Terminamos hoy nuestra serie sobre la abstracción que nos llevó de Cuenca a Como, ciudades hermanadas por su pulsión abstracta. Nos gustaría decir que de nuestro viaje por tan peliagudo campo hemos vuelto más sabios pero lo cierto es que ahora tenemos más dudas que antes: no sabemos si la abstracción es deseable o no. Para Sota, como búsqueda de la esencia, lo es, para Wilson, como aislamiento de la realidad, pues no (de Aureli ya ni hablamos). ¿Habrá entonces una abstracción buena y otra mala? En fin. Nosotros vamos a acabar en un lugar donde la abstracción se exalta de manera casi extrema.
Muchos van a Donosti por ver la Concha, tan romántica, por disfrutar de su famosa gastronomía o por el despliegue beauxartiano que destila ciudad tan fervientemente decimonónica. Nosotros vamos por todo eso, claro, pero también por escuchar a Jesús Mari Zabaleta, el párroco de la parroquia de Iesu, el templo diseñado por Moneo y del que Zabaleta fue principal impulsor. La poderosa abstracción de la iglesia, extraña en ciudad tan formalista, complementa las sintéticas homilías de su párroco, una y otras ajenas a cualquier distracción formal y volcadas en buscar la esencia del hecho religioso. Puede costar en un primer momento (nuestros sentidos están demasiado acostumbrados al permanente bombardeo de imágenes y mensajes banales) pero el resultado final es una experiencia profundamente espiritual de la que sales renovado, para mí al menos.
Zabaleta ofrece visitas guiadas para enseñar su parroquia y obviamente nos apuntamos a una. Teníamos curiosidad por conocer no sólo los entresijos del templo sino también la relación entre sacerdote y arquitecto (siempre triviales, andábamos buscando la narrativa de rigor), de ahí que a poco de iniciarse la visita le preguntara si se conocían previamente. Zabaleta respondió con un escueto "sí" y punto, dándome la primera lección del día: aquí lo que importa no son las personas (ni tan siquiera Moneo) sino el edificio. Vemos aquí además, querido lecteur, en la práctica, una diferencia clave entre modernidad y posmodernidad, entre esencia y anécdota. No volví a decir palabra, y eso que tenía otras preguntas (anecdóticas) en la recámara. Mientras recorríamos la iglesia, Zabaleta nos iba desgranando las características del edificio, homenaje a Oteiza y Chillida, y en cuyo proceso de diseño Moneo entabló un fructífero diálogo tanto con él como con los artistas, abstractos todos ellos, que intervinieron en su interior. Imaginemos ahora que se me apareciera un genio oriental mientras ando fregando los platos, por ejemplo, y me concediera tres deseos arquitectónicos. Uno, sin duda, sería poder asistir a esas reuniones (fueron unas 8) en calidad de convidado de piedra invisible, claro está, en las que Moneo, Zabaleta y demás abstractos discutirían sobre lo humano y lo divino, arquitectura y arte, monumento y memoria, filosofía y religión, y a saber sobre cuántas cosas más. Javier Alkain fue uno de esos artistas involucrados, en concreto se encargó del diseño del tríptico que se sitúa tras el altar en forma de retablo decididamente abstracto; tienes un detalle en la foto de arriba. Preguntado sobre el sentido de tal obra, sin duda la más osada (e incomprensible) con diferencia de la iglesia, Zabaleta alegó que estamos acostumbrados a una representación humanizada de Dios pero lo cierto es que no sabemos cómo es en realidad. Mencionó a un teólogo que llegó a decir que Dios sería justo lo contrario a como el hombre pudiera imaginarlo. Alkain aceptó tan descomunal reto y lo representa como una especie de organismo microscópico, alejado de la gloria todopoderosa con la que se suele plasmar, algo que hubiera puesto los pelos de punta a cualquier párroco. No al nuestro, que a sus casi 80 años se empeña, como ha dicho más de una vez, en abrazar la realidad contemporánea tal y como es (lo cual no significa aceptarla sin crítica) huyendo de rancias nostalgias y manteniendo un discurso profundamente esencial y avanzado. A él por ejemplo le debo el descubrimiento de Dietrich Bonhoeffer, un teólogo protestante de sobrecogedora brillantez que se enfrentó a los nazis y pagó con su vida. Solo dos concesiones a la figuración hay en el espacio casi vacío de Iesu: una cruz diseñada por Moneo a partir de una imagen románica y una bellísima imagen de la Virgen con el niño de José Ramón Anda.
¿Puede ser Iesu en su abstracción tan decididamente valiente, en su rechazo frontal de la forma (la convencional al menos), una representación efectiva del hecho religioso? ¿Puede la abstracción funcionar bien como símbolo? Estoy leyendo La arquitectura del contexto. Una respuesta antimoderna de otro donostiarra, José Ignacio Linazasoro, arquitecto austero donde los haya, en el que muestra ejemplos de cómo la arquitectura moderna se ha enfrentado a las llamadas preexistencias destacando el trabajo de los "arquitectos inoportunos" (los mismos que Wilson incluye en la que llama Resistencia como veíamos), críticos con la línea más ortodoxa y heroica del movimiento. Tessenow es uno de ellos, del que menciona, entre otras, su intervención en la Neue Wache, un pequeño cuartel en Berlín proyectado por Schinkel y que en 1930 se decidió convertir en memorial a los caídos en la Primera Guerra Mundial. Tessenow venció en el concurso de ideas a pesos pesados como Mies o Behrens con un proyecto que se centró en vaciar el espacio, incluyendo tan solo un sobrio altar de granito negro sobre el que se abre un lucernario circular (hoy hay en su lugar una pietà laica de Käthe Kollwitz). No lo he visto, pero en fotografía el espacio, despojado y abstracto, parece de una solemnidad probablemente mayor que la que se lograría recargándolo de ornamentos formales. Nos recuerda mucho a Iesu.
La abstracción aún puede llevarse más allá en audaz vuelta de tuerca. La semana pasada estuve en Arquia en la presentación de un libro de nombre La fatiga de las formas. No conocía ni al autor (Josep Fuses) ni a ninguno de sus acompañantes en la presentación pero el título nos intrigó, de hecho una de nuestras recientes entradas se llama casi igual. En la charla Fuses mencionó, al hilo del título de su libro, dos memoriales "invisibles" dedicados a la Shoah a cargo de un artista alemán de nombre Jochen Gerz. El primero, a las afueras de Hamburgo, fue una columna menguante dotada de un mecanismo que la hacía hundirse bajo el terreno de manera progresiva dos metros por año y sobre cuya superficie, forrada de plomo, se animaba a la población a escribir mensajes con punzones (no todos ellos eran apropiados, pero como señaló el crítico Walter Grasskamp, este es quizá el primer monumento de la historia que no pretende ser mejor que la sociedad que lo ha erigido). La columna de 12 metros, colocada en 1986, desapareció para siempre en 1993 y hoy solo la recuerda un cartel en el que puede leerse: "Al final, solo somos nosotros los que podemos levantarnos contra la injusticia". Podríamos preguntarnos si su poder de evocación es ahora más fuerte que cuando aún estaba ahí. El segundo memorial va en la misma dirección. Está en Saarbrücken, donde la Gestapo tenía su cuartel general, y se llama 2146 piedras, que hacen referencia a otros tantos cementerios judíos que existían en suelo alemán en 1939. Gerz extrae 2146 adoquines al azar de la plaza que conduce al Palacio Saarbrücken (edificio rehabilitado por Gottfried Böhm donde se instaló la Gestapo), graba el nombre de dichos cementerios en uno de los lados (un cementerio por adoquín) y los devuelve a la plaza con la inscripción boca abajo, con lo cual no sabemos qué adoquín representa qué cementerio, o si el adoquín en cuestión lleva inscripción o no. Solo sabemos que están. Más sobre ambos "antimonumentos" aquí.
Cerramos, circulares, recordando lo que Fernández-Galiano ha denominado en diferentes lugares (el último en el más reciente número de AV Proyectos), la "ética de la abstracción". La abstracción puede representar valores éticos como hemos visto, pero además puede referirse a un quehacer arquitectónico, ético también, centrado en eliminar lo superfluo. Acabamos con Fernández-Alba: "Huérfano de las conquistas de la revolución industrial, el hombre-económico no encuentra lugar donde refugiarse en los territorios narcotizados de la globalización mediática, sus dogmas cínicamente liberadores tienden a excluir de sus premisas arquitectónicas aquellas formas, lugar y espacios que se alejen de la ortodoxia productivo-competitiva, una Neoforma comienza a perfilarse en los proyectos-red de la era de la información, formas flexibles, intercambiables, banales en la inmediatez de su diseño". Busquemos refugio en Iesu.
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