domingo, 3 de enero de 2021

Caídos del cielo (2)

 


Pues vamos a seguir dándole otra vuelta al cuadro de Zenghelis que abría la entrada anterior. Decíamos que la figura en dicha pintura (que puede recordar algo a de Chirico, solo que en un contexto moderno) sufría del típico angst contemporáneo ante lo que parecen ser las torres deslabazadas, desproporcionadas y desordenadas de una ciudad fantasmal y fragmentaria. Igual son menhires, pero para el caso es lo mismo, que ya decía Hans van der Laan, monje benedictino y arquitecto para más señas, que los menhires son un acto de afirmación de la presencia humana frente a las leyes gravitatorias. Lo artificial frente a lo natural, la ciudad frente a la selva, la arquitectura como actividad propia del hombre expulsado del paraíso que debe vestirse y guarecerse ante las inclemencias que le aguardan. Pero volviendo al cuadro de Zenghelis, ¿y si su interpretación fuera al revés? ¿Y si en ese paisaje con figura, el tal ser humano viniera ya angustiado de casa y el entorno arquitectónico no fuera sino el reflejo de dicha desazón? El hombre y la mujer modernos han renunciado al orden de manera voluntaria, era un corsé agobiante y antiguo, y han preferido la libertad de los caminos inexplorados. Loable, pero hay un precio que pagar. El orden era armonía, proporción y equilibrio, la individualidad es desconcierto, azar y ansiedad. Y, para más inri, el ansia de totalidad, de alguna clase de orden o sistema, está ahí, nos espolea aunque a la par nos incomode, pues somos conscientes de que al cabo es necesario para no andar como vacas sin cencerro. Esa tensión nos excita e incordia por igual, y la arquitectura, como expresión del sentir humano, la refleja. 

¿Cuándo muere el orden? ¿Cuándo comienza la modernidad? Parece palmario que en la Ilustración, momento en el que la razón, no sin ella, se mofa del relato único. Surge ahí nuestro amigo el fragmento, el relato parcial, la Torre de Babel. La arquitectura acompaña ese intenso periplo intelectual: de Piranesi, acaso el primer moderno, con esa obsesión suya por la ruina romántica que refleja esa memoria del orden, pasando por Soane, con una arquitectura hecha como a jirones, por no hablar de su casa, hoy museo, cúmulo de fragmentos expuestos en agobiante mezcla, llegamos a Loos y su propuesta de monumental columna para el Chicago Tribune, acaso nostalgia del orden ya irremediablemente perdido y reflejo de esa contradicción tan suya entre lo moderno y lo antiguo, para desembocar en Vers une architecture donde Le Corbusier, ya moderno hasta las trancas, mezcla todo tipo de referentes en subyugante cóctel. Kahn reunirá modernidad y evocación de la ruina en una arquitectura que fascina hasta al más sinsal y como fin de fiesta vendrán los collages de Venturi y Scott Brown. Y hasta aquí hemos llegado: el fragmento es ya píxel y data. El like es el nuevo orden.  

Estos días de asueto navideño he visitado Valdemaqueda, en lo arquitectónico un trocito (o mejor, fragmento, por seguir con el palo) de Escandinavia no muy lejos de Madrid. La pequeña localidad, a la que se llega en un bello viaje entre dehesas ya casi extremeñas que nos traen dulces recuerdos y las montañas de Guadarrama que culminan en nuestra también muy querida Serra da Estrela, fue famosa años atrás gracias a Esperanza Aguirre. El ayuntamiento, de Paredes y Pedrosa, sigue ahí, claro está, y vamos a hablar de él intentando no caer en subjetividades del tipo puesestolohagoyo o puesamímechiflaelhormigonaco. Más allá de los dos simples cubos, una suerte de Kursaal povera, que es lo primero que llama la atención ya que parecen, como diría Gehl, caídos del cielo y si te he visto no me acuerdo, hay que reconocer un importante trabajo de urbanismo. Valdemaqueda es mayormente una hilera de casas a lo largo de la carretera y poco más, no hay apenas espacio público de calidad. Paredes y Pedrosa han desplazado el edificio de la primera línea para crear una plaza, en línea con esos típicos edificios-plaza renacentistas italianos, en un gesto que parece querer indicar la primacía del pueblo sobre el poder político. A su vez lo basto del acabado del hormigón echará para atrás a muchos, pero no deberíamos olvidar el exiguo presupuesto con el que contó, y esa austeridad -tan escandinava, aunque allí les vaya más el ladrillo que el hormigón- también manda un mensaje ético que debería apreciarse, especialmente tratándose de un edificio público tan representativo. El "malestar perceptivo" (en palabras de Francisco de Gracia) que el edificio generó a nuestra expresidenta (entre otros) es comprensible dado que tiene poco que ver con la pompa y circunstancia que asociamos a todo ayuntamiento que se precie (v. Trump), pero ahí quizá radique precisamente su valor. A otros el conjunto les transmitirá esa melancolía tan escandinava (o eso dice Linazasoro) que surge del contraste que comentábamos entre la pulsión moderna hacia un individualismo rampante y una evidente vocación de orden. En fin, como señala, de nuevo, Francisco de Gracia, en esta nuestra "era postarquitectónica" la mayoría entendemos la música como poética del sonido, pero pocos son los que aprecian la arquitectura como poética de la edificación. Acaso sea un gusto que haya que esforzarse por adquirir, como lo son los más perdurables. Y ya que, de refilón, hablamos de música, decir que Ángela García de Paredes, la mitad de Paredes y Pedrosa, es hija de Jose María García de Paredes, arquitecto experto en auditorios musicales (suyo es el de Madrid, con un cierto aire escandinavo también), acaso porque se casó con la sobrina de Manuel de Falla. De hecho, el título del discurso con el que ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando fue Paseo por la arquitectura de la música. Por último, y ya te prometo que cierro párrafo, decir como curiosidad que García de Paredes (padre) diseñó la urna donde se aloja el Guernica de Picasso en el Reina Sofía. 

Mencionábamos hace un momento a Linazasoro y resulta que el arquitecto donostiarra tiene también en Valdemaqueda una intervención que afortunadamente no vio Aguirre, pues tras la visión del ayuntamiento, del pasmo le habría dado un mayúsculo síncope. Se trata de la extensión de la iglesia de San Lorenzo (foto que abre la entrada) unas calles más arriba del ayuntamiento. Ante el consabido debate sobre cómo rehabilitar, en este caso una iglesia tardogótica de la que sólo quedaba un ábside y una puerta, Linazasoro no se ha andado con historias, como ves en las fotos ha anexado una caja inmisericorde de hormigón en el exterior y, para más inri, le ha colocado delante el antiguo pórtico, despegado del anexo y desplazado a un lateral (cual objet trouvé, que dice él). La visión es dura, pero es tan pegote como la intervención, más clasicista, que el edificio ya tenía antes de la adición de Linazasoro; no obstante es cierto que los fragmentos gótico y moderno colisionan de manera brutal. La iglesia se encontraba cerrada a cal y canto, pero afortunadamente el antiguo párroco de la iglesia, ya jubilado (don Santiago, de 88 años, "los dos símbolos del infinito"), andaba por allí, y es que vive en una pequeña casa aledaña de potentes muros de piedra y coloridas contraventanas metálicas, la típica arquitectura local de la llamada Sierra Oeste. El expárroco nos abrió la iglesa a través de la sacristía, ubicada en el ábside original, y pudimos acceder al interior, donde de nuevo nos topamos con una visión de potente impacto. Tras el arco que marca el fin del ábside una potente viga de hormigón señalizaba el nuevo edificio; entre ambos, un lucernario tratando de compensar la ausencia total de ventanas. Sin duda con un mobiliario más adecuado (y sin las horribles estufas de terraza de bar), a tono con el pequeño confesionario ubicado en una hendidura de la extensión (don Santiago nos comentó que era tan angosto que apenas podía entrar) el nuevo espacio habría lucido bastante mejor.  En las fotos "oficiales", en las que el nuevo recinto se ve vacío, también aparece más bello, pero es obvio que en algún sitio hay que sentar a los parroquianos. Aunque resultaba evidente que la intervención no era de su agrado, el curtido cura no se manifestó abiertamente contrariado por el anexo del que consideraba su paisano (es navarro pero había estudiado en San Sebastián), quizá porque pensaba que yo era fan de la arquitectura moderna (lo primero que me preguntó fue que si era arquitecto) y porque es sin duda consciente del interés que la obra ha suscitado: nos dijo que la había enseñado en innumerables ocasiones, incluso en una ocasión a un grupo de arquitectos suecos que sacaron fotos desde los ángulos más recónditos para lo cual debieron ejecutar cómicos contorsionismos. Solo criticó la (ligera) pendiente que, desde la entrada principal, los feligreses debían subir para acercarse al altar, él entendía que el desnivel debería ser al contrario, como en un anfiteatro. Linazasoro sostiene que el efecto que él buscaba era justamente que los feligreses tuvieran que ascender hasta el altar en un camino procesional de carácter simbólico. Dejamos a don Santiago en la soledad de su sólida casa a la vera acaso de la colisión de fragmentos más potente del mundo (hay que dar un toque de dramatismo a la narración, que veo que tu attention span va decayendo), soledad aliviada por su condición de radioaficionado: le delatan unas potentes antenas en el tejado que nos señala con orgullo indisimulado. 

Pues eso, podríamos decir que la "tesis" de hoy es que pongas un fragmento en tu vida. En 1984, en un arrebato de furor intelectual, Fernández-Galiano lo hizo. En un artículo de corte violentamente apocalíptico que ya hemos citado aquí varias veces pues nos dejó noqueados (lo descubrimos en el Arquitectura Viva 169 y ha vuelto a incluirlo en Las grandes esperanzas, un nuevo recopilatorio en dos volúmenes de artículos anteriores a Años alejandrinos), don Luis, un hombre de orden, tras decir -en resumidas cuentas- que esto es un sindiós, se lía la manta a la cabeza y propone nada menos que la creación de un nuevo orden. Esa es la actitud. Tanto lloriqueo de nostálgicos empedernidos, pues no, te coges el toro por los cuernos y que salga el sol por Antequera. Sugiere el catedrático aragonés reconstruir la disciplina arquitectónica a base de descomponerla y luego recomponerla siguiendo un orden arbitrario (adelantándose así 30 años a Fernández Mallo, como ya adivinábamos), que don Luis decide sea el orden del alfabeto. Crea así un "diccionario de fragmentos"; para que dichos fragmentos no queden tan exentos de vida como el pórtico de la iglesia de San Lorenzo, se propone acompañarlos de un "racimo de textos" de géneros diversos que los sitúen en el espacio y el tiempo. Y así busca en los clásicos cercanos tanto literarios como académicos (Machado, Bachelard, Giedion, Benevolo, Alberti -los dos-, García Lorca, Aleixandre, Semper, Jencks y así hasta 126) citas referidas a ese elemento o fragmento en cuestión (el cimiento, el muro, el balcón, la alcoba y así hasta 32), para acabar apuntando que todo es un empeño inútil, poco más que un juego intelectual: "Y, por consiguiente, ante nuestro dilema pedagógico: construyamos un sistema ficticio, convencional sin duda, pero exacerbado en su voluntad simétrica, un remedo de sistema en su exagerada sistematicidad, un sistema ensimismado y descreído que nos permita, como quería Borges, 'perseguir los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden'". Koolhaas, acaso inspirado en don Luis, utilizó un planteamiento similar para la exposición que realizó para la Bienal de Venecia (Elements of Architecture), en 2014. Los Reyes me van a traer el catálogo-tocho. Que Kahn me ayude. 

Volvamos como epílogo breve a Valdemaqueda. Violentados los sentidos de tal guisa ante la contemplación del estimulante fragmento moderno, te recomiendo un reconfortante paseo hasta el Puente Mocha sobre el caudaloso río Cofio, a media hora a pie de la villa, construcción medieval (para algunos romana) esta sí, reconstruída a la manera tradicional. Acabo al fin. Te deseo para este 2021 apenas iniciado que reordenes tus fragmentos con paciencia, imaginación y lúdica lucidez. 



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