo que toca en espectáculo y empobrece las relaciones humanas al eliminar la ambigüedad, el misterio y la negatividad necesaria para la reflexión. La negatividad se torna positiva para Han ya que nos obliga a entrar en la oscuridad para enfrentar nuestros fantasmas y crecer en simpar combate. El mundo oriental siempre ha valorado más la sombra que la luz, más propia de Occidente (el "luz, más luz" de Goethe), como ya argumentaba Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra (1933) con un enfoque en este caso más estético que filosófico: "Pero eso que generalmente se llama bello no es más que una sublimación de las realidades de la vida, y así fue como nuestros antepasados, obligados a residir, lo quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello en el seno de la sombra para obtener efectos estéticos". La arquitectura nipona es la responsable de ese gusto por lo oscuro al construir templos y viviendas con grandes aleros que proyectan profundas sombras: "Cuando iniciamos la construcción de nuestras residencias, antes que nada desplegamos dicho tejado como un quitasol que determina en el suelo un perímetro protegido por el sol, luego, en esa penumbra, disponemos la casa. Por supuesto, una casa de Occidente no puede tampoco prescindir del tejado, pero su principal objetivo consiste no tanto en obstaculizar la luz solar como en proteger de la intemperie. (....) Si el tejado japonés es un quitasol, el occidental no es más que un tocado". El contraste entre Oriente y Occidente, que no es otro que el dilema entre adaptación y progreso (que explica los brutales contrastes culturales del país del Sol Naciente) es tema frecuente de Tanizaki como lo fue antes de Natsume Soseki, quien decía en Soy un gato: "Si, por ejemplo, una montaña bloqueaba el paso natural hacia un país vecino que queríamos visitar, no nos empeñábamos en hacer un túnel e ir contra el orden natural de las cosas, sino que nos limitábamos a no visitar a nuestros vecinos". 

Llegados a este punto, creo que tanto tú como yo nos merecemos un reparador descanso tras este pesado viaje a la transparencia. Siempre agradecidos por tu atención, rara cualidad en un mundo tan acelerado ("¿Quién dijo que lo bello no puede ser político al exigirnos la contemplación en esta época de desasosiego, de falta de calma?" dice Estrella de Diego en la exposición Warhol, Pollock y otros espacios americanos), nos despedimos hasta una próxima ocasión. 





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