sábado, 2 de febrero de 2013

El trencadís


El Palau de les Arts de Valencia, de Calatrava, se arruga. Problemas con el trencadís, término que designa la cubierta cerámica, típicamente valenciana, que envuelve el portentoso edificio construido hace siete años a un coste de 478 millones de euros. Según las autoridades supuestamente competentes es un mero efecto óptico, una suerte de espejismo provocado por la calor, pero arquitectos consultados dicen que los abombamientos son reales como la vida misma y acabarán por provocar la caida de fragmentos de la fachada. O sea que a un edificio pensado principalmente como icono visual va y le salen varices. La Marca España (de la que Calatrava es representante, aunque ahora parece que el valenciano se ha desmarcado y está más por Suiza), se atranca. Me entero en El País del jueves, uno de esos días en los que necesitas leer el periódico con desfibrilador. Entre tanto presunto trincón (solo efectos ópticos, dicen las autoridades competentes), en un momento además en el que tanta gente está sobreviviendo a trancas y barrancas, el traspiés del trencadís parece anécdota pachanguera pero esconde una poderosa lección sobre arquitectura que muchos políticos aún no se han aprendido. La solución que se propone para el paquidermo valenciano es quitar toda la piel enferma y dejar la fachada vista con pintura y punto. Vaya, lo mismo que se debería hacer en política. ¿Seremos capaces?

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