sábado, 8 de diciembre de 2018

Invisibles (2)




Pues vamos a darle otra vuelta a la instalación de Plensa en el Palacio de Cristal madrileño. El juego de transparencias entre las etéreas esculturas, diseñadas específicamente para el singular recinto, y el no menos etéreo palacio produce una suerte de espejismo moderno que da que pensar. Para empezar las tres cabezas representan a otras tantas mujeres que no contentas con desaparecer encima se mandan callar unas a otras poniendo el dedo índice sobre los labios. No creo que sea casual que las figuras sean femeninas. También sorprende experimentar cómo el exceso de transparencia produce la paradoja de la ocultación, algo de lo que ya Poe dejó constancia en La carta robada: lo más expuesto escapa a la observación por demasiado evidente.

En lo más propiamente arquitectónico, la exposición me ha traído a la memoria el follón de la intervención de Snøhetta en la neoyorquina torre AT&T de Johnson (el autor de las madrileñas Torres Kio). La famosa torre de granito, de 1978, marcó el pistoletazo de salida de la arquitectura posmoderna y supuso todo un varapalo a las arquitecturas cristalinas del estilo internacional, convirtiéndose en chirriante manifiesto con un interesante plus de morbo ya que Johnson había sido defensor del Movimiento Moderno en Estados Unidos y fiel protector de Mies, con el que había trabajado en la cercana torre Seagram (acero y vidrio toda ella) veinte años atrás.

Pues bien, la torre (ahora de nombre Madison 550), que llevaba un tiempo viviendo el sueño de los justos, la compra el conglomerado de rigor (saudí para más señas) que quiere darle nueva vida, y qué mejor que abriendo sus bajos al comercio. Como la monumental arquería, que parece diseñada por Speer, tiene una falta de atractivo que raya en hostilidad (destacando en ello ese tremendo arco central de ocho plantas que debe acongojar visto a ras de suelo), encargan a Snøhetta que le den un aire más amistoso y a los noruegos no se les ocurre otra cosa que forrar el despropósito de vidrio ondulado. La paradoja está servida (nos recuerda a la intervención de Koolhaas en el IIT, solo que ahora es al revés): el edificio que se quería de sólido granito para enfrentarse a los palacios de cristal miesianos de su entorno iba a tener en su base un forro transparente al más puro estilo moderno. Todo a mayor gloria del capitalismo más chusco, que, como señaló Adjaye hace unos días en el World Architecture Festival, está corrompiendo la arquitectura. En lugar de ser árbirto de ideas, el británico señala que la arquitectura se está vendiendo al gran capital: "muchos proyectos hoy en día están conducidos por un elitismo que tiene que ver con un liberalismo hipercomercial". Rowan Moore habla también de esta tendencia imparable en un artículo sobre la intervención de los noruegos en el que, tras poner a caldo a Johnson, al que tilda de comisario cultural, y al edificio, del que recuerda cómo fue comparado por Huxtable a un ejemplo de "hábil canibalismo", apunta: "Sería otro paso en la ubicua "cristalización" al nivel de la calle de las grandes ciudades, donde todo lo que es sólido debe fundirse en defensa del sacrosanto shopping". Wainwright también puso el grito en el cielo (habló de vandalismo), y hasta Foster, nada posmoderno que digamos (habla de dicha arquitectura como cartoonish, vamos, como salida de unos dibujos animados, y cínica) se posicionó en contra de la intervención, aunque, todo sea dicho, es justo lo que va a hacer él en su proyecto para Colón en Madrid. Pero el que no se contradiga que tire la primera piedra.

Las protestas a favor de preservar el AT&T se materializaron con manifestaciones de, todo sea dicho, cuatro gatos, aunque uno de ellos nada menos que Robert A.M. Stern, quien portaba en las mismas una maqueta de la torre imitando la famosa portada del Time de 1978 en la que aparece Johnson con una maqueta de su edificio (igual la misma) en pose desafiante, como un moisés pintón (la metáfora es de Moore) soteniendo las nuevas tablas de la ley. El caso es que ocho meses después de dichas protestas el edificio había sido protegido por ley (Snøhetta no son Koolhaas) y la reforma no podía ya hacerse en los términos planteados. Los noruegos se la envainan y dejan los bajos como estaban centrándose en reformar la parte posterior del edificio creando un relajante espacio público y tal. ¿Bien está lo que bien acaba? Cito a Moore de nuevo: "Las ciudades están hechas de cosas así, de los empeños de gente no siempre agradable por dejar marca, de la provocación y la ambición transformada en mampostería y espacio, los cuales, redimidos por el paso del tiempo, llegan a revelar una nobleza inesperada. O al menos un carácter distintivo. Olayan y Chesfield [actuales dueños de la torre] deberían darse cuenta de que tienen algo único entre manos y, en vez de darle una patada, tendrían que sacar el mayor provecho de ello". 

Acabamos volviendo al inicio. La transparencia, como señalaba Anthony Vilder, es obsesión de la modernidad, y bien que nos retrata en esa sobreexposición complaciente que nos brinda internet. Santiago de Molina lo explica muy bien. Acaso haya que volver a una arquitectura matérica y sólida, enraizada en la tierra, que nos dé cobijo y sombra, que nos devuelva el secreto, la invisibilidad y el misterio antes de que nos disolvamos en el resplandor del ciberespacio. "La luz oscura del espacio oculto fascina tanto como confunde...". (Luis Fernández-Galiano, Criptoarquitecturas, en Arquitectura Viva 209).






No hay comentarios:

Publicar un comentario