domingo, 26 de abril de 2015

La playa estaba bajo los adoquines






Benidorm puede ser Patrimonio de la Humanidad. No, no es una noticia de El Mundo Today, es real. Seguro que mucho cooltureta ha encontrado la noticia desopilante, algo así como si se postulara a Georgie Dann para el Grammy latino, pero lo cierto es que la propuesta ha sido planteada por Mario Gaviria, un sociólogo y urbanista Premio Nacional de Medio Ambiente en 2005, en razón precisamente de su sostenibilidad (la ciudad densa y compacta llevada al paroxismo) y de su carácter de tierra de promisión para las ocho millones de personas que la visitan cada año en busca de felicidad vacacional: “Representa como ninguna otra ciudad el ideal del Estado de Bienestar”, señala el sociólogo, que lleva más de treinta años defendiendo el modelo benidormí.

Y no es el único. En 2008 el francés Philippe Duhamel, experto en turismo, también lanzó la idea, comparando Benidorm con Dubai. Y en 2002, cuando se estrenó el hotel Bali, que con sus 186 metros se convirtió en la torre más alta de España, Luis Fernández-Galiano, un habitual defensor de la ciudad, le dedicó un vehemente artículo defendiendo su aportación: Benidorm sería según el catedrático de proyectos el McDonald's del turismo para a continuación, citando a Philip Roth, señalar que dicho establecimiento de comida rápida, como la ciudad, cumple una nada desdeñable función social, y es que no todo el mundo puede ir a comer a Arzak, por no hablar de su socorrido uso para celebraciones de cumpleaños por parte de fatigados progenitores. Por cierto que hablando del Bali decir que el rascacielos cuando aún estaba en construcción se convirtió en protagonista inanimado de la película Huevos de oro de Bigas Luna: era la obsesión de la cupiditas aedificandi de Benito Fernández (interpretado por Bardem), un promotor cani que refleja a la perfección el espíritu depredador de la que se dio en llamar la cultura del pelotazo. Nada más lejos de la realidad en el caso de dicha torre, y en general del modelo Benidorm: sus promotores suelen ser locales, a menudo reacios a pedir préstamos (con lo que las obras se eternizan: la Bali tardó más de diez años en acabarse) y tienen una clara vocación por el sector turístico, lo que no ha impedido sonados fracasos como la torre In Tempo (precisamente por no seguir dicho modelo), lo que no debería hacernos olvidar que, según Wikipedia, es la segunda ciudad con un mayor número de rascacielos por metro cuadrado del mundo tras Nueva York.

Antes aún, el filósofo marxista y experto en urbanismo Henri Lefebvre señaló que la alicantina era la ciudad más habitable desde la II Guerra Mundial. Lefebvre fue uno de los ideólogos del Mayo del 68 francés, ya sabes, el de eslóganes como "bajo los adoquines, la playa", que buscaba entre otros dispares objetivos una recuperación de lo lúdico-festivo ante la alienación provocada por una sociedad burocrática y reglamentista. Beniyork como algunos la llaman cariñosamente no sería otra cosa que la realización de ese sueño de felicidad abierto todo el año (la Organización Mundial del Turismo reconoce que Benidorm fue la primera ciudad en desestacionalizar el sector). Si hay una arquitectura del terror que tan bien han sabido capitalizar la literatura y el cine y una arquitectura del poder que tan bien han sabido utilizar los políticos (observa la cabecera de la soberbia serie House of Cards), ¿Estaríamos en Benidorm ante el mayor ejemplo planetario a gran escala de la famosa arquitectura de la felicidad de Alain de Botton? Sin entrar en consideraciones ético-estéticas (¿Se trata de una felicidad de calidad o una simulación puramente epidérmica y artificial? ¿Puede un ocio industrial alienar tanto o más que el trabajo? ¿El Estado de Bienestar era esto?), lo cierto es que Benidorm es la historia de un éxito rotundo que está aquí para quedarse.


domingo, 19 de abril de 2015

Curvas ruidosas

Bronca en Milán
 Hoy queremos celebrar que Chipperfield, el arquitecto británico al que las curvas le resultan  ruidosas, se ha despendolado con su última creación estrenada, la Città delle Culture en Milán, que luce unas recatadas pero evidentes curvas en una suerte de flor central que queda envuelta en (eso sí) contundentes parelelepípedos que hacen alusión al entorno fabril del edificio. Echando un vistazo a las espectaculares fotos del bello atrio que alberga dicho volumen central forrado de vidrio he acabado descubriendo el tremendo pollo que se ha montado a vueltas con el suelo. El arquitecto (poco dado a ruidosos numeritos) se ha subido literalmente por las paredes cuando ha visto el material utilizado, que juzga pobre, y no ha dejado títere con cabeza: inaceptable, patético, museo de los horrores, son calificativos que el arquitecto ha dedicado a su propia creación. Vamos, que se han cargado su obra. Pero es que hasta nada menos que el ministro de cultura italiano, Filippo Del Corno, ha entrado al trapo en la monumental trifulca.

Otras curvas inesperadas: Moneo en Huesca
¿Hay para tanto? Deyan Sudjic en su último libro, B de Bauhaus, que leo estos días, dedica parte de un capítulo a hablar de nuestro protagonista de hoy al que considera "el más europeo de los arquitectos británicos" , afirmación que por cierto no sé si es un lapsus, porque juraría que Gran Bretaña es parte de Europa, o la constatación de una evidencia: el país anglosajón no formaría parte de facto de la Unión (teniendo en cuenta lo fino que hila el director del Museo del Diseño de Londres, no me extrañaría nada que fuera lo segundo). Pues eso, que en dicho libro, Sudjic parece dar con la clave de lo que la prensa italiana ha dado en llamar  la "guerra del suelo": "Si uno mira la tienda de Miyake fotografiada en esa portada de Blueprint, el primer proyecto importante de Chipperfield, uno ve mármol blanco con vetas, lamas anchas de madera y una paleta compleja de materiales con papeles secundarios. (...) Ya entonces nos venía a decir que no había que hacer demasiado; puede que lo único que una tienda necesite sea instalar un suelo muy bonito". Y lo mismo un museo, parece ser.

Más curvas: Herzog & De Meuron en Cottbus
Podríamos dejarlo ahí y sentenciar el tema diciendo que Chipperfield es un tiquis y a otra cosa, pero lo cierto es que si escarbas un poco te encuentras con una historia truculenta. El arquitecto argumenta que lleva más de un año intentando solucionar el problema y que se ofreció incluso a pagar la mitad del coste total (300.000 euros) de la instalación de un nuevo suelo en condiciones, una cantidad que no parece importante si tenemos en cuenta los 60 millones que ha costado el proyecto, pero el caso es que el ayuntamiento se cerró en banda argumentando que tomaba su decisión basándose en el sentido común y en la defensa de los intereses del contribuyente, dejando caer que el arquitecto se llevaba crudo 3,6 millones del presupuesto total. En realidad el tema del suelo parece solo la gota que colma el vaso de un largo rosario de desencuentros: Chipperfield contraataca diciendo que se ha pasado tres años trabajando sin cobrar, los dos anteriores recibiendo una cantidad ridícula, y que también ha habido problemas de calidad con el hormigón suministrado.

Otro que tal baila: Harrison en NYC
El caso es que no parece que el arquitecto tenga mucha suerte recientemente. Su último proyecto sobre el papel, y eso que es en Europa, una sede para la fundación Nobel en Estocolmo valorada en casi 180 millones de euros (este sí, uno de sus típicos volúmenes rectilíneos), podría quedar descartada al recibir de nuevo un aluvión de críticas alegando que amenaza al centro histórico de la ciudad por su tamaño desproporcionado y que es demasiado brillante. Moneo, que proyectó también en la capital sueca un museo, tuvo igualmente que aguantar un buen chaparrón (finalmente le cambió el color porque el que sugería era al parecer muy triste), y eso que es un edificio que no se ve. En fin, volviendo al Nobel, juzga tú mismo.


Terminamos con el rey de la curva: Niemeyer y su edificio Copan

viernes, 10 de abril de 2015

Umbrales mágicos



"La puerta es el lugar donde la arquitectura abraza a las personas (...). Es en la puerta donde se produce el verdadero "apretón de manos" del edificio, diría Pallasmaa. Es allí donde los cuerpos de la arquitectura y del habitante coinciden en un instante en el espacio y en el tiempo, como dos amantes". (Santiago de Molina, Múltiples estrategias de arquitectura).


"Una puerta es simultáneamente una señal para detenerse y una invitación a entrar. la puerta de entrada de la casa ofrece una resistencia al cuerpo mediante su peso; ritualiza la entrada y nos hace anticipar las estancias y la vida que se encuentran detrás. La puerta silencia, pero a la vez es una señal de voces escondidas fuera y dentro. Abrir una puerta constituye un encuentro físico íntimo entre la casa y el cuerpo; el cuerpo se confronta con la masa, la materialidad y la superficie de la puerta; y la manilla de la puerta, pulida por el uso a través del tiempo, ofrece un acogedor y cordial apretón de manos a quien la abre". (Juhani Pallasmaa, La imagen corpórea).


"La voluntad moderna de abstracción geométrica y continuidad espacial le llevó a un conflicto con la puerta, que por su naturaleza enfatiza la segregación del espacio tanto como señala y celebra los tránsitos dentro de él. Figurativa y jerárquica, la puerta tradicional fue el chivo expiatorio de la arquitectura abstracta y homogénea, que redujo las entradas a vergonzantes rendijas o desconcertantes planos móviles engastados en fachadas tersas. Sin embargo, cualquier lectura de la tratadística pone de manifiesto la importancia simbólica de las puertas de la ciudad y la casa; de su densidad psicológica y metafórica puede dar testimonio también la poesía (...). Todas las puertas son iniciáticas, todos los umbrales mágicos y eróticos. (...) los orificios de la arquitectura se presentan como umbrales de conocimiento carnal, en los que resuena el verso de Miguel Hernández: 'Ábreme amor, la puerta / de la llaga perfecta'". (Luis Fernández-Galiano, Arquitectura Viva 169).



"Los mediadores son fundamentales. La creación tiene que ver totalmente con los mediadores. Sin ellos, nada pasa... Sean reales o imaginarios, animados o inanimados, todos debemos formar nuestros mediadores. Es una serie: si no perteneces a una serie, incluso a una completamente imaginaria, estás perdido. Necesito a mis mediadores para poder expresarme, y ellos nunca podrían expresarse sin mí: siempre estamos trabajando en un grupo, incluso cuando no parece ser el caso". (Gilles Deleuze, Mediadores).



(Fotos: Ekainberri de José María Alberdi en Zestoa).