sábado, 12 de noviembre de 2011

"Aprecio la arquitectura que no es obvia"



Rafael Moneo estuvo el viernes pasado en una conversación-ficción (como el propio arquitecto la definió) conducida por el periodista Antonio San Juan en la Fundación Juan March. Una hora larga antes del inicio, cuando llegué, ya había unas 30 personas esperando a las puertas del auditorio, finalmente tuvieron que habilitarse dos salas más desde las que se pudo ver la conversación por circuito cerrado de televisión dada la gran expectación que sigue concitando el único Pritzker español.

Datos novedosos sobre su carrera no hubo muchos dado que la entrevista estaba más planteada desde un punto de vista humano que arquitectónico. No sabía, de todas formas, que había participado (muy indirectamente) en el proyecto de Torres Blancas con Oíza, arquitecto con el que colaboró un par de años mientras era estudiante. Moneo habla del proyecto como un cruce entre ideas de Wright y Le Corbusier y define al arquitecto vasco como atormentado y exigente, frente al mucho más relajado Utzon, con quien también colaboró durante un año tras acabar la carrera en su obra estrella, la Ópera de Sydney. Su cercano matrimonio, que perdura 50 años después, le hizo dejar el proyecto y volverse a España. Habló de pasada de últimos proyectos, como el complejo Aragonia en Zaragoza (en la foto) que incluye un hotel, un centro comercial y varias torres de viviendas, y recaló brevemente, con imágenes, en proyectos emblemáticos como Mérida, Atocha, el Kursaal donostiarra, el Prado o Murcia. Su idelogía arquitectónica de todos conocida hizo lógicamente aparición también en la charla: su defensa de la durabilidad frente a la arquitectura de usar y tirar o de la condición anónima y autónoma de los edificios frente a la arquitectura de autor. Igualmente se declaró influido por Wright, Aalto, Rossi, Eisenman, Siza o Koolhaas, aunque este último más por sus ideas que por su obra.

De todas formas lo más sorprendente de la charla para mí fue sin duda la desarmante timidez e inseguridad del insigne arquitecto. Nada más empezar manifestó su susto e incomodidad ante tanta gente (¿y qué esperaba?) que se reflejó en un discurso a veces poco fluido y dubitativo. La entrevista a su vez quizá hubiera necesitado algo más de scaffolding, o sea, más preparación previa y seguimiento más intenso por parte del interlocutor matizando y echando cables al entrevistado. San Juan es un gran periodista (cómo añoramos CNN+) pero quizá no sea experto en arquitectura. Luis Fernández-Galiano, presente en la charla en primera fila, y con una pregunta (grabada en vídeo) planteada al arquitecto ya casi al final, habría, en mi opinión, guiado mejor a nuestro renuente arquitecto y habría extraído de él una entrevista más enjundiosa.

La traca final -como la llamó Moneo- se produjo cuando se le pidieron tres propuestas para mejorar el mundo. Es la única pregunta de la entrevista que conocía de antemano. Su respuesta fue de una sencillez, de nuevo, desarmante: ser buenas personas, portarnos mejor con los demás y cuidar la educación; respetar las cosas materiales, incluyendo edificios y ciudades, siendo conscientes del valor intrínseco de las cosas, y la entrega al trabajo de cada día, recuperando en la medida de lo posible el gusto por lo que hacemos. Parece el decálogo de un tutor de 1º de ESO.

La gran lección que nos dio Moneo el viernes fue la de la fragilidad, la humildad, la ética personal y la duda, rasgos hoy desconocidos en un mundo en el que todo debe ser rápido, impecable e implacable. Y así nos va.

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