lunes, 23 de julio de 2018

Eléctricos



Hace mucho, mucho tiempo había una pareja de enamorados que se amaban con locura. Se comprometieron y a punto estaban de casarse. Nada en el mundo podía, al parecer, separarles.

Se llamaban Baça ella y Alcôa él.

Eran ambos muy pobres. Un día el muchacho fue visitado por una extraña figura, que le hizo mudar su carácter y comportamiento. Se convirtió en alguien extremadamente ambicioso y acabó por abandonar a Baça. La pobre chica se llevó tal disgusto que lloró y lloró hasta que sus lágrimas amargas formaron un río. Al oír esto, Alcôa cayó en la más terrible desesperación, y, arrepentido, lloró día y noche hasta el punto de crear, como su amada, un río de lágrimas que murmuraba en las noches iluminadas por la luna: "Baça, mi amor... Perdóname ¡Te ruego que me perdones!".

La chica le perdonó y se unió a Alcôa, desembocando en él por la izquierda, que es el lado del corazón.

Se dice que ciertas noches sus apasionados susurros pueden oírse en el río...

Bueno, pues de esta tierna guisa, quién lo iba a decir, empezamos hoy nuestra entrada. La leyenda, que obviamente no me he inventado, hace referencia a dos ríos que confluyen en el centro de una pequeña ciudad. En el lugar hay un recoleto parque (el jardín del amor) que hace referencia a la leyenda, y justo en el punto de unión de los ríos amantes, un fatigado caserón que cuando te acercas descubres con pasmo que es una minúscula central eléctrica. Corta el rollito amoroso, la verdad. El amor fou y la tecnología industrial no parecen casar mucho, pero en fin, lo cortés no quita lo valiente y bien puede decirse que ficción y fricción se entreveran en el parque, o que la imparable fricción de los ardorosos amantes líquidos ilumina la ciudad que, para más enjundia, aloja las tumbas de dos amantes, estos reales (en ambos sentidos del término), que protagonizaron una truculenta historia mil veces relatada en aquel país.

En la ribera del Baça, muy cerca del parque, blanca, misteriosa, altiva, se eleva una casa que se cierra con quizá sana saña a su entorno con muros visitados por enigmáticas ventanas falsas, como tapiadas. Acaso los amantes que aquí viven no quieren, como le pasó a Alcôa, ver distraído su amor con mundanales bullangas y se encierran en su torre de marfil para entregarse a él con sagrado celo. Esta entrada se me va de las manos por momentos.

Pues bien querido lecteur, te toca descubrir quiénes son los arquitectos autores de esta casa y dónde se encuentra (piensa en el nombre de los ríos). Yo te dejo ya. Y recuerda, la verdadera medida del amor es amar sin medida...



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