jueves, 21 de junio de 2012

Los cuentos nada comunes de Piano


Renzo Piano sigue con su discurso bipolar. Hoy en El País hablando sobre el Centro Botín en Santander del que hoy se ha puesto la primera piedra vuelve a la defensa de la honestidad y la contención: “Porque ya no es el tiempo para los excesos ni para la retórica en la arquitectura. Esta crisis es mala para los hombres pero buena para las construcciones, las volverá más morales, más sabias y más honestas”. Aun a riesgo de repetirnos (ver entrada anterior) nos sigue chirriando que en Londres haya levantado sin despeinarse un mastodonte que resulta precisamente excesivo y retórico. La cita final del artículo nos reconcilia con el genovés, que entiende la obra arquitectónica como un relato:“Ser arquitecto es una profesión peligrosa, los errores están ahí para quedarse, pero hay que asumir riesgos. Al principio, las ciudades se resisten a los cambios, pero toda ciudad es una gran invención y yo estoy aquí para buscar historias nuevas y diferentes, no para repetir siempre el mismo cuento”. Su cuento para Santander cuesta 77 millones. Paga Botín, así que tranquilos, que él puede. Y si no ya le rescatarán.

Al menos no se puede negar al banquero su buen ojo para elegir a Piano, que aún no se había estrenado en España y que junto a Rogers es autor del mítico centro Pompidou de París. En un momento de vacas flacas, primas atacadas y presuntos rescates hay que recibir el centro cultural cántabro como un regalo que creará 1.400 puestos de trabajo (en un sector muy castigado por la crisis) y se convertirá en una pieza única y emblemática, especimen por cierto en vías de extinción. Hoy mismamente arranca en Pamplona el congreso de Arquitectura y Sociedad que lleva el excitante nombre de Lo común. Lo curioso del caso es que están de ponentes Foster, Siza o Moneo y su director es Fernández-Galiano, arquitectos que tienen en común estar precisamente fuera de lo común, resultando tal combinación un oxímoron (palabra tan grata a don Luis) del tamaño del Shard de Piano: ¿Deben los arquitectos excepcionales devenir en comunes? ¿Muerta felizmente la extravagancia, debe también morir la excelencia? ¿Lo común debe ser tan aburrido como su nombre indica? ¿Donde quedó la más ilusionante (y no menos moralizante) máxima del congreso de hace dos años (Más por menos)? ¿El sentido común es el menos común de los sentidos también en arquitectura? ¿Qué pinta un filólogo como el que suscribe hablando de arquitectura (otro pedazo oxímoron, por cierto)?

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