domingo, 10 de junio de 2018

Desorientados




Seguimos con ladrillo nórdico. Este es el primer edificio (más fotos aquí) terminado por Olafur Eliasson junto al arquitecto alemán Sebastian Behmann, con el que lleva colaborando casi dos décadas en su estudio berlinés. A mí Eliasson me ganó para siempre tras ver la exposición (?) que realizó para el Palacio de Cristal del Retiro madrileño en 2003 a la que llevé a mi por aquel entonces novia (hoy ya contraria) por aquello de tirarme el rollo cultureta (a los dos nos encantó, el paseo sobre roca volcánica islandesa fue un puntazo). Pero por favor no desbarremos tan pronto. Seguramente lo más cerca hasta la fecha que el artista danés-islandés había estado de la construcción pura y dura fue la fachada cristalina del auditorio Harpa en Reijkiavik de Henning Larsen (que se llevaría el premio Mies van der Rohe de 2013), sin olvidar el más bien poco agracido pabellón para la Serpentine de 2007. El edificio ahora concluido, de nombre Fjordenhus, se sitúa como el Harpa al borde del mar, pero al contrario que aquel presenta unas fachadas de ladrillo artesanal (970.000 se han utilizado) de un marcado carácter expresionista. Eliasson habla de un “edificio vivo, que parece estar creciendo en el agua”, en la del fiordo Vejle en concreto, nombre también de la cercana ciudad hasta ahora sólo conocida (es un decir) por una fábrica de chicles y una momia de la Edad del Hierro nada menos muy bien conservada en una iglesia local gracias a que su cuerpo fue enterrado en una zona pantanosa. Así que a no ser que te interese la industria del chicle, la prehistoria o el gore este pueblo iba a pasar para ti sin pena ni gloria, pero mira tú por dónde aquí tenemos a Eliasson para remedar tal injusticia. La prensa local, entusiasmada, ya ha tildado el proyecto de “la nueva catedral de Vejle”, que la verdad es algo exagerado, aunque es cierto que el curioso edificio tiene mucho más aire de iglesia que de lo que en realidad es, la sede central de una empresa de inversiones que dirigen tres hermanos descendientes del fundador de Lego (en Dinamarca todo es Lego o BIG o ambos a la vez). Por supuesto Eliasson, ya con hechuras de arquitecto de postín, construye el relato explicativo de rigor: los ladrillos hacen referencia a las piezas de Lego que de niño le dieron sus “primeras lecciones en arte abstracto”, casi nada. Sigue el artista comentando para The Guardian que quería hacer un edificio que celebrara la presencia de la gente, que dijera “Te estoy acogiendo”, y añade: “Es importante plantearse dónde tiene lugar la inclusión social si no es en la arquitectura”, para a continuación criticar cómo ciertos arquitectos se están vendiendo a las grandes corporaciones creando espacios que cada vez son más privados: ”La noción de espacios que poseemos juntos está menguando. El caso más evidente es Londres”. Eliasson se ceba con la capital británica por haber puesto en bandeja de plata a los oligarcas y ricos sus mejores espacios obligando a las clases menos pudientes a marcharse al extrarradio. Hay también puyas para el desastre de Grenfell y el Brexit, y apostilla: “Este enorme error de planteamiento hace sentir a la gente alienada, maltratada y marginada”. El suyo es también el edificio de una empresa financiera, pero defiende que es diferente porque le ha querido dar un marcado carácter abierto frente a las torres del distrito financiero londinense “con sus fachadas de granito negro estilo ’Estrella de la Muerte’”.

Este último párrafo va a estar ya exclusivamente dedicado a comentarios personales, polisémicos y transversales así que te invito a dejarlo ya (avisado quedas). A nosotros nos gusta el edificio, oye, quizá precisamente por lo paradójico que es. Es cierto que lo veo algo pasado (de vueltas y de tiempo), como sacado de los muy locos años 20/30 (también me recuerda a Kahn), y de entrada descoloca que no veas (Kate Connolly, la autora del artículo que te comento, tilda al edificio de “disorientating”, toma palabro), será que sigo bajo la influencia de La otra arquitectura moderna de David Rivera, pero el caso es que me recuerda al Steiner del Goetheanum e incluso un poco a la torre Einstein de Mendelsohn en esa sensación de movimiento constante y simpática flacidez que transmiten sus peculiares formas. Pero al mismo tiempo es un edificio que refleja un dinámico optimismo y una blanda solidez a pesar de sus toques chirriantes. Comparado, por ejemplo, con la arquitectura inmovilista, pesada y burocrática llena de ángulos rectos y arcos de una perfección casi metafísica del Palazzo della Civiltá Italiana (ahora mismo estoy en el capítulo del libro de Rivera dedicado a Italia), bellísimo en su imponente verticalidad pero gélido, amenazador y alienado, supone un ilusionante soplo de aire fresco, acaso un espejismo enladrillado. A veces la desorientación es sana.

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