domingo, 30 de octubre de 2016

Rolex o setas (2)


Koolhaas, con Rolex

Pues vamos a seguir con las setas y los Rolex. Este intenso puente, aparte de celebrar la investidura del trick-or-treat, que no en vano estamos en pleno Halloween, expira el plazo para la presentación de los proyectos para la intervención en el Salón de Reinos del Museo del Prado como aquí ya informamos. Te recuerdo que pese a lo frugal del presupuesto (30 millones), competían algunos de los arquitectos más competentes y galácticos del momento:  Koolhaas, Foster, Nieto y Sobejano, Souto de Moura, Chipperfield o Cruz y Ortiz (a los que precisamente dedicábamos la última entrada), entre otros, toda una lucha de titanes. La verdad, no me gustaría estar en la piel de los miembros del jurado (entre ellos Moneo y Fernández-Galiano), porque la decisión puede traer cola (no sería la primera vez, que hay concursos que los carga el diablo).

El Neues de Chipperfield en Berlín
Volvemos a la entrada anterior y al chiste del "venir a setas o venir a Rolex" que contaba Gabriel Ruiz Cabrero al hilo de la arquitectura sobria y sutil de Cruz y Ortiz en 12 edificios, 12 textos, el libro-catálogo que acompaña a la exposición del Museo ICO sobre estos arquitectos flamencos por partida doble. Y es que se va a tener que tomar partido entre dos concepciones aparentemente irreconciliables de la disciplina arquitectónica: la narrativa y la antinarrativa (por utilizar el término de Emilio Tuñón en el mismo libro): esto es, la arquitectura que pretende construir un relato (palabra tan en boga) que exceda los límites de la disciplina y nos conmueva (o mejor, provoque) como haría una creación artística o literaria, o la arquitectura que se ciñe a su complejo quehacer, que no es poco, y se deja de historias (nunca mejor dicho). Liderando el bando Rolex Koolhaas, adalid de la arquitectura-f(r)icción, donde también militaría, aunque con un perfil más bajo, Foster. Frente a ellos, Chipperfield junto a Cruz y Ortiz y Souto de Moura en el bando Seta. En el centro de la balanza (aunque algo escorado hacia sector Rolex), Nieto y Sobejano. De los demás arquitectos (dos equipos más) no tengo referencias, pero siendo estudios que han unido fuerzas seguramente para poder dar mejor réplica a nombres tan potentes, me temo que van a tener más complicado crear un proyecto con una identidad propia (lo que no quita que al final se lleven el gato al agua precisamente gracias a esa rica mezcla de aportaciones). Pues eso, que el jurado lo tiene crudo. Si se decantan por el bando Rolex se les fustigará con saña por premiar a la muy denostada arquitectura espectáculo, a la que, en interesado relato, se ha cargado con el mochuelo de la crisis; si se decantan por un seta (con perdón), más de uno habrá que se lleve las manos a la cabeza ante la oportunidad perdida de tener en el corazón de la Villa y Corte una intervención de uno de los arquitectos más mediáticos e influyentes del mundo (hablo aquí del holandés, Foster afortunadamente ya tiene obra en Madrid).

El otro día vi un video sobre Nouvel, en el que aparte de unos cuantos manidos tópicos (lo del arquitecto diseñando en la servilletas de los restaurantes está más visto que el tebeo) se puede ver cómo van las obras de sus espectaculares proyectos árabes, aunque lo que más me llamó la atención fue una cita de Baudrillard, "la arquitectura es una mezcla de nostalgia y anticipación extrema" y otra del arquitecto francés, "un edificio debe ser el reflejo de una época, de una generación, de una sociedad en un momento concreto". Casi nada. He vuelto a echar una ojeada al libro Los objetos singulares. Arquitectura y filosofía en el que precisamente ambos (Nouvel y Baudrillard) mantienen una serie de conversaciones transversales (por cierto, la cita del filósofo francés en el video está tomada de aquí), y en el que encuentro opiniones que nos pueden ayudar en el dilema que hoy nos ocupa, que no es otro (una vez más) que el de la rehabilitación de edificios (cómo y cuánto): "Considera París, por ejemplo -le dice Nouvel a Baudrillard-; esta capital ha sido caracterizada por lo que llamo la "formolización", que consiste, como ocurrió en la rue Quincampoix o en el Marais, alrededor de Saint Paul, en conservar toda una serie de fachadas de carácter histórico construyendo detrás apartamentos nuevos. Es evidente que eso no sirvió más que para una sola cosa: cambiar la población pobre que estaba allí y ubicar una población que tenía medios". Frente a la formolización Nouvel defiende la mutación. Cuando esta se produce, "ya no se vive en el lugar de la misma forma, no existen las mismas cosas dentro, se juega de manera diferente con la escala, se le cambia el sentido, y a partir de lo que era un gran volumen baldío, puramente funcional, se llega por derivaciones sucesivas a una re-creación o regeneración que nadie habría imaginado que fuera posible. Hoy es necesario fomentar este proceso de fabricación de lugares. Permite salir de las normas dimensionales, de tener ese exceso, eso superfluo que es indispensable e improgramable, que provoca la demasía, lo demasiado grande, lo demasiado alto, lo demasiado sombrío, lo demasiado feo, lo demasiado rígido, lo imprevisto, lo radical".


El Centro Pompidou de Rogers y Piano
Hablando de radicalidad, no muy lejos de donde Nouvel ubica su ejemplo de formolización se alza uno de los casos más extremos de arquitectura radical, al que por cierto Baudrillard también dedica su atención en el libro que acabamos de citar. Hablamos del Pompidou. Veamos lo que dice el filósofo del mastodonte alienígena: "¿De qué habla el Beaubourg? ¿De cultura, de comunicación? Pienso que no. Habla de flujo, de almacenamiento, de redistribución, y eso la arquitectura de Piano y Rogers lo dice literalmente. Lo que dice literalmente es casi el reverso del mensaje que supone sostener. Beaubourg representa la cultura y a la vez aquello en lo que la cultura está muerta, en donde ella sucumbió; dicho de otro modo, la confusión de los signos, la sobrefusión, la perfusión... Es esta contradicción interna lo que traduce la arquitectura de Beaubourg, y lo que llamo su 'literalidad'". No es la única vez que el filósofo habló del Pompidou, 23 años antes del libro con Nouvel escribía El efecto Beaubourg. Implosión y disuasión, donde utilizaba el recién estrenado edificio como ejemplo máximo de la banalización del arte (lo llama "un gran agujero negro"). En realidad el Pompidou no es otra cosa que un producto del mayo del 68, lo dice el propio Rogers: "Ese momento casi cambió la historia europea, parecía que se avecinaba una revolución que no llegó a suceder, pero capturamos algo de todo eso en el edificio, fue un periodo muy activo en lo político, y se puede decir que era parte del concepto del edificio. Fue un periodo dinámico, de cambio, y queríamos capturar lo que estaba pasando en ese momento". En la fachada los arquitectos quisieron reflejar los disturbios callejeros de la época y la guerra de Vietnam. Con la generosa plaza quisieron dotar a una zona muy densa de un lugar de esparcimiento y reunión. Por cierto que en el video Rogers también relata la famosa anécdota del paraguazo que le propinó una vecina cuando el ingenuo arquitecto se identificó como autor de semejante despropósito. En fin, la revolución hecha edificio.

El Salón de Reinos, en capilla
¿Qué queremos para el Salón de Reinos, insigne palacete sin gran relevancia arquitectónica levantado para mayor gloria de la monarquía española precisamente en el siglo (XVII) que marcaría su declive? ¿Una rehabilitación respetuosa, exacta, silenciosa y nostálgica o una intervención singular que trate de ser reflejo (otra cosa es que lo consiga) de estos tiempos fragmentarios, dispersos y a menudo cínicos que nos ha tocado vivir? Tú mismo.


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