domingo, 13 de enero de 2019

Entre estrellas (3)


"Los arquitectos son también poetas". Así hablaba José Ângelo Cottinelli Telmo (1897-1948), arquitecto estrella del Estado Novo portugués. Genio multidisciplinar y creador entusiasta, Cottinelli es casi más conocido en su país como cineasta que como arquitecto. Dirigió la primera película sonora íntegramente portuguesa en 1933 (A Canção de Lisboa), en la que participaron los más famosos actores de la época (incluido como secundario Manoel de Oliveira). Durante los años 20 dirigió la revista juvenil ABC-zinho donde se gestó el cómic portugués moderno (él mismo fue también dibujante de banda desenhada con gran éxito) y en la que solía incluir construcciones para recortar y montar. El arquitecto, oriundo de Lisboa, fue también ilustrador y diseñador gráfico (creó logotipos, portadas de libros, sellos...). Por si fuera poco también hizo sus pinitos con la música, componiendo por ejemplo el himno de la Mocidade Portuguesa, la organización juvenil del Estado Novo, que tenía por cierto una secção feminina (¿te suena?) o dirigiendo la orquesta en las fiestas de los estudiantes de Bellas Artesdonde estudió de 1915 a 1920. Con todo ello demostraba Cottinelli Telmo que la arquitectura no se basa en una única disciplina sino que podría considerarse feliz amalgama de varias especialidades artísticas.

Centrándonos en lo arquitectónico, Cottinelli se movió, como tantos por aquellas fechas, entre la vanguardia del Movimiento Moderno y la arquitectura llamémosle tradicional, regionalista o como más te apetezca. Obtuvo plaza como funcionario de CP, la Renfe portuguesa, y fue en alguna de las estaciones que diseñó y sobre todo en edificios técnicos como la torre de señalización de Pinhal Novo donde sus propuestas fueron más audaces. En general puede decirse que trató de combinar ambas tendencias en edificios sobrios pero con referencias al mundo clásico como puede verse en sus oficinas para la Standard Eléctrica en Lisboa o en la ampliación de la universidad de Coimbra (suyas son también las interminables escaleras que dan entrada al campus, si las has subido en verano seguro las recuerdas), estilo que los modernos más ortodoxos apodaron con sorna Português Suave por una popular marca de cigarrillos. En 1940 le llegó el principal encargo de su carrera arquitectónica: organizar como arquitecto jefe la Exposición del Mundo Portugués en Belém  a mayor gloria del régimen de Salazar donde diseñó uno de sus pabellones y el famoso Padrão dos Descobrimientos, único elemento de la exposición que ha llegado a nuestros días (en 1960 fue reconstruido con materiales más duraderos). En forma de barco de tres velas, el impresionante monumento incorpora 33 esculturas diseñadas por Leopoldo de Almeida que representan otras tantas figuras señeras de la época de los descubrimientos; una de ellas, por cierto, nuestro Pêro da Covilhã. De 1938 a 1942 dirigió la revista Arquitetos. En 1945 fue elegido presidente del Sindicato Nacional de Arquitectos y en 1948 organizó el primer congreso de arquitectura en Portugal donde por cierto las nuevas generaciones de profesionales aprovecharon para expresar su beligerancia hacia el Estado Novo y suponemos pondrían en aprietos a Cottinelli, arquitecto favorito del régimen. Fue su último legado a la profesión. Ese mismo año mientras practicaba pesca deportiva en Cascais se lo llevaría para siempre una traicionera ola a la edad de 50 años. Nunca sabremos lo que habría dado de sí su carrera profesional.

Llegados a este punto te estarás preguntando a santo de qué viene tan profusa introducción. Pues mira, mi querido a la par que impaciente lecteur, resulta que en Covilhã tiene Cottinelli uno de sus edificios, el Sanatorio das Penhas de Saúde, también conocido como Sanatorio dos Ferroviários por haberse construido a iniciativa de CP (como te decia, la Renfe lusa), para enfermos de tuberculosis. Por aquel entonces se trataba dicha dolencia mandando a los doentes a altas montañas en la esperanza de que los limpios y serranos aires curaran la enfermedad (y de paso no contagiaran a los que se quedaban abajo). La primera piedra, a 1.200 metros de altitud, fue colocada en 1930 y se terminaba en 1936, aunque por circunstancias varias el hospital no empezaría a funcionar hasta 1944. Cottinelli se basó en el sanatorio de la Fuenfría, en la madrileña sierra de Guadarrama (diseñado en 1921 por Antonio Palacios nada menos), que visitó en persona. Acaso también habría leido nuestro multidisciplinar arquitecto La montaña mágica de Thomas Mann (1924), en la que el sanatorio para tuberculosos de Berghof, ese "transatlántico varado" en palabras del alemán, tiene un claro protagonismo en el relato. Pero prosigamos que hoy no acabo. Cuando los nuevos tratamientos médicos para combatir la tuberculosis se generalizan, estos aislados hospitales difíciles de acceder y caros de mantener caen en desuso. El de Covilhã no es excepción y cierra en 1969 tras una exitosa carrera (tenía el récord de curaciones de este tipo de sanatorios en Portugal). Continuó nuestro transatlántico varado aún prestando servicios ocasionales (como alojar de manera temporal a los retornados de las colonias portuguesas tras alcanzar estas su independencia) bajo el atento cuidado de dos arrojados funcionarios, José Francisco Amorim y Lurdes Amorim, que en él vivieron buena parte del tiempo en absoluta soledad, experiencia que nos recuerda al tremebundo El Resplandor de Stephen King que Kubrick llevaría magistralmente a la gran pantalla. Cuando los dos solitarios funcionarios alcanzaron la edad de aposentação, certera manera que tiene el idioma portugués de expresar la jubilación, el edificio quedó a su suerte, solo visitado ya por las estrellas. Convirtióse pronto en penosa ruina y se decía que estaba assombrado (encantado). Tras muchos avatares, en 1998 fue vendido a la empresa que por aquel entonces gestionaba las Pousadas (paradores) por la cantidad simbólica de un escudo con la condición de que allí se levantara uno de dichos alojamientos. Nada menos que Souto de Moura, el Pritzker portugués, fue el encargado de la rehabilitación del hospital. Tras nuevos contratiempos, ya bajo la batuta de Pestana, la mayor empresa hotelera del país, se llevó a cabo el proyecto y la "Pousada da Serra da Estrela" fue finalmente inaugurada en 2014.

Si alguna vez vas a Covilhã te recomiendo que te alojes allí (está a unos seis kilómetros de la ciudad) aparte de por tratarse de un hotel magnífico con vistas espectaculares y una buena relación calidad-precio, porque descubrirás con asombro que Souto de Moura, un racionalista miesiano  que echa pestes de la arquitectura tradicionalista del Estado Novo ha encarado un edificio preñado de ornamento y aires románticos (Cottinelli lo diseñó más como hotel de montaña que como sanatorio) replicándolo con un respeto máximo. Souto desaparece en la rehabilitación, mostrando la grandeza que a veces se esconde tras la humildad (no quiero ni pensar lo que Koolhaas hubiera hecho si llega a meter mano al ruinoso hospital). Ya lo dice el último AV dedicado al arquitecto de Oporto (que me dio la idea del viaje): "Se busca que los visitantes sientan un dejà vú al estar frente a una construcción que insistió en permanecer en una geografía imponente". Sólo le intuimos en la sobria piscina cubierta situada en las entrañas del edificio, que mi contraria y filhos disfrutaron con fruición (yo algo menos al saber que allí se situaba la morgue). Ya puestos decir que el dejà vú hospitalario se hace sentir a veces con demasiada intensidad en la austera y algo viejuna decoración y especialmente en el interior de las habitaciones, donde se han reproducido los sanitarios y hasta los muebles del antiguo sanatorio (idénticos a los que se ven en las fotos de época), algo que pronto se olvida al disfrutar del regio desayuno, contemplar las alucinantes vistas y ver corretear por doquier a los numerosos niños alojados en el hotel.




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