miércoles, 19 de julio de 2023

Colisiones

 


Pues vamos a darle una vuelta a la Galería de Colecciones Reales, ya visitada, como prometíamos en la pasada entrada. La repetición obsesiva está en la base de este soberbio museo que al fin podemos disfrutar en Madrid. Empecemos, si te parece, por el exterior por aquello de dejar lo mejor para el final. 

Si te sientas en uno de los bancos del Campo del Moro que miran a la fachada y le dedicas cinco mínimos minutos acabarás rayado, nunca mejor dicho. Esa interminable sucesión de columnas (?) y huecos, ese acantilado pautado que pareciera diseñado por un matemático insomne, perturba los sentidos especialmente visto de cerca. Además, tiene su truco. Lo que desde la M-30 nos parecía una sucesión idéntica de columnas y vanos tiene en realidad sutiles variantes: la fachada está dividida en cinco partes longitudinales que varían la altura de las columnas y la disposición vano-columna. Si te digo la verdad, pues mira me sobra tanta columna. Igual no es casual que las primeras piezas que se instalaron en la galería fueron cuatro señoras columnas salomónicas de Churriguera de 6 metros de alto que colisionan con los interiores rectilíneos de las salas, más adelante hablaremos de otras interesantes fricciones (acaso la galería es tanto de colisiones como de colecciones: la más impactante quizá el pedazo susto que te llevas cuando, subiendo la Cuesta de la Vega, te topas con el empalme imposible entre el edificio de Tuñón y Mansilla y la Almudena: el flamante museo mira al Palacio Real pero pasa olímpicamente de la catedral como no podía ser de otra manera). Volviendo a la columnata, me da que la modernidad no ha digerido bien este elemento clásico, vamos que no sabe muy bien cómo reconfigurarlo para que no quede rancio. Moneo nos coloca unas anémicas en Logroño (como Chipperfield en Berlín), pero las sobredimensiona hasta casi lo grotesco en el aeropuerto de Sevilla (las que coloca, en ladrillo, sobre la fachada que envuelve al claustro de los Jerónimos en El Prado también son para echarles de comer aparte). No hablaremos de las columnas posmo, un muestrario de las cuales se mostró en plan freak parade en aquella Strada Novissima de la primera Bienal de Venecia. Habrá, seguro, unas cuantas muy buenas excepciones (como la sede de Johnson de Wright) pero como comprenderás nosotros las desconocemos así que ahí lo dejo (como ves, la condición de simple aficionado nos permite tirar la piedra y esconder la mano. Penoso).  

Siguiendo con comentarios personales, from lost to the river, habría preferido que Tuñón y Mansilla hubieran replicado para la fachada su museo de Zamora o Castellón o se hubieran marcado un siza o un navarro baldeweg (uno de los profesores que, junto a Moneo, más les influyó): esto es, dejarse de historias (nunca, de nuevo, mejor dicho) y colocar un paralelepípedo brutal apenas horadado por tres o cuatro potentes huecos rectangulares tipo Gobierno Civil de Tarragona (¿el mejor edificio moderno de España?) de Alejandro de la Sota, el arquitecto que quedara prendado por aquel comentario de Coderch sobre la belleza calva (e hipnótica) de Nefertiti, o sea, la renuncia tajante a todo ornamento. Pero esta pelambrera pixelada, me digo, tiene que tener un sentido. Me pillo el Textos críticos de Tuñón en la tienda del museo (junto al Maestros españoles 3 de Fernández-Galiano y un imán para la nevera con la fachada rayante) y le entro con fruición dejando el libro que me estaba leyendo a medias (¿cómo es posible adquirir un conocimiento mínimamente coherente así?). Encima lo estoy leyendo a saltos, gracias a que es una recopilación de artículos para una revista (CIRCO) que Mansilla y Tuñón editaron hasta hace pocos años. El título de uno de dichos artículos ya me da la primera pista: Geometría oculta de la memoria. Va la primera cita: "En estos escenarios de voluntades, complejos y contradictorios, el arquitecto recurre a una continua alteración del lenguaje mediante la yuxtaposición de elementos conocidos en combinaciones nuevas y diferentes de tal modo que las cosas ordinarias se presenten con un aspecto poco habitual; un proceso intelectual y cognoscitivo, en constante transformación, que se caracteriza por la identificación temporal y la proyección del sujeto sobre las cosas, ambas respuestas aprendidas como resultado de experiencias culturales personales que suelen estar ligadas a experiencias culturales colectivas". La experiencia cultural a la que aluden los arquitectos (que escribían los textos al alimón, igual que diseñaban sus edificios) es, entre otras obvio, la obra minimalista de Donald Judd, a la que dedicaron otro artículo en su revista. Su trabajo, que se basa en la creación de espacio a base de la repetición seriada de una misma forma casi ad nauseam, es evidente inspiración de la fachada que nos ocupa. Judd llegó a diseñar muebles de difícil acomodo con el mismo principio, aunque el muy salado los que utilizaba en su casa eran los mucho más ergonómicos de Aalto. 

La fractura, se nos ocurre, sería otro posible referente que habría llevado a los arquitectos a sajar su fachada con tanta saña. Nada hay más moderno que la fragmentación de la secuencia lineal, del orden clásico. Ni tan desasosegante, como lo es nuestro tiempo, que si algo nos enseñan Tuñón y Mansilla es a abrazarlo con ahínco rechazando nostalgias tóxicas. Marchando otra cita: "Si hubo un tiempo en que la arquitectura tenía algo de disminuir las tensiones, de dulcificarlas, de establecer correspondencias o acordarlas, y hubo un momento en el que esas tensiones se hacían presentes, ahora es necesario hacer presentes las fricciones en un estado aún más exagerado, convirténdose en material para ser procesado creativamente. Así, no hay solo una aceptación de las contradicciones, sino la asunción optimista de esas fricciones como auténtico rastro del inconsciente colectivo. El verdadero material ya no son las obsesiones privadas, sino la ansiedad colectiva oculta"Byung-Chul Han habla de la "sacralización de lo pulido" en La salvación de lo bello, renegando de una belleza despojada de toda contradicción (o colisión) que al cabo es la que logra conmovernos y conducirnos a la reflexión. Esta modernidad por tanto no aspira, como la de Mies, a suturar las heridas del caos (acaso porque el nuestro es un caos más llevadero), sino a mostrar sus cicatrices sin pudor, exponiéndolas, con un punto sádico, en medio de un entorno aparentemente ordenado para que resalten aún más: "Es dentro de lo uniforme, de la continuidad, dentro de la repetición, donde cobra interés la excepción y la discontinuidad". En Mansilla y Tuñón el orden se anhela y se refleja pero siempre dejando entrever que es una batalla perdida (un poco lo que le ha pasado a Marie Kondo, la gurú japonesa del orden que ha tirado recientemente la toalla al tener un tercer hijo: cuando se le hagan adolescentes se arrojará a las vías del tren bala); la entropía, admitámoslo, siempre gana: "El globo es una esfera amnésica, donde la entropía impone su ley testaruda, arruinando la construcción, descomponiendo la materia y borrando los rastros, que en un parpadeo del tiempo geológico se habrán desvanecido como un rastro de humo", no son los arquitectos madrileños los que aquí hablan sino Luis Fernández-Galiano en el final del discurso que dio con ocasión de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando allá por 2012 (Arquitectura y vida, el arte en mutación). 

Es posible buscar una posible metáfora más en esta fachada tan insospechadamente metafísica y en sus sistemáticos surcos. Es seguramente la más bella. Su origen es la naturaleza, a la que Mansilla y Tuñón aspiran, como tantos otros, a replicar sin ocultar su condición de artificio. En los 90, cuando ambos arquitectos se desplazaban cada semana a Zamora y León desde Madrid para trabajar en sus primeros edificios en solitario tras trabajar diez años en el despacho de Moneo, contemplaban con atención los campos castellanos, arados en ordenados surcos que desventraban la tierra con precisión milenaria: "Cuando bajábamos la vista y observábamos esos inmensos campos arados con su orden tan estricto dentro -la distancia entre un surco y otro- y (...) su perímetro desordenado -pequeño, grande, recto, irregular- y allí había vida, tanta vida, nosotros nos preguntábamos... ¿se podría hacer un edificio así? Y quizás ahí empezó todo; y el resto son solo palabras..." . 

Vamos cerrando, siempre agradeciendo tu paciencia, otro día seguimos (ya te adelanto que la fragmentación sigue en el interior de la galería, con sus pros y contras). Acabo de nuevo con Emily Dickinson, acaso la primera poetisa moderna (T.S. Eliot mostró gran interés por la reclusa de Amherst viendo en ella su misma pulsión por fracturar el orden, por romper la sintaxis creando una poesía minimalista de endiablada sencillez): "La Magia mayor es Geometría / Para el espíritu del mago - / Sus actos comunes, proezas / Para pensar la humanidad -." 


No hay comentarios:

Publicar un comentario