domingo, 11 de octubre de 2020

Perímetros

 


La modernidad y el clasicismo entablan brutal batalla en este proyecto de Tadao Ando, un museo a mayor gloria de François Pinault alojado en la antigua bolsa de París que verá la luz en enero. Sigo con arquitectos japoneses, qué cansino, pensarás con razón, pero al menos abandono la retícula por formas más curvas, que no es poco. Y es que Ando ha desventrado sin miramientos el decimonónico edificio para alojar en él un desbocado cilindro extraterrestre de cemento armado donde se instalará una sala de exposiciones. No voy a entrar en un debate de opinión, porque para gustos los colores (a mí personalmente, ya lo sabes, me pierde el hormigonaco), sólo apuntar que me llama la atención la presunta ironía que supone rehabilitar con primor el edificio en todo su esplendor Beaux Arts para luego asaetearlo de tamaña manera, algo así como obligar a un condenado a verstirse de gala para luego ajusticiarlo mediante garrote vil. El resultado de tan singular hibridación, sabes también que soy positivo (quiero decir con esto que tiendo a un sano optimismo, este virus de las narices nos va a cambiar hasta el lenguaje), acaso pretenda una reconciliación entre estilos tan contrapuestos, aunque más bien consigue poner en evidencia lo contrario. 

Sea como fuera es indudable que los espacios generados por tal yuxtaposición provocarán momentos de gran tensión fenomenológica. Ya solo viendo las fotos me apetece recorrer esa angosta galería que se crea entre el muro mudo de Ando y la pared pompier del edificio original. ¿Y qué me dices del espacio dentro del cilindro de 30 metros de diámetro? Frente al agobio del confinamiento perimetral, la luz entrando a raudales por la descomunal cúpula transparente. El inmenso círculo de Ando me ha traido también a la memoria (esto debe ser el apropiacionismo que dice Mallo: la mezcolanza posmoderna e ignorante) el espacio heterotérmico de las viviendas más primitivas, en las que el fuego central crea un círculo térmico y luminoso, cuyo límite marcará el emplazamiento del perímetro de la casa (estoy leyendo Historia medioambiental de la arquitectura de Eduardo Prieto).  El fuego como creador de la arquitectura y la sociedad (el "hecho social total" en palabras de Marcel Mauss, ya decía Levi-Strauss que la cultura no es otra cosa que el paso de lo crudo a lo cocido) que enlaza con el mito de Prometeo. Te regalo una espléndida cita del libro del arquitecto y filósofo: "la arquitectura, producto más o menos directo de la llama primigenia, a la que protege y procura un entorno simbólico, consiste así en un microclima técnico, social y geométrico: es una realidad compleja". En la rehabilitación de Ando no hay fuego que valga, pero rápidamente buscamos metáfora: el perímetro atávico del arquitecto que fue boxeador desea proteger la llama de la cultura, que necesita cierta privacidad para ser captada en su totalidad. 

El contraste doloroso que provocará en vivo y en directo este oxímoron arquitectónico acaso tenga igualmente una lectura casi psicoanalítica y me ha recordado a esa azotea parisina diseñada por Le Corbusier en la que no se le ocurrió otra cosa que colocar, en medio de una pared totalmente moderna una absurda chimenea pompier que, aparte de ser falsa, dialogaba a palos con el resto de la intervención del arquitecto francosuizo, una azotea que acabo de descubrir con pasmo en una imprescindible conferencia que dio Fernández-Galiano sobre Le Corbusier en la Fundación March. Es un aviso de la evolución estilísitica que le llevaría a abandonar el ángulo recto para dibujar las sinuosas curvas de Ronchamp. En esa misma conferencia don Luis mostraba una foto que él mismo había hecho en La Tourette donde puede observarse un banco de rectilínea modernidad junto a una roca artificial totalmente irregular que, en palabras del crítico y catedrático, "habla de lo que no podemos controlar porque está más allá de nosotros", ejemplo de una evolución del arquitecto de Chandigarh que transita de las certezas a las emociones. Corbu, como acaso Ando, son conscientes en su edad ya crepuscular de que la cuadrícula no puede explicar el mundo, que la realidad no cabe en una retícula por muy perfecta que sea. La perfección geométrica, la "alegría del orden matemático que constituye una de las aspiraciones más lícitas del espíritu moderno" como culmina su artículo Arquitectura de época maquinista (de 1926), al cabo nos confina y nos impide abrazar lo inesperado mientras buscamos una exactitud que quizá no sea otra cosa que vanidad e intransigencia.  


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