sábado, 8 de septiembre de 2012

Sin esperanza



Ay Esperanza, el off the record te mata. Con lo intuitiva que fuiste con la victoria madrileña sobre Barcelona en el tema Eurovegas y lo poco que intuiste ese micrófono traidor que, una vez más (aún me acuerdo de aquel enfático no tenemos ni un puto duro), te pilló in fraganti en Valdemaqueda despotricando contra el edificio de su ayuntamiento (en la foto). Te caen mal los arquitectos, dijiste, porque "sus crímenes perduran más allá de su propia vida", hasta ahí tienes más razón que un santo. Lo de que "habría que matarlose incluso instaurar la pena de muerte para ellos es, aun como airado chascarrillo, pasarse trescientos pueblos. O sea, que tras años de duro estudio en la universidad (¿sabías que de las escuelas de arquitectura españolas han salido muchos profesionales valorados y codiciados aquí y fuera de nuestras fronteras gracias a edificios que han sido el asombro del mundo entero?), precedidos por otros tantos cursos en institutos y colegios (sólo en Secundaria y Bachillerato habrá recibido más de 6.000 horas de clase), nuestro flamante arquitecto está preparado para trabajar... si encuentra dónde. Para la mayoría el destino en la actualidad es el paro o irse al extranjero (o sea, al garete todos los esfuerzos y dinero invertidos en ellos). Y ahora resulta que a los afortunados (y esforzados) que han conseguido trabajar y han ido más allá del camino trillado intentando crear obras únicas, innovadoras y arriesgadas que, cuando atinan, como en el caso del Guggenheim de Bilbao, pueden  regenerar por sí solos ciudades enteras y motivar a sus ciudadanos con un proyecto común, a esos pocos les tenemos que pegar cuatro tiros.

A falta de verlo en vivo y en directo, a mí me gusta el ayuntamiento de Valdemaqueda, de Paredes y Pedrosa, porque esa es otra: sobre gustos no hay nada escrito. Pero es obvio que hay edificios que odio. Uno de los que más aborrezco en Madrid es un bloque de oficinas en la Castellana con una brutal fachada de hormigón y con rendijas en lugar de ventanas que podría valer como sede del Ministerio del Amor de 1984 (tras ese nombre, en el perverso doublespeak orwelliano, se escondía un centro de detención y tortura que carecía de ventanas). Siempre me he preguntado cómo podrían aguantar los sufridos oficinistas sus jornadas de trabajo en un lugar tan claustrofóbico, privados de las vistas sobre la soberbia arteria madrileña sólo por el capricho de un arquitecto que le apetecía jugar con el hormigón. Mucho después me enteré de que es de Fisac! (juzga tú mismo viéndolo aquí). Pero si hasta al one de la crítica arquitectónica en nuestro país, Fernández-Galiano, se le calienta la boca cuando habla del Edificio España en la plaza madrileña del mismo nombre, calificándolo de rascacielos manchego. Pero eso no es razón para criticar de manera generalizada, destemplada y cruel a un gremio cada vez más desesperanzado. En fin, Esperanza, sé que te has disculpado. En penitencia me vas a leer seis veces esta cita de La mano que piensa de Juhani Pallasmaa:
"En lugar de ser una mera estetización visual, la arquitectura, por ejemplo, constituye una manera de hacer filosofía existencial y metafísica mediante el espacio, la estructura, la materia, la gravedad y la luz. La arquitectura profunda no solo embellece los escenarios del habitar: los grandes edificios articulan nuestra propia experiencia".

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