Steven Holl es un arquitecto con estudio en Nueva York que en 1994 escribe un artículo para la revista japonesa a+u sobre el papel crucial de los sentidos, la experiencia "fenomenológica" y la intuición en el trabajo de los arquitectos, número en el que también contribuirían Juhani Pallasmaa y el arquitecto mexicano Alberto Pérez-Gómez. Es un momento crucial en la historia reciente de la arquitectura en el que se empezaban a utilizar recursos informáticos que iban a revolucionar el diseño arquitectónico, así el Guggenheim de Bilbao, para cuyas revolucionarias formas Frank Gehry utilizó un programa pensado en principio para el diseño de aviones. Holl estudia cómo diferentes fenómenos (la luz, el color, el sonido, el tacto, etc.) afectan a nuestra percepción de la arquitectura y nos invita a recuperar nuestros sentidos en un momento en el que ya se intuía el abotargamiento sensorial que nos iba a traer el mundo digital: "El acto cotidiano de agarrar el pomo de una puerta y abrirla hacia una estancia bañada por la luz puede convertirse en un acto profundo si lo experimentamos con una conciencia sensibilizada (...). Para avanzar hacia estas experiencias ocultas debemos (...) fortalecer nuestras defensas para resistir ante las distracciones calculadas que pueden mermar tanto la psique como el espíritu. Debe prestarse atención a todo aquello que está tangiblemente presente. (....) debemos posicionarnos firmemente como activistas de la conciencia [¿no será consciencia?]" (texto completo en GG). En 2009, en plena era digital ya, Pallasmaa vuelve a incidir en estas ideas en uno de sus libros más famosos, La mano que piensa: "Ya añoramos una arquitectura que nos devuelva a las realidades concretas de nuestro mundo físico y material. No se trata de la añoranza sentimental por un mundo perdido, sino por un mundo que vuelve a vitalizarse y a erotizarse, por una arquitectura que nos haga experimentar el mundo en lugar de sí misma", la llama arquitectura corpocéntrica. Por cierto, también tiene palabras para el humilde pomo: "Los objetos y edificios placenteros median en una experiencia del proceso por el cual se hizo el objeto o edificio; en cierto sentido, invitan al observador/usuario a tocar la mano del creador. En cualquier edificio, el pomo de una puerta es uno de los detalles que exige una atención ergonómica más ajustada, como objeto que porporciona la oportunidad de un contacto casi físico entre la mano del arquitecto y la del ocupante. Asir el pomo o la manija de una puerta principal de un edificio equivaldría a darle un apretón de manos, y tirar de esa puerta con el peso del cuerpo a menudo constituye el encuentro más íntimo con él" (¿por cierto, dónde estará la manija de la foto de hoy?) y cita -otro más- a T.S. Eliot (La roca): "¿Dónde quedó la vida que hemos perdido viviendo? / ¿Dónde quedó la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? / ¿Dónde quedó el conocimiento que hemos perdido en la información?". Recuerdo ahora que Antonio Escohotado, un adicto al conocimiento, decía que prefería ser sabio a intelectual.
Masashi Matsuie es un escritor japonés del que acaba de traducirse al castellano su primera novela, La casa de verano (2012). Su protagonista es un joven arquitecto que en los 80 consigue entrar a trabajar en el pequeño estudio Murai fundado por un prestigioso profesional conocido por su práctica meticulosa y detallista alejada del mundo del espectáculo y por ser discípulo de Wright, quien -esto no es ficticio- trabajó en Japón tras la tragedia de Taliesin. Aunque somos más de no-ficción fue imposible resistirse a la cálida reseña que le hace Rafael Moneo, quien destaca una de las máximas de Shunsuke Murai: "La arquitectura no es un arte. Es la realidad misma". "Todo un manifiesto", apostilla el navarro. Anatxu Zabalbeascoa, autora del blog de nombre, mira tú por dónde, Del tirador a la ciudad, lo prologa y de nuevo nos da útiles claves: "Al taller de un maestro (...) se va más a observar que a proyectar. Esa lección tranquila es la que recoge este libro. Y llega sin anunciarse, a través de la convivencia y del tiempo, una versión de tiempo: más que el paso de los días, la falta de prisa. Seguramente por eso, por la serenidad que desprende, esta primera novela de Masashi Matsuie no se siente como una narración iniciática. Es más bien un legado: una reflexión muy japonesa sobre lo que mejora la cotidianidad, las casas, la conviviencia y, en suma, la vida". En la misma línea, decimos ya nosotros, de Perfect Days, la magnífica película de Wim Wenders. Aunque lo acabo de empezar, el libro ofrece numerosas referencias a esas experiencias sensoriales -"fenomenológicas"- que nos ofrece la arquitectura, recordemos que estamos en los 80, cuando los ordenadores aún no habían llegado a los estudios de arquitectura: "En la cabaña solo se oía el rasgar del lápiz deslizándose sobre el papel, junto con los estallidos de la leña que ardía en la chimenea. La madera de roble exhalaba un agradable aroma al que, de vez en cuando, se sumaba el olor dulce del cerezo, que inducía a la calma. La pequeña ventana de la villa que daba al norte estaba totalmente cubierta de nieve, como si alguien hubiera corrido un velo blanco sobre ella". Para ello es esencial el cuidado de hasta el más mínimo detalle que permita una experiencia sensorial satisfactoria: "Uchida-san (...) era respetado por su sentido del detalle. Biombos para ocultar la luz indirecta, engarces de las puertas correderas, el diseño de las mesas, las sillas, los armarios y las camas, la disposición de los ladrillos para las chimeneas, la combinación de azulejo y madera de ciprés para el cuarto de baño; su trabajo era de una exquisitez y originalidad excepcionales, tanto a la vista como al tacto". Volvemos al pomo.
Ana Mombiedro es una inquieta arquitecta que no encontraba en las asignaturas de la carrera referencias a lo que más le interesaba de la disciplina: el impacto que el espacio arquitectónico tiene en las personas. La arquitectura tenía que ser algo más, pensaba ella, que el estudio de estructuras, materiales, proyección y demás aspectos que habitualmente se dan en las escuelas, un "algo" por otra parte que de manera intuitiva y desde siempre los arquitectos han tratado de llevar a su obra: por poner un solo ejemplo, en un texto de 1957, Los pequeños placeres de la vida, Alison y Peter Smithson reivindicaban como parte de su trabajo la creación de espacios placenteros: "Trabajar o escribir ante una ventana cubierta de enredaderas. Ver la luz del sol extenderse por el suelo. Estar de pie mirando por la ventana sin deslumbrarse. Poder ver el paisaje, los árboles o la vegetación mientras se está sentado..." y que llevaron a la práctica en su particular "casa de verano" en Upper Lawn. Ana Mombiedro estudió en el CEU de Madrid, donde imagino le influiría Santiago de Molina, profesor en dicha escuela y experto en la arquitectura "pequeña" de lo cotidiano sobre la que desde hace lustros nos ilustra tanto en su blog como en sus libros: "Cada persona "está" en el mundo gracias a las "estancias". Desde el seno de la habitación se extienden las raíces de su crecimiento personal y social". Los últimos años de la carrera Mombiedro se fue a estudiar a Helsinki, a la universidad que lleva por nombre el de uno de los mayores activistas de la consciencia, la Aalto University, y allí pudo asistir a algunas clases magistrales de Pallasmaa donde al fin descubrió a nivel académico ese aspecto sensorial de la disciplina al que la arquitectura nórdica da tanta importancia (suponemos que la necesidad de estar mucho tiempo en entornos cerrados debido a sus condiciones climáticas tiene mucho que ver). Tras acabar la carrera continuó por ese camino, estudiando el sistema nervioso y relacionándolo con sus conocimientos arquitectónicos, lo que daría lugar a una disciplina híbrida que denominó Neuroarquitectura. Es de hecho el título de su primer libro, Neuroarquitectura: Aprendiendo a través del espacio (2022) que va ya por su 8ª impresión, imaginamos que el tema despertó especial interés tras la experiencia de la pandemia y la necesidad de estar recluidos en un espacio que de pronto descubrimos deficiente. En 2024 salió a la luz un segundo libro sobre el tema más ambicioso aún, Espacio, cuerpo y mente, publicado por la Fundación Arquia. Mombiedro no se conforma con el estudio teórico sino que intenta llevar sus ideas a la práctica en dos entornos cruciales, el sanitario y el educativo (llama al espacio escolar el tercer maestro), gracias a su experiencia como docente en Secundaria varios años. Te enlazo a su página web, en Youtube tienes numerosas presentaciones y entrevistas que demuestran el interés que sigue despertando su trabajo. Me encantaría ver un mano a mano entre ella e Izaskun Chinchilla.
Vangelis Papanathassiou (o Vangelis a secas) fue un pionero de la música electrónica que gozó de gran éxito en las últimas décadas del siglo pasado poniendo inolvidable música a películas como Blade Runner, Carros de fuego o 1492, La conquista del paraíso. De nuevo resulta obvio (incluso más que en el campo de la arquitectura) el enorme poder que la música tiene en nuestro estado de ánimo y bienestar general. En el caso del músico griego, una suerte de Debussy electrónico, ello resulta especialmente evidente dada su extraordinaria capacidad de expresar toda clase de sentimientos con una variada paleta musical que va desde la épica más bombástica hasta momentos de profundo intimismo. En 1998 Stergios Tegos, un neurocirujano que quería grabar sus operaciones con fines educativos, propuso al músico que pusiera acompañamiento musical a dichas grabaciones para hacer la experiencia menos árida. De inmediato interesado en el proyecto, Vangelis compuso nada menos que casi 9 horas de música que acompañaron las grabaciones de las 35 operaciones y fueron incluidas en 3 cintas VHS, de ahí el nombre con el que se conocen en el fandom del heleno: The Tegos Tapes. Durante años fueron una leyenda más de las muchas que circulan entre los fans, y es que se cree que una buena parte de la música compuesta por el sintetista a lo largo de su extensa carrera nunca vio la luz. En 2011 el mayor coleccionista de la obra del griego, Don Fennimore, se presentó en Atenas. Iba de inocentes vacaciones con su esposa, pero tenía una agenda oculta: encontrar las cintas, sobre las que llevaba tiempo investigando (él fue el que descubrió el apellido del neurocirujano, pista clave para encontrarlas). Y tras dar no pocas vueltas, las encontró en una librería especializada. 350 euros después eran al fin suyas. Dentro había también un libro de 253 páginas con detalladas explicaciones de las operaciones que se iniciaba con una introducción de Tegos donde explicaba que, a lo largo de los años, tuvo el placer de aprender los procesos neurofisiológicos de la creatividad musical de Vangelis y los métodos que utilizaba para crear música. Revelaba que le había pedido dos favores, poner música a las grabaciones y permitirle obtener una resonancia magnética de su cerebro, pero finalmente solo accedería a lo primero. Había también una cita del músico: "Cada ser humano, animal, planta o mineral lleva la huella del ciclo de la Creación. El sonido siempre ha seguido las secuencias de cambio de este ciclo, como un código que porta la función y la dimensión del universo, siendo a la vez su generador. Profundicemos en nuestra memoria (y recordemos); así, podremos descifrar el código de la Creación del universo y, por ende, el nuestro. ¡Qué clave tan extraordinaria y divina es la música!". El siguiente paso fue extraer la música de las cintas, separándola cuando era necesario de las explicaciones del neurocirujano (si quieres leer la historia relatada por el propio Fennimore, aquí la tienes). Y hoy puedes disfrutar de las, repetimos, casi 9 horas -la obra conocida más extensa del músico- gracias a YouTube. Por si te interesa, permíteme que te recomiende la excelente selección que ha hecho Juan Castillo, que en algo menos de una hora ha incluido ocho "cortes", los más representativos de la grabación, que oscilan entre momentos de gran calidez, sentimentales y nostálgicos con incluso toques clásicos como los del primer corte hasta otros de carácter más abstracto y minimalista, como el hipnótico tercer corte (minuto 20:15).
Nos vamos esperando que hayas descubierto la casa de nuestra foto. Te doy pista, extraída de los requerimientos del cliente que la encargó: "Quería un tejado, no sé por qué, pero tenía claro que quería un tejado (....). Tenía varios requisitos menores: una habitación rodeada de libros, por ejemplo, porque necesito vivir con libros. (...) Sobre todo, le dije a (...) que quería una casa donde pudiera trabajar, también le dije que quería una casa construida con materiales que hubieran vivido". Un sueño: sentarme al lado de su chimenea en un atardecer invernal mientras leo La casa de verano y escucho los Tegos Tapes.