domingo, 24 de enero de 2016

Ancha es Castilla (y 2)


Añadidos de cuidado
Pues seguimos con el castillo de Castillo de Garcimuñoz, valga la redundancia. Ya comentamos que en él vivió sus últimos años Don Juan Manuel, cansado ya de intrigas palaciegas y luchas de poder y allí compuso sus obras más señeras, destacando por supuesto El Conde Lucanor (1335), un compendio de enxiemplos en forma de entre 49 y 51 cuentos de variadas influencias (relatos orientales, Esopo, la Biblia) que pretenden moralizar deleitando y pensados para un público amplio (estaban escritos en romançe y no en latín y con un lenguaje cuidado pero sobrio). En estas características, así como en su formato de historia-marco, El Conde Lucanor recuerda al Decameron de Boccaccio, escrito trece años después (aunque este de moralizante tiene poco, por allí ya se barruntaba el Renacimiento) y a los Cuentos de Canterbury de Chaucer, al menos cincuenta años posteriores. Uno de los cuentos de El Conde Lucanor (el XLI) tiene cierta enjundia arquitectónica que tiene que ver con lo que te quiero contar hoy (nosotros y nuestra vocación transversal, a ver, un poco de paciencia, que al final siempre llegamos a la arquitectura aunque sea por los pelos). El conde comenta a su sabio ayo Petronio que ha introducido algunas innovaciones en el arte de la cetrería que sólo le han traído la mofa de sus amigos por considerarlas de nula importancia. Petronio entonces le relata el enxiemplo del rey árabe de Córdoba Alhaquen, quien asistiendo a una velada musical en la que se tocaba un instrumento de nombre albogón (una especie de flauta), decidió que mejoraría su sonido si se insertara un agujero más en él, como así sucedió. La noticia se extendió pronto entre la población, que se mofaba del invento nimio del rey, y siempre que querían referirse a una mejora de poca monta se referían a ella como "el añadido de Alhaquen". Enterado el susodicho del escarnio al que era sometido por sus súbditos, decidió hacer un añadido que pasara a la historia y terminó la entonces inacabada mezquita de Córdoba, con lo que se ganó, ahora sí, el elogio unánime de los cordobeses. La arquitectura y el poder...

 Y así llegamos como te digo al meollo, al fin, de la entrada. Y es que al castillo de Don Juan Manuel le están haciendo una suerte de añadidos de pinta alienígena, a cargo de la arquitecta Izaskun Chinchilla, que no podíamos dejar de comentar. El tema de la intervención en edificios preexistentes es, como sabemos, bien complejo de encarar. Debe ser difícil para un arquitecto que se siente moderno y singular no dejar su sello, y hay que ser muy humilde (o estar ya de vuelta de la fama) para no caer en la tentación: véase la ampliación del Banco de España en Madrid de Moneo, imposible de distinguir de la original. El siguiente paso está en realizar una intervención también respetuosa pero dejando que se note la mano del arquitecto, algo así como una actualización cuidadosa. Ahí estarían, entre muchas otras, las obras de Chipperfield en el Neues Museum, Zumthor en el Museo Kolumba, Scarpa en Castelvecchio o Witherford Watson Mann en el castillo Astley, premio Stirling 2013. Y luego llega el arquitecto que  piensa que la modernidad debe dejar su huella bien marcada, porque ella lo vale, y ahí la hemos liado parda. Francisco de Gracia lo expresa así en el Arquitectura Viva 162: "Durante la pasada centuria se produjo una aceptación incondicional del mito de la novedad, según el cual lo nuevo se justifica por el mero hecho de serlo, incluyéndose en esa apreciación también componentes morales". Aun así el autor defiende una "modernidad posible", en la que exista una "equilibrada conjunción morfológica entre lo nuevo y lo viejo, preservando sin conflicto las respectivas identidades". Fácil de decir, pero qué difícil de llevar a cabo.

Si buscas información sobre la actuación de Chinchilla en Garcimuñoz (que consiste en pocas palabras en volver a insuflar vida al castillo dándole variopintos usos culturales según un proyecto financiado por el estado con unos tres millones de euros), verás que, como era de esperar, la recepción por parte del público local no ha sido nada entusiasta. En artículos y blogs se califica al proyecto de "marcianada", "arquitectura friki", "construcción poligonera" y otras lindezas del estilo (una crítica que se une a menudo a una reivindicación nostágica del poder perdido de Castilla, otrora poderoso reino y ahora comunidad seccionada y despojada de su más rica joya, la capital del estado). Es poco probable que Chinchilla acabe, como Alhaquen, siendo alabada por los parroquianos (hay que reconocer que las fotos de la obra en el interior del castillo como mínimo impactan). ¿Y qué dice la arquitecta al respecto? En su web habla de una intervención ortográfica a base de piezas arquitectónicas que sirven para realzar y distinguir los diferentes componentes del castillo (que empezó siendo alcazaba árabe y en el siglo XV, tras Don Juan Manuel, fue nuevamente renovado por Juan Pacheco, marqués de Villena y adelantado mayor de Castilla; súmese a ello que en el XVIII se construyó una iglesia en su interior y por si fuera poco llegaría a alojar hasta un cementerio, vamos, un galimatías arquitectónico). Chinchilla inisite, probablemente consciente del impacto de su intervención, que las piezas que incorpora son completamente desmontables y que su implante es completamente sostenible.  A su vez, uno de los objetivos del programa es conseguir atraer público al recinto teniendo cuenta la cercanía de la A-3 (o sea, se busca un mini efecto Guggenheim, con lo cual el efecto llamada mediante una arquitectura impactante tendría cierto sentido; hay que tener también en cuenta que el proyecto es anterior a la crisis). A Chinchilla no la conocía más que de nombre y de otra intervención también bastante estrafalaria (pero de nuevo con un componente reivindicativo muy interesante) en Nueva York, así que me puse a ver el primer video que me apareció en Google (este en el que habla sobre el futuro de la ciudad), y la verdad es que si consigues no distraerte con su peculiar estilismo, parece tener ideas realmente originales y muy avanzadas aunque utópicas e irrealizables, da la sensación de ir muchos años por delante (seguramente demasiados).

Hasta pronto, Castillo de Garcimuñoz
En fin, no soy quién para dar un veredicto sobre esta arriesgada intervención en lugar tan colmado de memoria histórica y literaria (se me olvidaba contarte que a las puertas del castillo moría combatiendo en 1479 Jorge Manrique, el poeta guerrero autor de Coplas a la muerte de su padre). Evidentemente Chipperfield habría hecho una rehabilitación con muchos más adeptos, pero no habría costado tres millones de euros sino diez veces más como mínimo teniendo en cuenta el ruinoso estado del castillo. Por otra parte, digo yo que en algún momento la modernidad más cruda que refleje nuestro mundo caótico, fragmentario y a menudo absurdo ("el vértigo y la náusea de los abismos de la razón moderna", que decía Fernández-Galiano en aquel apocalíptico Arquitectura Viva 169)  tiene también derecho a hacer su aparición reflejada en el ámbito arquitectónico. Chinchilla ha aplicado una terapia de choque brutal al castillo de Don Juan Manuel, le ha enchufado un desfibrilador que lo devuelva a la vida por las bravas, sumando a las múltiples capas de la añeja construcción otra que refleje un espíritu radicalmente moderno. Y quién sabe, quizá en una de esas sonrisas del destino tan en boga acabe siendo, como el añadido del rey cordobés del cuento, querido por el público local. También el monstruo de Frankenstein posee una secreta belleza (o eso dice Santiago de Molina).

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