domingo, 9 de agosto de 2020

Redes

 

Acabábamos la entrada anterior con el “realismo-real” de Santiago de Molina, y en la penúltima, citábamos a Daniel Innerarity y la necesidad de la “complejidad de una modernidad reflexiva”. Hoy unimos felizmente ambos términos y te traemos el concepto de “Realismo Complejo” de Agustín Fernández Mallo en el libro que hemos empezado a leer, de estridente nombre Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Conocíamos el Realismo Mágico (algo hay también de él en este libro), no el Complejo, y aunque intuíamos que la realidad moderna de fácil no tenía un pelo, nos ha llamado la atención el enfoque así que vamos a darle una vuelta a esta y alguna otra idea presente en el singular ensayo.

Aún no he acabado ni el primer capítulo pero ya te puedo decir que el libro es original, deslumbrante y, por supuesto, complejo. Su autor, licenciado en Físicas, novelista, poeta y teórico de variopintos temas, se mete en jardines de frondosidad considerable ayudado por una apabullante cultura que bebe de las disciplinas más variadas y una inaudita habilidad para conectar lo aparentemente inconexo, jardines de los que el lector medio sale con dificultad, aunque es obvio su paciente empeño por guiarte a través del proceloso periplo intelectual que nos propone en el que como digo mezcla sin el más mínimo empacho churras, merinas y todo lo que se le pone por delante sin diferenciar la, llamemos, alta cultura de lo más rabiosamente pop. Aunque habla de la posmodernidad como una “cosmovisión” ya superada, yo diría que Mallo parte de ella para llevarla a un paroxismo casi surreal en esa hibridación desmedida que recuerda al Complejidad y Contradicción de Venturi y Brown o al Espacio Basura de Koolhaas, por mencionar a otros ilustres guerrilleros de las ideas que batallaron en el campo arquitectónico. Nosotros, que en necio empecinamiento criticábamos no hace mucho la posmodernidad por poco seria hasta que nos dimos cuenta de que, inadvertidamente, elaborábamos un blog descaradamente posmoderno en el que la mezcla impura también campaba (y campa) por sus fueros, caída del caballo (que no del cabello, que también) comparable al momento en que Luke Skywalker es consciente de que su padre es Darth Vader (el terrible “I am your father”), o, si me permites más símiles, a aquel en el que Harry Potter se da cuenta de que es un horrocrux, que lleva en su interior una porción de su mayor enemigo, Voldemort (¿ves lo que te digo?), diremos que nos sentimos cómodos en este mestizaje cultural que nuestro físico y poeta nos propone. En ese reciclaje salvaje que se nos presenta casi como cruzada, el residuo, lo desechado (la basura, vaya), cobra singular protagonismo, como valioso objeto casi arqueológico que oculta jugosos relatos, pero dejemos que el autor se explique: “Preguntarse hoy qué es lo real equivale a dar un paso adelante respecto a aquellas cosmovisiones del siglo XX a fin de intentar construir una imagen que se adapte a la complejidad en la que se ha instalado lo contemporáneo. (...) Y es que cada día asistimos al discurso de la fragmentación y atomización de la realidad contemporánea, pero, por otra parte, y en un discurso contrapuesto, se nos dice que la globalización y la absoluta conectividad se ha apoderado de nuestras vidas de tal modo que todo tiene apariencia de un amontonamiento de residuos. La contradicción de tales discursos resulta evidente: ¿cómo es posible que algo fragmentado pueda estar al mismo tiempo hiperconectado? La solución a la falacia pasa por cambiar el punto de vista: la realidad ni ha estado, ni está ni estará nunca, fragmentada sino organizada en red: la fragmentación tan sólo es una apariencia fruto de no haber cambiado la óptica de nuestro instrumento de visión. Lo que eran desdeñables residuos materiales o simbólicos que sin orden ni taxonomía se amontonaban ante nuestros ojos, pasan, bajo esta nueva óptica y con tal de enfocar un poco mejor, a ser considerados como residuos complejos, coherentemente conectados en múltiples redes, no fragmentados y por tanto culturalmente aprovechables de otro modo.(...) De esas redes trata la complejidad. Es a las derivaciones más orgánicas de esa configuración a lo que llamamos realidad compleja, y a su correspondiente modo de narrarla, Realismo Complejo”.

Su propuesta podría quizá asemejarse a ese pasatiempo infantil que consiste en unir puntos numerados en una misteriosa red para, tras conectarlos siguiendo el orden numérico, hallar la figura que se encontraba oculta tras esa maraña de nodos inconexos. Mallo sugiere no seguir el orden establecido por los números, sino unir los puntos siguiendo nuestra intuición liberada de prejuicios y conocimientos, digamos, estandarizados, y esperar a ver qué forma, concepto o relato surge de las "correspondencias” que hayamos establecido. Dos ejemplos extremos te quiero contar de este afán que promulga Mallo de realizar “descubrimientos” de esta manera. En el primero el autor pretende explicar el verídico suceso que aconteció a Nietzsche en Turín el 3 de enero de 1889 cuando, tras salir de su casa para pasear hacia el centro de la ciudad, observa cerca de una de las puertas del palacio Carignano una escena que cambiará su vida para siempre: un cochero está maltratando un caballo porque el animal, exhausto, no quiere continuar la marcha. Nietzsche se lanza a ayudar al pobre cuadrúpedo, rodea su cuello con los brazos y entre sollozos pronuncia “una de las más crípticas frases de la historia del pensamiento moderno” en palabras de Mallo: “Madre, soy tonto”. Tras volver a su casa pierde el habla y la consciencia, que no recuperará hasta su muerte en 1900, diez años después. Nadie sabe qué vio el filósofo en esa plaza, qué pensamientos le hicieron derrumbarse mientras abrazaba al caballo. Pero ahí está Mallo para lanzar su teoría. En lugar de unir los puntos de manera convencional (Nietzsche venía de un periodo de intensa actividad intelectual, etc.), en 2013 ni corto ni perezoso marcha a Turín para replicar el trayecto del filósofo desde su casa en la calle Carlo Alberto 6 hasta el punto exacto en el que ayudó al caballo. Le sorprendió a nuestro físico que en ese justo punto había una boca de alcantarillado, y ya tenemos la correspondencia, cito porque si te la explico yo no me creerías: “El sistema de alcantarillado, esa red de nodos y links que agujerea el subsuelo de nuestras ciudades es, ante todo, una estructura moral, una red moral, algo que iguala al habitante del Palacio de la plaza de Carignano con el de un suburbio de Turín. Podemos pensar que fue eso lo que vio Nietzsche, aquello que le hizo enmudecer para siempre: la refutación de la moral pregonada años atrás por su superhombre. El Zaratustra que regresa de la montaña para llevar a cabo su prédica se da cuenta de que ese gesto de regresar para contar nada tiene que ver con la moral del superhombre sino que (...) resulta un paso más en la construcción del humanismo, la construcción del sujeto occidental, aquel que, en efecto, regresa a la superficie terrestre para elaborar una narrativa, una parábola, un cuento que, como lo hacen las alcantarillas, ha de propagarse sin distinciones sociales”. Por lo que he entendido, las alcantarillas, acaso la primera red de redes, no admite distingos, ni el mismísimo superhombre estaba exento de liberar sus residuos orgánicos en tan democrático sistema. Eso sería lo que habría descolocado sin remedio al filósofo. Flipante.

El segundo ejemplo de correspondencia que te traigo parte de la obra de Luis Macías iniciada en 2011 (sigue en proceso al parecer) de nombre Where Western Civilization Ends. Mallo habla aquí de la existencia de un “Músculo Universal” que uniría dos extremos espacio-temporales: Atenas y California. Para elaborar su obra Macías viaja a Los Ángeles y alrededores y, tras recorrer lugares de culto, observar basuras varias vertidas a la playa por las corrientes marinas, “vertederos de aguas fecales” (la escatología de nuevo) y demás, concluye que en esta zona de América se produce un “punto de acumulación” de una masa cultural originada en la Grecia clásica que no puede ir más allá. Pero eso no es todo. En ese punto hace su aparición el “mito de la línea, el ansia de viaje y conquista occidental” que debe continuar de algún modo, y para ello no tiene otra que “constituirse en movimiento vertical: el cohete, la conquista del espacio”, representada en chusca metáfora paraarquitectónica por la noria que en “irónico duelo cinético” se eleva en la playa de Santa Mónica, última frontera de Occidente.  

El lugar de esta complejidad nodal defendida a capa y espada por nuestro físico, donde todas las contradicciones y correspondencias colisionan, es lo que llama “Centro”: “Un lugar atractor donde convergen cielo y tierra, la delgada capa a la que va a parar todo cuanto vamos haciendo”, que por supuesto no es un espacio estable sino un “atractor complejo”, y apostilla: “esta capa de contacto entre cielo y tierra, rugosa y más bien extraña que habitamos, es, por así decirlo, la neurosis del planeta, lugar al que viene a manifestarse y donde toma forma cuanto ocurre tanto a nivel atmosférico y celeste (...) como a nivel de subsuelo”. Ya decía Chillida, otro obseso de los límites y el horizonte (al que tan bellamente elogió en Gijón con otro eje atractor que viene a reunir horizontal y vertical) aquello de que “en una línea el mundo se une, con una línea el mundo se divide, dibujar es hermoso y tremendo”. Otra afirmación del artista que abandonó la arquitectura por la escultura acerca también su obra al mundo de correspondencias inauditas de Mallo: “A mí me interesa más lo que pasa entre las formas que las obras en sí mismas”. En el cartesianismo revisitado (“simetría heterodoxa”) de Chillida, en esa desconfianza no exenta de admiración hacia el ángulo recto adorado por la modernidad, seguro que Jencks vería la oportunidad de señalar que Chillida es tan posmoderno como Mallo, aunque probablemente sería más apropiado decir que el donostiarra era más bien premoderno, sus ángulos blandos quizá inspirados por las imperfectas vigas de olivo que sostienen ancestrales caseríos vascos como el de Zabalaga de 1543 (en la foto), que vació como una escultura más, dejando al aire una bellísima pero inexacta red de vigas que es acaso la visión más hermosa de Chillida Leku: “El ángulo recto me ha llegado a parecer el ángulo más hermoso que hay entre todos los ángulos, pero es algo intolerante, no admite diálogo nada más que con sus iguales. Ante este poder del ángulo recto, pienso que hay ángulos a su alrededor desde los 88 hasta los 93, que son casi tan poderosos, y al mismo tiempo son más tolerantes, dialogan entre ellos. Creo que la virtud está cerca del ángulo recto, pero no en él” (del libro Aromas).

En fin. Mallo en realidad no creemos que invente nada nuevo en su libro, Fernández-Galiano ya hacía crítica arquitectónica con deslumbrantes correspondencias cuando nuestro físico estudiaba el BUP (aquí tienes una de las más recientes, una poética introducción a la obra de Sou Fujimoto en el último número de AV que se abre con la foto de una perfecta red de intransigentes ángulos rectos en simetría, esta vez, totalmente ortodoxa), pero es en el etiquetado de procesos y conceptos y, vuelvo a repetir, en las alucinantes (y valientes) conexiones interdisciplinares, sin olvidar una muy cuidada prosa, donde realmente brilla Mallo.

Termino. La ficción parece imponerse en todos los órdenes, hasta en la crítica arquitectónica, Jane Rendell nos lo recuerda en un reciente artículo (lo llaman architectural ficto-criticism nada menos). Bien está poner en valor aquello de la imaginación al poder ahora que el dataísmo y el sacrosanto algoritmo pueden acabar aniquilando la creatividad; lo mismo podríamos decir de esa desinhibición interdisciplinar de la que Mallo hace gala, que trae aire fresco a una insana compartimentación del conocimiento. El problema es, como todo, saber cuándo parar. Entre el dataísmo y el dadaísmo habría que buscar un término medio (si no fuera por lo bien hilvanado que está el discurso de nuestro físico, a veces diría que nos está tomando el cabello). En una exposición comisariada por Mariana Pestana para la Trienal de Lisboa de 2013, de inquietante título The Real and Other Fictions, ya se nos daba a entender que la realidad pronto quedará tan oculta bajo capas de ficción que no sabremos distinguirla de la pura invención (y es que, como decía Koolhaas en Espacio Basura, la realidad nunca ha interesado a nadie), pero ojo, que esto tiene mucho peligro. Como sabemos, el referéndum del Brexit se “ganó” con una campaña basada en información ficticia, por poner sólo un ejemplo, y ahí están las famosas fake news. Pero no nos pongamos rancios, que es verano, y sigamos disfrutando del estimulante pasatiempo intelectual que nos propone Mallo. Su mayor valor al cabo es no rehuir la complejidad de nuestro tiempo, abrazarla con enjundia, mostrando el camino a recalcitrantes nostálgicos instalados en una cómoda parálisis.

 

 

 


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