domingo, 28 de agosto de 2022

Eslabones perdidos (2)

 


Pues la iglesia que traíamos el pasado día era el Santuário da Penha en Guimarães, de José Marques da Silva (1869-1947) como puedes ver en la prueba documental que encabeza la entrada de hoy. Nacido en Oporto, allí tiene la mayoría de sus obras más representativas, entre las que destacábamos dos: la estación de São Bento (bajo la cual, como también comentábamos, Álvaro Siza ha ejecutado una sobria estación de metro) y el monumento a los héroes de la Guerra Peninsular, la que nosotros llamamos de Independencia, que puede verse desde la Casa da Música de Koolhaas, y en la que el león británico da muerte al águila napoleónica. La bella casa art decó que mencionábamos no es otra que la de Serralves, junto a la que Siza de nuevo levantó el museo de arte moderno al que dio nombre. A su vez, Souto de Moura (el segundo de la trinidad arquitectónica portuguesa, Távora sería el tercero) intervino los jardines del palacete del vizconde de Vilar d'Allen para construir la Casa das Artes

Hay bastante información sobre Marques da Silva en internet, nosotros te recomendamos la que se encuentra en la web de su fundación, que por cierto incluye también datos sobre otros arquitectos de la época y posteriores, y un breve pero muy interesante ensayo de Rui J.G. Ramos. Permite que te destaque un par de apuntes telegráficos, decir por ejemplo que en París estudió nada menos que con Victor Laloux (autor de la estación parisina de Orsay, hoy reconvertida en museo) y que, aparte de dar forma al Oporto de las primeras décadas del pasado siglo, como académico y profesor moldeó también a varias generaciones de arquitectos en la Escuela de Bellas Artes portuense, que dirigió 25 años. Uno de ellos sería su hija María José (1914-1996), la primera arquitecta graduada en la Escuela de Oporto, título que obtuvo en 1943. Junto con su marido, el también arquitecto David Moreira, dio término a varias obras que su padre dejó inconclusas al fallecer (como el propio santuario de Penha o el monumento a la Guerra Peninsular) y llevó a cabo destacados proyectos en Oporto como el Palácio do Comércio o la Torre Miradouro (hoy hotel de mismo nombre). En los 70, cansados al parecer del rumbo que arquitectos y urbanistas estaban adoptando, incapaces acaso de asumir la modernidad tajante que Távora defendía, la pareja se retiró al campo en Barcelos dedicándose a labores agrícolas. Con todo María José siguió vinculada a la profesión y creó un instituto que sería origen de la fundación que hoy está dedicada a su padre. Mención merece también la dificultad de adscribir a José Marques da Silva a un siglo concreto. La historiografía convencional lo encasilló en el XIX, pero la tesis doctoral que sobre él escribió António Cardoso en los 80, recibida con incomprensión por los académicos, rebatió esa idea, trayéndolo al siglo XX y señalando que la modernidad es un movimiento a menudo contradictorio y no lineal que va más allá de Le Corbusier, Mies y unos pocos más (como también recuerda David Rivera en La otra arquitectura moderna o mucho antes Solá-Morales) y que no rompió con el mundo clásico de forma tan abrupta como los modernos heroicos nos han hecho creer. En el ensayo que te he enlazado más arriba, Ramos habla de una modernidad "impura y polifónica" que también merece estudiarse y que, en esa compleja hibridación, no es muy diferente a lo que otras artes como la literatura estaban experimentando en ese momento (Ramos cita un capítulo de Architectural Reflections: Studies in the philosophy and practice of architecture de Colin St John Wilson donde se estudia el sentido de la tradición en T.S.Eliot y su relevancia en la arquitectura; por cierto que el libro de Wilson se inicia con esta cita de Wittgenstein: "Debes limitarte a decir cosas viejas, y al mismo tiempo deben ser nuevas"). Marques de Silva fue moderno en su aproximación cosmopolita a la disciplina y su alejamento del provincialismo, muy arraigado en Portugal (como dice Paulo Pereira, el siglo XIX fue el más largo en la historia de nuestro país vecino, extendiéndose en gustos artísticos hasta los años 60 del XX), su eclecticismo pragmático y la comprensión de que la arquitectura debía trabajar junto a otras disciplinas en un marco mucho más ambicioso en el que los edificios eran catalizadores de cambios cruciales en la configuración de las ciudades. 

Acabaré dando unos breves apuntes sobre el curioso emplazamiento del santuario de Penha, que sin duda debe su nombre a las numerosas y enormes formaciones graníticas que lo rodean en lo alto de un monte al que se puede subir en auto o vertiginoso teleférico. Fácil de pasar por alto en la muy bella ciudad que dio origen a Portugal, la Montanha Sagrada merece una visita para perderse en los numerosos laberintos pétreos y grutas acaso encantadas que compiten con una vegetación espectacular. Y para contemplar el santuario moderno de Marques da Silva, claro. 




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