domingo, 30 de junio de 2019

Ciudades azules


Pues vamos a seguir dando la brasa con las ciudades. Hoy toca una que devino foco de atracción allá por los 60 por su espíritu experimental, optimista y abierto. Dos son sus señas de identidad: la gasolinera y la piscina. La primera porque esta ciudad sin el automóvil no se entiende (de ahí su horizontalidad infinita) y la segunda porque su benévolo clima permite su uso buena parte del año. Reyner Banham quedó tan prendado del espíritu de esta urbe que decidió aprender a conducir cuando llegó a ella (no sabía, en Londres se movía en bici) para comprenderla mejor. De esta ciudad el crítico de arquitectura británico dijo (según señala Goldberger en su necrológica de 1988): "es el Medio Oeste americano llevado a su punto álgido, los dogmas autoritarios del Bible Belt y la perenne revuelta contra ellos colisionando en una masa crítica bajo las palmeras. De ahí surge una situación cultural donde solo lo extremo es normal". Banham le dedicó un libro en el que hablaba de sus "cuatro ecologías": la autopía (amalgama de "utopía" y "autopista"), la horizontalidad extrema, la playa y el surf (surfurbia), y la montaña. La ciudad, en muchos aspectos cruda, no arredró al crítico, que se sentía atraído por su fealdad a menudo intolerable, llegando a decir que las dos mejores horas de sus habitantes son las que pasaban conduciendo de casa al trabajo y vuelta por sus autopistas. Banham defiende también su urbanismo de "huevos revueltos", de mezcolanza heteróclita y policéntrica, frente a la organización clásica de "huevo frito" (la yema el casco histórico, la clara los suburbios). Y se mostraba displicente con la fascinación de Venturi y Scott Brown por Las Vegas (a la que tildaba de mera "anécdota"), de donde realmente se podía aprender es de la ciudad que hoy nos ocupa y cuyo nombre me resisto a decirte, aunque tú, avezado lecteur, seguramente ya habrás adivinado.

La modernidad, que todos asociamos con la frialdad germánica, arraigó aquí de manera insospechada gracias a no pocos apóstoles modernos que aquí se instalaron huyendo de la barbarie nazi, produciéndose el milagro patente de cómo unas casas de una desnudez formal tan extrema devinieran potentes objetos de seducción bajo las palmeras y al lado de la inevitable piscina (que tan bien representara en sus icónicos cuadros -como el de arriba- David Hockney, otro británico que quedó prendado de la luz y la libertad de estos lares). Pero esta sofisticación arquitectónica tenía también un trasunto tecnológico, y es que en esta ciudad estuvieron asentadas hasta los 90, cuando la Guerra Fría acabó, importantes industrias aeronáuticas. Ese empeño por la experimentación influirá en la ficción de otro creador deslumbrado por la ciudad (donde morirá en 2012), Ray Bradbury, el autor de Crónicas marcianas y Farenheit 451 y en el Tomorrowland de Disneylandia, donde se construyó el primer monorraíl de América (Bradbury propuso a Disney que fuera alcalde de la ciudad). Bucky Fuller, el señor de las cúpulas geodésicas, fue referente local también para una generación alternativa en su obsesión tempranamente ecológica por hacernos ver nuestra frágil condición de "habitantes de la nave espacial tierra", idea que varias décadas después está de plena vigencia. Fuller fue gurú de toda una generación que buscaba nuevos valores (los hippies del flower power) y aquí hallaron su tierra prometida. Filósofos como Herbert Marcuse, otro alemán asentado en la zona, también supieron conectar con esa new age defendiendo la emancipación de los afroamericanos y fusionando en lo teórico a Marx y Freud (como en Eros y civilización). Así llegamos al conocido como Summer of Love (1967), en el que se celebraron conciertos icónicos de Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janice Joplin...

En lo puramente arquitectónico dos movimientos se asentarían aquí tras quedar superada la modernidad: el posmodernismo de Robert Graves, con su clasicismo juguetón y amable asociado a la revolución conservadora de Reagan (y a Disney), y el deconstructivismo de Frank Gerhy, otro inmigrante feliz (desde Canadá en este caso), que hace una reforma en su casa que dará que hablar. De ahí a Bilbao hay solo un paso.

El cine ha elegido a menudo esta ciudad como marco, como no podría ser de otra manera teniendo en cuenta lo mucho que le debe. Paradójicamente a pesar de su poderosa luminosidad ha sido representada en sus aspectos más sombríos y noir, así en Chinatown de Polanski, Mulholland Drive de David Lynch o Blade Runner de Ridley Scott, donde la utopía de las autopistas deviene distopía catastrofista. Sí, claro, nuestra ciudad es Los Ángeles, y quien así nos la ha descrito no es otro que Luis Fernández-Galiano en una conferencia que dio en la Fundación Juan March en marzo dentro de un ciclo dedicado a cuatro urbes -las otras tres Viena, París y Nueva York- que fueron capaces de aglutinar importantes movimientos culturales y artísticos en diferentes momentos del pasado siglo (aquí tienes los enlaces a las distintas conferencias). Don Luis acaba la conferencia con una potente coda lírica, con el azul resplandeciente y optimista de la ciudad como bandera representado por dos imágenes: la primera, un cuadro del mejor pintor californiano, Richard Diebenkorn, de su serie Ocean Park, que toma el nombre del distrito de Santa Mónica en Los Ángeles donde tenía su estudio, serie a la que dedicó más de 130 lienzos de sutiles variantes, y a la que se entregaría desde 1967 hasta 1988 (resulta que en casa tenía un olvidado catálogo de una exposición que organizó precisamente la Juan March sobre Diebenkorn en 1992 donde se expusieron 17 de la serie). La imagen final de la conferencia es la pintura de un cielo azul que decora una fachada ciega del archivo de la Paramount utilizado como fondo para algunos rodajes. Un cielo replicado que le sirve a Galiano para cerrar con Machado nada menos y sus famosos últimos versos ("Estos días azules y este sol de la infancia"), para recordar que acaso la infancia es nuestra mejor ciudad y, rememorando ahora a Gramsci, que el pesimismo de la inteligencia debe ir acompañado del optimismo de la voluntad, frase que estoy pensando tatuarme. Señores, no se puede pedir más a una conferencia. 




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