viernes, 7 de febrero de 2025
Fatiga formal (3)
miércoles, 29 de enero de 2025
Fatiga formal (2)
Las conclusiones de La arquitectura del contexto, que como te dije estaba leyendo, son a veces demoledoras y demuestran la desazón (casi frustración) de su autor, Jose Ignacio Linazasoro, ante el debilitamiento de la influencia de la arquitectura como hecho cultural y su pérdida de sentido e identidad, lo que ha traido como consecuencia una "deriva formalista" que ha llevado a los edificios a ser considerados meros objetos estéticos desconectados de la ciudad y ajenos a su contexto histórico (la mémoire, palabra que usa con profusión en su libro). La siguiente cita del donostiarra bien podría ser continuación de la que utilizábamos para cerrar la entrada anterior a cargo de Fernández Alba en Palabras dibujadas: "La globalización y las estrategias comerciales que se rigen exclusivamente por el poder de la imagen han llegado a un extremo en el que solo cuenta la espectacularidad de unos "iconos" banales, sin relación alguna con la cultura arquitectónica heredada". Linazasoro propone una arquitectura discreta, anónima incluso, basada más en lo concreto y menos en abstracciones prototípicas, que se enfrente a cada preexistencia de manera individual y la trate como "auténticos palimpsestos en los que se acumulan estratos sucesivos de la mémoire" por lo que la noción de autoría quedaría diluída siguiendo la afirmación de Alberti: "Me interesa más la arquitectura que mi propia obra". El caso es que he empezado La fatiga de las formas de Josep Fuses, y veo de nuevo una continuidad con el descorazonado relato de Linazasoro con palabras incluso más duras: "En la nueva cultura de la imagen (...) solo interesa la especulación formal libre de contenido, la credulidad en la imagen de la arquitectura como su principal atributo, la prioridad de lo visivo como instrumento fundamental del proyecto (...). La aceptación generalizada e indiscutida del rol del arquitecto como demiurgo de la forma, como creador solipista y exquisito, guiado por una creatividad de procedencia injustificable y misteriosa, que solo ella es capaz de garantizar la calidad del resultado, no ha evolucionado desde los orígenes decimonónicos de la profesión". Imposible no estar de acuerdo con estas ideas tras los excesos de un pasado ya no tan reciente; más sintaxis y menos semántica es el nuevo mantra arquitectónico.
Y sin embargo parece que la forma siempre está ahí, irreductible, plasta, pugnando por aparecer. Hablábamos en la anterior entrada de la bella escultura de José Ramón Anda contrastando con la abstracción extrema de Iesu o la patética pietà de Käthe Kollwitz en la Neue Wache de Berlín que sustituyó al crudo altar ortogonal en granito negro diseñado en un primer momento por Tessenow (por cierto, puedes ver una escultura muy similar de Kollwitz en la exposición Tiempos inciertos. Alemania entre guerras del Caixaforum madrileño). ¿Y qué me dices de esa hendidura surrealista, daliniana, en la chimenea de Villa Mairea? La descubrí en un número de a+u dedicado a las casas de Aalto (lo tengo siempre a mano para relajarme cuando pillo un rebote) y aún estoy flipando en colores. Es un misterio que podría perfectamente generar una potente ficción narrativa, al mismo nivel (casi) que el inaudito radiador de Sostres, que tela también, y que Miralles y Pinós, quiénes si no, tenían en fotografía en su estudio.
Suma y sigue. Hace unos días visité la exposición de Soledad Sevilla en el Reina Sofía. Sala tras sala se desplegaban ante mí cuadros a cuál más abstracto y geométrico, aunque en algunos, no sin esfuerzo, se adivinaban vagas formas. Y de pronto me encuentro con una pared llena de mariposas de un color azul fluorescente que además giraban sobre sí mismas como manillas de un reloj queriendo representar el paso del tiempo. En un primer momento pensé que me había colado en otra exposición, pero no, las mariposas (1.500) son una instalación de Sevilla, de nombre "El tiempo vuela". De nuevo, pasmo absoluto. Iba otro día, incauto, por un barrio que apenas transito en Madrid. Absorto en los vericuetos del plano digital en mi móvil, en un semáforo finalmente levanté la vista y me quedé obnubilado. Enfrente mía estaba ni más ni menos que la Casa de las Flores de Secondino Zuazo, que había visto muchas veces en foto, nunca in the flesh, y que ni por asomo sabía que se encontraba por allí. Digamos que, siempre simplistas, a Zuazo le teníamos cancelado por habernos dejado en la capital el edificio más soviético (y rematadamente feo, si me permites la absoluta subjetividad) de la península ibérica y más allá, los Nuevos Ministerios, pero la visión cambió mi percepción del bilbaíno ipso facto. Me encandiló la casa, no tanto por su diseño racional que ya conocía como por pequeños detalles que hablan de un deseo de dar calidez, como vemos en los arcos que rodean al edificio en la planta baja o los portales en los que se juega con hendiduras y diferentes disposiciones de los ladrillos (en la foto de hoy). No son los magníficos desvaríos formales de un De Klerk (la casa me pareció que tenía un punto Escuela de Ámsterdam), pero parece obvio que hay una voluntad de introducir forma, aunque sea casi a hurtadillas, de escapar de la línea recta. Tengo que leer más sobre este hombre.
Déjame que te cuente un par de cosas más (hoy muy personales, sorry), que estoy en racha. Alguna vez te he contado aquí que a menudo subo a tender la ropa a la azotea del bloque donde vivo, en el sureste madrileño. Experiencia arquitectónica donde las haya, me gusta aprovechar para observar el skyline, que la verdad no es para echar cohetes. Sin embargo hay un edificio que destaca en Vallecas, la Torre San José de Torres y Lapeña, no solo por su tamaño sino también, y especialmente, por una, de nuevo, callada voluntad formal. Con una planta que caracolea dejando un lado abierto, la torre parece querer abrazar al visitante y es realmente bella cuando, en esos gloriosos atardeceres madrileños, sus múltiples ventanas se tiñen de un rojo vivo. Pienso entonces en el Mediterráneo (en esa dirección está el mar de mis veranos adolescentes, además Torres es ibicenco) y, por qué no, en Coderch, autor del edificio de viviendas (seguimos subjetivos, qué le vamos a hacer) más bello de Madrid: el Girasol. Es más obvia quizá la relación de la torre con los bloques diseñados por el estudio para la Villa Olímpica de Barcelona, también con fachadas ondulantes y disposición en círculo. Por cierto que conocí, de lejos, a Elías Torres en Arquia, en la presentación de un libro suyo sobre las iglesias de Ibiza, tema en el que es experto. Asistí en este caso no tanto por el libro sino por los ponentes, estaban Antón Capitel o Rafael Moneo nada menos (Moneo ha dedicado a Torres y Lapeña varios artículos, en uno para El Croquis de 1993 describe su obra con veinticuatro (24) adjetivos como inicio del artículo para rematar a continuación: "La arquitectura de Lapeña y Torres se apodera de nuestro ánimo (...), conquista nuestros sentidos, nos impregna: de repente nos sentimos inmersos en una sensación que identificamos como la experiencia directa de la arquitectura, y ello, curiosamente, sin que el peso de lo construido se nos imponga").
Prosigamos sin salir de Arquia. La pasada semana volví a asisitir a otro evento, en este caso un balance sobre la arquitectura del año pasado en nuestro país. Dirigido por Fernández-Galiano, había seleccionado tres estudios: el de Peris y Toral, con presencia de Marta Peris al hilo de su edificio de viviendas en Cornellà que ya fuera finalista del Mies y acaba de recibir un galardón del RIBA, Óscar Miguel Ares, experto en dar vida a la España vaciada con edificios que mezclan modernidad y tradición vernácula con gran acierto, y Alberto Veiga, del estudio Barozzi Veiga, uno de los equipos españoles con más proyección internacional en este momento (su socio, Fabrizio Barozzi, prologa La fatiga de las formas de Fuses), ¿serán ellos los que se esconden tras el proyecto 616 City, Sky and Sea, uno de los cinco finalistas -el mejor creemos desde criterios puramente formales- para el museo de diseño de Helsinki? Pero a lo que iba: casi me caigo del asiento cuando en la introducción el one nos muestra la portada del próximo AV, dedicado a la arquitectura de España en 2025: una foto de detalle del nuevo estadio del Bernabéu de los alemanes gmp. La forma (amorfa en este caso) otra vez dando por saco en aparición inesperada. El que inventara el término metástasis de iconos para referirse a lo mismo que Alba, Linazasoro y Fuses defienden y desde hace bastante suele centrar sus publicaciones en construcciones cuya modernidad no excluye un componente vernáculo y sostenible, me pone en portada la descomunal ameba extraterrestre de La Castellana, un blob retrofuturista que envuelve el estadio con una amenazante malla metálica de belleza distraída, aunque para gustos los colores (igual es una metáfora que nos avisa de la nueva burbuja inmobiliaria, la capital huele otra vez a dinero caliente). En fin. Ya puestos, comentar sobre el magnífico encuentro que quedamos encantados con la exquisita modestia de Veiga o la desarmante campechanía de Ares, pero si tuviéramos que destacar una intervención sería la de Peris por diversas razones (unas más confesables que otras, a qué negarlo). Enfundada en un outfit que mezclaba con insospechado éxito Blade Runner y Harry Potter, la arquitecta mallorquina dio la presentación más trabajada y mejor expuesta de la tarde, centrándola como decíamos en su obra estrella hasta el momento, el bloque de viviendas en Cornellà, en el que tomando como referencia el grid moderno, las nuevas tipologías familiares y la casa japonesa (hizo su tesis sobre la casa en la filmografía de Jasujiro Ozu) construye unas viviendas económicas, innovadoras (radicales en palabras del RIBA) y sostenibles (la estructura en gran parte es de madera) en las que verdaderamente apetece vivir, tienes más en este video de minuto y medio. Te paso también el link de este excelente encuentro arquitectónico que esperamos se realice con periodicidad anual o, por qué no, semestral (o trimestral) teniendo en cuenta el gran potencial de la disciplina en nuestro país como refleja la entusiasta misiva que Kenneth Frampton mandó a Fernández-Galiano y nos mostró en el evento, en la que señala que "la constancia y energía de la cultura arquitectónica española no se encuentra en ningún otro lugar de Europa, lo que sin duda dice mucho sobre la madurez descentralizada de la cultura española y la sociedad en general".
Pues a ver cómo cerramos hoy. Con esto de las formas seguimos en el mismo punto al parecer que en aquel tormentoso CIAM del 59 en Otterlo, el Waterloo del Movimento Moderno (Corbu ya ni fue), en el que Peter Smithson dio cera con fruición a Rogers a cuento de la Torre Velasca por su excesivo formalismo historicista. Ernesto también se llevaría un buen varapalo de Banham por la misma razón, el cofundador de BBPR le llamaba con sorna "el defensor de las neveras" según cuenta su primo Richard en A place for all people. Si puedo dar de nuevo mi opinión (hoy estoy desatado), yo prefiero la Velasca a la Pirelli. Y es que al final, tanta pureza cansa y necesitamos ese punto de hidratos que nos aporte un toque de alegría y calor. Hemos sublimado el paralelepípedo apátrida de los modernos heroicos (acaso gracias a la fotografía en blanco y negro, que aporta un aura especial: te recomiendo la serie Ripley, rodada íntegramente en blanco y negro -y con un ojo muy arquitectónico- y verás lo que te digo) sin quizá darnos cuenta que eso es también una forma de formalismo. ¿Hay, como con la abstracción, una forma buena y otra mala? ¿Iconos buenos y malos? Seguro, pero ¿cuál es cuál? Recurramos a dos sabios para acabar. El primero, Pallasmaa en La arquitectura de la humildad, tras poner a caldo al Pompidou (ahora es Richard quien se lleva la reprimenda), al que acusa de ser fruto de un intelectualismo especulativo y un lenguaje simbólico sin sentido, afirma: "Una arquitectura que aspire a la identidad, la variedad y la individualidad a través de medios formales superficiales expresa la desesperación del hombre psíquicamente alienado en su intento de aferrarse a una realidad que le ha sido arrebatada. La interacción entre el hombre y su entorno ha sido cercenada, y el entorno se convierte en una cosa, en producto industrial, en lugar de ser una parte más de la personalidad y de la cultura humana, una parte de la psique colectiva". Casi nada. Y ahora le toca de nuevo a Moneo, quien en otro encuentro en Arquia dijo: "En las presentes circunstancias, abogaría por una vuelta a la razón, por recuperar así para la arquitectura uno de los más valiosos atributos que tuvo en el pasado, la racionalidad. Algo que implicaría también establecer una deseable continuidad -hoy rota- con ese universo de lo construido que nos hace ver cualquier obra de la arquitectura, por mínima que sea, como inmersa en la infinitud de una historia que no termina con nosotros y en las que algunas obras singulares emergen desafiando al tiempo" (texto completo en el AV 249-250). Nosotros nos despedimos ya hasta una próxima ocasión siempre agradecidos por tu paciencia.
martes, 21 de enero de 2025
Abstracciones (y 10)
Terminamos hoy nuestra serie sobre la abstracción que nos llevó de Cuenca a Como, ciudades hermanadas por su pulsión abstracta. Nos gustaría decir que de nuestro viaje por tan peliagudo campo hemos vuelto más sabios pero lo cierto es que ahora tenemos más dudas que antes: no sabemos si la abstracción es deseable o no. Para Sota, como búsqueda de la esencia, lo es, para Wilson, como aislamiento de la realidad, pues no (de Aureli ya ni hablamos). ¿Habrá entonces una abstracción buena y otra mala? En fin. Nosotros vamos a acabar en un lugar donde la abstracción se exalta de manera casi extrema.
Muchos van a Donosti por ver la Concha, tan romántica, por disfrutar de su famosa gastronomía o por el despliegue beauxartiano que destila ciudad tan fervientemente decimonónica. Nosotros vamos por todo eso, claro, pero también por escuchar a Jesús Mari Zabaleta, el párroco de la parroquia de Iesu, el templo diseñado por Moneo y del que Zabaleta fue principal impulsor. La poderosa abstracción de la iglesia, extraña en ciudad tan formalista, complementa las sintéticas homilías de su párroco, una y otras ajenas a cualquier distracción formal y volcadas en buscar la esencia del hecho religioso. Puede costar en un primer momento (nuestros sentidos están demasiado acostumbrados al permanente bombardeo de imágenes y mensajes banales) pero el resultado final es una experiencia profundamente espiritual de la que sales renovado, para mí al menos.
Zabaleta ofrece visitas guiadas para enseñar su parroquia y obviamente nos apuntamos a una. Teníamos curiosidad por conocer no sólo los entresijos del templo sino también la relación entre sacerdote y arquitecto (siempre triviales, andábamos buscando la narrativa de rigor), de ahí que a poco de iniciarse la visita le preguntara si se conocían previamente. Zabaleta respondió con un escueto "sí" y punto, dándome la primera lección del día: aquí lo que importa no son las personas (ni tan siquiera Moneo) sino el edificio. Vemos aquí además, querido lecteur, en la práctica, una diferencia clave entre modernidad y posmodernidad, entre esencia y anécdota. No volví a decir palabra, y eso que tenía otras preguntas (anecdóticas) en la recámara. Mientras recorríamos la iglesia, Zabaleta nos iba desgranando las características del edificio, homenaje a Oteiza y Chillida, y en cuyo proceso de diseño Moneo entabló un fructífero diálogo tanto con él como con los artistas, abstractos todos ellos, que intervinieron en su interior. Imaginemos ahora que se me apareciera un genio oriental mientras ando fregando los platos, por ejemplo, y me concediera tres deseos arquitectónicos. Uno, sin duda, sería poder asistir a esas reuniones (fueron unas 8) en calidad de convidado de piedra invisible, claro está, en las que Moneo, Zabaleta y demás abstractos discutirían sobre lo humano y lo divino, arquitectura y arte, monumento y memoria, filosofía y religión, y a saber sobre cuántas cosas más. Javier Alkain fue uno de esos artistas involucrados, en concreto se encargó del diseño del tríptico que se sitúa tras el altar en forma de retablo decididamente abstracto; tienes un detalle en la foto de arriba. Preguntado sobre el sentido de tal obra, sin duda la más osada (e incomprensible) con diferencia de la iglesia, Zabaleta alegó que estamos acostumbrados a una representación humanizada de Dios pero lo cierto es que no sabemos cómo es en realidad. Mencionó a un teólogo que llegó a decir que Dios sería justo lo contrario a como el hombre pudiera imaginarlo. Alkain aceptó tan descomunal reto y lo representa como una especie de organismo microscópico, alejado de la gloria todopoderosa con la que se suele plasmar, algo que hubiera puesto los pelos de punta a cualquier párroco. No al nuestro, que a sus casi 80 años se empeña, como ha dicho más de una vez, en abrazar la realidad contemporánea tal y como es (lo cual no significa aceptarla sin crítica) huyendo de rancias nostalgias y manteniendo un discurso profundamente esencial y avanzado. A él por ejemplo le debo el descubrimiento de Dietrich Bonhoeffer, un teólogo protestante de sobrecogedora brillantez que se enfrentó a los nazis y pagó con su vida. Solo dos concesiones a la figuración hay en el espacio casi vacío de Iesu: una cruz diseñada por Moneo a partir de una imagen románica y una bellísima escultura de la Virgen con el niño de José Ramón Anda.
¿Puede ser Iesu en su abstracción tan decididamente valiente, en su rechazo frontal de la forma (la convencional al menos), una representación efectiva del hecho religioso? ¿Puede la abstracción funcionar bien como símbolo? Estoy leyendo La arquitectura del contexto. Una respuesta antimoderna de otro donostiarra, José Ignacio Linazasoro, arquitecto austero donde los haya, en el que muestra ejemplos de cómo la arquitectura moderna se ha enfrentado a las llamadas preexistencias destacando el trabajo de los "arquitectos inoportunos" (los mismos que Wilson incluye en la que llama Resistencia como veíamos), críticos con la línea más ortodoxa y heroica del movimiento. Tessenow es uno de ellos, del que menciona, entre otras, su intervención en la Neue Wache, un pequeño cuartel en Berlín proyectado por Schinkel y que en 1930 se decidió convertir en memorial a los caídos en la Primera Guerra Mundial. Tessenow venció en el concurso de ideas a pesos pesados como Mies o Behrens con un proyecto que se centró en vaciar el espacio, incluyendo tan solo un sobrio altar de granito negro sobre el que se abre un lucernario circular (hoy hay en su lugar una pietà laica de Käthe Kollwitz). No lo he visto, pero en fotografía el espacio, despojado y abstracto, parece de una solemnidad probablemente mayor que la que se lograría recargándolo de ornamentos formales. Nos recuerda mucho a Iesu.
La abstracción aún puede llevarse más allá en audaz vuelta de tuerca. La semana pasada estuve en Arquia en la presentación de un libro de nombre La fatiga de las formas. No conocía ni al autor (Josep Fuses) ni a ninguno de sus acompañantes en la presentación pero el título nos intrigó, de hecho una de nuestras recientes entradas se llama casi igual. En la charla Fuses mencionó, al hilo del título de su libro, dos memoriales "invisibles" dedicados a la Shoah a cargo de un artista alemán de nombre Jochen Gerz. El primero, a las afueras de Hamburgo, fue una columna menguante dotada de un mecanismo que la hacía hundirse bajo el terreno de manera progresiva dos metros por año y sobre cuya superficie, forrada de plomo, se animaba a la población a escribir mensajes con punzones (no todos ellos eran apropiados, pero como señaló el crítico Walter Grasskamp, este es quizá el primer monumento de la historia que no pretende ser mejor que la sociedad que lo ha erigido). La columna de 12 metros, colocada en 1986, desapareció para siempre en 1993 y hoy solo la recuerda un cartel en el que puede leerse: "Al final, solo somos nosotros los que podemos levantarnos contra la injusticia". Podríamos preguntarnos si su poder de evocación es ahora más fuerte que cuando aún estaba ahí. El segundo memorial va en la misma dirección. Está en Saarbrücken, donde la Gestapo tenía su cuartel general, y se llama 2146 piedras, que hacen referencia a otros tantos cementerios judíos que existían en suelo alemán en 1939. Gerz extrae 2146 adoquines al azar de la plaza que conduce al Palacio Saarbrücken (edificio rehabilitado por Gottfried Böhm donde se instaló la Gestapo), graba el nombre de dichos cementerios en uno de los lados (un cementerio por adoquín) y los devuelve a la plaza con la inscripción boca abajo, con lo cual no sabemos qué adoquín representa qué cementerio, o si el adoquín en cuestión lleva inscripción o no. Solo sabemos que están. Más sobre ambos "antimonumentos" aquí.
Cerramos, circulares, recordando lo que Fernández-Galiano ha denominado en diferentes lugares (el último en el más reciente número de AV Proyectos), la "ética de la abstracción". La abstracción puede representar valores éticos como hemos visto, pero además puede referirse a un quehacer arquitectónico, ético también, centrado en eliminar lo superfluo. Acabamos con Fernández-Alba: "Huérfano de las conquistas de la revolución industrial, el hombre-económico no encuentra lugar donde refugiarse en los territorios narcotizados de la globalización mediática, sus dogmas cínicamente liberadores tienden a excluir de sus premisas arquitectónicas aquellas formas, lugar y espacios que se alejen de la ortodoxia productivo-competitiva, una Neoforma comienza a perfilarse en los proyectos-red de la era de la información, formas flexibles, intercambiables, banales en la inmediatez de su diseño". Busquemos refugio en Iesu.
martes, 7 de enero de 2025
Un día en Milán
Imposible abarcar Milán en un día. Pero si no hay otra, ¿tú cómo lo harías? No es una visita diseñada para archfreaks como el abajofirmante sino para un variopinta agrupación familiar de intereses dispares así que toca ser muy selectivos. De hecho, tras las agotadoras visitas a los musts de rigor (el Duomo, la galería Vittorio Emmanuele, la Piedad Rondanini, el Castello Sforzesco y la Basilica di Sant'Ambrogio), al parecer prioritarias, poco tiempo y ánimo queda para más (aunque entre uno y otro pude ver de refilón la Torre Velasca, que me gustó más de lo que esperaba, impresionante desde el tejado del Duomo y más aún a ras de suelo, la flagship store de Apple de Foster, que mis hijos, claro, disfrutaron especialmente y la sede de Feltrinelli de Herzog y de Meuron, guiño posible al maestro Rossi, oriundo de Milán). Pero a lo que iba, si sólo pudieras elegir un ejemplo de arquitectura contemporánea en Milán, ¿cuál sería? Te dejo mi respuesta en suspenso para que te lo vayas pensando.
miércoles, 1 de enero de 2025
Fatiga formal
En la anterior entrada hablábamos de nuestro edificio favorito de Mario Botta pero hoy toca ser algo más críticos. Atención: Voy a ser muy subjetivo, así que si consideras con razón que un no-arquitecto no puede juzgar un edificio te ruego dejes aquí tu lectura. Avisado quedas, no quiero que te me sulfures y menos en fechas tan señaladas.
Chambéry es una ciudad francesa de atractivo inesperado. Parada técnica si vas en coche a Italia, ofrece bastante más encanto que otros enclaves presuntamente más interesantes como Carcassone, un poco (o un mucho) de cartón piedra. Misma sorpresa para bien te llevas con Toulouse, la Ville Rose por el color de sus bellos edificios construidos en ladrillo de terracota. No defraudan por supuesto Nimes y sus magníficos restos romanos (ni tampoco el Carre d'Art de Foster o el Nemausus de Nouvel, obras de juventud que han envejecido realmente bien) o Arlés, donde hasta el mini-Guggenheim de Gerhy acaba pareciendo resultón.
Volviendo a Chambéry, la tranquila ciudad prealpina de unas 60.000 almas hace gala de un armoniosa traza urbana y unos bellos edificios decimonónicos. Son famosos allí los traboules, pasadizos que atraviesan los patios interiores de los edificios más antiguos y que fueron utilizados en tiempos para esquivar a la autoridad competente. De noche, apenas iluminados por faroles, resultan especialmente sugerentes. Igualmente merecen mención el castillo de la dinastía Saboya y los imponentes cuarteles que alojaron a tropas napoleónicas. Si eres madrileño el nombre de la ciudad te sonará, uno de los barrios del norte de la capital se llama Chamberí y al parecer procede de un acuartelamiento francés proveniente de la ciudad gala que se asentó en la zona durante la Guerra de Independencia.
Botta recibió en los 80 el encargo precisamente de rehabilitar este complejo cuartelario y construir un auditorio para 900 personas. Cuando llegué allí lo desconocía y eso que ya le había dado un tiento al libro de Sakellaridou. El susto fue importante. Si, como repite machaconamente Wilson en La otra tradición de la arquitectura moderna citando a Aalto, lo que importa no es el aspecto que tiene un edificio cuando está recién hecho, sino el que tiene treinta años después, en nuestra opinión el Espace André Malraux, su nombre oficial, ha envejecido mal a sus 38 años. En 1987, en pleno afán por "aflojar el corsé ideológico [moderno] que había asfixiado la arquitectura desde la Segunda Guerra Mundial" en palabras de David Rivera (Teatro Marittimo n.4) puede que tuviera más sentido, de hecho fue finalista de la primera edición de los premios Mies van der Rohe, que mira que tiene guasa (también estaba, increíble, el Museo de Orsay pero claro Bofill -me parto- era uno de los miembros del jurado presidido por Kenneth Frampton: afortunadamente lo ganó Siza y su banco Borges & Irmão, más aaltiano que corbuseriano, lo que quizá ayudara en la decisión aunque imaginamos que debió montarse un buen belén hasta lograr el fallo). Hoy el Malraux nos recuerda a Gehl cuando habla de arquitecturas "caca de pájaro", objetos "con formas graciosas" como caídos del cielo sin el más mínimo respeto por su entorno. No entendemos su forma cilíndrica, tan querida por Botta, justo al lado de los ortogonales cuarteles, contra los que parece precipitarse en violenta colisión (en ninguna de las fotos "oficiales" verás ese diálogo a palos entre ambas construcciones), ni su fachada a franjas bicolores de nuevo tan típica del suizo y del norte de Italia pero que aquí es totalmente ajena. En medio de ambos edificios, como elementos de transición que amortigüen la inevitable colisión Botta deja una suerte de huecos, de nuevo su santo y seña, en forma de pasadizos que quizá intenten aludir a los mencionados traboules pero una vez dentro pensarás que están más cerca de uno de esos Pasajes del Terror de nuestra infancia. Wrede, en el catálogo de la exposición que comisarió sobre Botta en 1986, justo cuando se terminaba el Malraux, ya hace hincapié en esta "tensión": "Así, en el centro cultural de Chambéry Botta crea deliberadamente un fuerte contraste entre la forma tradicional y cerrada de los cuadrados cuarteles napoleónicos y su nuevo y curvo complejo teatral moderno con el que limita. Y sin embargo, aun siendo altamente heterodoxo, esta yuxtaposición está claramente pensada, produciendo una fuerte resonancia precisamente debido a esta tensión de contrastes". Sakellaridou en su libro sobre Botta publicado en 2000, incide igualmente en ese contraste siguiendo de cerca a Wrede: "La masa del edificio se muestra tanto en yuxtaposición como en relación con los cuarteles. (...) Una fuerte presencia nueva se introduce como contrapeso a la enorme escala de los cuarteles. La tensión creada entre las dos masas es una decisión consciente" . La arquitecta de Samos, que poco después trabajaría con Botta en dos proyectos en Atenas, concluye: "Este es un proyecto que tiene como objetivo restaurar la urbanidad". En 1988 la revista Arquitectura del COAM edita el número 273, dedicado entre otros edificios al Malraux y, lo que son las cosas, al asilo Sant'Elia de Terragni en Como, recién restaurado por aquel entonces y portada de la revista. En este número está también la entrevista que hacen al arquitecto Nieto y Sobejano como mencionábamos en la anterior entrada. Aquí ya no estamos frente a un texto laudatorio sino crítico, veremos si Botta sale tan bien parado. El editorial ("Razón crítica") plantea un objetivo claro para el número: "La reflexión planteada hoy por ARQUITECTURA se centra en torno a la lectura crítica, no tanto de los hechos arquitectónicos, como de los razonamientos que los motivan, los principios que son soporte de la obra del arquitecto. Así, frente a las modas cambiantes que reflejan en sus superficiales resultados la carencia de un apoyo teórico, debemos considerar la arquitectura que se asienta firmemente sobre una clara posición, una razón crítica que, en palabras de Rafael Moneo, avanza una teoría a la vista de las que ofrece el pasado y el mundo de realidades que acoge la arquitectura en su seno". Y centrándose en el suizo, señala: "Una diferente y contradictoria motivación es la que subyace en la obra de Mario Botta, donde una línea constante y una interpretación personal del concepto de lugar y de la asimilación cultural de la forma, dan paso a una arquitectura de invariantes inmersa en la intensidad de un diálogo propuesto por el paisaje y las formas ancestrales y primitivas más elementales. Si la riqueza de la arquitectura de la ciudad, en sus palabras, se origina a través de la superposición de distintas intervenciones individuales y el lenguaje del arquitecto se caracteriza por describir un arco personal y autobiográfico que evoluciona con el tiempo, tal vez cabría considerar que las aportaciones más personales del autor, y en esa medida menos racionales, están manifestando, finalmente, una arquitectura desde la crítica a la razón". Pues si lo que están diciendo es que su arquitectura es irracional, autoral e inmutable, yo diría que le dan, muy finamente, un buen palo (aunque igual desde la perspectiva de los 80, tan posmo, semejantes atributos son positivos pero no lo parece). Veamos en la entrevista de Nieto y Sobejano cómo se defiende el de Mendrisio. Los entrevistadores inciden también en que su arquitectura parece estar decidida de antemano, ignorando su entorno, a lo que responde: "Es común a todos mis proyectos el esfuerzo por hacer que el contexto enriquezca la obra de arquitectura y que la obra arquitectónica venga a enriquecer al contexto. Me interesa más que el objeto arquitectónico mismo, las relaciones que este objeto establece con su entorno. Creo que de la intensidad de este diálogo depende la calidad de la arquitectura". No contentos quizá con la respuesta, que parece ajustarse mal con la cruda realidad, algo más adelante vuelven a la carga tras haber señalado el suizo su vocación formalista (llega a decir literalmente que la forma es una función): "Una gran preocupación por la imagen del edificio convierte su arquitectura en algo personal y claramente identificable (...) ¿No es en cierto modo un discurso contradictorio con el pretendido diálogo con el medio?" Y aquí directamente se sale por la tangente. Preguntado ahora sobre "el reciente posmodernismo" dice no sentirse identificado con él, dando una respuesta algo contradictoria tras su encendida defensa de la forma frente a la función: "El Postmodernismo es una fuga hacia la escenografía ... la idea de la fachada. La arquitectura es otra cosa ... no es sólo la forma. La arquitectura es un hecho ético, no estético ... debe proponer valores, no dar forma a los fantasmas". Nieto y Sobejano vuelven a dar donde más duele preguntándole si su obra podría entenderse como una respuesta de estilo más que como una búsqueda ética o social, a lo que, acaso acorralado, responde categórico: "No, yo reitero que la arquitectura es antes una labor social y colectiva que una función estética. El arquitecto es un artesano ante todo y la forma debe ser un signo de la cultura y el espíritu social que se resista a lo banal y efímero, a la tentación tecnológica y a lo intrascendentemente moderno". Y para finalizar, puntilla en toda regla: "¿Se hace entonces una lectura superficial de su obra al hablar de invariantes de estilo, de recursos de una arquitectura preeminentemente formal?" Respuesta desarbolada y fin de la entrevista: "Desde luego, la forma es sólo la envolvente del espacio, de la luz que nos relaciona con la naturaleza, la fusión de la tierra y el cielo que recupera un sentimiento primitivo hacia el que siempre volverá el mundo del arte...".
El caso es que Botta ha seguido haciendo de su capa un sayo. Echa un vistazo a su página web y juzga tú mismo. Por si no tienes tiempo o ganas te he seleccionado dos proyectos, los de Atenas junto a Sakellaridou. En el primero, un complejo de oficinas, la potente composición de volúmenes funciona bien porque no tiene contexto, en el segundo, el Banco Nacional de Grecia nada menos, el edificio se pega literalmente con sus vecinos de bella factura decimonónica. En fin. En España, como te decía, no tenemos nada suyo, pero presentó proyecto para el muy historiado concurso del Kursaal donostiarra ganado como todos sabemos por Moneo, edificio del que acabamos de celebrar su 25 aniversario. Este sí que ha aguantado bien la prueba del tiempo. Me despido con el soberbio artículo que le dedicó en 1999 Fernández-Galiano, que despacha con una breve frase el proyecto de Botta: cilindro fatigosamente previsible...