sábado, 29 de marzo de 2025

Modernos románticos

 




Uno de los postulados más curiosos que nos hemos encontrado en Romantic Modernism. Nostalgia in the World of Conservation (2009) de Wim Denslagen que como te decía habíamos empezado a leer (llevo leídos dos capítulos de siete, somos lentos, especialmente cuando el libro está en formato digital) es que el Funcionalismo tuvo sus raíces en el Romanticismo, momento en el que los arquitectos se revolvieron contra el formalismo académico beauxartiano. Siempre pensando que el Romanticismo, tan amante de la ruina, se apegaba a un pasado idealizado y fíjate lo que nos dice el profesor de la universidad de Utrecht. Tiene su punto, sin duda. El objetivo del movimiento era conseguir la sinceridad en el arte y el respeto por el trabajo auténtico, meta que se aleja de las restauraciones historicistas "fake". Y sin embargo así se ha venido haciendo a menudo, convirtiendo a muchas ciudades en museos al aire libre llenos de "arquitecturas embalsamadas", una "sentimentalización de la ciudad" que busca "satisfacer las expectativas banales de las hordas de turistas". No es la única alusión al sufrido turista, mucha gente al parecer nos desprecia, en Venecia o Ámsterdam "porque son lo bastante estúpidos como para obtener placer de un escenario preservado artificialmente". Empezamos fuerte. La nueva ciudad vieja de Fráncfort que veíamos también sería ejemplo de ello (pues si te gusta eres un gil, que lo sepas). Y podríamos seguir. ¿Es la ampliación del Banco de España en Madrid, un deepfake donde Moneo no se limita a imitar sino que calca con esmero filológico el edificio decimonónico, deshonesta? ¿Nos timó aquí Moneo? 

Pero como en las mejores tramas, en el trabajo de Denslagen habrá giros inesperados, de hecho su posición sobre esta siempre candente cuestión resulta a veces escurridiza, ocultándola en una profusión de referencias a historiadores, arquitectos y críticos neerlandeses y foráneos que con tu permiso no nombraré salvo sonadas excepciones. En la línea de la búsqueda de autenticidad nos ha gustado la tesis que aporta según la cual la belleza de una ciudad es el resultado de una serie de cambios, transformaciones que no deberían ser obstaculizadas por una vuelta atrás nostálgica. Eso incluye a la árida modernidad, por supuesto, que como veíamos en Fráncfort fue brutalmente estirpada del centro histórico. Denslagen cita aquí un complejo urbano que tuvo más suerte: el famoso edificio de The Economist de los Smithson, una agrupación de tres torres brutalistas insertada en una céntrica barriada londinense cuajada de edificios del siglo XVIII, complejo que fuera alabado en su momento por Scully o Frampton. Al contrario que los ya desaparecidos Ayuntamiento Técnico o el Museo de Historia de Fráncfort de los 70, las tres torres de los británicos hoy levitan altivas sobre la apocada barriada georgiana. Pegar no pegan ni con cola, pero son honestas. Denslagen introduce en este punto, por supuesto, las ideas de Banham, de quien nos ha sorprendido el planteamiento siguiente: los "conservacionistas" no estarían tan interesados en preservar edificios como en mantener la distinción de clase. El libro nos brinda además virulentas citas del agent provocateur británico: "La carga de edificios obsoletos que Europa carga sobre sus hombros supone un lastre mayor para la cultura viva de nuestro continente que los nacionalismos obsoletos o los códigos morales obsoletos". Pero hay más. En esta línea Alexander Tzonis y Liane Lefaivre, que no conocía de nada pero nombro porque hay que ver lo que sueltan, sostienen que las imitaciones nostálgicas acaban formando "un escenario adecuado para alucinaciones xenófobas, neo-tribales y racistas". Virgen Santa (¿será por esto por lo que Abascal eligió como emblema del encuentro en Madrid de los Patriots el mayor pastiche sentimental de la capital, la catedral de la Almudena?). Tzonis y Lefaivre proponen en su lugar un "regionalismo crítico" (¿el mismo que defiende Frampton?) que haga frente a toda esta "pornografía arquitectónica".

En este punto empezamos a estar ya un punto acongojados así que cambio párrafo para tomar aire. En toda esta ruidosa argumentación hay un punto en los planteamientos de Tzonis y Lefaivre con el que podría ser más fácil estar de acuerdo, la idea de que la arquitectura contemporánea debería enfrentar al viandante/turista estúpido con un cierto descoloque que "le eleve a un estado metacognitivo" (quizá si utilizaran menos palabros sus ideas calarían mejor), como se supone que debe hacer el arte moderno, vamos que le lleve a alguna clase de reflexión sobre la, digámoslo así, condición moderna. Lo que sí  parece obvio es que la arquitectura contemporánea tiene todo el derecho del mundo a expresarse sin complejos, manifestando en sus estructuras y pieles el consabido Zeitgeist (si es que ese término aún tiene sentido con la brutal aceleración histórica que ciertos líderes imprimen en nuestra fatigada realidad). Y, como señala acertadamente Denslagen, es posible que lo que hoy no comprendemos y por tanto despreciamos sea entendido y valorado por futuras generaciones como ya ha sucedido (véase la Torre Eiffel). Mario Botta, del que hablábamos no hace mucho, es traido a cuento con otra pertinente cita: "lo viejo necesita de lo nuevo para ser reconocible y lo nuevo necesita de lo viejo para establecer un diálogo". En este punto hace aparición en el libro, como no podía ser de otra manera, el verdadero Demolition Man, Rem Koolhaas, quien por supuesto se opone a las ciudades preservadas en formol que "están siendo trituradas hasta convertirse en polvo sin sentido" y acaban siendo "caricaturas de sí mismas" (Densalgen da como ejemplo de ello Brujas y la compara con Río de Janeiro, donde lo nuevo y lo viejo colisionan sin complejos gracias en parte a la influencia de Lucio Costa). Koolhaas defiende que un edificio debería poder proclamar también "mensajes subversivos" (Denslagen ofrece como ejemplo su Kunsthal de Róterdam, "que no hace el más mínimo esfuerzo por ser bello"), el problema sería quién descodifica dichos mensajes porque, como en el arte moderno, hay obras que no hay quien comprenda. Y, por supuesto, si no eres capaz de ver el mensaje eres, de nuevo, un gil, así que si vas de intelectual o cultureta te toca disimular (a mí a veces me da que Rem se aprovecha de ello para cachondearse un poco del personal).  

Pero no nos vengamos arriba aún con la modernidad. Denslagen, como decíamos, no se casa con nadie, y en un epígrafe específico ("Buenos y malos modales en arquitectura") al final del primer capítulo se despacha a gusto y ya sin tapujos con un edificio que debe conocer bien porque trabajó en la ciudad donde se encuentra, Utrecht. Se trata de la rehabilitación del ayuntamiento a cargo de Miralles y Tagliabue: "El gran peligro es que la gente tienda a admirar la fealdad como una forma de arte. Así, por ejemplo, la ampliación del ayuntamiento de Utrecht basada en un diseño del arquitecto español Enric Miralles. Su exterior es desordenado a propósito, con fragmentos de arquitectura pegados en la fachada como para llamar la atención sobre el desorden que ha causado" y coloca una gran foto de la fachada más polémica, que verdaderamente impacta, olvidando que el edificio era ya caótico de por sí, un palimpsesto de diferentes estilos y épocas sin orden ni concierto con intervenciones en el siglo XX que habían contribuído aún más al sindiós. Podría haber matizado que Miralles y Tagliabue también restauraron con esmero las partes renacentistas y neoclásicas y, lejos de causar desorden, racionalizaron los espacios dentro y fuera del edificio, algo también a considerar aparte de las cuestiones meramente formales. Se crea orden y se finge desorden, en una estrategia típica de Miralles. Habría sido mucho más sencillo demoler y empezar de cero, así que aunque pueda no parecerlo, el estudio catalán respeta el valor histórico del inmueble sin renunciar a poner una nueva capa, discutible sin duda, de contemporaneidad. 

El segundo capítulo, de nombre La enfermedad rectangular, va a incidir en el Movimiento Moderno con sus luces y sombras, aunque Denslagen se centra más en las últimas. Como es un tema de sobra conocido intentaremos resumir lo más posible insertando acaso las citas más sangrantes, por añadir melodrama. Empieza de nuevo el profesor neerlandés repartiendo estopa fina. Nombra a un tal Alain Paucard que en un texto de nombre Les Criminels du Béton (1991) compara a Le Corbusier con Robespierre. Y remata el francés, desatado: "Así como Lenin inventó los gulags, la vivienda social moderna en bloques de pisos fue una invención de Le Corbusier y la Bauhaus". Otro que se trae a la palestra es un historiador alemán de arquitectura llamado Wolfgang Pehnt, quien incide en el fracaso de la arquitectura doméstica funcional y señala como ejemplo el barrio moderno de Pessac diseñado por Le Corbusier cerca de Burdeos , donde nadie al parecer quería vivir. Un inquilino comentaba en 1966 con disgusto que las casas con sus techos planos y formas cúbicas les parecían marroquíes (mismo argumento que dieron los nazis para rechazar la Weissenhofsiedlung de Stuttgart, ahí lo dejo), seguramente los sufridos usuarios hubieran preferido un estilo neoclásico aspiracional aunque otros aspectos más necesarios estuvieran peor resueltos, así es la vida. Más artillería pesada: Wolfe y Jencks eran de esperar, pero además se unen a las huestes antimodernas Foucault, Derrida y Lyotard, horrorizados ante los arquitectos que aceptan de manera ciega la supremacía de la tecnología ("Los ideólogos son totalitarios por naturaleza y, tarde o temprano, esto se expresa en una intolerancia impuesta por la ley. Por eso, estos sistemas deberían ser desmantelados en todas partes, o «deconstruidos», para usar el término posmoderno"). Los propios nazis como sabemos también habían rechazado la arquitectura moderna por sus connotaciones antipatrióticas (undeutsch) y comunistas, aprobando una "ley de fealdad" para cargarse los proyectos modernos como cuenta en este caso Schulze en su biografía de Mies, quien tuvo que salir por piernas de Alemania por este motivo. Lewis Mumford, y su ensayo The Case against Modern Arcitecture de 1967 inciden aún en otro aspecto contradictorio de la Modernidad: su supuesto desprecio por la forma en pos de la función no sería tal, en realidad el movimiento está imbuído de una "estética superficial" que se centraba más en parecer la famosa máquina de habitar que en serlo de verdad, llegando la contradicción a sus cotas más apotéosicas con Mies quien se dedicaría según el crítico neoyorquino a "crear monumentos elegantes a la nada". Los funcionalistas acaban así cayendo en el mayor pecado que ellos mismos habían establecido: la preocupación por la forma. Venturi con su less is a bore verterá aún más sal a la herida como todos sabemos. Menos mal que Denslagen introduce al menos a un defensor de los ideales modernos de gran calado intelectual, Jürgen Habermas, filósofo de la Escuela de Fráncfort: "Una belleza que no se extiende más allá de la fachada no merece ser llamada arquitectura. Los bloques con pequeñas habitaciones mal iluminadas, carentes de servicios decentes y ocultos tras imponentes fachadas neorrenacentistas, eran el colmo de la hipocresía". La idea es reforzada por nuestro autor, quien tras darse probablemente cuenta de que se ha cebado con los modernos, describe con todo lujo de detalles las tremendas condiciones de vida en las barriadas chabolistas de Róterdam a principios del siglo pasado, y cómo por aquel entonces se despreciaba a la sociedad del siglo XIX, a cuya hipocresía y falsos valores se culpó de la Primera Guerra Mundial, contienda de una brutalidad nunca vista hasta entonces. El Movimiento Moderno, con su sincero compromiso social en sus inicios, tuvo un duradero prestigio que se extendería décadas, la palabra clave ya no era arquitectura, sino construcción. Fuera florituras artísticas y dediquémonos a hacer buenas viviendas que es lo que importa, más ética y menos estética, como sostenía Giedion: "La arquitectura moderna ya no debía subordinarse a los caprichos de clientes con inclinaciones artísticas, sino que debía servir a la comunidad en su conjunto. La arquitectura ya no era una cuestión de arte, sino de moralidad". Tras la Segunda Guerra Mundial, además, especialmente en Alemania como vimos, todo lo que los nazis habían prescrito fue ensalzado, lo que supuso un potente espaldarazo al movimiento que llegaría, tambaleante eso sí, hasta los 70. Es en esos años de la posguerra, según Denslagen, donde se producirían los mayores desmanes de los modernos, lo que provocaría su caída en desgracia definitiva. 


Las fotos de hoy por cierto son de un edificio que siempre llamó mi atención en el Paseo del Prado madrileño, casi ya en Cibeles. Es la ampliación del Cuartel General de la Armada a cargo de Rafael de La-Hoz padre, un moderno militante, que aloja entre otras dependencias el Museo Naval. No pueden ser más contrarias ambas construcciones, en las antípodas de la imitación caligráfica de Moneo en el Banco de España. El antiguo edificio ministerial a cargo de los arquitectos José Espelius y Francisco Javier de Luque data de 1928 y es de un recargado estilo regionalista ecléctico (no-crítico) con elementos neogóticos y clásicos, otro edificio nostálgico y fake por tanto. ¿Te gusta? Cuidado con tu respuesta, si es el caso se te puede calificar desde turista estúpido hasta racista pasando por neo-tribal. El anexo de los años 70 es su opuesto absoluto, acaso su némesis, un volumen hosco, opaco, anguloso, de una abstracción tan exultante como lo es la decoración de su vecino. ¿Te gusta? Ojo, porque si es el caso puedes ser tachado de cultureta, intelectualoide y antipatriota. Pero lo que más me llama la atención es cómo De La-Hoz intenta replicar la volumetría del antiguo edificio, como rindiéndole un cierto homenaje para luego pasar olímpicamente de él acaso consciente de que el valor arquitectónico su vecino no es para echar cohetes. Poca información existe sobre esta extensión en internet más allá de lacónicas descripciones, lo cual nos parece sospechoso (compárese por ejemplo con la abundante información sobre el colegio mayor Aquinas que De La-Hoz levantó junto a García de Paredes; hace unos días me lo encontré de sopetón y me pareció de una modernidad magnífica, aaltiana, como un cruce entre Paimio y la residencia del MIT). Solo he encontrado un artículo de Antón Capitel (de nuevo) para la revista Arquitectura del COAM fechado en 1980, me pregunto qué validez tiene una crítica de hace 45 años, en la que hace una valoración no muy halagüeña de ambos edificios, el de Espelius y Luque le parece "mediocre" y de la extensión dice: "La ampliación de Marina es discreta visualmente, aunque no conseguida, y de nuevo el empeño en cosas como el muro cortina y la ambigua e imprecisa relación con lo anterior la convierte en algo poco convincente. (...) en la ampliación de Marina podrían haberse puesto medios más acordes con el lugar y con el problema". Quizá lo mejor que podríamos decir del edificio sería su honestidad y su reivindicación de la modernidad: De La-Hoz quiere dar una respuesta propia de su tiempo, que puede recordar, con desbordante imaginación, al Johnson de Pittsburgh o incluso al Museo diocesano en Paderborn de Böhm, aunque probablemente no atine en el complejo intento, mientras que Espelius (autor de la plaza de toros de Las Ventas) y Luque, con un edificio que cumple bien su función representativa, eligen el camino fácil tirando de registros caducos pero efectivos en una época en la que la arquitectura ya iba por muy otros derroteros. 

Hace unos días me encontré en El País con un brillante artículo de Lola López Mondéjar titulado Cultivar la fricción en el que nos ilumina con esta metáfora: "Una rueda, observa, gira debido a su roce con la superficie de la carretera; si girara en el aire no iría a ninguna parte. La fricción es indispensable para su movimiento" y prosigue: "exportando el concepto a las relaciones entre sujetos, toda interrelación humana, individual o grupal, incluye una fricción de la que surge una zona fronteriza, una zona de compromiso incómodo (...) donde aparecen lo salvaje, el inconsciente, los fantasmas de cada uno de los implicados, la explosión de un conflicto que puede acabar con esa relación o producir algo nuevo. En definitiva, el inevitable choque con los otros no tiene por qué ser destructivo, sino creativo y fecundo.(...) Se hace urgente cultivar la fricción creativa, crear espacios de debate, huir del solipismo reconfortante y reduccionista de la polarización". Ideas que podemos extrapolar a la arquitectura como veíamos en la cita de Botta que te ponía más arriba ("lo viejo necesita de lo nuevo para ser reconocible y lo nuevo necesita de lo viejo para establecer un diálogo"). Los dos edificios madrileños que hoy te traigo, por separado quizá serían banales e ignorados pero juntos provocan una poderosa fricción que cuando menos te hace reflexionar sobre arquitectura, nostalgia, modernidad, honestidad y no sé cuántas cosas más, y además todos sabemos que el roce hace el cariño (si me permites un toque de f(r)icción romántica, ¿Se querrán al cabo el soberbio edificio militar y su modesto opuesto? ¿Llegará a haber amor entre ellos? ¿En las tórridas noches de verano madrileñas, bajo la reprobatoria pero acaso también lasciva mirada del Banco de España, se entregarán a una pasión desenfrenada?).

Llegados a este punto es obvio que debemos cambiar de párrafo e ir terminando, será el último, tranquilo. Fricción va a haber, a go-go, en el proyecto de resignificación de Cuelgamuros (antes conocido como Valle de los Caídos), que el gobierno acaba de lanzar para remodelar el polémico complejo incluyendo un museo de la memoria y un centro de interpretación. Con un presupuesto de 30,5 millones y tras un concurso internacional el proyecto saldrá elegido por un "jurado independiente" en el que esperamos ver a Luis Fernández-Galiano, exquisito domador de fricciones. Se espera recibir ideas "de gran impacto" (no puedo esperar a verlas) de equipos que tendrán que ser multidisciplinares, con historiadores, paisajistas y artistas dado lo delicado de la intervención. Se han planteado diferentes referentes como el Monumento al Holocausto de Eisenman en Berlín; el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá de Juan Pablo Ortiz; el Monumento por la Paz y la Justicia en Alabama de Mass Design Group; el Memorial a las víctimas de la violencia en Chapultepec de Julio Gaeta y Luby Springall o el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago de Chile de Mario Figueroa, Lucas Fehr y Carlos Dias. ¿Qué tal también el Lugar de la Memoria en Lima de Barclay&Crousse? Dicen los agoreros que todo puede quedar en nada si se produce un cambio de gobierno, pero el proceso seguro que al menos promoverá interesantes fricciones a distintos niveles en las que veremos cómo se las ingenian los distintos equipos para aunar contemporaneidad con una peexistencia tan rotundamente tradicional. Les deseamos mucha suerte. 








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