viernes, 8 de junio de 2012

Juguetones


¿Sabías que Anish Kapoor, el escultor angloindio, ingresó en 2010 la interesante cantidad de 37 millones de euros? Bastante más que Cristiano Ronaldo (29 millones) o Messi (25). A Kapoor le pagan esos emonumentos de escándalo por diseñar, por ejemplo, la polémica torre ArcelorMittal Orbit de la que ya hemos hablado unas cuantas veces, y que últimamente los medios tanto visitan y comentan ya que probablemente acabe convertida en emblema de los Juegos Olímpicos de Londres. La cita olímpica es tema central del último AV, y en su prólogo Fernández-Galiano, muy diplomático, alude al caracter multicultural de la ciudad que se refleja en la propia torre observatorio, diseñada por el angloindio, construida por un ingeniero de Sri-Lanka (Cecil Balmond), y financiada por un magnate indio del acero. Alude de pasada a su carácter confuso y juguetón (adjetivo este muy propio para referirse a unos Juegos) y la califica de "arbitrario emblema de los tiempos". Bastante menos diplomático es Peter Buchanan, que en la misma revista tacha a la torre de "horrible objeto escultórico parecido a una enorme montaña rusa reciclada". Y aún más crudo es un reciente artículo del NYT que desde el mismo titular no se anda con paños calientes: "El pararrayos disfrazado de escultura". El origen de la retorcida estructura está en un encuentro casual entre Boris Johnson, alcalde de Londres, y Lakshmi Mittal, dueño de la multinacional del acero, en el guardarropa del Foro Internacional de Davos (no podía ser en otro sitio). El alcalde quería panache (podemos traducirlo como caché y así mantenemos la fonética francesa) para los Juegos y el magnate publicidad así que todos contentos (Mittal aportó 24 millones para la torre, casi la totalidad del presupuesto final). Por cierto, costará 18 euros subir (en ascensor) a la cima del monumento, que pesa 2.000 toneladas. El 60% de la estructura está hecha a base de chatarra recogida de distintas plantas de la empresa en todo el mundo y fue ensamblada en Manchester. Por último, pero no menos importante, la imponente obra artística (114 metros de altura) tendrá tienda de regalos.

En la imagen (portada del suplemento del Wall Street Journal de hace unos meses, se menciona en el citado prólogo de AV) puede verse la torre roja de Kapoor bajo la pata de un juguetón elefante blanco, que es como los ingleses denominan a esos edificios caros y habitualmente enormes que devienen inútiles a la primera de cambio. Nosotros sabemos mucho de eso. El periódico reflejaba el miedo de muchos británicos a que los estadios construidos para los Juegos Olímpicos acabaran conviertiéndose en white elephants, especialmente con la que está cayendo. Los ingleses, tan pragmáticos ellos, no han caído en ese error de libro. Solucionado supuestamente el panache con la patochada de Kapoor, tocaba sobriedad. La mayoría de los estadios y equipamientos muestran un descarado perfil bajo que raya en lo anodino, destacando en esa línea el que debería ser emblemático estadio olímpico, de un arquitecto otrora juguetón (Peter Cook), y que comparado con los estadios de Calatrava en Atenas o de Herzog y de Meuron en Pekín resulta aburrido y pobretón. El complejo olímpico, en vista aérea, parece un conjunto deslabazado de tristes edificios, como juguetes fatigados desperdigados por la habitación de un niño, y la villa olímpica en concreto parece una barriada social búlgara de los años 70. La buena noticia: los ingleses se han gastado tan solo unos 13.500 millones en la factura olímpica, que viene a ser la mitad de lo que nos ha costado a nosotros encapsular (Guindos dixit) el agujero sólo de Bankia. Con las millonadas que nos vamos a dejar (nosotros y previsiblemente Europa) en taponar el abismo de todos nuestros bancos con tensiones de liquidez (a dos velas, para entendernos) podríamos haber organizado cuatro juegos olímpicos como estos.

El empacho de panache de otras épocas y el huracán financiero actual nos van a dejar unos Jueguecillos Olímpicos en los que parece que no sólo hay que ser ahorrativos, sino que además hay que parecerlo. Los ingleses han conseguido ambas cosas. Cualidades técnicas aparte, que sin duda los diferentes equipamientos tendrán, se ha perdido la oportunidad de crear una arquitectura ilusionante que mire con optimismo al futuro, lo cual no quiere decir en absoluto que tenga que salir por un ojo de la cara. Un buen número de últimas arquitecturas -muchas de ellas españolas- nos muestran edificios apasionantes hechos con presupuestos ajustados. Eso sí, Londres sigue su tendencia imparable hacia su conversión en un juguetón parque temático. Ya tienen la noria y la Montaña Rusa, ahora a por el Pasaje del Terror y el Barco Vikingo.

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