miércoles, 8 de diciembre de 2021

Moriremos mirando

 


"Una arquitectura sin imagen es hoy la única verosímil para salir del bucle infinito en que nos encontramos. No una arquitectura que prescinda de la imagen, sino una que no nazca desde ella, ni que la emplee como centro o que la fomente. No se trata de rehuir de la necesaria dimensión formal de esta disciplina sino de reformular su origen alejándolo de todo aquello que fomente su consumo o su interpretación. (...) Ante una arquitectura semejante el zombi crítico solo puede dejar escapar por su boca trozos de lengua muerta referidos al autor de la arquitectura y su monserga egotista. Sin embargo la arquitectura sin imagen está libre de personalismos. (...) La arquitectura sin imagen no carece de autor sino que se hace presente como trabajo colectivo... ¿Tiene aún sentido preguntarse por la autoría de la vacuna contra el covid, de un botijo o de un coche de fórmula uno?". Así hablaba hace un par de semanas Santiago de Molina en su blog, en una entrada genial que, haciendo honor a su título (Sin imagen), se nos mostraba huérfana de la foto de rigor que suele acompañar los textos de su bitácora (y los de la mayoría). 

Pues no sé, apaga y vámonos que decía el otro es lo único que nos queda. De colgar los hábitos blogueros me han dado ganas. Con todo a nosotros, que nos privan como al que más las narrativas construidas en su mayoría a partir de las formas arquitectónicas de autor, nos salva un hecho insoslayable: el no ser críticos sino comentaristas domingueros, con lo que el adjetivo zombi puede incluso aumentar un poco nuestro exiguo caché. No obstante el palo y tentetieso que el ascético Molina propina a la crítica seria, tan a menudo también centrada en la imagen y en arquitectos galácticos, es de dimensiones bíblicas. Y es que si comparamos mucha de la crítica arquitectónica actual, que más que crítica es poco más que amable información aséptica libre de aristas, con la que existía por ejemplo en los 90, donde se daba caña con saña, el contundente puñetazo en la mesa tiene sentido. En esta misma línea Herzog señalaba hace poco en un reciente artículo de Rowan Moore que la arquitectura es el arte de los hechos. Y Wainwright, comentando el nuevo "museo" de MVRDV en Róterdam, que asemeja a una ensaladera de Ikea (los arquitectos se habrían inspirado en ella, y van y lo cuentan), habla de "slapstick architecture". Slapstick es un género cinematográfico que hace referencia a las típicas comedias de humor grueso en las que los actores no paraban de darse espectaculares trompazos para regocijo de una poco exigente audiencia.

Cabizbajos pues cual pecadores sin remisión,  seguirá en su línea de creación de insanas chucherías, veremos por cuánto, mayormente porque no damos para más, pero también porque, como decía García-Alix, moriremos mirando (y fabulando). Hoy por ejemplo seguiremos pecando a calzón quitado, y es que le vamos a entrar al recién inaugurado museo Munch en Oslo del madrileño estudioHerreros, que ha recibido atención mediática unánime (acaso la entrada de Molina, y la siguiente, de explícito título El museo agotado. El futuro del  museo responden a esa cansina saturación). Pues más madera. Para empezar, echa un vistazo a este breve video en el que Juan Herreros y su socio Jens Richter te explican el edificio. La camiseta que hoy te traigo de cabecera, de venta en la inevitable tienda del museo, que atestigua la obsesión moderna por la imagen, reproduce la forma más característica del flamante edificio, que se alza 57 metros para culminar encorvado como si anduviera (como nosotros hoy) cabizbajo, o como un hombre o mujer que caminara hacia su crepúsculo. De pronto me ha recordado al tema The Old Man de Øystein Sevåg, músico noruego que gozó de cierto renombre en los 90 cuando compuso vibrantes temas electrónicos como el que te menciono, por si tienes curiosidad te lo enlazo aquíRecientemente en uno de sus últimos álbumes (Space for a Crowded World) lo revisita, reutilizando su magnífica entrada (escúchalo aquí). Pero sigamos fabulando (no sin remordimiento). Acaso el nuevo museo oslense se inclina mostrando sus respetos al lacónico ayuntamiento de la ciudad, una inmensa mole de ladrillo con dos torres, una de 66 metros y otra de 63 acabada en 1950 donde se celebra la entrega de los premios Nóbel: quién sabe si Juan Herreros y su equipo tenían en mente no superar en altura al icono institucional por excelencia de la capital noruega (pero de verdad qué cogido por los pelos, es lo que tiene internet, que lo aguanta todo, hay hasta quien dice que la inclinación hace referencia a esta foto en la que se ve a Munch pintando en un lienzo ladeado... cuando además lo más probable es que Herreros simplemente esté replicando la Torre Woermann en Las Palmas, diseñada junto a Iñaki Ábalos y acabada también en encorvada coda). Por cierto que Wainwright, siempre tan metafórico, no podía dejar de dar su propia versión: ve la inclinación como la joroba de un matón que se cierne, entre amenazante y cómica, sobre el blanco y puro edificio de la Ópera de Snøhetta: el malo de la película, vamos (no parece gustarle mucho: en su aséptica eficiencia le recuerda a un aeropuerto). Sea como fuere sorprende tan decidida verticalidad en un museo, especialmente si lo comparamos con la no menos contundente horizontalidad del mencionado edificio de la Ópera, verticalidad que tiene su sentido práctico, ocupa poco espacio (otorgando espacio para un mundo atestado, por utilizar el título del álbum de Sevag), y simbólico, al "visibilizar lo colectivo" en palabras ahora del propio Herreros para Icon Design: "Es absurdo que Madrid ya no tenga edificios públicos en altura, aparte de los hoteles de lujo. No hay nada equivalente a lo que en su momento supuso construir Correos: visibilizar lo colectivo, una expresión del buen gobierno de la que los ciudadanos se pueden sentir orgullosos". Una matización si se me permite. Cuando subo a tender a la azotea del bloque donde vivo, momento mágico de comunión arquitectónica, me gusta observar un potente slab que se alza, absolutamente desproporcionado, sobre el raso skyline del sur madrileño. Su monumental fachada lisa (que de cerca pierde bastante) refleja las sombras de las nubes y en la noche las diminutas luces de sus habitaciones le confieren un aire extraño, casi sobrecogedor. Se alza 90 metros nada menos, y dicen que sus dos últimas plantas fantasmagóricas están vacías, preparadas para albergar a pacientes aquejados de enfermedades altamente contagiosas. Sí, es el hospital Gómez Ulla, un icono olvidado (no hay manera de encontrar en internet el nombre del arquitecto que lo diseñó) que el año próximo cumplirá cincuenta años. A Mies le encantaría. A Koolhaas seguro que también, aunque el último hospital que ha proyectado es de una horizontalidad tan recalcitrante como los collages para su proyecto experimental Exodus (que presentó el mismo año que se acabó el Gómez Ulla, 1972), quizá porque está pensado para Doha, en su país no creo que pudiera permitirse ese inmenso mat building

Pero volvamos al Munch. Así, sin museo. Como lo quieren sus responsables, que han eliminado la recia palabra que quizá podría echar para atrás al público más juvenil. En esa misma línea han lanzado un desenfadado video promocional y han optado por una identidad gráfica más rompedora a cargo de los ingleses North que la diseñada en un primer momento, donde se incluía la palabra museet, y que replica la inclinación del edificio (las letras se tuercen 20 grados). Es la única nota discordante en un museo que aspira a ser principalmente funcional y eficiente ("no somos como Zaha", señala Herreros en el artículo de Wainwright, "matando comisarios de exposiciones cada día"), abierto al público (el acceso al vestíbulo y mirador es gratuito, al igual que lo es el ayuntamiento) y discreto a pesar de su contundente verticalidad y el reto tipológico que lanza: su piel de alumnio perforado es fácil que se mimetice con las grises brumas nórdicas. ¿Es la arquitectura arte? Obviamente no toda, y la que más importa (la que utilizamos a diario) debería recibir más atención que la más artística y personal. Pero moriremos mirando. De lo que no existe duda es de que hay arte en la crítica, termino con botón de muestra sobre el Munch, claro: "Sobre ese paisaje de sencillez severa se extiende un lienzo de silencios pautados y voces detenidas, una conversación en sordina que dibuja un perfil de atención deferente al interés común y a la complejidad compartida. Y sobre la urdimbre y la trama del lienzo sosegado, recortando su llamada de atención en el perfil urbano, súbitamente escuchamos un grito". (Luis Fernández-Galiano, El silencio del sistema en AV 238).


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