domingo, 25 de noviembre de 2018

Posdata

El Tulip, la última atracción de Londres
Pues vamos a ir ya cerrando el tema de la modernidad y posmodernidad que ya huele. Que conste que a pesar de nuestra defensa del ángulo recto, el orden geométrico y el recto proceder tenemos en el fondo un espíritu posmoderno. Ya aquí comenté que el salón de mi casa lo preside el Guggenheim de Bilbao, que de moderno tiene poco, y decía por aquel entonces que lo quería tener presente para que me recordara la inquietante belleza del caos que, junto a la profunda creatividad que se esconde a veces en la incertidumbre, es toda una lección para cartesianos y control freaks, en clara alusión a uno mismo. Del mismo modo, tengo de fondo de pantalla de mi ordenador una foto de la ola de A_LA en Lisboa, que de nuevo tiene poco de moderno. Y qué hay más posmoderno que un blog de arquitectura realizado por un profesor de inglés. 

Estos días de febriles búsquedas cibernáuticas en torno a la modernidad y sus secuelas hemos hecho pasmosos descubrimientos. Qué me dices del centro McCormick de Koolhaas en Chicago. Sabía que el holandés flipante tenía algo muy raro allí, pero no sabía que era en el mismísmo IIT nada menos, el sancta sanctorum de Mies. Rem, del que ya habíamos apuntado sus probables tendencias edípicas hacia los maestros modernos, se pasa la caja por el arco, que me parece muy bien, pero no contento con eso decora su shed con una imagen del propio Mies, con una voluntad, rayana ya en la perversión, de cachondearse del alemán dando donde más duele. Eso sí, siempre desde el amor que le profesa. En fin, cosas peores le han hecho al pobre Mies. Es comprensible que el McCormick se separe de la arquitectura lacónica del alemán y busque reflejar el azaroso espíritu de los tiempos como expresa Rem al señalar que la época en la que se hizo el campus de Mies era una "de extrema inocencia, cuando se podía hacer feliz a la gente con relativamente poco" defendiendo la complejidad posmoderna que su diseño aporta, porque es lo que ahora toca. Con todo no sé yo hasta qué punto aquel era un tiempo de inocencia, teniendo en cuenta que el mundo acababa de presenciar una devastadora guerra en la que se habían cometido salvajadas nunca vistas. A lo mejor la gente lo que quería era precisamente recuperar la inocencia perdida y olvidarse de pesadillas nacionalistas y épicas trasnochadas, lo que explicaría el éxito de la arquitectura moderna, neutra, objetiva, global y despojada de memoria. Marchando cita: "Y por qué esa adhesión que mencionas a Mies? Primero, no me interesaba nada la moda del posmodernismo, porque en Portugal ya habíamos tenido cuarenta y ocho años de posmodernismo. Todas las directrices de la arquitectura fascista portuguesa eran Piacentini, los frontones y las columnas. Y después llega Michael Graves y dice: "Tenemos que hacer columnas". ¡Pero aquí llevamos cincuenta años haciendo columnas! (...) Vi en el método de Mies van der Rohe una técnica que me interesaba, sin pretensiones casi, ni poéticas ni narrativas ni significados semiológicos, porque estaba cansado de la escuela y todo ese discurso de lo posmoderno, que llevó a una arquitectura, desde mi punto de vista, muy mediocre, muy mala, que le faltaba autenticidad... le faltaba tanto que no ha tenido nombre: no hay nombre para el posmodernismo, es 'pos', no tiene identidad, es una 'posidentidad'"(Eduardo Souto de Moura entrevistado por Luis Fernández-Galiano en el último AV 208). En cuanto a la complejidad, pues de nuevo no sé, yo creo que toda época ha sido compleja a su manera. La nuestra sin duda lo es, de una forma a menudo artificial, pretenciosa y banal.

Volvemos así a la cruda realidad y nos econtramos de bruces con el Tulip de Foster (más fotos aquí). Y se nos caen los palos del sombrajo así como de repente y todos a la vez. El arquitecto que acaba de ganar el Stirling por su elegante y sobria sede de Bloomberg, el arquitecto que siempre defendió una ética profesional con la ecología como centro, se descuelga de golpe y porrazo con esta secuela de su Gherkin paródica y soberbia (es Oliver Wainwright quien lo dice) encargada por el nuevo dueño brasileño de la torre para levantar a su vez una secuela del London Eye, un edificio (más bien posedificio) que pugnará por hacerse ver en la jungla londinense de arquitecturas desmedidas, a la vez feria de vanidades y rat race. Foster también ha aprendido de Las Vegas. Acaso mientras navegaba en su unicornio XXL se dio cuenta, como Koolhaas, de que luchar contra el espíritu de los tiempos es una batalla inútil. 

Y si embargo sigue habiendo arquitectos que aún hacen una arquitectura que busca ir contra dicho espíritu desquiciado porque piensan que es necesario para nuestra propia salud mental. Ahí está Tadao Ando, que no por nada puso a su gato de nombre Le Corbusier. Cito del libro Tadao Ando. Conversaciones con Michael Auping
"-Creo que vivimos en un mundo muy denso y complejo de imágenes posmodernas, sin embargo sus edificios parecen radicalmente simples, casi primitivos en ciertos aspectos. ¿Mira más hacia un Japón antiguo que a uno contemporáneo, posmoderno?
-Como todo el mundo tengo que vivir en esta sociedad, de manera que tengo que trabajar en el caos de esta época, del mismo modo que cada generación tiene que avanzar a través del caos de su tiempo. Pero creo que las ciudades de hoy son mucho más complejas y densas y que hay una necesidad real de crear espacios que sugieran soledad y libertad espiritual. Creo que eso se logra mediante el orden y la sencillez y no mediante ornamentos sucesivos" .

Rafael Moneo, amigo del japonés, escribe a su vez lo siguiente en el último SModa (Moneo escribiendo en una publicación de moda es posmodernidad total): "Tadao Ando siempre ha dicho que su arquitectura pretende resolver el conflicto dialéctico entre naturaleza y artificio, individuo y sociedad, presente y pasado. Y lo hace confiando en que la geometría se convierta inmediatamente en arquitectura, como tantas veces ha ocurrido en la historia. Una geometría de figuras y sólidos elementales, como pretendía el Movimiento Moderno, que genera espacios a los que cabe calificar de 'ámbitos poéticos'  con una sabia manipulación de la luz y volúmenes que devienen en protagonistas de un paisaje en el que se integran sin que este pierda su carácter"


Lo último de Ando: la galería Wrightwood 659 en Chicago



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