domingo, 1 de noviembre de 2020

Estado mezcla

 


Sigo con el hormigón, que me he quedado prendado de esta foto (cuánta paz). Si como veíamos el hormigón de Tadao Ando en París era acongojante e inverosímil, el que David Chipperfield nos propone aquí para la reconversión de un antiguo monasterio alemán herido de muerte durante la Segunda Guerra Mundial en sede de unos estudios resulta por el contrario acogedor e integrado. Si el muro perimetral del japonés quería separar (así lo exigía el programa) con escándalo, la intervención del inglés quiere articular en silencio. Igual la arquitectura es simplemente esto. Conectar lo que estaba inconexo, curar lo roto, ofrecer sosiego (físico y mental). Santiago de Molina nos dice que el arquitecto antes que constructor es costurero, un "juntacosas" como un escritor es un "juntapalabras", un bricoleur (según ahora Levi Strauss) que ensarta fragmentos en un collage que haría las delicias de Agustín Fernández Mallo, rey del fragmento (quizá él preferiría el término excrecencia), proceso que entiende más como un estado permanente, el "estado mezcla". Por supuesto para el autor de Teoría general de la basura el concepto de "fragmentarismo"  (que con ahínco se enseña en las facultades de Filología para explicar la literatura moderna surgida tras el horror de la Primera Guerra Mundial) es una falacia que ocultaría la nostalgia de una unidad que en realidad nunca habría existido y no sería sino una "mentira consoladora". Pues eso, que el tótum revolútum sería nuestro estado natural (no somos sino"traficantes de residuos", afirma exaltado). 

Y el hormigón, una amalgama de deshechos variopintos, representa dicho "estado mezcla" como ningún otro material. No deja de ser curioso que su introducción en la arquitectura coincidiera en el tiempo con el momento, como indicábamos, en el que los distintos géneros literarios y el arte en general abandona sus planteamientos unívocos y lineales para reflejar un mundo reventado en el que la realidad deviene caleidoscópica y los personajes reflejan un yo cuarteado en múltiples desdoblamientos. Eduardo Prieto llama al hormigón (en La vida de la materia) una "materia-filosofía" por el interés que despertó en filósofos como Deleuze y Guattari: "Para los autores de Mil mesetas, el hormigón, esencialmente fluido, adaptable y plástico, no serviría tanto para construir físicamente como para construir ideológicamente, en la medida en que sería un modelo completamente ajeno a las estructuras conceptuales más comunes y ominosas (....). A estos esquemas jerárquicos, rígidos (...), el hormigón opondría su condición de cuerpo fluido y rizomático con una armadura flexible, oculta e insubordinada". Lo que Fernández Mallo llamaría una disposición en red. 

El "estado mezcla" es la razón de ser de la red de redes. En un momento en el que la presencialidad se diluye en una virtualidad casi fantasmagórica, la foto que te traigo de la intervención de Chipperfield también subyuga por su potencia matérica. Dan ganas de agarrarse a esos firmes pasamanos antes de que internet nos succione sin remedio hacia los mundos virtuales como sucedía en aquella premonitoria cinta de los 90, El cortador de césped. La fundación March se ha liado la manta a la cabeza con arrojo sin igual y acaba de presentar su primera exposición digital, sobre Mondrian. Sus comisarios que, como nos pasa a todos, andan dando palos de ciego en esa extraña hibridación de lo real y lo virtual que nos ha tocado vivir, tratan de justificar su decidida apuesta por lo digital (lo que no deja de entrever un cierto complejo de culpa) aludiendo a explicaciones pasmosas pero realmente interesantes. Así, alegan que el precursor de las exposiciones digitales no habría sido otro que Velázquez, quien en Las Hilanderas nos presenta una imagen en primer plano que representaría en el mundo real las hilanderas en plena faena para pasar a reflejar al fondo una "reproducción virtual" de dicha experiencia en la fábula de Ariacne y Atenea, y concluyen:"Las exposiciones digitales son el lugar en el que los contenidos sin aparentes jerarquías, límites u orden de internet –cuyos contenidos no han sido curados– pueden articularse en nuevos espacios que permiten establecer comparaciones y secuencias significativas". Volvemos a lo mismo: amalgamar fragmentos sin orden ni concierto (o con otro orden y concierto). 

Y así andamos, más perdidos que cefalópodo en garaje, cierto, pero al mismo tiempo, qué experiencia tan estimulante poder vivir en primera persona esta aceleración digital sin precedentes (lástima no tener en mi caso 20 años menos). Permíteme, con todo, que insista (de forma ya cansina, lo sé) en que la presencialidad es imprescindible si no queremos acabar en una alarmante polarización ideológica: los espacios físicos actúan como antídoto frente a los extremismos al favorecer los encuentros casuales, tan raros en internet, donde filtramos con suma facilidad al que no piensa como nosotros. Termino con una cita de Teoría general de la basura: "Ahora estamos en una 3ª Naturaleza que es internet y por extensión la sociedad de la información. Pero ocurre que aún somos salvajes en esa 3ª Naturaleza, somos auténticos hippies digitales, primitivos en un Cosmos que aún se está creando, estamos aún perdidos y asistiendo a una cosmogonía, estamos en un momento en el que la indefinibilidad de las cosas es lo que abunda en la Red: no es que haya territorios separados por fronteras, sino que toda la Red es una frontera, y como ocurre en toda frontera, se dan las condiciones de espacio híbrido, no puritano, para que aparezca lo nuevo, la experiencia del constante experimento"

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